La trascendencia de Fidel Castro

27_11_2016 HOY_DOMINGO_271116_ Opinión9 A

Por Juan Bolívar Díaz

La desaparición de Fidel Castro Ruz, fallecido la noche del viernes en su residencia de La Habana, es un acontecimiento de carácter universal, pues se trata del más trascendente líder latinoamericano del último siglo y de los más relevantes de todo el mundo.

Nadie como Fidel despertó tantas pasiones, entre sus seguidores incondicionales como en sus críticos implacables que lo desearon muerto durante décadas, y ninguno mantuvo una vigencia en el poder por más de cinco décadas, sobreviviendo en pleno patio, al implacable determinismo norteamericano del último siglo.

Se justifican muchos reparos al liderazgo y al legado del comandante de la revolución cubana de 1959, pero resulta indiscutible que él encarnó la lucha por la independencia de su pueblo cuando era poco menos que un satélite del imperio dominante, y que constituyó un liderazgo y una maquinaria política que le permitió sobrevivir a todos los intentos por derrocarlo o eliminarlo.

Fidel Castro fue el líder y héroe del tercer mundo en la batalla contra las peores manifestaciones del imperialismo político que no respetó fronteras por más distantes que fueran en África, Asia o América, y que acabó con las vidas de contradictores de la dimensión de Lumumba, Cabral, Allende, Hussein o Kadaffi. Sólo se le puede comparar con el legendario vietnamita Ho-Chi-Minh, arquitecto de la única derrota militar de Estados Unidos.

Castro Ruz no sólo mantuvo su proyecto socialista en Cuba a 90 millas de las costas de Estados Unidos, sino que envió más de 300 mil soldados a las luchas independentistas de África, a miles de médicos y personal de salud a múltiples países, y se le relacionó con innumerables movimientos políticos en el escenario universal.

La revolución de 1959 impactó en toda América Latina e influyó la vida política de la región durante décadas, por su arrojo, por haber desafiado la dominación internacional, por haberse realizado contra la corrupción y la depredación, y porque pretendió un régimen menos desigual en la repartición y usufructo de las riquezas.

Para los dominicanos de los años sesenta, Fidel Castro es símbolo de la solidaridad en la lucha contra la tiranía de Trujillo y luego contra la invasión militar norteamericana de 1965, lo que le ganó gratitud, incluso por encima de sus errores y los fracasos de las utopías del comunismo, en las que militó hasta el último aliento.

Para Cuba el legado de Fidel Castro es limitado porque no pudo garantizar el desarrollo y la prosperidad económica, ni la pluralidad y el respeto a la diversidad política. No obstante, alcanzó grandes avances en renglones fundamentales del desarrollo humano, como educación, salubridad, habilidades deportivas y autoestima. Pudo haber sido diferente sin la agresividad y el bloqueo del implacable vecino del norte, por lo cual muchos críticos han sido indulgentes, pero el balance objetivo lo remite al ámbito de las utopías frustradas.

Aunque deja una estructura política fuertemente arraigada y sobrados aspirantes de continuar su legado, Fidel es insustituible. Su muerte abre una nueva etapa en Cuba que la llevará a insertarse significativamente en la pluralidad democrática de la región, aunque debe mantenerse la esperanza de que con mucho menos rémoras de las predominantes en este conjunto de países muy lejos aún del bienestar, la independencia, la fortaleza institucional y la justicia social.

Más allá de terquedades y actitudes implacables, Fidel Castro Ruz es parte de nuestra historia. Uno de los líderes más trascendentes de la etapa contemporánea, que no deja cuentas bancarias ni riquezas a sus descendientes. Sus errores, como sus aciertos, fueron esencialmente políticos, parte del errante devenir de la humanidad.

Donald Trump:la incertidumbre

Por Juan Bolívar Díaz

boceto trump

La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos se inscribe dentro del “reinado de la incertidumbre” al que atribuimos en este mismo espacio, el 26 de junio pasado, el voto de la mayoría de los concurrentes al referendo que decidió la salida del Reino Unido de la Unión Europea.

Escribimos entonces que el imperio de la incertidumbre “se traslada a Estados Unidos, donde ya no se puede descartar que pueda alcanzar el poder el señor Donald Trump”, y lo atribuíamos al desconcierto que ha producido la crisis del orden económico internacional “que no ha perdonado ni al estado de bienestar logrado por los europeos y norteamericanos tras el desastre de la Segunda Guerra Mundial”.

Estados Unidos ahora, como el Reino Unido en junio, quedó dividido en dos mitades, y en ambos casos el resultado fue contradictorio al voto de las grandes urbes y los centros del poder, como si fuera el campo y las zonas menos desarrolladas contra las ciudades concentradoras de la riqueza y el bienestar, y los jóvenes pierden de los mayores.

En el caso norteamericano es más significativo, ya que Hillary Clinton superó en 430 mil votos a Trump, con porcentajes de 47.7 a 47.4, aunque el republicano consiguió la presidencia gracias al sistema de delegados estatales. Ella ganó con amplias ventajas en los estados más modernos e influyentes y en todas las grandes ciudades: Más del 60% en California, Massachusetts y Maryland, con más del 55% en Nueva York (59%), Nueva Jersey, Connecticut y Washington. Perdió Florida 48 a 49 %, pero arrasó en la ciudad de Miami, en el condado Miami Dade 64%. Y en el Distrito de Columbia, donde está la capital Washington, Trump apenas alcanzó un increíble 4%.

Por estratificación de edades el resultado también es relevante: Clinton ganó 55 a 47% en el segmento de 18-29 años, y 50 a 42% en el de 30-44%. Trump alcanzó 53% en la población mayor de 45 años.

En Estados Unidos, como en Europa la crisis económica del capitalismo ha cobrado sus costos a las clases medias, sobre todo fuera de los grandes centros del poder, mientras las riquezas se concentran cada vez más en el 1 por ciento de la humanidad, 72 millones de personas. La población más afectada reacciona contra el “establishment”, responsable de la reducción o congelación de su bienestar.

Como adelantan las protestas juveniles en las urbes, y hasta el resurgimiento de un movimiento separatista en California, y como ha quedado dividido Estados Unidos, Trump no tendrá un camino florido, y por más que controle el Congreso, no llegará muy lejos en sus radicalismos y tendrá que aterrizar.

Las reacciones de los mandatarios de Alemania y Francia y de las agencias de las Naciones Unidas indican el reconocimiento del triunfo de Trump pero también las advertencias de respeto a la diversidad universal y a los principios y compromisos de las relaciones internacionales.

Probablemente no llegue a haber un muro en la frontera con México, y mucho menos que este país tenga que pagarlo. Más difícil será deshacer los tratados comerciales internacionales que afectarían al establishment norteamericano, o romper con la OTAN, pero como Trump tendrá que hacer algo de lo prometido, los inmigrantes latinoamericanos, incluyendo los dominicanos, pagarán los platos rotos, sin desestabilizar al vecino México y serán revocados los deshielos con Cuba.

Todo apunta al incremento del reinado de la incertidumbre en el mundo. El desorden económico no garantiza seguridad para nadie. Por suerte tenemos al Papa Francisco, que se empeña en remozar a la Iglesia y llega a pedir perdón por los católicos que dan la espalda a los pobres. Algo es algo en esta desolación.

​​La escurridiza paz de los colombianos ​​​​

Por Juan Bolívar Díaz

Nuestra primera reacción televisiva, tras el rechazo del domingo 2 al acuerdo de paz firmado entre el gobierno y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) fue encomendar este mundo del siglo 21 a la frecuentemente ausente divina providencia. Pues después del resultado del refrendo colombiano y del que dispuso la salida del Reino Unido de la Unión Europea, sólo nos falta que las mayorías norteamericanas elijan presidente a Donald Trump el próximo mes.

La sociedad colombiana se dividió casi en dos mitades, con una diferencia ínfima del 50.2 al 48.8 por ciento. Pero suficiente para que el nuevo intento de paz en Colombia, haya quedado en la incertidumbre, generada por múltiples factores, relevantemente porque el expresidente Alvaro Uribe lo convirtió en instrumento político. La diferencia la puso con mucho el casi 70 por ciento que alcanzó el No en sus predios de Antioquia, con su capital Medellín.

El rechazo al acuerdo pactado no pudo ser más sorpresivo para todos. Ninguna encuesta lo previó, y el mundo entero lo había celebrado con anticipación y a posteriori, incluyendo el Premio Nobel de la Paz que se otorgó días después al presidente Juan Manuel Santos, el exministro de Defensa de Uribe, que conoció muy bien de la guerra y la violencia ancestral y endémica de los colombianos. Hasta las víctimas de la violencia de las FARC habían perdonado y pedido la aprobación.

Fue relevante que en las zonas donde se concentró la guerra de los últimos 52 años, donde saben lo que es la muerte atroz, el secuestro, las masacres, los desplazamientos de millones de personas, el voto por la paz resultó ampliamente mayoritario. Las grandes zonas urbanas y las clases medias, excepto los bogotanos, negaron la oportunidad a la paz.

Por insistir en recordar los 52 años de violencia de las FARC, alentada por la degeneración y las atrocidades que cometió esa guerrilla en lo que va de este siglo, se nos han olvidado las masacres de campesinos y su despojo por los terratenientes, que la originaron. El intelectual Ricardo Silva Romero ha recordado, en El País de Madrid, esa Colombia capaz de engendrar una guerrilla que dura medio siglo.

En sus memorias «Vivir para Contarla» el ilustre Gabriel García Márquez recuerda dos siglos de violencia en su país, las guerras de los mil días, más de un siglo de lucha armada, y no sólo de los marxistas, sino sobre todo y mucho antes de los liberales y conservadores. En un amplio recorrido por el «bogotazo» producido por el asesinato del líder popular liberal Jorge Eliécer Gaitán, del que fue testigo privilegiado, García Márquez sostiene que «los muertos en las calles de Bogotá, y por la represión oficial en los años siguientes, debieron ser más de un millón, además de la miseria y el exilio de tantos». Al conservadurismo en el poder le atribuye no menos de 300 mil muertos, más que los 220 mil que se cuentan en los 52 años de la guerrilla de las FARC.

A muchos también se les ha olvidado cómo terminó la paz firmada con las mismas FARC, el M-19 y el EPL por el presidente Belisario Betancurt entre 1984 y 86, tras la que miles se acogieron a la legalidad y fundaron la Unión Patriótica (UP). Concluido el gobierno de Betancurt militares y las milicias paramilitares de los terratenientes desataron una cacería, 15 masacres y 20 atentados a los locales de la UP. En pocos años le asesinaron unos 3 mil dirigentes y militantes, y otro millar fueron desaparecidos. Le mataron 2 candidatos presidenciales, 7 congresistas, 13 diputados, 11 alcaldes y 69 concejales.

Después de esa frustración de la paz, a finales de los 90 y principios del siglo, fue que las FARC alcanzó su máximo nivel, llegando a contar con cerca de 20 mil combatientes y controlando un territorio casi del tamaño de la República Dominicana. Y vino lo peor de los paramilitares, los «falsos positivos» del Ejército, y la degeneración de la guerrilla, aislada y obsoleta por el discurrir internacional, que dependió cada vez más del narcotráfico y la extorsión.

Quiera Dios que esta vez la paz no vuelva a escapársele a la sociedad colombiana y que pronto encuentren mecanismos para que prevalezca la vocación fraterna de sus hijos más iluminados. Con múltiples concesiones sí, como todos los tratados de paz universales.-

Reinado de la incertidumbre

Por Juan Bolívar Díaz
26_06_2016 HOY_DOMINGO_260616_ Opinión9 A

La decisión del retiro del Reino Unido (RU) de la Unión Europea (UE) en el referendo del jueves, rebasa con mucho el límite de la mayor concertación de Estados de la historia y se inscribe en las incertidumbres generadas por un desorden económico internacional fundado en una concentración de la riqueza insostenible, que implica la degradación de los avances logrados en casi siete décadas de esfuerzos por una nueva civilización, de bienestar compartido, como fundamento de la paz.

Esta decisión ultranacionalista pone en jaque a la UE, agobiada por las consecuencias de la crisis financiera internacional que comenzó en el 2008 y no acaba de ser superada, amenazando ahora con una nueva recesión, y por el desmadre de la inmigración de cientos de miles de africanos y asiáticos que tocan las puertas de Europa, impulsados por las degradaciones económicas y políticas autogeneradas en sus propios países, pero con muchísima responsabilidad de las naciones del llamado mundo occidental.

El presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, lo ha expresado de forma dramática: “temo que el Brexit pueda marcar no solo el comienzo de la destrucción de la Unión Europea, sino también el de la civilización occidental”. Aunque lo primero que está en peligro es la unidad misma del RU, ya que líderes de dos de sus estados federados, Escocia e Irlanda del Norte, donde el voto por la permanencia alcanzó 62 y 56 por ciento, están solicitando sus propios referendos para determinar si permanecen en la UE. Lo mismo demandan partidos ultranacionalistas de Francia, Italia y Holanda, tres de los más importantes fundadores de la UE, alentados por el resultado del jueves.

Lo único claro es el reinado de la incertidumbre, que se traslada a Estados Unidos, donde, ya no se puede descartar que pueda alcanzar el poder el señor Donald Trump, quien hasta hace pocos meses no era tomado muy en serio, pero ha logrado convertirse en candidato presidencial de uno de los dos partidos dominantes, reivindicando las políticas de exclusión y aislamiento ultranacionalista.

Tampoco en Europa se creía que el electorado del RU se decantaría mayoritariamente por el aislacionismo. Mucho menos después de esa ofensiva final donde no solo el primer ministro hizo campaña para evitarlo, sino dos de sus antecesores, al igual que gran parte de sus fuerzas vivas, como las universidades, el mundo financiero, el empresariado, científicos, artistas, escritores, deportistas y grandes medios de comunicación sustentaron la permanencia. Y tuvieron el respaldo de los gobernantes y la opinión pública de casi toda Europa y de Estados Unidos.
Tiene que ser muy grande la incertidumbre y el desconcierto económico social para que la mayoría de los habitantes del RU se hayan manifestado contra la UE, desoyendo las advertencias, hasta de la mayoría de sus empleadores, sobre las consecuencias negativas que para ellos mismos puede tener el aislamiento.

Todo nos remite a la crisis del orden económico internacional, que no ha perdonado ni al estado de bienestar logrado por los europeos y norteamericanos tras el desastre de la Segunda Guerra Mundial y por los retos del comunismo que obligó a moderar la voracidad del capitalismo salvaje.

El aislacionismo, la ruptura de la concertación internacional, el predominio del nacionalismo no resolverán la crisis del capitalismo, y en vez de generar conciliación y paz, agudizarán las confrontaciones, los odios, fanatismos y exclusiones que sustentan el terrorismo internacional.

Es que resulta insostenible un desorden mundial en el que 62 personas concentran la misma cantidad de riqueza que 3,600 millones, la mitad de la humanidad, y que el 1 por ciento, es decir 72 millones de personas, usufructúan tanta riqueza como el 99 por ciento, es decir 7,127 millones de seres humanos. Nos acecha una inmensa tragedia.

Compromiso con los derechos humanos

Por Juan Bolívar Díaz
12_06_2016 HOY_DOMINGO_120616_ Opinión9 A

Sería una vergüenza internacional y un gran traspiés que la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA) concluya el período de sesiones que se inicia mañana en esta capital sin adoptar una resolución para sostener financieramente uno de sus órganos fundamentales, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

Ya es deplorable que los principales ejecutivos de esa entidad hayan tenido que apelar a la sensibilidad internacional para que se convenza a los Estados americanos de aportar algo más que los 200 mil dólares que destinaron el año pasado al sostenimiento de ese instrumento del sistema interamericano. Para este año han comprometido unos 2.5 millones de dólares, pero un 90 por ciento solo de Estados Unidos. Los demás Argentina, Uruguay y Perú. De los fondos de la OEA el financiamiento para este año no llega a cinco millones de dólares.

Las informaciones disponibles indican que durante años la CIDH ha sobrevivido gracias a donaciones de las naciones europeas, que se han estrechado en la medida en que la crisis inmigratoria del viejo continente les está demandando cientos de millones de dólares para enfrentarla. A pesar de eso deberían seguir contribuyendo, aunque sea por interés particular, ya que las violaciones de derechos humanos en las Américas también impulsa flujos migratorios periódicos.

Como los ejecutivos de la CIDH han advertido que si no los socorren, el próximo mes tendrán que comenzar a despedir el 40 por ciento de su limitado personal de 78 miembros, el destino queda en manos de la Asamblea General, que es precisamente la que elige a los siete ejecutivos de la comisión, a título personal, pero por propuestas de los Estados miembros, que seleccionan a personalidades jurídicas y sociales con probado historial de compromiso con los derechos humanos.

Es comprensible que cuatro o cinco Estados miembros de la OEA se sientan resentidos por denuncias de la Comisión, pero son 35 y la carga financiera pendiente se conjuraría probablemente con aportes mucho menores al medio millón de dólares anuales. Es obvio que la tacañería no es de origen económico, sino derivada de la valentía y esfuerzo con que la institución ha afrontado su compromiso con los derechos humanos. Y vale advertir que sus reclamos han alcanzado hasta a los Estados Unidos, en materias tan sensibles como el vergonzoso e inaceptable régimen carcelario de la base militar de Guantánamo.

Como en este país hay cierta hipersensibilidad frente a una CIDH que ha denunciado violación a derechos humanos en estos lares y ha pedido protección y reivindicación de derechos para personas y comunidades discriminadas o excluidas, conviene recordar los orígenes y fines de esa institución. Data de la creación misma de la OEA en 1948, cuya carta constitutiva habla de los derechos fundamentales de la persona humana. instituida en 1959 como órgano autónomo de la OEA para la promoción y protección de los derechos humanos en el continente, alcanzaría mayor dimensión diez años después con la proclamación de la Convención Americana Sobre Derechos Humanos.

Cientos de entidades vinculadas a la defensa de los derechos humanos, de muy diferentes ámbitos sociales del continente, están clamando por la preservación de la CIDH, y lo mismo han hecho destacados intelectuales y personalidades sociales. Ese clamor debería ser reproducido aquí, ahora que se reúne la Asamblea General de la OEA. De lo que se trata es del compromiso con los derechos humanos universales y permanentes, mucho más allá de la levedad de los intereses políticos coyunturales.