Los dominico-americanos defienden su decisiva importancia para el país

Por Juan Bolívar Díaz

            Para todos cuantos participaron en la Conferencia Nacional “Dominicanos 2000, Construyendo Nuestra Agenda Nacional”, del 24 al 27 de febrero en la ciudad de Nueva York, quedó claro que con ella estaba tomando cuerpo un nuevo liderazgo de la comunidad dominicana en los Estados Unidos.

            Con asombroso realismo, ese nuevo liderazgo, integrado por la descendencia de la gran emigración dominicana a Estados Unidos que se inició en los años sesenta, se propone desarrollar sus potencialidades para influir en las políticas norteamericanas y dominicanas, partiendo de la convicción de que la gran mayoría de ellos y ellas vivirá allí, sino para siempre, al menos por gran parte de sus vidas.

            La Conferencia señaló rumbos de acción e insistió en reclamar el reconocimiento de que la dominicanidad se ha dispersado en varias direcciones, pariendo especialmente los domínico-americanos y domínico-haitianos, ambos consecuencia de los fuertes procesos migratorios generados por razones socio-económicas.

Un parto de dos años

            Un notable grupo de 18 jóvenes trabajó durante los últimos dos años para gestar el gran encuentro de la comunidad dominicana de los Estados Unidos. Y el triunfo fue clamoroso. Durante 4 días lograron reunir a representantes de grupos dominicanos e individuos provenientes de unos 17 estados norteamericanos, desde Alaska (donde dicen que hay 5 mil dominicanos) hasta California y Florida.

            Más de mil se registraron y al menos 800 fueron participantes permanentes en las actividades deliberativas y culturales que tuvieron por sede al City College de Nueva Yorka, al amparo de su Instituto de Estudios Dominicanos y de la Unión de Jóvenes Dominicanos. Unas 150 trabajaron como voluntarios durante semanas y meses en la organización del evento.

            Los jóvenes se hicieron acompañar por representantes de diversas instituciones comunitarias y sociales de Nueva York, por el Embajador dominicano en Estados Unidos Roberto Saladín, la exembajadora ante la ONU Cristina Aguiar, y dirigentes dominicanos incertados en la política norteamericana, o en la judicatura, como el magistrado del Distrito de Columbia, Juan López. De Santo Domingo invitaron al alcalde Johnny Ventura, al Rector de la Universidad Autónoma, Miguel Rosado, y a un puñado de intelectuales.

            Fue obvio que autoridades y medios de comunicación newyorkinos reconocieron a Dominicanos 2000. La prueba más contundente de su importancia estuvo en la presencia y discurso en la jornada final de la primera dama norteamericana y aspirante a la senaduría por Nueva York, Hillary Clinton, aunque ésta ya había tenido un encuentro con la comunidad dominicanas dos semanas antes en el sector de Washington Heights.

            A pocos extrañó la ausencia en el ambiente de la Conferencia del Consulado Dominicano en Nueva York y de algunas representaciones políticas poco acostumbradas a no estar presentes en los escenarios que no pueden controlar de antemano, y con dificultades para consultar y escuchar diversidad de visiones.

            En cambio fue notable que el evento estuvo libre de las pasiones y el sectarismo que la política dominicana ha impuesto en las organizaciones y representaciones de la diáspora dominicana en los Estados Unidos, particularmente en la ciudad de Nueva York. La concurrencia fue plural y mostró una gran vocación por la diversidad.

Una nueva generación

            Presenciando el vigor y entusiasmo de los nuevos dirigentes, había que preguntar quiénes son y de donde vienen. Idanis Rodríguez, Daisy Domínguez, Julissa Reynoso, Yrthya Dinzey, Juan Villar, Wellington Bencosme, Diana Cabral, Junot Díaz Marisol Alcántara, Carlos Rodríguez, Ana Lucía Aparicio, Denny Pichardo, Carmen Fortunato, Junot Díaz, Antonio Vásquez y muchos más tienen muchas cosas en común, pero resalta una: son la primera descendencia en territorio norteamericano de la gran emigración dominicana que comenzó tras el ajusticiamiento de Trujillo en 1961 y que se incrementó después de la intervención militar de 1965.

            Se trata de jóvenes entre 20 y 30 años, que llegaron niños, empujados por la pobreza dominicana y sus pocas oportunidades de desarrollo, o nacieron allí. Han alcanzado altos niveles educativos. Muchos son egresados de prestigiosas universidades, o estudian en ellas, otros ya han descollado en actividades académicas, artísticas o como escritores.

Han sido estimulados por el grupo de profesionales que encabeza el intelectual Silvio Torres Saillant en el Instituto de Estudios Dominicanos de la Universidad de Nueva York. Otro vivero ha sido la secundaria Gregorio Luperón y sus jóvenes maestros dominicanos.

            “Llegamos, estamos aquí y probablemente para quedarnos” parece ser una convicción generalizada entre ellos y los miles que les acompañan en sus diversos escenarios y actividades. En el curso de la Conferencia se hizo público un estimado de que sólo en el Estado de Nueva York hay 16 mil dominicanos cursando carreras universitarias. Una parte sigue unida umbilicalmente con la isla, pero la mayoría, pese a reclamarse dominicanos, están conscientes de que sus vidas transcurrirán en su nueva tierra, sino definitivamente, al menos en su mayor parte.

            Si las precariedades nacionales siguen empujando a decenas de miles por año hacia el exterior, incluyendo a millares de profesionales, es ilógico pensar que la gran mayoría de los profesionales que se forman en el exterior, con sus padres viviendo allí, van a venir a establecerse al país de origen.

Y si están y estarán allí, tienen que “empoderarse”, hacerse reconocer, ampliar sus derechos y trabajar por la defensa de su comunidad local y por el lar nativo. Para que a los nuevos inmigrantes no les resulte tan difícil abrirse campo, como les fue a ellos y sus padres.

Pero esa generación sigue siendo dominicana, Vibran con la nación y sus símbolos. La llevan en el alma, en la cultura y en la sangre. Cuando hablan de construir “nuestra agenda nacional”, están pensando en los dominicanos de allá y en los de acá. La ambivalencia se manifestaba durante la conferencia en el hecho de que se hablaba lo mismo en inglés que en español, sin que nadie se preocupara por traducción.

Identidad nacional

            Este nuevo liderazgo ha asumido que la República Dominicana hoy es una nación con nuevas extensiones. Se desprende de los discursos y ponencias como en las conversaciones. Más de un millón de dominicanos y dominicanas han emigrado a Estados Unidos, Puerto Rico, España, Venezuela. Se los encuentra en toda Europa, en América del Sur, en toda Centroamérica y el Caribe. En Alaska, Taiwán, Japón y hasta en el Golfo Pérsico.

            Pese a haber sido expulsados por la pobreza nacional, son hoy contribuyentes fundamentales de la estabilidad económica dominicana, con casi 2 mil millones de dólares enviados en 1998 y 2 mil 100 en 1999, aproximadamente un 90 por ciento de las divisas que aportó la gran industria turística nacional en esos mismos años, y mucho más del doble de las exportaciones, excluyendo las de zonas francas.

Si algo quedó claro que esa nueva generación no quiere, es que los sigan viendo como carne explotación, para el envío de divisas, o para que los exploten con tarifas abusivas en los consulados. Tampoco para ser exprimidos cuando vienen de visita al país. Pese a todo lo cual se sienten discriminados, recibidos como ciudadanos de segunda “dominican- yorks”, sospechosos de narcotraficantes o falsamente responsables del auge de la delincuencia en el país.

Ante reclamos de opinión pública, el año pasado la Policía dio una lista de 102 deportados de Estados Unidos que luego fueron procesados aquí por diversas actividades criminales, en cinco años. Apenas un promedio de 20 por año. Mientras sólo en el Distrito Nacional los procesos criminales fueron más de 3 mil durante 1999.

Fueron numerosos los pronunciamientos en la conferencia abogando porque los dominicanos se reconozcan plenamente como lo que son, en primer lugar una nación mayoritariamente de negros y mulatos. Varios oradores confesaron que habían descubierto que no eran blancos al llegar a Estados Unidos.

Ese reconocimiento tendría que extenderse a la realidad de que hay una extensión de la dominicanidad fuera, particularmente en Estados Unidos, con sus propias características. Como hay otra dominicanidad dentro del país, con la mezcla de haitianos y dominicanos fruto por igual de movimientos migratorios, en gran proporción ilegal pero humanamente legítimos y reales.

            Se denunció la discriminación a los haitianos como perniciosa y con repercusiones en la discriminación a los dominicanos en la extensión extraterritorial.

            Por encima de sus quejas, que las tienen los jóvenes reunidos en la Conferencia de Dominicanos 2000 demostraron un gran amor a la patria, con nuevas visiones del patriotismo, y un gran deseo de contribuir al bienestar de sus compatriotas. Están convencidos de que “empoderándose” en su realidad norteamericana contribuirán a mejorar la suerte de la isla, desde las perspectivas del desarrollo educativo, democrático y económico. –