La violencia debe ser evitada

 

Por Juan Bolívar Díaz

Las confrontaciones que cobraron dos vidas y ocasionaron heridos el pasado fin de semana en Moca y San Francisco de Macorís es fruto del desbordamiento de las pasiones, las respectivas descalificaciones, la campaña negativa y la violencia verbal que se han ido apoderando de la campaña electoral y que de proseguir podrían ensangrentar un proceso que muchos llegaron a creer el más limpio de la historia dominicana.

Para contener el desbordamiento, más agitado por la sangre derramada, será preciso un esfuerzo concertado del liderazgo nacional, especialmente de aquellos que dirigen el país y de quienes aspiran a hacerlo a partir del 16 de agosto.

A dos semanas de las elecciones para muchos sectores debe resultar profundamente decepcionante que la violencia haya vuelto a estallar en un certamen que debería caracterizarse por los debates de programas, campañas propositivas y competencia por convertirse en agente de la unidad y la concertación que requiere con urgencia la nación.

Tremenda decepción

Hasta la semana pasada se cruzaban los dedos y se tocaba madera cuando analistas y observadores celebraban que no se había producido el primer choque ni se había derramado sangre en la prolongada campaña electoral.

El jueves 27 de abril la Comisión de Seguimiento al Pacto de Etica Electoral emitió un comunicado en el que, además de apelar a que se contuvieran los desbordamientos verbales y de campañas publicitarias, celebraba que hasta ese momento se había avanzado considerablemente en las discusiones de programas y en cuanto no se había registrado violencia física.

Al día siguiente, el viernes 28, el embajador de Estados Unidos en el país, Charles Manatt, se mostraba optimista durante una rueda de prensa en Washington en la que pronosticó comicios transparentes, con «cielos razonablemente despejados en términos de proceso electoral», llegando a proclamar que las próximas podrían ser «las elecciones más pacíficas en 40 años, desde el retorno de la democracia».

Apenas horas después de publicadas esas expectativas, se produjo el trágico enfrentamiento de Moca, en el que los dirigentes del Partido de la Liberación Dominicana Luis Terrero Gil y Rafael Peñaló perdieron la vida, sumiendo en el dolor y la impotencia a los suyos, Mientras otro, del Partido Revolucionario Dominicano, quedaba herido.

Mientras en San Francisco de Macorís el vicesíndico y secretario general perredeista, ingeniero Félix Rodríguez, era herido por disparos de escopetas, cuando médicos de su partido realizaban un operativo de atenciones en el barrio azul. La información consignada en El Siglo del lunes 1 de mayo, no precisa cuándo ocurrió esta agresión, aunque podría presumirse que fuera el domingo, sino el mismo sábado.

En Moca después de la muerte de los dos peledeistas, las furiosas reacciones se manifestaron en un intento de quemar el local del PRD y en ataques a balazos contra automóviles de dirigentes de ese partido.

¿Estalló la guerra?

La temida guerra parece haber estallado, a lo mejor determinada por alguna miserable provocación o por agresividad de uno o dos espalderos , sin suficientes luces ni sensibilidad para jugar ese papel en una campaña electoral. Pero sin duda, en cualquier caso, fruto de meses de acumulación de odios, acusaciones, recriminaciones y descalificaciones mutuas.

Lo que más temores inspira es que algunas de las reacciones verbales, provenientes del lado de las víctimas mortales, no auguran tregua ni auspician ambiente para la ponderación, como la del candidato Danilo Medina, quien responsabilizó directamente de la tragedia a su contrincante perredeista, Hipólito Mejía, de quien llegó a afirmar que «tiene sed de poder y quiere saciar esa sed con la sangre de la gente sencilla, pacífica y humilde del pueblo dominicano».

Nadie ha podido certificar cuál fue el real origen del tiroteo, pero razonablemente no puede presumirse que fuera planificado ni ordenado por ningún dirigente importante o candidato. Menos aún por aquel que todas las encuestas señalan como casi duplicando a los dos que le siguen, y cuyo empeño en la recta final debe ser crecer en busca de la barrida en primera vuelta.

Sin embargo, la realidad indica que la peor parte en la batalla la llevaron los peledeistas, que muy bien pudieron haber sido víctimas de un grave exceso de parte del equipo de la seguridad de Hipólito Mejía, lo que es un paliativo a la desproporcionada reacción de Medina. Fuentes perredeistas indican que el grupo llevaba varios días sometido a estrés por provocaciones y versiones de que serían agredidos.

En cualquier caso, a los candidatos como a los dirigentes les corresponde reaccionar con templanza, sobre todo en circunstancias trágicas y de peligro. Fue lo que hizo Hipólito Mejía al lamentar las muertes y la sangre derramada, al llamar a los suyos y a la población a mantener la calma y el respeto a los demás y al reclamar esclarecimiento de los hechos, justicia y tolerancia.

Urge una contención

Mientras el candidato presidencial del Partido Reformista Social Cristiano, Joaquín Balaguer, amenaza con levantarse una vez más de su poltrona en la puerta del sepulcro, donde se ubicó el mismo hace más de una década, a costa de peledeistas y reformistas que no han podido sustituirlo, parece urgente que dirigentes de los dos partidos fundados por Juan Bosch retomen la calma y adopten iniciativas positivas.

Han llegado lejos en sus mutuas descalificaciones. Tanto Mejía como Medina, a tal grado que han arrastrado hasta a un hombre tan ponderado como el presidente Leonel Fernández, quien apenas en la víspera de la tragedia de Moca proclamaba en la vecina La Vega, que el cambio de gobierno en los comicios próximos «sería una fatalidad y una tragedia».

Si eso lo dice el jefe del Estado, un hombre de un control verbal que ya quisiera Hipóplito Mejía, quien debería constituirse en el mayor ente de moderación y concertación, disipador de tensiones en momentos en que se disparan los seguros de la moderación, no es de extrañarse que en las cuatro esquinas del país se desaten las más encendidas pasiones y acciones.

Ante el rumbo que van tomando los acontecimientos corresponde al presidente Fernández reasumir el papel de estadista que con brillo ha jugado en muchas otras oportunidades. Lo que le correspondería es invitar a todos los candidatos presidenciales a un encuentro de distensión en el Palacio Nacional, a un almuerzo y a brindar por el afianzamiento del proceso democrático, por otra elección tan libre y transparente como la que le otorgó la presidencia. Y dar seguridades de que cualquiera que sea el escogido podrá contar con su coherencia y colaboración. Sin augurios de tragedias ni desgracias.

Muy bien parado quedaría Mejía o Medina, cualquiera de ellos que tomara la iniciativa de enarbolar bandera de tregua y ponderación y saliera a buscar al otro para reducir las tensiones y evitar nuevos derramamientos de sangre. Y si ninguno de ellos muestra dimensión para crecerse en momentos tan necesario, entonces volverá a corresponder a las iglesias o a la Junta Central Electoral, o tal vez al Comité de Seguimiento del Pacto de Etica.

La sangre no es rentable

Si de algo deben convencerse los líderes políticos dominicanos es de que la ciudadanía está harta de campañas sangrientas, de pasiones desbordadas, de descalificaciones y de violencia. La sangre nunca ha sido rentable y menos en una campaña democrática. La última demostración fue la del 1998, cuando el PLD se dejó envolver en una vorágine de violencia que marchitó mucho su imagen. Hay quienes creen que estuvo entre los factores determinantes de su tropiezo en los comicios legislativos y municipales.

Hay quienes creen que esa experiencia se cuenta entre los factores que habían determinado una campaña tan pacífica como la que vivimos hasta el sábado. Los perredeistas deberían ponderarlo no vaya a ser que se fueran por el mismo derrotero. No importa quien provoque, a la sangre hay que salirle huyendo, no propiciarla. Ahora que la Junta Central Electoral tiene amarrados casi todos los cabos para las elecciones del 16, cuando han caído la gran mayoría de las posiciones irracionales, las oposiciones y obstrucciones, el enfrentamiento no puede tornarse en violencia.

A algunos parecerá iluso o romántico, y hasta desconocedor del temperamento caribeño, pedir ponderación, pero muchos dominicanos y dominicanas sueñan con una campaña electoral sin violencia ni arrebatos, sin amenazas de tragedias ni descalificaciones, que simplemente dejen a la ciudadanía dictaminar soberanamente. Sin ningún sobresalto.

Obviamente que para crear ese clima las concesiones tienen que ser pluridireccionales. Por ejemplo, los perredeistas deberían hacer consenso con peledeistas y reformistas para que se permite votar sin observación a las personas que aparecen en el padrón con foto diferente a la propia. Un análisis frío demuestra que es casi imposible realizar un fraude en dimensión considerable a través de esa «ventana».

¿Se animará algún prelado, la JCE o algún grupo de líderes a tomar la iniciativa esta misma semana para contener el incipiente deterioro del clima electoral? No luce tan complicado, el problema es que se respira cierto cansancio y hasta frustraciones derivadas de los persistentes tropiezos en el proceso de afianzamiento de la institucionalidad democrática. Y en la renuencia de los líderes políticos a aceptar definitivamente las reglas del juego democrático.-