Es muy probable que estas festividades navideñas sean más frías de lo que nos habíamos acostumbrado, debido al programa de austeridad impuesto por el gobierno del presidente Danilo Medina tras el desguañangue de las finanzas que heredó de su antecesor. La querella se escucha por diversos medios, con nostalgia del enorme reparto de canastas de bebidas y alimentos por miles de millones de pesos a que nos había acostumbrado el despilfarro de los fondos públicos.
Hay que dar crédito al gobierno por la considerable reducción de un gasto que beneficiaba a los funcionarios mismos y sus familiares y relacionados, a comunicadores y líderes políticos y sociales que no necesitan esas ofrendas para celebrar la Navidad, aunque se reconoce que una parte se redistribuía a personas de ingresos medios y bajos.
Se justifica que se haya mantenido el reparto de cajas navideñas a los sectores más pobres, aunque muchos quisiéramos ver llegado el día en que estas boronas no sean necesarias. Debemos celebrar que el presidente Medina no haya utilizado estos repartos como mecanismo clientelista y que dispusiera un gran esfuerzo organizativo para evitar las humillaciones y hasta atropellos del pasado.
El programa de austeridad de este año debe tener efectos positivos como, por ejemplo, que nos permita asumir la Navidad con menos despilfarro, con una reducción de las bebentinas y comilonas que dejan al desnudo las tremendas disparidades y exclusiones de la sociedad dominicana.
Las circunstancias lucen propicias para reivindicar el origen de la celebración de la Navidad, que no es otro que el nacimiento del profeta de profetas, Jesús, el Cristo, el hijo de Dios, o el humilde rabit de Galilea, nacido entre los pobres, quien vivió en la pobreza y se rodeó de gente sencilla para predicar un evangelio de solidaridad.
Para los que tuvimos la suerte de nacer en un batey azucarero dominicano resulta muy fácil entender el espíritu de la Navidad, que siempre ha sido reafirmación de la fraternidad, búsqueda de los más desamparados, compromiso en la lucha por la justicia y el plátano para todos.
En esta Navidad nuestra solidaridad vuela a juntarse con Elena Lorac, encantadora muchacha de 23 años que lucha porque le expidan una copia de su acta de nacimiento para estudiar educación en una Universidad, o con Luis Felipe Fortiñez, a quien ahora se le niega su condición de dominicano después de 47 años de haber nacido en esta tierra, donde descansa su abuela, una inmigrante haitiana de principios del siglo pasado. En esos dos excluidos encarnamos la solidaridad con miles de hombres y mujeres, de todas las edades, condenados por simple decisión administrativa a vivir en un nuevo apartheid.
La solidaridad de la Navidad se extiende también a millares de obreros cañeros que durante años han reclamado el derecho a la jubilación para la que cotizaron durante décadas, regando con sangre, sudor y lágrimas los campos cañeros en los que se fundó durante un siglo el progreso dominicano.
Llegue también nuestra solidaridad a los cientos de miles de muchachos y muchachas a quienes esta sociedad negó el derecho a una educación y un empleo que les permita desarrollarse como persona, constituir una familia en ambiente sano y ser parte del progreso y la modernidad que pregonamos en los cenáculos del bienestar.
Sí, esta celebración, esta Navidad es para la reflexión, para los encuentros y reencuentros, para la solidaridad y la fraternidad. Que la paz de la Navidad nos alcance a todos y se reproduzca con generosidad. Amén.