Por Juan Bolívar Díaz
El aplazamiento por cinco semanas de la convención para elegir el candidato presidencial del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) se inscribe dentro de los esfuerzos por preservar la unidad de la organización, aunque resultará difícil superar las mezquindades internas y dar el ejemplo de madurez democrática reclamado por amplios sectores sociales.
Más allá de las imperfecciones, errores y hasta fraudes que pudiera contener el padrón electoral perredeista, las encuestas y la opinión pública indican que Hipólito Mejía es preferido por una mayoría absoluta de los perredeistas y que los contestatarios de la organización de la votación primaria subordinan el interés partidario a sus ambiciones personales.
La incipiente crisis del PRD sólo podría ser revertida mediante una repartición del poder, lo que conllevaría un nuevo aplazamiento del proceso de democratización interna demandado por sectores partidarios, en el cual las bases deberán elegir sus dirigentes, renovando un partido excesivamente burocratizado.
Rompen lanzas
Cuando Hipólito Mejía y Milagros Ortiz Bosch firmaron un acuerdo, a finales de abril, para que cualquiera de ellos que ganara la convención llevara al otro como candidato vicepresidencial, Rafael Suberví Bonilla y Hatuey de Camps decidieron romper lanzas definitivamente contra la organización de la convención programada para el 16 de mayo.
Las reacciones contra el acuerdo bilateral fueron ácidas. Llegaron a impugnar que el pacto se adelantara a otro propuesto en el que los cinco aspirantes establecerían las bases para el “mantenimiento de la unidad partidaria”. La precandidatura de Mejía se había fortalecido demasiado en los últimos meses, lo que quedaba de manifiesto en el pacto con Ortiz Bosch.
A partir de ahí, los cuestionamientos serían totales, y tanto Suberví como de Camps empezarían a magnificar los errores detectados en el padrón electoral, sin poder presentar pruebas significativas e incluso sin atreverse a solicitar formalmente el aplazamiento de la convención. De cualquier forma se sembraban dudas y se restaba legitimidad a quienes resultaren electos.
La unidad perredeista era condicionada a que se aplazara la convención. Suberví dijo el miércoles 5 por televisión que al menos por diez o quince días, pero Hatuey de Camps, ignorando su condición de secretario general del partido, sostenía que el padrón estaba viciado de origen y reclamaba informalmente un aplazamiento por tiempo indefinido. Ambos dieron suficientes indicaciones de que armarían el lío si la elección se realizaba en la segunda fecha programada. La primera fue el 27 de febrero.
Ya hace una semana en la dirección del PRD, incluyendo a los organizadores de la elección interna, había consciencia de que tendrían que variar la fecha, pero querían que se completara la auditoría del padrón, con participación de los delegados técnicos de los precandidatos, como se había acordado el primero de mayo, para que se comprobara el nivel de errores que pudiera contener. En función de ello se determinaría el tiempo de suspensión.
De golpe todas las promesas de juego limpio y aceptación del veredicto de las bases se habían ido a pique. De nada sirvieron los desayunos de fraternidad entre los precandidatos auspiciados por doña Peggy viuda Peña Gómez, ni los esfuerzos de la comisión organizadora encabezada por el presidente del partido, Enmanuel Esquea Guerrero. En la primera semana de mayo, los perredeistas volvieron a demostrar su incapacidad para regirse por métodos democráticos. Habían roto lanzas y se manifestaban dispuestos a auto-derrotarse, una vez más, cuando toda la opinión pública los coloca en la primera posición para el certamen electoral presidencial del próximo año.
Gran homenaje
El aplazamiento de la convención para el 20 de junio pareció ser el “mejor homenaje” de la familia perredeista a José Francisco Peña Gómez en el primer aniversario de su sentida muerte. Al menos ello da margen a mediaciones y negociaciones que eviten el enfrentamiento definitivo. Y mientras tanto tratarán de limpiar el padrón de las irregularidades o errores que pueden ser corregidos en el curso de algunas semanas.
Si se pregunta a dirigentes perredeistas maduros y no fanatizados, especialmente a los que no están alineados, que no son muchos, la respuesta es que nadie en el partido blanco ignora la realidad del proceso. No sólo son las encuestas Hamilton and Staff y Sigma Dos, de los dos principales diarios matutinos, las que confieren a Hipólito Mejía 71 y 66 por ciento de las simpatías perredeistas, sino las que han auspiciado los propios precandidatos, incluyendo a los contestatarios. El equipo de Milagros Ortiz así lo ha reconocido. Por eso auspició el pacto con Mejía.
Es generalizado el criterio de que el objetivo básico de Suberví y de Camps es aumentar su cotización en la bolsa de las negociaciones perredeistas. Juegan al chantaje político, traficando con la debilidad del partido de que jamás ha logrado una convención sin magulladuras o fraccionamientos, indicó un viejo dirigente.
Las preferencias por Hipólito Mejía no son caprichos de las masas perredeistas levantados en un abrir y cerrar de ojos. Fue el propio Peña Gómez quien lo invistió en los últimos años, tras la popularidad ganada por aquel a partir de su papel como ministro de Agricultura del gobierno de Antonio Guzmán. Es de los que mejor imagen de honestidad y trabajo ha conservado en la opinión pública.
Fue el propio Peña Gómez quien lo llevó en sus viajes por el mundo, quien lo seleccionó candididato vicepresidencial para los comicios de 1990 y estaba dispuesto a seleccionarlo nuevamente en 1994 para completar la fórmula presidencial del PRD. Mejía ofreció el puesto para facilitarle a su líder la negociación mediante la que Fernando Alvarez Bogaert se convirtió en el segundo candidato del Acuerdo de Santo Domingo.
Cuando el líder del PRD entró al hospital de Cleveland a finales de 1994 para su primera operación, dejó una carta en la que señalaba a Hipólito Mejía como su preferido para la candidatura presidencial. Una indiscreción del médico Jana Tactuck permitió que se conociera a destiempo la carta y que el propio Peña Gómez la recogiera. Pero entre tanto, las bases perredeistas percibieron al agrónomo como el preferido de su líder.
Con lenguaje campechano, en mangas de camisa, casi siempre de buen humor y proyectando una imagen carente de malicias, Mejía recuerda en algunos aspectos al Antonio Guzmán que muchos revaloran. El mismo que tenía dificultades para hilvanar un discurso y que no habría resistido una profesional entrevista de televisión. Pero el que ganó la elección y fue capaz de encabezar la transición democrática de 1978-82. Y quien, todos convienen, podría haber vuelto al poder de no suicidarse al término de su período, víctima de falta de visión a mediano plazo.
La repartición
La generalidad de los perredeistas consultados cree que lo que se debate en realidad es la compensación que Hatuey de Camps y Rafael Suberví entienden les corresponde, no sólo por haber sido precandidatos, sino también por los años en el partido y por la inversión hecha en la campaña interna.
Se afirma que de Camps aspira a la presidencia del partido que ahora está revalorada ya que el PRD debe recibir este año más de 4 millones de pesos mensuales y en el 2000 serán casi 9, como fruto de la ley de financiamiento a los partidos. El manejo de ese dinero da oportunidad de implementar un sistema de repartición interna para crear nuevos adherentes agradecidos.
De Fello Suberví se ha dicho que se transaría por la presidencia de la Cámara de Diputados. Y no han faltado quienes le atribuyen haber pedido una cuota de ministerios en el tentativo gobierno.
De camps defendió públicamente el sistema de repartición, al decir que fue la salida en los procesos internos desde los comicios de 1978. No le falta cierta razón, aunque las circunstancias fueron diferentes. En la convención de 1977, al perder de Antonio Guzmán, Salvador Jorge Blanco consiguió un cuarenta por ciento de la votación en una convención polarizada. El presidente del partido, Secundino Gil Morales, quien era del grupo Guzmán no objetó dejar el puesto para que eligieran al precandidato derrotado, que además fue compensado con la candidatura a senador del DN.
En 1981, cuando Jorge Blanco le gana a Jacobo Majluta, vuelve a haber polarización. Este consigue el 39 por ciento de los votos y en el pataleo le ofrecen la presidencia del PRD y la candidatura a senador, que al igual que con Jorge Blanco, de ganar (como ocurrió) casi garantizaba la presidencia del Senado, lo que también sucedió.
En esta ocasión es el propio candidato presidencial electo (Jorge Blanco) quien deja la presidencia del partido para compensar a Majluta.
Las diferencias: en ambas ocasiones la presidencia del PRD tenía un poder más relativo que ahora, puesto que estaba de por medio en la secretaría general José Francisco Peña Gómez. Ahora quien tendría que renunciar a presidir el partido para compensar a otro no es uno de los ganadores de la nominación presidencial, sino Enmanuel Esquea, quien ha sabido mantenerse independiente y en defensa de los principios y los estatutos del partido. Y este ha adelantado que no está en eso. Una salida que parezca destitución tendría también su costo político. Ahora no hay polarización y las encuestas otorgan muy baja intención de votos a los contestatarios. Antes la repartición fue a posteriori, ahora se quiere con anticipación a la convención.
Por demás ese sistema de repartición en el PRD no ha dado resultados positivos y ha incentivado el chantaje que ahora se verifica. En el se fundó la división interna y la incoherencia en el poder. También ha privado a los militantes del partido de la posibilidad de elegir sus líderes democráticamente. Aunque debe reconocerse que salvó la unidad momentáneamente para garantizar los dos triunfos electorales consecutivos del partido blanco.
Esa convicción es la que podría determinar que la repartición se repita de nuevo. Algún grado de distribución de poder, con respeto a los principios y cierta elegancia es justificable en la política. Toda la vida es un juego de compensaciones y la política no lo es menos. Pero el problema es que la gente está mostrando cierto consancio no sólo de las ambiciones desenfrenadas y las peleas al borde del abismo entre los perredeistas, sino también de la falta de democracia interna. Si hallan una fórmula que permita una renovación de la dirigencia del partido, aunque la difieran para después de los comicios, podría justificarse una nueva repartición en aras de mantener la precaria unidad. Pero mientras tanto, los perredeistas siguen trabajando para su autoderrota.-