Providencialismo y continuismo

Por Juan Bolívar Díaz
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Ahora que la nación está envuelta en un proceso para darse una nueva constitución la circunstancia es propicia para replantear lo conveniente que sería para el desarrollo institucional y democrático que se limitara siquiera por un par de décadas el continuismo reeleccionista.

Se trata, desde luego, de un ejercicio casi académico, una apelación a las conciencias más lúcidas de la nación, porque no hay razón para dudar que una vez más el interés continuista estará por encima de toda consideración en la mayoría de los asambleistas constituyentes.

En una alta proporción los asambleistas proceden de una escuela política que bregó durante décadas por establecer límites al continuismo presidencial. En el 2002 la mayoría perredeista renegó del antireeleccionismo que habían convertido en principio fundamental del partido. Todavía entonces, vergonzante e hipócritamente, los peledeístas se oponían al restablecimiento de la reelección presidencial que soñara el presidente Hipólito Mejía y sus partidarios y que ellos acariciaron en el período 1996-2000, pero no pudieron reunir la mayoría necesaria para reformar la Constitución.

Desde la campaña electoral del 2004 el presidente Leonel Fernández se mostró abiertamente partidario del modelo norteamericano que permite una reelección, sin posibilidad de retornar al poder. Pero al redactar el proyecto de nueva Constitución que conoce la Asamblea Nacional decidió ser más generoso, contraviniendo no sólo sus propios postulados, sino también la consulta y la propuesta de la comisión de expertos que él mismo había auspiciado. Como resultado se establece que el presidente de la República, después de una reelección,  podrá otra vez ser candidato tras un período de alternabilidad. Y volver cuantas veces quiera y pueda por dos períodos consecutivos.

En el proyecto de reforma subyace el  interés de que el doctor Fernández pueda repostularse en el 2012 y el 2016, tras proclamarse la nueva Constitución. Lo único que lo impediría sería un artículo transitorio que haga contar los dos períodos consecutivos que ya agota el actual mandatario, prohibiéndole expresamente su repostulación en las próximas elecciones presidenciales. Pero ya altos funcionarios y dirigentes del partido en el poder han adelantado que tal transitoriedad es innecesaria o improcedente, obviamente para dejar abiertas de par en par las puertas al continuismo.

Como es constante histórica en el país, estamos ante un nuevo fenómeno providencialista, aún en un partido de tantos políticos con luces y  capacidades. Pedro Santana, Buenaventura Báez, Ulises Hereaux, en el primer siglo de la República. Horacio Vásquez, Rafael Trujillo y Joaquín Balaguer en el segundo, y ya tendemos un fuerte candidato en la primera década del tercero.

Dada la debilidad institucional de la nación, es obvio que el providencialismo continuista ha sido una rémora y lo seguirá siendo porque es evidente que ya los segundos períodos implican un relajamiento de los preceptos democráticos, una multiplicación de la corrupción y un mayor usufructo del poder del Estado para prolongarse en el mismo.  Este país necesita siquiera un par de décadas de alternabilidad, que los presidentes gobiernen en función del período para el que fueron electos y no en aras de su continuidad.

Es lo que impide, por ejemplo,  que inviertan en educación, porque los frutos no se cosechan en 4 años. Destinan los recursos a obras que puedan enarbolarse como signo del progreso material para reclamar la necesidad de su prolongación en el poder.

Lo mismo ocurre con las instituciones, que hay que debilitar y manipular para reinar, con las conciencias que hay que comprar para multiplicar clientelas, con todo el patrimonio nacional que hay que subordinar al interés continuista.

Ya que parece imposible que prohibamos una reelección, como se establece en la actual Constitución, por lo menos deberíamos alentar la esperanza de que los asambleistas reciban un baño de luz divina y dejen la fórmula actual de una reelección y jamás volver a ser candidato.

El tremendo optimismo de Leonel

Por Juan Bolívar Díaz
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Al escuchar y después leer el discurso del presidente Leonel Fernández del 27 de febrero ante el Congreso Nacional, no se puede menos que resultar maravillado por el optimismo que destila en todos los aspectos,  y aunque se tiene la impresión que está desbordado y va camino a un gran tropiezo, cualquier ser racional e interesado en el bienestar del país debe desear que tenga razón.

Por encima de cualquier cosa resalta la extraordinaria capacidad comunicativa del doctor Fernández, tanto que gran parte de quienes le escuchan terminan creyendo los sofismas en que frecuentemente incurre. Se despierta a la realidad cuando se recuerda que en septiembre pasado el mandatario dominicano dijo en Nueva York que “lo peor de la crisis financiera internacional ha pasado” y que no sabía cómo podría afectar al país. Desde el día siguiente fue cuando cogió velocidad la crisis con el derrumbe de Wall Street que obligó al presidente Bush a tres intervenciones televisivas en una semana. A casi seis meses todavía lo peor no acaba de pasar, pese al salvataje de 700 mil millones de dólares de Bush y el de 790 mil millones de Obama.

En algo ha avanzado el presidente Fernández en el reconocimiento de la realidad, pues ya sabe que tenemos “amenazas externas”, aunque en el contexto de su discurso no acaban de aparecer las previsiones y rectificaciones que la generalidad de los economistas y agentes económicos consideran necesarias. Por un lado una reestructuración del gasto con más claras prioridades, rectificación del creciente endeudamiento externo e interno, austeridad y firme cumplimiento de las leyes, como la de compra y contratación de obras y servicios, llamadas a reducir el dispendio y la corrupción. Por otro la puesta en marcha de un programa de incentivo a la producción y fomento del empleo y la competitividad.

Pero el presidente no sólo contradice a todo el mundo, al extremo de sostener que el año pasado sólo se perdieron 3 mil empleos en las zonas francas y que a ese sector “le aguarda un gran futuro”, que las remesas y el turismo no serán afectados por la crisis, aunque todos los organismos internacionales, evaluaciones y reportes dicen que sí. Llega al grado de contar con inversiones turísticas por 14 mil millones de dólares, aprobadas en los últimos meses, ignorando que la mayor parte eran proyectos que su anterior secretario de Tutrismo mantuvo parados durante años que, ahora, en otro escenario internacional totalmente distinto, habría que ver si podrán materializarse.

Aunque por un lado  concede que la reactivación económica pasa por un programa de flexibilización monetaria, por el otro llega al grado de avizorar que gracias a nuestras altas tasas de intereses es posible que “la catástrofe de la crisis mundial pudiera eventualmente convertirse en una gran oportunidad para el desarrollo de la República Dominicana”, entre otros factores por la desconfianza en los bancos de los países en crisis,  esos pobres países desarrollados.

Vuelve a contradecir los vaticinios internacionales cuando cuenta con un financiamiento externo en volúmenes que no recibimos ni en los mejores tiempos del crecimiento económico internacional. Cuenta hasta con 300 millones de dólares de Petrocaribe que sólo podrían obtenerse en caso de que el petróleo duplique su actual precio este año, lo que, de ocurrir, traería otras serias complicaciones.

El presidente Fernández cantó loas a su Cumbre de las Fuerzas Vivas pero fueron muy pocas las resoluciones que concretó: Apenas 4 mil millones de pesos más para Educación, dependiendo de financiamiento externo, apenas  l.2 por ciento del Presupuesto, pese a ponderar que es el pilar fundamental del desarrollo. Ninguna referencia al paquete de leyes que se demandó cumplir, ni a austeridad ni ataque real a la corrupción, remitiendo a la natimuerta Comisión Nacional de Etica y al liquidado Departamento de Previsión de la Corrupción Administrativa. Por ningún lado asomaron los incentivos ni las exenciones reclamadas por los sectores productivos, ni incentivos específicos a las micro y pequeñas empresas. Ni la menor rectificación del presupuesto. Los megaproyectos siguen como si nada nos afectara.

Releyendo el discurso donde se pinta un país que en todo es “pa’lante que vamos” cualquiera llega a recriminar al presidente que no anunciara una cruzada nacional contra el Foro Económico Mundial cuya última evaluación acaba de colocarnos en el último escalón entre 134 naciones en materia de calidad de la educación, en el 133 en calidad del suministro energético, en el 132 en clientelismo y en el 131 en derroche gubernamental.

Sólo el paso de los meses dirá si el exagerado optimismo del presidente Fernández tenía fundamento o si pagamos un mayor precio por no haber hecho las importantes  rectificaciones en el modelo de desarrollo que agotamos y en el enorme dispendio de nuestros exiguos recursos. Con toda sinceridad debemos rogar para que el mandatario esta vez tenga razón.

Una vez más esa infamia no pasará

Por Juan Bolívar Díaz
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Una vez más gran parte de los legisladores de los tres partidos que han dominado el escenario político nacional tras la tiranía de Trujillo pretenden que pueden auto prolongarse el período para el cual fueron electos, con el pretexto de unificar en el mismo año las elecciones presidenciales con las congresionales y municipales, lo que equivale a una usurpación de la voluntad popular, casi imposible de materializar en estos tiempos.

Si bien la tentación es recurrente y ahora se reproduce en una etapa de estancamientos y hasta retrocesos en el largo proceso de construcción de la democracia dominicana, una vez más, como en 1998 y en el 2002, eso no pasará. Tropezará con la vergüenza que todavía queda en una parte importante de la sociedad dominicana.

En lo inmediato el intento, denunciado por legisladores y dirigentes políticos, evidencia que para la trapisonda y la burla de los procedimientos democráticos el tiempo parece petrificado en esta nación, pues la última vez que se produjo la prolongación de un mandato al margen de la voluntad popular fue en 1927, cuando el Congreso legisló para extender a seis años el período presidencial de Horacio Vásquez.

Aquella insensatez política dividió hasta el propio gobierno, ya que el vicepresidente Federico Velázquez se negó a seguir en el cargo más allá del 16 de agosto de 1928 cuando vencía su período de cuatro años. El incipiente proceso democrático, cuando la República trataba de erguirse tras 8 años de ocupación norteamericana, quedaría profundamente lesionado, creando el caldo de cultivo para el golpe de 1930 que daría paso a la larga y oprobiosa tiranía de Trujillo. Los protagonistas de aquella farsa quedaron sepultados políticamente y han pasado a la historia con desprecio.  Resulta casi increíble que más de 82 años después de aquella insensata y costosa maniobra haya tantos políticos, ahora de por lo menos tres partidos, dispuestos a reeditarla en plena sociedad de la información, donde un golpe de estado no pasa desapercibido y es objeto de condena general y aislamiento internacional.

Es cierto que la sociedad dominicana ha perdido la capacidad de asombro ante tanta descomposición y desaguisados como los que nos han afectado. Pero los que pretenden auto elegirse en el Congreso están extremando la subestimación y provocando la sensibilidad general. De materializarse la prolongación el régimen democrático quedaría profundamente herido y se estimularía un movimiento reivindicativo del decoro y la vergüenza nacional.

Lo primero es que sobrarían entidades y personas en disposición de reclamar a la Suprema Corte de Justicia para que diga en qué artículo de la Constitución se fundamenta el que los legisladores puedan sustituir a los electores y auto prolongarse en sus funciones. Y en caso de un nuevo subterfugio como el de la Sun Land, sería llevado ante el sistema interamericano, al amparo de la Carta Democrática Interamericana, suscrita el 11 de septiembre del 2001 en el marco de la Organización de Estados Americanos.

Desde luego es casi seguro que los promotores de ese golpe a la institucionalidad democrática desconocen los alcances de la Carta Democrática y el compromiso del Estado Dominicano con la misma. Algunos creerán que sólo condena la deposición de los gobiernos, mediante el clásico golpe de estado, lo que por cierto no se ha producido después de que entrara en vigencia ese mecanismo.  La Carta Democrática Interamericana crea un mecanismo automático a partir de la denuncia de “cualquier persona o grupo de personas” que considere vulnerados sus derechos por situaciones “que pudieran afectar el desarrollo del proceso político institucional democrático o el legítimo ejercicio del poder”. Considera la ruptura del orden democrático un obstáculo insuperable para la participación de un Estado en los organismos de la OEA.

Es verdad que el sistema político dominicano está corrompido y cada vez más de espaldas al proceso de fortalecimiento e institucionalidad democrática que se vive en la generalidad de los países latinoamericanos. Pero debe prevalecer todavía suficiente inteligencia política para ahorrarle a la nación la condena internacional que generaría la usurpación de la voluntad popular. Si ese intento se materializara podría ser la gota que derrame la paciencia nacional y se inicien acontecimientos que sacudirían el sistema de partidos.

No, eso no ocurrirá, una vez más no pasará.

¿Y qué del barrilito senatorial?

Por Juan Bolívar Díaz
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Ahora que los miembros titulares de la Cámara de Cuentas han devuelto los millones de pesos que se auto asignaron ilegítimamente a dos meses de iniciada su función, parece tiempo preciso para que volvamos a examinar la legitimidad de los 229 millones 900 mil pesos anuales del barrilito que se auto asignaron los senadores de la República para sus obras de “asistencia social”.

Aunque muchos consideran que la devolución de los más de 5 millones de pesos cobrados por los nueve funcionarios a título de bono e incentivo navideño, no borra el pecado, al menos han dado una demostración de rectificación y de receptividad ante una opinión pública a la que pocos hacen caso en el Estado dominicano.

Falta que recuperen los otros millones que habrían pagado también ilegítimamente a los nuevos funcionarios que ellos designaron y que tampoco reunían las condiciones para cobrar bonificación navideña. O que desmientan la versión si es falsa.

Los 32 senadores de la República deberían imitar ese gesto y si no pueden devolver los cientos de millones de pesos que han recibido sin la menor legitimidad desde que constituyeron el barrilito o cofrecito en septiembre del 2006, al menos que pongan fin a esa inequidad.

Recientemente ha circulado en Internet un cuadro y dos gráficos elaborados por un aplicado ciudadano calculando lo recibido para “asistencia social” por los honorables senadores, entre septiembre del 2006 y el mismo mes del 2008, en 25 cuotas que totalizan 478 millones 920 mil pesos. Se precisa que en los 48 meses de su gestión recibirán 919 millones 680 mil pesos, más de 180 veces lo que devolvieron los también honorables cámara cuentistas.

En un trabajo que publicamos en HOY el 4 de agosto del 2007 denunciamos la magnitud del barrilito en base a datos oficiales del Senado y sosteníamos que carece de asidero constitucional, ya que la carta magna no asigna funciones de asistencia social a los legisladores.

La resolución que crea el barrilito establece el compromiso de rendir cuenta sobre sus fondos, lo que la mayoría no ha cumplido, y se consigna que “son auditables” por la Cámara de Cuentas, que tampoco ha ocurrido, lo que es comprensible dentro de la precariedad institucional y ética que ha caracterizado el organismo de control, cuyos miembros titulares son designados precisamente por los mismos senadores.

Aún asumiendo que esos fondos sean utilizados en real asistencia social, el barrilito senatorial es una inequidad moralmente inaceptable porque otorga un privilegio ventajista a los senadores en ejercicio sobre cualquier ciudadano que sea postulado para competir contra ellos.

Por ejemplo los senadores del Distrito Nacional y de las tres mayores provincias habrán recibido del Estado 44 cuotas, 39 millones 600 mil pesos cada uno, cuando en mayo del 2010 se realice la próxima elección congresional. Casi 40 millones de pesos para repartirlos a su discreción, para practicar clientelismo.

El ventajismo  es mayor teniendo en cuenta que sus partidos habrán recibido también cientos de millones de pesos para hacer campaña electoral, de lo que también se beneficiarán los senadores que sean repostulados.

Mayor inequidad para un aspirante a senador por un partido minoritario o independiente que no recibe financiamiento estatal.

Hay distinguidos profesionales de la política y otras disciplinas en el actual Senado de la República que deberían dar ejemplo de institucionalidad, ética y moralidad reclamando la supresión del barrilito, o por lo menos renunciando a recibirlo. Ciertamente que eso parece difícil en este país, pero es lo que recomienda la coherencia con los principios democráticos y la ética.

Con dolor reconozco que esta es una prédica en el desierto, que muchos incluso considerarán como necedad. Pero es necesario seguir defendiendo los principios constitucionales, democráticos, éticos  y morales para ver si mejoramos la calidad de la política y de la administración de los recursos de todos los dominicanos.