Por Juan Bolívar Díaz
Numerosos factores parecen indicar que para los comicios del próximo año el tripartidismo saldrá fortalecido y cada agrupamiento político tendrá que valerse de su propia fuerza, ya que será muy difícil que se repitan las circunstancias de 1996 en las que una artificial alianza “desinteresada” logró imponerse en una segunda vuelta electoral.
La naturaleza política y el instinto de supervivencia lleva a los reformistas a alejarse del partido de gobierno, lo que junto a otros factores haría más difícil un nuevo pacto, sin descartar que sea con sus tradicionales contrincantes del Partido Revolucionario Dominicano (PRD).
Para la democracia dominicana, sin embargo, lo más favorable podría ser que sean los electores quienes escogieran entre las dos fuerzas más votadas en los comicios del 16 de mayo, en caso de que ninguna logre obtener la mayoría absoluta de los votos.
Mayoría verdadera
El orígen de la doble vuelta, proveniente de Europa, especialmente de Francia, tiene como motivación el lograr que se constituyen gobiernos con una base de apoyo mayoritario, sobre la cual levantar sólidas gerencias gubernamentales. Se busca evitar que un gobierno fruto de minorías se imponga sobre la mayoría o quede debilitado tan pronto inicia su gestión.
En el país la idea de la doble vuelta tuvo un sello antibalaguerista. Se desarrolló a partir de 1990 cuando Balaguer se mantuvo en el poder apenas con el 35 por ciento de los votos válidos en uno de los comicios que registra mayor abstención en la historia nacional. En 1986 se había impuesto con el 41 por ciento.
En la doble vuelta tradicionalmente se ha dejado a los electores cuyas opciones quedan descalificadas en la primera votación que escojan o se abstengan según su conciencia en la segunda. O uno de los partidos descalificados ofrece su apoyo para constituir un gobierno de unidad, como consecuencia de una alianza electoral.
En 1996 no hubo una ni la otra cosa. En la primera prueba de la doble vuelta dominicana se dio el absurdo de que la minoría eliminada en la primera vuelta fue la que decidió, sin prestarle un apoyo al gobierno surgido de las urnas, dejando inmediatamente en evidencia su debilidad.
La circunstancia de que las elecciones presidenciales no conllevaron renovación del Congreso, como comenzó a regir precisamente a partir de 1996, dejó en mayor manifiesto la condición minoritaria del gobierno, lo que se ha reflejado a lo largo del período en enfrentamientos de poderes que han consumido muchas energías de los gobernantes.
De haber mediado una alianza para gobernar, el Partido Reformista Social Cristiano (PRSC) y el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) habrían sumado sus fuerzas en la vida nacional y en el Congreso para imponer un proyecto de gobierno con todas sus consecuencias.
Pero es obvio que al doctor Joaquín Balaguer no le interesaba eso, sino mantenerse como árbitro de la política nacional, para lo cual le convenía declararse independiente del gobierno que él mismo había decidido en la votación del 30 de junio de 1996. De esa forma lo dejaba tan débil que dependería de su gracia. A él le tocaba administrarle el oxígeno político necesario para sobrevivir, pero no para que se constituyera en una opción autónoma que desplazara a su propio partido. De esa forma quedaba abierto un eventual retorno del caudillo al primer plano electoral.
Coyuntura excepcional
El estreno de la doble vuelta en 1996 se dio en una coyuntura excepcional. Como resultado del traumático fraude electoral de 1994, el período de gobierno quedó cortado a la mitad en una transacción política y Balaguer se veía constitucional ente imposibilitado de repostularse a la presidencia.
Dada su condición de caudillo indiscutido del PRSC, Balaguer pudo llegar al extremo de traicionar al candidato que su propio partido había postulado, pactando desde la primera vuelta con los peledeistas, garantizándose así que no emergiera una nueva figura fuerte en sus propias filas, y seguir siendo el centro del poder. Emocionalmente los seguidores de Balaguer estaban prestos para cobrar al PRD el atrevimiento de haberle “quitado” la mitad del período y obligado a su caudillo a un retiro por lo menos temporal.
Otro factor que operó en beneficio de la estrategia balaguerista fue el temor de una parte fundamental de sus más cercanos colaboradores de que los perredeistas retaliaran las persecuciones judiciales de que fue víctima el ex-presidente Salvador Jorge Blanco y algunos de los suyos, precisamente a manos de los reformistas, tras la sucesión presidencial de 1986.
Sobre esas condiciones subjetivas se edificó el llamado Frente Patriótico. Cuatro años después el temor de los reformistas a los perredeistas se ha disipado en la “confraternidad e igualdad política” impuestas por el Frente Patriótico y en las contradicciones derivadas de su naturaleza como pacto “desinteresado”.
Esta vez si Balaguer no es candidato será porque no lo quiere y las contradicciones son más visibles por razones de supervivencia política entre el PLD y el PRSC. Ellos luchan por un mismo espacio de competencia frente al PRD que ha logrado conservar su fuerza política y que no solo la ratificó, sino hasta la incrementó en los comicios de 1998, inmediatamente después de la desaparición de su líder José Francisco Peña Gómez. Aún en el caso de que auspiciara a otro candidato, esta vez el caudillo reformista no podría repetir la traición y tendría que jugar a enfrentar el gobierno durante largos meses para tratar de desplazarlo del segundo lugar y así poder aspirar a la victoria en una segunda vuelta. Ese enfrentamiento ya ha comenzado y ahora mismo los reformistas lucen más opositores que los propios perredeistas.
Por demás, Balaguer no estará en la presidencia de la nación, usufructuando el presupuesto nacional en términos políticos, convertido en dador y quitador de dignidades a propios y extraños, por lo que un nuevo pacto suyo al margen de la voluntad de su partido tendría menores efectos.
Cuando pasen 8 o 10 meses de enfrentamientos políticos, será muy difícil que en las seis semanas que distan entre primera y segunda vuelta se disipen los enconos, que haya una negociación exitosa entre los dos contrincantes y sobre todo que las bases del derrotado puedan asimilar la nueva situación y darle su voto en proporción mayoritaria. En tal circunstancia lo que se espera es una alta abstención. Las encuestas de los últimos meses han mostrado que una gran mayoría de los reformistas dicen que no votarían nuevamente por un candidato del PLD. Una mayor proporción ha favorecido una alianza PRSC-PRD.
Falta Peña Gómez
El ingrediente básico que hizo posible el fenómeno del desinteresado frente electoral de 1996 fue la presencia en la boleta perredeista de su líder Peña Gómez. El mostró su fortaleza extraordinaria en los comicios de 1994 que hubiese ganado cómodamente de no haber mediado el fraude que los ensombrecieron. Por esa fortaleza fue que peledeistas y reformistas pactaron para elevar al 50 por ciento el porcentaje para ganar la presidencia.
Si bien Peña Gómez tenía casi la mitad de los votos, la otra mitad le era hostil hasta la saciedad. Convergían una multiplicidad de factores, su condición de negro, en un país que no se ha liberado de prejuicios raciales pese a su diversidad, y su ascendencia haitiana. Pero también la circunstancia de que él había sido el más acérrimo antibalaguerista, por un lado, y el gran contradictor de los peledeistas por el otro. Juan Bosch y Joaquín Balaguer se unieron transitoriamente en el Frente Patriótico movidos por sus enconos políticos con el líder perredeista.
Hipólito Mejía es racialmente la antítesis de Peña Gómez. Un blanco cibaeño y no encarna un liderazgo redentorista como el de Peña Gómez que infundía inseguridad y temores en sectores conservadores de todos los frentes, políticos, empresariales, religiosos.
Por demás el PRD no está jugando al antireformismo ni al antibalaguerismo, como consecuencia de la experiencia de 1996. Incluso en su seno hay sectores que no descartan su conformidad con un Frente al revés, ahora PRD-PRSC, aunque resultare tan antinatural y eufemístico como el que decidió el poder en 1996. Las cuatro visitas del candidato presidencial perredeista a Joaquín Balaguer en los primeros dos meses luego de su elección, no dejan lugar a dudas de que será cuesta arriba repetir el Frente Patriótico.
Por el momento luce más factible un acuerdo PRD-PRSC, porque con el mismo Balaguer completaría su “reivindicación política”, doblegando a todos sus contrincantes. Aunque con la fuerza política del PRD y su mayoría en las cámaras legislativas y los municipios, no dependería del balaguerismo para gobernar, lo que resta viabilidad a esa opción.
Las circunstancias política apuntan a que los tres partidos mayoritarios jugarán con sus propias fuerzas en la primera vuelta, a diferencia de la experiencia anterior. Y si hay segunda vuelta, se impondrá una real alianza para gobernar y repartirse el poder. Pero más probabilidad tiene el camino de los comicios congresionales y municipales de 1998, cuando cada fuerza política tuvo que rascarse con sus propias uñas.-