Por Juan Bolívar Díaz
Para salir airoso de su actual confrontación con las otras dos grandes organizaciones políticas y el gobierno, el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) tendría que controlar las ambiciones y luchas internas que tantas energías le consumen, lo que resultará casi imposible ahora que no cuenta con un gran árbitro ni un liderazgo unificado.
La observación de lo ocurrido en la política dominicana en las últimas semanas, especialmente a partir del encuentro de los doctores Leonel Fernández y Joaquín Balaguer el 14 de julio, revela una concertación para frenar y revocar el auge y la fortaleza mostrada
por el partido blanco en las elecciones de mayo pasado.
Aunque a un elevado costo, que incluye haber hecho más remotas las posibilidades de una concertación en aras de las reformas y la estabilidad política, los estrategas oficialistas y Balaguer ya lograron un primer desprendimiento perredeísta, con el grupo de Rafael Peguero Méndez, quien irónicamente pretende reivindicar el “peñagomismo”.
Partido contradictorio
La votación obtenida por el PRD en los últimos tres procesos electorales, no tiene precedentes en la historia nacional. Muestran la organización política más consistente en mantener un respaldo mayoritario desde posiciones democráticas y fuera del poder, a pesar de las sistemáticas garatas por el predominio interno, especialmente a la hora de escoger candidatos.
Las divergencias internas, los fraccionamientos y divisiones acompañan al PRD desde su fundación en 1939 y han amenazado su unidad interna en cada proceso de escogencia de candidatos, cuando no por el presidencial, por el vicepresidencial, como en 1962, cuando tuvo que repetir la convención nacional para sustituir a Buenaventura Sánchez Felix por Segundo Armando González Tamayo.
Incluso en las tres ocasiones en que el PRD ha obtenido el poder, siempre por elecciones libres, su unidad interna ha sido sarandeada sistemáticamente, como si la garata y las divergencias fraccionalistas fueran consubstanciales a la naturaleza democrática del partido. O como si el ejercicio democrático fuera sinónimo de disociación para las mayorías nacionales.
El que el PRD no sufriera rupturas irreparables en su largo proceso de confrontación interna puede ser atribuído al hecho de que siempre tuvo un gran líder, primero Juan Bosch y luego José Francisco Peña Gómez, que encarnaba las ilusiones y lograba arbitrar las diferencias en los momentos más álgidos. Precisamente lo que le falta en la actual coyuntura.
Problema de cultura
Para estudiosos de la sociedad dominicana, el éxito del PRD radica en que encarna las virtudes y defectos de la misma. Ha sido su estructura política más abierta y democrática, más vinculada con el sentimiento popular, que incluye una cultura de escasos ribetes democráticos.
La ausencia de prácticas democráticas se percibe en todos los sectores,. No sólo en la política. Y se manifiesta en prácticas caudillistas, paternalistas y centralizadoras, o en “garata con puño”, cuando no hay un caudillo que imponga su mano férrea. Las divisiones que han afectado al sindicalismo, el partidarismo de todos los signos ideológicos, las organizaciones profesionales y sociales y hasta las empresariales, son indicadoras. En estos días todavía las múltiples entidades empresariales no se ponen de acuerdo sobre los niveles a que deben ir los aranceles y se afirma que persisten entre tres y cuatro posiciones.
Como hemos sido una sociedad dominada y escasamente participativa, no estamos acostumbrados a la competencia libre, como normas igualitarias. Casi siempre algunos de los competidores trata de alterar en su beneficio las reglas del juego. Y cuando las mismas prevalecen, los perededores no quieren aceptar uno de los riesgos de toda competencia, que es perder. Entonces se plantean el arrebato.
Fue justamente lo ocurrido con Peguero Méndez cuando trató de ser repostulado a la presidencia de los diputados. Aceptó las reglas y compitió. Cuando perdió 51 a 29 alegó que lo habian despojado y arrebató, aunque para ello tuviera que valerse de la fuerza de otros, especialmente del que encarna el poder, con prácticas bien distanciadas del ejercicio democrático y hasta de la ética, aunque ahora se diga que este ingrediente no es propio de la política.
Opción coincidente
Probablemente Peguero Méndez no hubiese llegado muy lejos por sus propios pies, si su arrebato individual no jhubiese coincidido con el interés del PLD y su gobierno y del PRSC de meterle un Caballo de Troya al perredeismo, no tanto para quitarle ahora el control de una de las cámaras, como para incentivar las confrontaciones internas que pueden debilitarlo a corto plazo.
De hecho la forma en que los perredeistas manejaron la disensión de Peguero dejó un reguero de dudas y malquerencias, en las que estuvieron involucradas figuras como el secretario general Hatuey de Camps, el presidente Enmanuel Esquea y hasta la viuda y algunos de los hijos de José Fraincisco Peña Gómez.
Hay quienes cuestionan si Peggy Cabral, de Camps o Esquea fueron acertados en el manejo de la crisis o si contribuyeron a que se desarrollara, no poniendole remedios a tiempo, o dedicándole la atención que mereceía. Es claro que la multiplicidad de voceros y el protagonismo por el liderazgo y la próxima candidatura presidencial perredeista contribuyeron al fraccionamiento e incentivaron la incursión externa, especialmente del gobierno.
Cinco precandidatos
Resultará muy difícil que el PRD pueda salir airoso de la prueba de elegir entre cinco precandidatos presidenciales, al mismo tiempo que de la confrontacón con el PLD y su gobierno y con el PRSC. Más aún si otros cuatro perredeistas se disputan la secretaría general de la Liga Municipal Dominicana, desde medio año antes que se produzca esta elección.
La misma competencia por la candidatura presidencial será una batalla muy larga. Algunos de los cinco aspirantes llevan ya meses creando grupos y gastando recursos que al final harán difícil anteponer los intereses partidarios a los grupales. Rafael Suberví, Hipólito Mejía, Milagros Ortiz, Hatuey de Camps y Rafael Abinader pondrán en peligro la unidad de su partido con una competencia de por lo menos seis meses, si la escogencia termina siendo en febrero, como se anuncia. En el pasado, las garatas y alegatos han obligado hasta a dos y tres aplazamientos.
Algunos de esos precandidatos ya gastan sumas respetables en el mantenimiento de amplios aparatos de activistas, en propaganda y dádivas. Incluso los hay que ya incursionan en los medios de comunicación. Por lo menos hay cuñas en la radio. No aprendieron la experiencia de la última elección de candidato a síndico por el DN, cuya campaña interna duró más de medio año y si no está Peña Gómez de por medio, casi origina una división.
Las dificultades de toda competencia en el PRD son tan graves, que llevan varios meses tratando de establecer las normas, entre las cuales se cuenta, por mandato estatutario, que los que tienen cargos ejecutivos tomen una licencia cuando se vayan a dedicar a su promoción personal en busca de una postulación, lo que aún no ha ocurrido.Esta semana se dijo que daban los toques finales a la normativa, pero ya el interés grupal empieza a desbordarse, y los precandidatos a lanzarse zancadillas públicas.
¿Quién arbitrará?
Si teniendo un lider como Peña Gómez fue tan difícil el arbitraje de las elecciones de candidatos en el pasado perredeísta, ahora parece que el riesgo será mayor. Y se teme que Esquea y Tony Raful no acumulen aún el ascendiente necesario para jugar airosamente el papel.
Quien parecía más llamado a realizar el papel de árbitro en el actual proceso perredeista era Hatuey de Camps, dadas sus agallas, habilidades, don de mando y esperiencias, con lo cual pudo haberse consagrado como el líder emergente. Pero prefirió lanzarse a la persecución de la candidatura presidencial, aún cuando para ganar tenga que remontar por lo menos las ventajas que las encuestas atribuyen a Hipólito Mejía y Milagros Ortiz Bosch, arrastrando una tasa de rechazo en las encuestas, desproporcionada con sus méritos políticos.
Fue así que en medio de la confrointación con el gobierno por la acción legislativa de finales del período que vencio el 16 de agosto, y a tres días del tropiezo en la elección del presidente de los diputados, de Camps aparecía en los periódicos dando manos en los barrios populares. Su mira no estaba en la unidad del PRD que se disputaba en esos días, sino en una candidatura a decidirse en 6 o 7 meses para una elección distante entonces 21 meses.
De Camps aduce que no seguirá el “mal ejemplo” de Peña Gómez que “tardó” tanto en lanzar su candidatura presidencial y al final no consiguió llegar a la meta. Olvida que el recién fallecido dirigente pudo edificar un liderazgo en base a la paciencia, pues de haberse postulado a la primera oportunidad, tras la huida de Bosch, obviamente que no hubiese desplazado a Balaguer. No sólo lo hizo bien en 1974, sino también en 1978, es decir dos veces, por lo menos. A de Camps no se le podía pedir tres sacrificios como hizo aquel, pero tal vez su oportunidad era ahora consolidar un liderazgo, contribuir a la unidad en el delicado tránsito post-Peña Gómez y contribuir decisivamente a llevar su partido al poder.
Por de pronto, ya han asomado las contradicciones públicas, con presiones sobre el síndico Johnny Ventura, acusaciones a Peggy Cabral, arrebato de José del Carmen Marcano acusando a la comisión política de mafiosa, críticas de Hipólito Mejía a Ortiz Bosch, y disensiones sobre el manejo de la crisis desatada por Peguero Méndez, que han incluído cuestionamientos al presidente Enmanuel Esquea.
El PRD necesitará demasiado suerte para salir airoso de la prueba de la confrontación externa, con el PRSC, PLD y el gobierno, y de las ambiciones, pasiones y luchas internas, con tan múltiples intereses en juego.