La candidatura de Balaguer recompone las fuerzas electorales

Por Juan Bolívar Díaz

            Al iniciarse formalmente la campaña para los comicios presidenciales con la proclama de la Junta Central Electoral, a 120 días de la consulta, el lanzamiento de la candidatura del ex-presidente Joaquín Balaguer abre nuevas expectativas y en lo inmediato torna más agreste el camino para el ascenso del candidato oficialista Danilo Medina.

           Más allá del mito es un acontecimiento de dimensiones internacionales que un hombre por cumplir 94 años, ciego desde hace más de dos décadas y casi paralizado físicamente, opte por la presidencia de una nación con más de la mitad de su población por debajo de los 30 años.

            Hay numerosas interpretaciones sobre las razones que han llevado a este caudillo político a lanzarse en una carrera que tiene mucho de aventura e inmolación, y que podría concluir con una derrota electoral desproporcionada al éxito que ha marcado una actividad política de más de siete décadas, aunque su objetivo pudiera ser exclusivamente mantenerse como supremo árbitro político nacional.

Genio y figura

            Genio y figura hasta la sepultura, Joaquín Balaguer reafirmó su maestría en el arte de crear expectativas e incertidumbres, dando diversas señales, para al final ratificar su condición de animal esencialmente político, sin ninguna otra actividad que le apasione, como ninguna otra figura de la historia nacional.

            Dos semanas antes de la Asamblea de su Partido Reformista Social Cristiano (PRSC), había cundido el pánico entre sus seguidores más cercanos. El hombre había dado a entender que no estaba en condiciones de salud para asumir la candidatura presidencial. A ello se atribuye la decisión que adoptó Jacinto Peynado, en la primera semana de enero, de inscribirse como precandidato presidencial, para el caso de que se produjera la declinación del líder.

            Cuando vino a producirse ese registro, el día 11, ya Balaguer había cambiado la seña, y con una jugada de bateo y corrido llenó de entusiasmo a sus seguidores y reavivó el mito hasta el punto de que ya hay quienes esperan una nueva resurrección política, como la de 1966 o la de veinte años después, ocasiones en que se le había dado por muerto político.

            El problema es que ahora lo que lo asecha no es la muerte política, sino la física, y que han pasado 14 años de su último retorno, en circunstancias bien diferentes, teniendo que reunir ahora más de la mitad de los votos para retornar a su adorada “silla de alfileres”. En 1986, Balaguer volvió al poder con el 41 por ciento de los sufragios. Se mantuvo en el 1990 con el 35 por ciento en elecciones cuestionadas, y en 1994 alcanzó el 43 por ciento en medio de las denuncias del más obvio fraude electoral contemporáneo.

            Si para esas tres ocasiones hubiese existido la condición de la mayoría absoluta para acceder a la presidencia, probablemente el récord del líder reformista no sería tan impresionante.

            Proclamada su candidatura presidencial en medio del alborozo y la fe recrecida de sus partidarios, habrá que esperar ahora para analizar los contenidos de su campaña electoral. En su discurso de aceptación del sábado 15 de enero dijo que no presentará programa de gobierno, porque este ya es conocido por los electores. Sus posibilidades de movilización son escasas. Durante el año recién concluido apenas salió de su residencia en tres oportunidades para asistir a actividades necrológicas.

            Sus íntimos admiten que el doctor Balaguer tiene dificultades para mantenerse parado más allá de algunos minutos y hasta que sufre escozores en la piel por el prolongado tiempo que pasa recostado en un sillón reclinable o en su cama.

            Numerosos dirigentes reformistas convienen en que sus posibilidades de volver al poder son muy remotas, dadas sus condiciones físicas y las circunstancias de la competencia, y aún después de su proclamación quedan quienes mantienen dudas sobre si se someterá al veredicto de las urnas el 16 de mayo, o negociará desde antes de la primera ronda, como hizo en 1996, sacrificando entonces al candidato de su partido, Jacinto Peynado.

El gran árbitro

            Muchos analistas y hasta dirigentes reformistas convienen en que Balaguer mantiene suficientemente su característica lucidez como para estar consciente del riesgo que corre con su postulación y de lo difícil que le resultará la competencia. Sin embargo, hasta entre sus críticos se encuentran cultores del mito balaguerista. Aunque también hay quienes creen que el primero y más fiel creyente de ese mito es él mismo y por ello podría resultar autoengañado y concluir su carrera de mala manera, aunque no con el 13 por ciento con que concluyó su otrora rival el profesor Juan Bosch en los comicios de 1994.

            En el país, empero, parece predominar el criterio de que el objetivo del viejo caudillo es, en primera y última instancia, mantenerse como árbitro supremo de la política nacional. Ello le insufla vida y entretenimiento a un hombre que no cultivó hijos y perdió definitivamente a la madre y hermanas, receptáculos exclusivos de sus afectos. Con los dirigentes y candidatos de los dos partidos mayoritarios compitiendo a cuál corteje más y mejor al ex-mandatario, es razonable que éste se haya sentido incentivado a seguir en el papel de árbitro supremo que juega desde 1996.

            El anciano político estaría disfrutando sus últimas jugadas, convertido por un lado en “padre de la democracia” hasta por una parte de los que fueron víctimas de sus artes poco democráticas, y por otro lado protagonizando la balaguerización de la política nacional, después de haber impuesto un pragmatismo salvaje, en el que gran parte del liderazgo político estudia sus métodos y trata de reproducirlos.

            En esa perspectiva Balaguer puede contemplar la negociación con cualquiera de los dos alternativas a sus propias fuerzas, que es lo mismo que decir con la que más le convenga, porque le ofrezca mayores garantías de éxito más que de recompensa para él o los suyos.

               Por el momento, según las encuestas y la recepción tributada en la asamblea a los representantes peledeistas y perredeistas, las mayorías reformistas parecen privilegiar las negociaciones con Hipólito Mejía. En tal caso, el caudillo podría presumir haber doblegado a todos sus contrincantes.

Pero Joaquín Balaguer no es hombre que se deja emocionar fácilmente. De ahí la reunión de desagravio al PLD por el abucheo del sábado, sostenida al día siguiente con José Tomás Pérez y Miguel Cocco. Aun cuando la propuesta del secretario general hace dos semanas de la fórmula Danilo Medina/Jacinto Peynado, y la afirmación de Norge Botello de que Balaguer estaba descartado por los Estados Unidos, habían enrarecido las relaciones entre los socios del Frente Patriótico.

A doble vuelta

            La candidatura de Joaquín Balaguer ha tenido el efecto inmediato de impulsar la competencia electoral a la vez que el debate acerca de si beneficia más a Danilo Medina o a Hipólito Mejía. Por de pronto parece haber consenso en que eleva las posibilidades de que la presidencia de la nación tenga que dirimirse en doble ronda de votaciones, al recoger parte de los votantes reformistas que se habían aproximado a uno y otro competidor, lo que en consecuencia reduce las posibilidades de que uno de estos pase la barrera del 50 por ciento.

            También hay consenso en que con Balaguer en la competencia, se pone más difícil ahora la reedición del Frente Patriótico, ya no sólo por las preferencias de las bases reformistas, sino también porque tendrá que hacer campaña intensa a costa del PLD y su candidatura, confrontando al gobierno, si quiere mantener expectativas de pasar a la segunda ronda.

            Balaguer reduce el espacio de expansión de Medina y el PLD, y recoge parte de los electores que le prestó en 1996 y por lo menos neutraliza a los dirigentes, militantes y contribuyentes que tornaron en moradas sus vestiduras coloradas. Como estos dos partidos compiten por los mismos segmentos electorales, la competencia sería fuerte entre ellos. Si al final el PLD se impone, el resentimiento de los reformistas tendería a impulsarlos al voto blanco o por lo menos a la abstención, que beneficiaría también a Mejía.

            Hay quienes creen que las posibilidades del pacto entre esas dos fuerzas serían mayores si quien pasa a la segunda ronda es Balaguer, puesto que el sentimiento anti-perredeista que ahora le falta a las bases coloradas le sobre a las moradas. Aunque habría que ver el porcentaje de votantes peledeistas que sufragarían por Balaguer, más allá de los 13 mil miembros y de los circulistas y simpatizantes de primera línea. Sobre todo en la eventualidad de una derrota terrible para el partido gobernante, como sería el descarte en una primera votación.

            A los cuadros altos y medios de la dirección reformista no escapa que las posibilidades de supervivencia y recuperación de su partido, especialmente después que concluya Balaguer, dependen de que pongan distancia del peledeismo que puede absolverlos, como ha ocurrido en parte con algunos segmentos en los últimos cuatro años.

            Desde luego, nadie puede descartar absolutamente que Balaguer pueda volver a presidir la nación. Aunque las perspectivas no apuntan en tal dirección. De ocurrir el mito s elevaría a la categoría de deidad. Pero por el momento se puede afirmar que el lanzamiento de su candidatura pone calor y encienda las pasiones de una campaña electoral que nacía incolora, inodora e insípida.-