Por Juan Bolívar Díaz
Con la elección de Hipólito Mejía y Danilo Medina como candidatos presidenciales de los partidos Revolucionario Dominicano (PRD) y de la Liberación Dominicana (PLD) se inicia la larga campaña electoral que ha de culminar en diez meses y medio con los comicios presidenciales del año 2000.
Las dos elecciones internas registraron avances democráticos importantes, habida cuenta de que ambos partidos agotan su período de transición del liderazgo persona de José Francisco Peña Gómez y Juan Bosch, lo que debería reflejarse en un fortalecimiento del proceso de institucionalización de la nación.
Ahora todas las miradas se posan sobre el tercer partido mayoritario, el Reformista Social Cristiano (PRSC), atrapado en la mitificación de su líder y caudillo, Joaquín Balaguer, empeñado en un nuevo intento de regreso al poder que ejerció durante casi un cuarto de siglo, ahora cuando casi le cae el nonagésimo tercer año de existencia.
La gran sorpresa.
La sorpresa política fue la celebración de la elección interna del PRD sin mayores escándalos ni fraccionamientos, después de dos aplazamientos y numerosas tensiones derivadas de la escasa tradición democrática dominicana.
La barrida lograda por el agrónomo Hipólito Mejía, al conseguir casi tres cuartos (74.3 por ciento) de los votos depositados, más el hecho de que más de 600 mil (la mitad aproximadamente) de los perredeistas empadronados acudiera a votar con orden y entusiasmo, opacaron los errores y omisiones en el listado del partido, y los arreglos poco institucionales entre los precandidatos.
Una vez más quedó demostrado que el pueblo dominicano puede regirse bajo prácticas democráticas y que las mayores dificultades se concentran en las ambiciones desenfrenadas de quienes ejercen el liderazgo. Los perredeistas se fueron de un solo lado, como previeron las encuestas y tal vez acentuaron la barrida como mecanismo para aplastar cualquier intento de arrebato.
Pese a ello, tuvieron que mediar compensaciones previas y a posteriori para que Hatuey de Camps, primero, y luego Rafael Suberví Bonilla aceptaran que los errores del padrón eran los normales, que no perjudicaban a un precandidato en particular y que eran insignificantes, dada la concentración de las simpatías en el ganador de la candidatura.
El último boletín informativo disponible en el PRD el jueves 24 de junio, con el 97.56 por ciento de los centros de votación computados, equivalentes a 5340, y faltando 133, arrojaba un total de 608 mil 276 votos, de los cuales 595 mil 637 fueron válidos. Hipólito Mejía acumulaba 442 mil 570, para un 74.30 por ciento; Rafael Suberví 82 mil 126, equivalentes al 13.78 por ciento; Milagros Ortiz Bosch 34 mil 559, con el 5.8 por ciento; Hatuey de Camps 28 mil 557 para 4.79 por ciento; y Rafael Abinader 7 mil 825 votos, equivalentes al 1.31 por ciento.
Esas cifras implicaban que votó el 49.5 por ciento del millón 260 mil empadronados, proporción similar a la que ejerció el sufragio en las elecciones congresionales y municipales del año pasado.
Más allá del feo pataleo de Suberví Bonilla, la sombra más significativa del proceso de elección perredeista ha sido la renuncia de su presidente Enmanuel Esquea Guerrero, quien obviamente no está dispuesto a esperar su destitución en la asamblea llamada a ratificar la candidatura presidencial, convocada en principio para el 11 de julio, ya que Hipólito Mejía se comprometió a respaldar a Hatuey de Camps en su ambición de asumir la presidencia del partido, en un arreglo fuera del marco estatutario.
Mejía, respaldado por muchos dirigentes, tuvo que hacer numerosas concesiones para evitar que le echaran un pelo o un camión de jabones al sancocho, como algunos habían amenazado. Una nota suelta en su composición sería dejar maltratado a Esquea Guerrero, cuya firmeza y apego a los mecanismos institucionales fueron claves para el éxito del proceso de votación interna.
Realismo político
En la elección del PLD no hubo sorpresa. La disciplina partidaria volvió a funcionar tanto en las asambleas eleccionarias como en la aceptación de los resultados, pese a que “los métodos” quedaron bastante relajados, fruto de la incursión del poder económico y político, representado en el precandidato que resultó ganador, el ingeniero químico y economista Danilo Medina.
En los últimos días de la campaña fue notable el desbordamiento de recursos y los amarres por parte de la maquinaria gubernamental, volcada en favor de Medina y el resultado vino a demostrar que los peledeistas son vulnerables al influjo del poder y del dinero, ya que la popularidad del perdedor Jaime David Fernández duplicaba en las encuestas a la del ganador. La única que dio ganador a Medina (la Sigma Dos publicada por el Listín Diario) fue echa entre miembros del partido, al igual que la Penn and Schoen, que esta vez se fue de cabeza. El resto medía la aceptación de los precandidatos en el electorado en general.
Danilo Medina y los estrategas de su campaña se la jugaron por completo, y en los últimos días sometieron el gobierno al veredicto del partido. El precandidato habló reiteradas veces a nombre del gobierno, ya anunciando el pago a los obreros del Consejo Estatal del Azúcar, o fijando posición frente a la Suprema Corte de Justicia. Con inteligencia Medina repitió una y otra vez que él representaba la continuidad del gobierno, de este período que definió como de transición.
El realismo político funcionó y los militantes, contactados uno por uno (sólo eran 12 mil 500, según la presidenta de la Comisión Organizadora) mostraron lealtad a su gobierno y particularmente al Secretario de la Presidencia, al organizador partidario, al estratega de la campaña del presidente Leonel Fernández, al hombre de la maquinaria de los empleos, de las ayudas y de la solidaridad.
Jaime David Fernández quedó atrás, representando el discurso del antiguo PLD, del partido de Juan Bosch, de antes del poder. Nada desdeñable, porque pese a los factores adversos acumuló el 39 por ciento de los votos, pero insuficientes frente al 52 por ciento con que ganó Danilo Medina.
Balaguer, otra vez
Electos los candidatos presidenciales del PLD y el PRD, la atención se fija en el PRSC, sumido en el desconcierto, ya que son muchos los que estiman que Joaquín Balaguer debió ya haber auspiciado su relevo, auspiciando un proceso democrático de elección interna.
Pero las declaraciones ofrecidas por el caudillo el domingo 20, cuando dijo que aceptaría la postulación si su salud se lo permite y el partido lo proclama, no dejan ya dudas: Balaguer es de los creyentes en su propio mito, y apostará a un retorno, cuando le estarán cayendo encima 94 años, ciego y casi sin movilidad, comenzando un nuevo siglo y milenio, después de un presidente de sólo 4 décadas, frente a un electorado mayoritariamente joven.
El tiempo comienza a escasear para que los reformistas puedan hacer ya otra cosa que no sea proclamar a su caudillo y jugar una vez más la carta de su liderazgo buscando reeditar la resurrección de 1986, de lo que hará 14 años. Para empezar a organizar ahora unas elecciones primarias sería un poco tarde. Al único que pueden elegir por aclamación sin mayores dificultades es a Balaguer. Y su peso en el partido, ratificado aún por las encuestas, es tan grande que hasta podría justificar la ausencia de unas primarias. Porque él sigue siendo plebiscitario entre sus seguidores.
Hay quienes creen que también comienza a escasear el tiempo para que otro que no sea Balaguer pueda colocar al PRSC en capacidad de competir por uno de los dos primeros lugares, con esperanzas de llegar a una segunda ronda. Aunque hay quienes relevan que Jacinto Peynado ha comenzado a registrar mejores notas en el universo de los electores que son encuestados frecuentemente.
Hipólito-Danilo
Por ahora la competencia arranca con solo dos corredores en la pista, Hipólito Mejía y Danilo Medina. Aunque es justo consignar que el Partido de los Trabajadores Dominicanos ya postuló al senador José González Espinosa, y que próximamente entrará también a la competencia el doctor César Estrella Sahdalá.
Mientras los reformistas se deciden, los candidatos del PRD y el PLD competirán solos. Mejía arrancó montado en un brioso partido que le dio casi 450 mil votos de nominación, que la última encuesta Hamilton colocó 44 a 26 por ciento, sobre su inmediato competidor. El mismo con 35 a 7 por ciento en la escala de popularidad, sobre Medina.
El perredeista luce sólido con partido de basamento urbano y especialmente del Distrito Nacional que aloja a un tercio del electorado, a lo que él suma un gran respaldo del sector agropecuario, proviniendo del Cibao Central donde radica más de otro tercio de la población. Con su fórmula completa con una candidata vicepresidencial de gran imagen, como Milagros Ortiz Bosch, aunque todavía le falta amarrar algunos cabos sueltos dentro del partido, como la elección de dirigentes.
Danilo Medina arranca desde una popularidad baja, habiendo sido más un burócrata y estratega partidario que un líder político. Pero cuenta y dispondrá de un gran respaldo partidario, especialmente si asumen pronto la nueva identidad del partido morado. El mismo es un trabajador extraordinario, disciplinado y con gran experiencia acumulada, lo que le dará algunas ventajas relativas.
Por demás, detrás de Danilo Medina puede estar el peso del gobierno, que en este país sigue siendo muy importante en campaña electoral. Aunque él tendrá que colocarse en forma tal que ese peso lo empuje hacia arriba, evadiendo la leal tentación de echárselo encima, porque podría resultar paralizado.-