Discurso de Juan Bolívar Díaz, al recibir el doctorado honoris causa de la Universidad Tecnológica de Santiago Santo Domingo, 10 de Febrero del 2018

Honorable doctor Príamo Rodríguez Castillo, Canciller del Sistema Corporativo Universidad Tecnológica de Santiago

Honorables miembros de las Juntas del Senado y Universitaria de la Universidad Tecnológica de Santiago

Honorable Rectora de los Recintos Santo Domingo, licenciada María Elena Cruz

Honorables integrantes del Claustro, académicos, docentes y administrativos,

Distinguidos graduandos, estudiantes y familiares

  

Con la venia de todas y todos quiero comenzar agradeciendo el honor que me confiere ésta acreditada casa de estudios al conferirme su doctorado honoris causa por los aportes realizados desde la comunicación y el periodismo. Más significativo porque coincide justamente con mi cincuenta aniversario de un ejercicio profesional comprometido con la esencia de la comunicación social, que es cultivar amplios huertos para que el pan, la cultura y la esperanza sean comunes a todos los seres humanos, promover la convivencia en libertad, con dignidad y justicia, confiriendo voz a los que no la tienen, para que puedan participar del patrimonio social.

Es otro privilegio poder dirigirme a esta nueva pléyade de profesionales de UTESA, en su gran mayoría provenientes de las clases medias y medias bajas, cuyo ascenso integral será fundamental para crear una sociedad menos desigual, más prospera y segura para todos y todas.

Yo emergí a la vida universitaria como miembro de la generación de los sesentas que enarbolaba las banderas de la libertad, tratando de rescatar la sociedad dominicana de la ignominia de 31 años de tiranía que sufrieron nuestros padres. Fueron años de convulsiones políticas y sociales cuando se liberaron las mayores energías de nuestra historia y el pueblo se hizo protagonista.

Los años sesenta y la década siguiente fueron esplendorosos para la libertad en todo el universo. Cayeron los últimos vestigios del colonialismo y decenas de países emergieron a la comunidad de naciones. En Estados Unidos Martin Luther King y la población afroamericana derribaban la segregación racial, mientras Nelson Mandela y el Congreso Nacional Africano emprendían el largo camino hacia la libertad, combatiendo el abominable apartheid.

Estábamos en plena guerra fría, cuando las promesas, luego fallidas, del comunismo y el socialismo contribuian a generar el Estado del Bienestar en toda Europa, y los trabajadores organizados obtenían resonantes victorias que se extendían a todos los continentes. Florecían los escenarios del multilateralismo, donde las grandes naciones del capitalismo pretendían humanizarse negociando solidaridad con el tercer mundo.

Fueron los años en que se expandió la libertad por todo el mundo y los jóvenes establecieron nuevos paradigmas, sacudiendo a naciones tan establecidas como Francia, Alemania, España y Estados Unidos, y produciendo grandes convulsiones en Cuba, en Venezuela, Argentina y México, que destrozaban dictaduras y creaban nuevas ilusiones. Los añejos muros de la iglesia Católica eran sacudidos al conjuro del Concilio Vaticano Segundo, con los mayores esfuerzos de aggiornamento desde las reformas protestantes del siglo 16.

El grito libertario que descendió de la sierra maestra en Cuba  se expandía por el continente imantando las aulas universitarias y los espacios laborales. Pero nos tocó a nosotros pagar los platos rotos por la revolución cubana, con la invasión norteamericana de 1965 que no sólo estranguló el protagonismo popular, sino que retrasó por mucho tiempo el desarrollo institucional democrático.

Pagamos nosotros el precio de la guerra fría como ningún otro país del continente, con una neo-dictadura de 12 años que no llegó a una reedición de la tiranía por la resistencia que interpuso la generación de los sesenta. Incluyendo la de los periodistas que logramos mantener la libertad de información y opinión, pese al asesinato político, centenares de presos y millares de exiliados, sin libertad de asociación política ni sindical, y con el control de todos los poderes del Estado en manos del heredero del trujillismo.

Las frustraciones de los ideales socialistas en todas sus tonalidades, patentizadas con la caída del Muro de Berlín, portaron nuevas promesas de libertad para los países donde el comunismo  impuso una férrea dominación político-social y se llegó a teorizar sobre el fin de las ideologías y el advenimiento de la felicidad universal. Pero en un par de décadas, lo que logró la humanidad fue un gran retroceso de la justicia y la equidad, al compás de la imposición de un neoliberalismo económico que comenzó a desmontar el Estado de Bienestar y relegó los escenarios del multilateralismo, con un mundo unipolar. La crisis del 2008 demostró las graves debilidades del sistema,  y tuvo que ser saldada provisionalmente a costa de las clases medias del mundo.

El universo al que ustedes llegan como profesionales, estimados graduandos, está plagado de graves contradicciones,  por los abusos de la unipolaridad y una enorme concentración de la riqueza. La destrucción de países y las muertes de cientos de miles sembrada por las bombas y las armas occidentales en el medio oriente y el norte de Africa, especialmente en Irak, Libia, Siria, Afganistán, Egipto, Pakistán, y Palestina, han desestabilizado naciones, generando un terrible terrorismo en esos países y movimientos migratorios de millones de personas, con cientos de miles tocando las puertas de Europa.

El mar mediterráneo se ha poblado de cadáveres, con más de 25 mil ahogados tratando de buscarse la vida, mientras cientos de miles han sido rescatados. La peor carga le ha tocado a Turquía, con más de 2 millones de refugiados, El Líbano, con un millón 200 mil y Jordania con 700 mil. Casi dos  millones han logrado llegar por mar a Europa entre el 2008 y 2017, creando  pánico y fortaleciendo la xenofobia y hasta reviviendo el nazismo, con resultados tan absurdos como la huida del Reino Unido de la Unión Europea.

A su vez el progresivo rechazo de los inmigrantes, promueve discriminación, guetos y resentimiento, caldos de cultivo de fanatismos  fundamentalistas y actos terroristas inconcebibles, demostrativos de que ya no hay seguridad para nadie. Nos conmueven los agresiones terroristas contra ciudades occidentales, pero en Siria, Palestina e Irak, son miles los niños y mujeres muertos por bombardeos rusos y norteamericanos. Son también víctimas del terror, 303 civiles muertos por los rusos y 1,180 por los norteamericanos, sólo entre enero y febrero del 2017.

La otra cara de la iniquidad es la enorme concentración de la riqueza en el mundo. El último informe de la acreditada organización internacional Oxfam, presentado mientras se reunía en Davos el mes pasado el Foro Económico Mundial, indica que el 82 por ciento de la riqueza generada en el mundo el año pasado, se quedó en el uno por ciento de la población. Mientras la mitad más pobre no se benefició en absoluto. La concentración es vertiginosa, tanto que desde el 2015 el uno por ciento de la población, unos 72 millones de personas, tenían la misma cantidad de riqueza que el 99 por ciento restante, es decir que 7 mil 128 millones de seres humanos. Y este año sólo 8 personas controlaban la mitad de la riqueza universal.  Y hay dos mil millones de personas, el 29 por ciento de la humanidad, que padecen hambre.

No vayan a creer que la desigualdad es sólo con relación al tercer mundo. El destacado economista Thomas Piketty revela que en Estados Unidos los ingresos del 50 por ciento más pobre de la población se han congelado en los últimos 30 años, mientras que los del 1por ciento más rico han aumentado un 300 por ciento en el mismo periodo.

En América Latina y el Caribe la concentración es por igual obscena, pues el 10 por ciento más rico concentra el 68 por ciento de la riqueza, mientras que el 50 por ciento más pobre solo accede al 3.5 por ciento. El 16 por ciento de los trabajadores asalariados y el 28 por ciento de los empleados por cuenta propia se encuentran en situación de pobreza.

Dice el informe de Oxfam que entre el 2016 y 2017 se produjo el mayor aumento de la historia en el número de personas cuyas fortunas superan los mil millones de dólares, con un nuevo mil millonario cada dos días.

No se vayan a indigestar con estas cifras. Falta todavía el retrato social dominicano, con un 20 por ciento de la población controlando más de la mitad del ingreso. Y aquí la obscenidad es mayor porque desde el 2005 el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo diagnosticó que este fue el país latinoamericano de mayor crecimiento económico en los últimos cincuenta años, pero a la vez el que más desaprovechó ese crecimiento para traducirlo en desarrollo humano.

Poco ha cambiado 13 años después, a no ser que se acentuó el Nueva York chiquito del polígono central de Santo Domingo, pero la pobreza campea por todo el resto del país. En el 2018, la mitad de la población todavía no tiene agua potable corriente dentro de sus viviendas, y la mitad de los que tienen la instalación, no la reciben permanentemente. Los apagones afectan a la mitad de la población, con duración entre 1 y 12 horas por día. Nuestras ciudades carecen de alcantarillados sanitarios y la mitad de las viviendas son indignas.

Ustedes van a ejercer una profesión en un país verdaderamente pobre, donde el 59 por ciento de los que trabajan están en actividades informales. Ahí está ese millón 300  mil motoconchistas, que según una investigación que acaba de publicar el nuevo Instituto Nacional de Tránsito y Transporte, se ganan la vida acarreando precariamente a la población más pobre. Se estimó que son el 51 por ciento de los 2,6 millones de motocicletas, y aportan el 63 por ciento de las muertes por accidentes de tránsito.

La situación de los empleados formales es demostrativa de la pobreza generalizada,  pues casi tres cuartas partes recibe hasta el equivalente del doble del salario mínimo cotizable a la seguridad social, que en septiembre estaba en 11 mil 137 pesos, es decir que el 73.3 por ciento ganaba menos de 22 mil 275 pesos. Sólo el salario mínimo de las grandes empresas sobre pasa el costo de la canasta familiar, estimada en diciembre pasado por el Banco Central en 13 mil 725 pesos, mientras los de turismo y zonas francas (de 10 mil y 9 mil pesos) quedan en las dos terceras partes.

Es dramático que el costo promedio de las canastas familiares haya  alcanzado en diciembre pasado (según el Banco Central) los 30 mil pesos, pero el promedio de los salarios formales que cotizan a la seguridad social apenas llega a 21 mil 93 pesos, el 70 por ciento, (Boletín 57 de la Superintendencia de Pensiones, septiembre del 2017). Muchos trabajadores apelan al pluriempleo para solventar los gastos familiares, que sólo en transporte se llevan hasta el 20 por ciento. Hace un siglo los trabajadores del mundo conquistaban la jornada laboral de 8 horas. Hoy para muchos es de 12 y 14 horas, lo que contribuye a la desintegración familiar.

Ustedes llegan a profesionales con una deuda que ya sobrepasa los 4 mil dólares, es decir de unos 200 mil pesos per cápita, puesto que la deuda consolidada del Estado ya pasó de los 40 mil millones de dólares, y seguirá creciendo para sustentar un desarrollo ficticio, que tendrán que pagar las nuevas generaciones.

Encuentran un país de mucho potencial, pero mal administrado desde sus orígenes. Pese a que encabezamos el crecimiento económico latinoamericano desde hace muchos años, la generalidad de las evaluaciones internacionales nos colocan en las peores posiciones, en calidad de la educación, en inversión en salud, con alta mortalidad materno-infantil, en trabajo infantil, embarazo de adolescentes, donde somos líderes, al igual que en muertes por accidentes de tránsito, en corrupción, en desconfianza en los políticos, en la policía y la justicia, en mayor proporción de empleados públicos por habitantes, en gastos legislativo y en falta de ética empresarial.

Asumo que habrán leído sobre el reciente informe de Oxfam RD que estima en 96 mil 872 millones de pesos lo que se llevará la corrupción, el clientelismo, la malversación y la ineficiencia gubernamental este año 2018. Y lo peor de todo, el grado máximo de impunidad que sopla desde todos los puntos cardinales de la delincuencia y el abuso del patrimonio público.

Debo decirles, estimados graduandos, que ustedes son privilegiados, pues se cuentan entre el 50 por ciento de los jóvenes que lograron concluir el bachillerato y el 20 por ciento que alcanza una profesión universitaria. Sepan que uno de cada tres muchachos entre 15 y 35 años, carecen de empleo, y que el 22.5 por ciento de los jóvenes, unos 500 mil, no han tenido oportunidad de estudiar ni de trabajar, cuyo incremento en los próximos años complicará el grave problema de la inseguridad ciudadana.

Perdonen  si les he abrumado con estos diagnósticos de nuestro mundo y nuestro tiempo. Pero sepan que ignorar la realidad es la peor inversión. Si alguna vez van a contribuir a transformarla, tienen que partir de su conocimiento. El desafío que enfrentan las nuevas generaciones en esta media isla es indescriptible. La relativa estabilidad y el crecimiento económico que hemos registrado en las últimas décadas tienen relación con la cantidad de dominicanos y dominicanas que tuvieron que emigrar.

Entre 1970 y 2015, Estados Unidos otorgó un millón 304 mil 989 permisos de residencia a ciudadanos dominicanos, y los indocumentados se estimaban el año pasado entre 114 y 148 mil, lo que implica más del millón 400 mil. Agréguenles más de 150 mil en España, y los que están regados en otros cien países del mundo, que totalizarían alrededor de 2 millones. Esa migración redujo la presión por los limitados empleos que genera nuestra economía. Y por el otro lado, sin las remesas de la diáspora estaríamos en bancarrota. El Banco Central las estimó en el 2017 en 5 mil 911 millones de dólares.

Aunque el discurso general es dramáticamente anti inmigrante, la realidad es que las estadísticas indican que nuestra emigración triplica las cifras de la inmigración, y que ambas están vinculadas. Por ejemplo, mientras los haitianos dominan el trabajo agrícola y de la construcción en el país, los dominicanos han sido fundamentales en esos mismos sectores en Puerto Rico, lo que debe atribuirse a nuestros bajos salarios e inseguridad social y laboral.

¿Cuáles son sus desafíos? El primero es profundizar en el reconocimiento de la realidad y reconocer que los cambios tecnológicos y sociales les demandan una formación continua. Yo, como la mayoría de ustedes, vengo del mundo de la pobreza, de un batey azucarero, y por experiencia personal puedo testimoniarles que sólo estudiando seriamente, manteniéndonos actualizados, trabajando duramente, podemos vencer las desventajas de haber nacido en sectores de escasos recursos.

Es indescriptible la velocidad con que las tecnologías nos dejan atrás en todos los campos delo saber humano, desde la informática, la genética, la biología evolutiva y la neurociencia, construyendo enormes posibilidades de desarrollo, pero que al mismo tiempo se encaminan a desembocar en mayores desigualdades entre sectores sociales, pueblos y naciones. La robotización tiende a sustituir el trabajo humano, sembrando interrogantes sobre la sostenibilidad de nuestro mundo.

Las nuevas generaciones  tienen que cultivar las nuevas tecnologías, y aprovechar sus ventajas, pero sin caer en la adición a los teléfonos inteligentes, que si bien nos proporcionan acceso a las fuentes de información, tienden a aislar a los jóvenes, muchos de los cuales ya no interactúan con los suyos, con sus compañeros y compañeras, y se van convirtiendo en autómatas, listos para la rueda de la explotación y la miseria. Nada puede sustituir una caricia, el toque pluridimensional de una mirada electrificada por el amor. El  mundo virtual puede devenir en una huida de la realidad.

Tienen que hacer un esfuerzo por encontrarse con ustedes mismos, con su identidad cultural y racial y dejar de invertir tiempo y recursos tratando de esconder su condición de negros y mulatos, que eso somos en 85 por ciento. Pueblo que no se reconoce en sus raíces, será siempre dependiente y nunca alcanzará el desarrollo de todas sus potencialidades.

Deben saber que las puertas de la migración se están cerrando por todas partes, y que en los próximos 50 años no podremos exportar otros dos millones de dominicanos y dominicanas. Es grave que el 42 por ciento de la población, y hasta el 60 por ciento de los jóvenes entre 18 y 25 años, tenga intención de irse del país como estableció el Barómetro de las Américas 2017. Es aquí donde tendremos que fajarnos, aquí, el único lugar donde no somos extranjeros. Y eso implica que tenemos que marchar, muchas marchas para extirpar la corrupción y la impunidad y para superar la pobreza y las exclusiones y para edificar las instituciones que sobrelleven el peso del desarrollo integral y la sostenibilidad de la nación.

Tenemos que mantenernos en movimiento, marchar sin cansarnos, en profundo abrazo social, que no hay botes salvavidas individuales suficientes para la mayoría. El amor y la solidaridad siguen siendo el aliciente de la vida, aún de este mundo que apenas empieza  a entender que tiene que preservarse de los cambios climáticos y las devastaciones. Aunque tengamos a los Donald Trump y los Kin Jon-Un que apuestan a quién tiene el botón de mando más grande para iniciar la destrucción del planeta.

El mundo no se va a acabar como se predice desde hace tantos años. Se acaba para los que nos agotamos, por eso la única receta infalible es, como los peces en el agua, mantenernos en movimiento, que quien se estanca se muere. Como nos legó el poeta universal León Felipe: que no hagan callos las cosas ni en el alma ni en el cuerpo. Sensibles a todos los vientos y bajo todos los cielos, poetas nunca cantemos la vida de un solo pueblo, ni la flor de un solo huerto. Que sean todos los pueblos y todos los huertos nuestros».-