Por Juan Bolívar Díaz
Lo menos que ha causado es extrañeza la velocidad con que el presidente de la Junta Central Electoral (JCE) rechazó la propuesta de un grupo de ciudadanos y ciudadanas que abogan porque en las boletas electorales se establezca una casilla con la denominación de Ninguno, mediante la cual se pueda expresar insatisfacción con las candidaturas propuestas.
Hay que suponer que quienes suscribieron la comunicación dirigida a la JCE no estarían esperando el aplauso de la mayoría de los dirigentes políticos que auspician todo género de usurpación de los derechos ciudadanos y que se niegan a reconocer que la democracia es mucho más que depositar un voto.
Pero seguramente que tampoco esperaban el rechazo absoluto y automático de un jurista de la categoría del doctor Julio César Castaños Espaillat, ni mucho menos los calificativos hasta de necios con que políticos, politiqueros y comentaristas han respondido una propuesta formulada con un lenguaje tan constructivo, conceptuoso y respetuoso.
Las 133 personas en pleno ejercicio de sus derechos ciudadanos que suscribieron la solicitud merecen una respuesta por lo menos respetuosa. En su gran mayoría son ciudadanos y ciudadanas reconocidos en sus respectivas profesiones, quienes reclaman su derecho a participar y a expresar civilizadamente su disensión.
Lo que están planteando es que dada la creciente insatisfacción con las opciones políticas dominantes, se abra la puerta a expresar un voto disidente, en vez de abstenerse de concurrir al certamen electoral. Es cierto que tienen la opción del voto en blanco, pero en el sistema electoral vigente éste se anula, al igual que el de quienes pecan de ignorantes.
Ciertamente que para contar los votos en blanco o para establecer la casilla de Ninguno se requiere una reforma de la ley electoral, cuestión que está implícita en el petitorio. Seguro que los solicitantes no ignoran esa realidad como tampoco que no será fácil obtener la aprobación de la mayoría de los legisladores.
En esencia lo que reclaman es un canal democrático adicional, que el sistema electoral nacional reconozca el derecho al disenso que existe en los parlamentos de todo el mundo, en las asambleas democráticas de todo género de asociaciones, e incluso en las de la mayoría de las corporaciones y empresas modernas, donde se puede pedir que conste en acta la abstención. En muchos países también se cuenta el voto en blanco.
Los políticos de ninguna manera deberían temerle a la casilla Ninguno. Más bien deberían auspiciarla, puesto que podría servir para medir el nivel de disenso consciente y sacar las conclusiones correspondientes. Como se supone que no temen a las encuestas que miden los niveles de insatisfacción ciudadana.
La generalidad de los políticos dominicanos está convencida de que sus partidos son tan sólidos como lo era Baninter, lo que debería ser una razón adicional para no estigmatizar la propuesta del Ninguno. Hasta podría servirles para demostrar que sólo una minoría tiene una insatisfacción militante frente al sistema partidario.
Y ciertamente que esta sociedad muestra niveles de participación en los partidos por encima del promedio latinoamericano. Pero es cada vez más preocupante el nivel de insatisfacción, que hace temer un sorpresivo estallido que seguramente no dará pre-aviso como ha ocurrido en muchos países de la región.
Acción Democrática y Copey, para referirnos a uno de los ejemplos más cercanos, dominaron durante cuatro décadas el escenario político de Venezuela que sobrevivió airosa la tanda de golpes de Estado de los sesenta y los setenta. Pero se sumergieron en un proceso de descomposición, corrupción y corrosión tan fuerte que no les permitió advertir que caminaban hacia el abismo.
En gran parte de Sudamérica el partidismo político ha llegado a niveles críticos, con numerosos colapsos. Aquí no ha ocurrido, pero es una temeridad pretender que estamos inmunizados. Lo más conveniente sería prevenir. Ninguno en vez de ser un peligro podría constituirse en el dolor que alerta sobre un proceso infeccioso degenerativo.