Por Juan Bolívar Díaz
Durante la última semana quedaron en evidencia dos dramáticas muestras del nivel de irracionalidad que ha caracterizado durante un cuarto de siglo las relaciones entre los partidos Revolucionario Dominicano (PRD) y de la Liberación Dominicana (PLD).
Por un lado el Comité Central del partido morado emitió un extenso comunicado rompiendo lanzas contra el gobierno perredeista de Hipólito Mejía apenas a los 25 días de instalado, en un precipitado ejercicio opositor que no ha guardado ni siquiera los clásicos “cien días de gracias” para que un gobierno arranque y define su curso de acción.
Y por el otro, el presidente Mejía hubo de proclamar que eran injustas y sectarias las críticas que se formularon a su antecesor Leonel Fernández por sus numerosos viajes al exterior durante su mandato de cuatro años, a la cabeza de las cuales estuvieron los perredeistas, muchos de los cuales no reconocieron nada positivo al pasado gobierno.
El PLD rompe lanzas
Los líderes del PLD, con el presidente Fernández a la cabeza, habían prometido que observarían la tregua de los cien días frente al nuevo gobierno. Pero la pasada semana rompieron lanzas y se lanzaron al ruedo opositor, formulando críticas y demandas desproporcionadas a propósito de los aumentos de precios de los combustibles que toda la nación justificó.
Las formulaciones peledeistas están contenidas en un comunicado fechado el 11 de septiembre, que en sí mismo es terriblemente contradictorio con las decisiones asombrosamente similares que adoptó en su arranque el gobierno del doctor Fernández.
Dos días después, cuando el gobierno llegaba a su cuarta semana, y sin que hubiese arrancado definitivamente, ya el PLD le demandaba una cumbre de líderes políticos para debatir los problemas nacionales y buscar consenso para enfrentarlos.
La evidente precipitación del partido morado parecía motorizada por lo que algunos de sus dirigentes han considerado una campaña de hostigamiento y hasta de persecución por parte de las nuevas autoridades.
Pronunciamientos destemplados y denuncias han llovido por parte de los nuevos funcionarios. Pero no se podría hablar de persecuciones políticas, dado que hasta entonces ni un solo de los dirigentes del PLD estaba encarcelado o había sido forzado al exilio. A menos que se valide como persecución política la instancia del Consultor Jurídico Guido Gómez Mazara para que se investigue la forma en que Luis Incháusti manejó más de mil millones de pesos.
Al finalizar la semana se produciría el primer encarcelamiento en la persona del ex-administrador de la Lotería Nacional, Aristipo Vidal, dictada por una jueza de instrucción, pero como fruto de una demanda particular en la que no ha mediado la acción del nuevo gobierno.
En la opinión pública ha quedado la sensación de que efectivamente la ruptura de lanzas peledeista implica una determinación de ponerse a la ofensiva para obligar a las nuevas autoridades a reducir sus ímpetus de sancionar la corrupción administrativa. Existe la convicción de que las indagatorias sobre los fondos manejados por Incháusti en el Programa de Evaluación Mínima de Empleo (PEME) podrían salpicar figuras importantes.
La ofensiva perseguiría también disminuir las denuncias sobre las precariedades con que los perredeistas recibieron muchas instituciones estatales, con un déficit fiscal que ha determinado un lento arranque de los programas que habían diseñado para los primeros cien días.
Posiciones contradictorias
El comunicado del PLD, criticando los aumentos de los combustibles y de la tasa de cambio, fue abiertamente contradictorio de sus propias políticas al comienzo del gobierno en 1996, cuando también se vio precisado a elevaciones en proporciones mayores que ahora.
En diciembre de 1996, el precio de la gasolina regular fue elevado en 30 por ciento, al pasar de 20 a 26 pesos el galón, mientras el gasoil subía en 40 por ciento. Esta vez las gasolinas subieron 22 y 25 por ciento y los gasoil 30 y 32 por ciento.
Correspondió al gobierno de Fernández elevar la tasa de cambio del dólar, de 12 con 87 a 14 con 02, para un 8.9 por ciento. Esa tasa subió un 25 por ciento durante el cuatrienio para terminar en 16 pesos con 5 centavos. Al llevarla ahora a 16.40 pesos, las nuevas autoridades sólo han devaluado 2.2 por ciento, es decir la cuarta parte de la ejecutada el 19 de diciembre de 1996.
La devaluación de hace 4 años como la de ahora no se le podría cargar a quienes la ejecutaron. En realidad de lo que se ha tratado es de “sincerar la tasa de cambio”, es decir reconocer el nivel que ya tenía en el mercado bancario. Y esta vez se hizo, incluso, en base a la misma resolución de la Junta Monetaria de diciembre de 1996 que disponía su reajuste semanal en función del valor proporcional prevaleciente en el mercado libre.
Tampoco lució acertado que el PLD reclamara la reducción de la comisión cambiara del 5 al 1.75 por ciento, cuando precisamente fue su gobierno que la llevó a ese nivel en octubre de 1999, conjuntamente con un incremento del costo de los combustibles cuando el petróleo promediaba 24 dólares en el mercado mundial, cuando la semana pasada andaba sobre 34.
Otra desproporción fue la de reclamar el pago de prestaciones laborales para todos los empleados estatales cancelados, lo que carece de precedente en el país y sería muy difícil de materializar para un gobierno que recibe el Estado con un fuerte endeudamiento interno y déficit fiscal.
En el mismo sentido se puede razonar frente a la demanda de incremento del salario mínimo y un reajuste salarial en el sector público y sobre el reajusta de las pensiones con relación al salario mínimo. Todo ello fundamentado en el incremento de precios determinado por las alzas de los combustibles y la tasa de cambio.
La noche del 19 de diciembre de 1996, en el primero de tres discursos consecutivos destinados a explicar su política económica y las alzas de precios, el presidente Fernández daba cuenta de las limitaciones fiscales del gobierno, de “cientos de obras de infraestructura, iniciadas por el gobierno de Balaguer, sin terminar”, y concluía rechazando que fuera posible un reajuste salarial siquiera moderado de los salarios de la administración pública.
Pareciéndose a Leonel
La otra cara de la moneda la puso la semana pasada el presidente Hipólito Mejía al anunciar en Costa Rica, donde ejecutaba su segundo viaje internacional en menos de un mes de gobierno, que tendría otras 6 salidas del país en lo que falta de año.
Con el sentido del humor que lo caracteriza, el mandatario dijo que ya se está pareciendo a Leonel Fernández, por la frecuencia de viajes internacionales. En realidad él se está adelantando bastando, porque la primera salida del presidente peledeista fue el 3 de octubre. Al finalizar el año, Mejía estaría duplicando la frecuencia de su antecesor.
Si bien fue noble que el actual presidente reconociera los aciertos de la política internacional de Leonel Fernández, y prometiera gestionar la aprobación del tratado de libre comercio con Centroamérica que éste firmó y el congreso perredeista bloqueó, la ocurrencia puso de manifiesto nuevamente la irracionalidad que alcanza el enfrentamiento entre los dos partidos.
Si algo fue contundentemente positivo e indiscutible en el último cuatrienio fue la política exterior y dentro de ella el haber abandonado el aislamiento de la República y haberla incertado en el mundo globalizado, a lo que contribuyeron preponderantemente los viajes presidenciales.
De los 32 viajes de Fernández al exterior a lo mejor pudieron evitarse cuatro o cinco, pero la gran mayoría fueron fruto de una política coherente y de compromisos inevitables, como los que lleva ahora Mejía y los que anuncia para el resto del año. Pero para los perredeistas y otros opositores aquellos viajes fueron simple turismo, derroche y vanalidades. La oposición llevada a sus extremos.
Como el PRD ganó las elecciones congresionales y municipales en 1998 y ahora las presidenciales, con márgenes del cincuenta por ciento, los peledeistas podría caer ahora en el espejismo y considerar que la oposición pura y simple siempre da resultados. Y corren el riesgo de no evaluar otros factores, correspondientes a su propia gestión, a las disímiles fuerzas electorales de los dos partidos, y a su incidencia en la opinión pública.
Por ejemplo, sería provechoso que los peledeistas revisaran los pronunciamientos del desaparecido líder perredeista José Francisco Peña Gómez en los primeros meses del gobierno de Fernández. No encontrarán un comunicado parecido al del 11 de septiembre. Supieron guardar la mínima tregua, aunque luego cometieron numerosos excesos y bloqueos.
Si alguna reunión cumbre entre perredeistas y peledeistas serái recibida ahora con entusiasmo, sería aquella en que se propusieran discutir acerca de sus irracionales enfrentamientos. A lo mejor terminan declarándose empatados y por tanto dispuestos a un “borrón y cuenta nueva”.
Los peledeistas recordarán la oposición de los últimos cuatro años y los perredeistas la que ellos sufrieron en aquellos doce. Como recordarían también la alternativa falta de solidaridad ante los arrebatos electorales de 1994, de 1990 y de 1978.
Cuando hagan ese balance el país se lo agradecerá. Mientras tanto, se manifiesta cansancio.-