Como chivos sin ley

Por Juan Bolívar Díaz

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Después de todo hay que convenir en que este es un país con mala suerte, o que la degradación política que lo afecta es tan grande que tropezamos una y otra vez con la misma piedra sin que podamos coger cabeza. Como si nos persiguiera un sino fatal para el escándalo permanente, y a la ilegitimidad más absurda, cuando no a la ilegalidad.

Nadie podía haber esperado que a menos de tres meses de su juramentación los miembros titulares de la Cámara de Cuentas estarían envueltos en otro escándalo muy similar al que protagonizaron sus antecesores también al comienzo de su gestión y que los dejó en el descrédito hasta que tuvieron que dimitir en el proceso a un juicio político.

Hay que recordar que los anteriores apenas llegaron se duplicaron el sueldo a casi  600 mil pesos mensuales y se les cuestionó más porque fue a dos semanas de promulgada una ley de austeridad que congelaba y hasta reducía los salarios del sector público. Pero también por la ilegitimidad de auto reivindicarse de esa manera con los recursos públicos.

Vale recordar también que frente a los cuestionamientos aquellos respondieron con un comunicado argumentando que ese nivel de ingresos era necesario para dar un claro mensaje de que no serían sobornados, que no venderían las auditorías. En un país donde los jueces ganaban de 60 a 80 mil pesos, los fiscales alrededor de 50 mil pesos, los coroneles 18 mil y los maestros 8 mil mensuales.

El cobro de tres sueldos en diciembre que se acaban de auto disponer los miembros de la Cámara de cuentas cuando sólo llevaban dos meses en esas funciones no será ilegal, pero sí absolutamente ilegítimo y escandaloso, sobre todo considerando el destino que tuvieron sus antecesores.

Han respondido la indignación general con un comunicado igualmente penoso donde se declaran como chivos sin ley. En pocas palabras que nada les prohibía pagarse, además de su sueldo de 282 mil pesos, otro como bonificación navideña y un tercero por incentivo, en total 845 mil 919 pesos. Cabría cuestionar también la legalidad de  que varios de los jueces  cobraron la regalía pascual que les correspondía por los otros cargos públicos que ocupaban hasta el momento de su designación en la Cámara.

Los argumentos son lastimosos: que la Ley de Función Pública y el Reglamento de la Cámara de Cuentas nos los incluye a ellos en “los plazos legales y tiempos mínimo requeridos” para recibir la ”Regalía Pascual”, como tampoco a los titulares de la Junta Central Electoral. Y efectivamente no los podía incluir porque esos dos instrumentos jurídicos, como ellos mismos señalan,  se refieren a la carrera administrativa.

Como tampoco podían estar incluidos en el Código Laboral que rige para los empleados privados, los directivos de la Cámara de Cuentas se consideran chivos sin ley y por tanto con derecho a distribuirse el patrimonio público a su mejor conveniencia.

También hay que considerar que tanto la Ley de Función Pública como el Reglamento de la CC y el código laboral establecen que quien no tenga tres meses en un empleo no califica para recibir ni un centavo de “regalía pascual”. Y los que pasen de ese tiempo reciben sólo la duodécima parte de los salarios que hubiesen recibido, que tampoco es un sueldo completo. Legalmente en el sector privado el tope máximo obligatorio de “regalía pascual” es de apenas el equivalente a cinco salarios mínimos que equivalen a 36 mil 800 pesos.

Sería injusto esperar que se aplicaran el código laboral, pero muy razonable que siguieran la pauta de las normas para el sector público. Pero como ellos podían saltarse cualquier empalizada, como chivos sin ley, maximizaron la “regalía pascual” y se la duplicaron con un incentivo también injustificable a dos meses de estar en un cargo.

En esencia no es cuestión de legalidad, sino de legitimidad, de respeto a los fondos públicos que administran y a la sensibilidad de un pueblo con tan bajos niveles salariales, tanto en el sector público como el privado. Más aún si ya ellos mismos han reclamado un mayor presupuesto para el próximo año.

En la actual CC hay gente honorable, como las había también en la anterior, lo que no impidió el descalabro. Ahora como la otra vez hay que reclamar que devuelvan el dinero  que no les correspondía. Aquella vez el aumento fue revocado y aún así quedaron mal parados. Porque hay ilegitimidades peores que algunas ilegalidades.

Es lo mínimo que tienen que hacer para amortiguar el escándalo. Lo peor es que vayan a insistir en atribuir la denuncia e indignación a componendas entre políticos y ex-miembros del organismo, o al morbo y la irresponsabilidad de los comunicadores. Que intenten reparar el daño con  humildad, de lo contrario se justificaría que se les pidieran la renuncia o hasta que fueran destituidos por distraer en beneficio personal los fondos públicos que administran. Es lo que ocurriría en cualquier país siquiera de mediana intensidad democrática e institucional. No se olvide que al ser los llamados a controlar las cuentas nacionales deberían ser ejemplo impoluto no solo de legalidad sino de legitimidad.

Otro parto de los montes

Por Juan Bolívar Díaz

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Ahora se puede entender por qué la Suprema Corte de Justicia (SCJ) dilató 14 meses para fallar sobre los dos recursos de inconstitucionalidad que le fueron incoados sobre el histórico contrato que dejó en manos de la empresa Sunland 130 millones de dólares, fruto de la venta en el mercado internacional de pagarés del Estado dominicano.

Ha resultado evidente que la mayoría de los máximos jueces del país carecen del valor que se necesitaba para desaprobar un acto del Ejecutivo, que la separación de poderes sigue siendo apenas un enunciado, y que todos los principios y hasta las propias jurisprudencias se pueden acomodar a las  circunstancias.

La esperada sentencia ha devenido en otro parto de los montes que tambalea la imagen de la justicia y divide en tres grupos la SCJ hasta el punto que su presidente consideró necesario proclamar que el organismo “necesita de un nuevo liderazgo capaz de aglutinar de manera más integral el pensamiento jurídico de la corte”. Tras esa patética confesión se puede esperar la renuncia del magistrado Jorge Subero Isa.

Lo que hizo la SCJ, con el voto disidente de tres de sus miembros, fue  desconocer y reacomodar la jurisprudencia que ellos mismos habían establecido en materia de la acción directa en inconstitucionalidad, en un penoso retroceso cuando más se necesita la acción ciudadana para contener el desbordamiento de los poderes públicos sobre todo en la administración de los recursos económicos.

En síntesis, la SCJ declaró inadmisibles los recursos del Partido Revolucionario Dominicano y del Foro Social Alternativo, restringiendo el alcance del artículo 62, inciso 1 de la Constitución que la faculta para conocer de la constitucionalidad de las leyes, “a instancia del Poder Ejecutivo, de uno de los Presidentes de las Cámaras del Congreso Nacional o de parte interesada”.

En 1998 en plena euforia reivindicativa del Poder Judicial, un grupo de reconocidas instituciones sociales elevó una instancia de inconstitucionalidad sobre la ley de carrera judicial promulgada en agosto de ese año precisamente por el presidente Leonel Fernández que vulneraba el principio de la inamovilidad de los jueces.

Entonces la SCJ tuvo valor para aceptar el recurso y declararlo válido, sentando de paso jurisprudencia al definir como “parte interesada” “aquella que figure como tal en una instancia, contestación o controversia de carácter administrativo o judicial… o que justifique un interés legítimo… o que actúe como denunciante de la inconstitucionalidad de la ley, decreto, resolución o acto, para lo cual se requerirá que la denuncia sea grave y seria”. Vale recordar que desde entonces acogió numerosos recursos incoados por “parte interesada”, como el referente a la Ley de Migración y el último sobre el Concordato del Estado con la Iglesia Católica, hace apenas algunas semanas.

Para no volver a molestar al gobernante, la jurisprudencia fue reinterpretada y ahora se establece que como el acto en discusión afectaba la facultad del Congreso Nacional para aprobar endeudamiento externo, no puede haber otra “parte interesada” que no sean los presidentes de las cámaras legislativas, que coincidencialmente son subordinados políticos del presidente de la nación. Ni siquiera reconoce ese derecho a los bloques de legisladores.

De lo que se trata es de un subterfugio, de una forma de evadir la responsabilidad de declarar la inconstitucionalidad del endeudamiento internacional sin la aprobación del Congreso. La misma sentencia lo reconoce en su página 11 al considerar que “ciertamente como ha sido alegado en la especie, el Poder Ejecutivo estaba en el deber ineludible de someter el acto impugnado a la sanción del Congreso Nacional, de conformidad con nuestra normativa constitucional”.

La sentencia es un penoso retroceso que debilita el estado de derecho y el aún débil ejercicio de ciudadanía y abre las puertas para que los gobernantes sigan burlando la constitución y las leyes, especialmente para que puedan apelar con subterfugios y maniobras al endeudamiento externo. Sólo se requiere tener subordinados en la presidencia de las cámaras, lo que ha sido casi constancia histórica en el país. Por coincidencia, en el proyecto de presupuesto para el 2009 se pide al Congreso autorización para contratar préstamos por 1,900 millones de dólares en los próximos 4 años, sin ningún detalle.

La sentencia fue un nuevo parto de los montes, y por suerte no llegó a incluir aceptar el absurdo de cinco jueces que pretendían el rechazo de los recursos por falta de objeto, como si los pagarés contratados no se hubiesen vendido y el dinero usufructuado ilegalmente como se reconoce en el pretendido acto de rescisión del contrato. La dignidad de los jueces Ana Rosa Bergés, Eglys Margarita Esmurdoc y Julio Aníbal Suárez, que fundamentaron su disensión, no alcanza para paliar esta dolorosa vergüenza.

Y por cierto, ¿qué se hizo con los 130 millones de dólares?

Esa ley debe ser vetada

Es asombroso que el Consejo Nacional de la Seguridad Social, ni la Gerencia General, ni la superintendencia de Pensiones, ni la Dirección de Información y Defensa de los Afiliados, ni las administradoras de los fondos de pensiones, y ni siquiera los representantes de los trabajadores hayan rechazado enérgicamente la ley recién aprobada por el Senado que dispone que se podrá invertir hasta un cinco por ciento de los fondos de pensiones para el financiamiento de la educación técnica y superior.

Todavía hay tiempo para que los llamados a defender esos fondos reaccionen y pidan formalmente al Presidente de la República que vete esa ley por abusiva y carente de sentido moral y porque ni siquiera está bien concebida a la luz del texto de la Ley 87-01 que crea el Sistema Dominicano de Seguridad Social.

En primer lugar debería saberse que el artículo 59 de la ley de Seguridad Social establece que las aportaciones de empleadores y trabajadores para los fondos de pensiones son “patrimonio exclusivo” de sus beneficiarios y el legislador lo concibió tan sagrado que quiso conferirle, igual que las utilidades que generen, la condición de inembargables, lo que no se confiere ni siquiera a la vivienda.  Desde el punto de vista legal, la ley que sancionó en junio la Cámara de Diputados y la semana antepasada el Senado, está mal concebida y por tanto carece de fundamento, ya que sólo modificó el artículo 96 de la Ley 87-01, donde se indica que las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) “deberán priorizar la colocación de recursos en aquellas actividades que optimicen el impacto en la generación de empleos, construcción de viviendas y promoción de actividades industriales y agropecuarias, entre otras”.

Los autores de este adefesio  no advirtieron los alcances de los artículos 97 y 99 de la ley de seguridad social. El primero especifica desde su letra a) a la g) los instrumentos financieros en que podrán ser invertidos los fondos de pensiones. Y la letra h) señala “cualquier otro instrumento aprobado por el Consejo Nacional de Seguridad Social previa ponderación y recomendación de la Comisión Clasificadora de Riesgos”.

El artículo 99 indica que esa  Comisión “determinará el grado de riesgo actual de cada tipo de instrumento financiero, la diversificación de las inversiones entre los tipos genéricos y los límites máximos de inversión por tipo de instrumento”. Indica a continuación los seis integrantes de la Comisión, los superintendentes de Pensiones, de Bancos y de Seguros, el Gobernador del Banco Central, el presidente de la Comisión de Valores y un representante de los afiliados al Sistema de Seguridad Social.

Como la ley recién aprobada no modifica estos dos artículos, ni siquiera los alude, es claro que siguen vigentes y por tanto sólo la Comisión Clasificadora de Riesgos puede determinar en qué y en cuál proporción se invierten los fondos de pensiones.

En el sistema hay quienes restan importancia a la nueva ley por cuanto sólo dice que “se podrá invertir hasta un cinco por ciento de los fondos de pensiones en títulos de deudas que financien la educación técnica y superior”… Según interpretan la ley es sólo una recomendación, apenas una demagogia legislativa Y tienen razón.  Pero esta ley debe ser rechazada por tratarse de un adefesio abusivo y porque crea un mal precedente. Los legisladores no tienen derecho a decidir sobre unos fondos que pertenecen individualmente a los trabajadores, que son parte de sus ahorros, inembargables.

En capitalización individual las AFP disponían al 31 de octubre de 45 mil 147 millones de pesos, y todo el patrimonio de pensiones ascendía al 30 de noviembre a 66 mil 100 millones de pesos, una suma que puede convertirse en tentación para los políticos acostumbrados a distribuir el patrimonio público a su mejor conveniencia.

Es obvio que los financiamientos de estudios no son los instrumentos más seguros ni rentables para invertir los fondos de pensiones. Si lo fueran ya lo estarían ofreciendo los bancos privados. El financiamiento de la formación técnica y profesional debe ser prioridad del Estado y parte del 4 por ciento del producto bruto interno que según la ley debe destinarse cada año a la educación.

Una de las debilidades por la que atraviesa el sistema nacional de pensiones es que hasta ahora su rentabilidad histórica es apenas 0.7 por ciento. En este año podrían alcanzar el 2 por ciento, según la asociación de AFP, razón adicional para que se respete el espíritu de la ley y el patrimonio de los trabajadores.

Hurgar en las raíces de los problemas

Por Juan Bolívar Díaz

El jefe de la Policía Nacional declaró esta semana que en su gestión de 14 meses y medio al frente de esa institución han sido cancelados 980 miembros, incluyendo oficiales superiores, por cobrar peajes a narcotraficantes, por asociarse con otro género de delincuentes, y por violar leyes y reglamentos. Aunque no precisó en cuántos casos, el general Rafael Guillermo Guzmán Fermín sostuvo que muchos de ellos han sido sometidos a la justicia.

No hay la menor razón para dudar  de los datos aportados por el comandante policial ni tampoco de su decisión de irradiar de la institución a todos los que delinquen. También sus antecesores en esa jefatura han despedido cientos, que han ido totalizando miles, desde rasos a generales.

Lo mismo viene ocurriendo en las demás instituciones del Estado encargadas de la seguridad nacional y de la investigación y persecución de delitos. No olvidemos que el 25 de julio pasado el entonces presidente de la Dirección Nacional de Control de Drogas, general Rafael Ramírez Ferreira, sostuvo que en dos años al frente de ese organismo había despedido a cerca de cinco mil de sus miembros, también por faltas tan graves como asociarse al narcotráfico. Y el 15 de febrero la Secretaría de las Fuerzas Armadas dio cuenta de que desde el 2004 habían despedido a dos mil 300 militares, incluyendo generales, por robos, narcotráfico y otros delitos.

Las cifras son realmente escandalosas. En el caso de la Policía Nacional implica más de dos despidos por día. En el de la DNCD significa que en dos años botaron más del total de sus miembros. Es decir que hay un reciclaje continuo.

El problema tiene que ser abordado con seriedad y profundidad, hurgando en sus raíces, si queremos encontrarle solución o por lo menos reducir su magnitud. Lo primero que corresponde es abandonar el discurso de que dilucidarlo equivale a desacreditar  esas instituciones, o que los asociados a la delincuencia todavía son unos cuantos. De lo que podemos estar seguros es que son muchos más de los que se despiden, pues hay que presumir que no es tan fácil detectar y comprobar  delitos tan frecuentes como la extorsión, el cobro de comisiones, el robo y el narcotráfico.

No hay dudas de que en todas esas instituciones hay muchos hombres y mujeres honestos, con sentido del deber y la profesionalidad. Ellos deben ser de los más preocupados ante el hecho de que casi a diario hay un uniformado en los medios de comunicación vinculado a actividades delincuenciales.

A la sociedad en general tiene que preocuparle mucho que una gran cantidad de aquellos a los que se suministra armas, uniformes y carnets para guardar el orden o defender la seguridad de la República  terminen  asociados a la delincuencia en cualquiera de sus categorías.

Preocupa también que tantos funcionarios, como políticos, legisladores y creadores de opinión quieran ocultar la cabeza ante la realidad o estén favoreciendo palos de ciegos en vez de ir a las raíces y proponer soluciones reales.

Por eso hay tantos entusiasmados con la locura de invertir los recursos que faltan para educación y salud en  naves aéreas y marítimas y promoviendo una ley para derribar aviones y destruir embarcaciones de los narcotraficantes.

En pocas palabras, que mientras el narcotráfico  carcome nuestras instituciones, aquí en los mismos cuarteles queremos ganarle la batalla en el espacio aéreo o en el mar, ámbitos reservados a las potencias económicas y militares con recursos suficientes para controlar el más lucrativo y perverso negocio de nuestra época.

Urge revaluar las condiciones de ingreso y de vida de soldados y policías, reducir su número para pagarles mejor y dotarlos de seguridades para ellos y sus familias. Es cierto que ni los buenos salarios evitan que funcionarios públicos de cualquier área degeneren en delincuentes. Pero mantenerlos en la mendicidad multiplica las posibilidades de que se corrompan.

No hay que dudar que muchos jóvenes ingresan a esas instituciones con deseos de servir, pero seguro que la gran mayoría de los que quieren realizar una profesión honesta no se siente atraída por los salarios de militares y policías. Y probablemente muchos aventureros que quieren disponer de insignias, uniformes y armas sean los más atraídos.

La reelección cobra su costo

Por Juan Bolívar Díaz

Los sabios campesinos dominicanos suelen afirmar que las lluvias pagan sus daños, queriendo significar que aunque a menudo arrasan sembradíos y destruyen  caminos y puentes así como enseres domésticos, irremisiblemente dejan beneficios, tales como  tierra fertilizada, represas rebosadas para  riego y energía y campiña de verdes encendida.

De la reelección presidencial podemos decir lo contrario, que siempre conlleva un costo económico e institucional, afectando la democracia y generando más frustraciones que satisfacciones. Al menos en países como el nuestro, donde las instituciones son extremadamente débiles y el presidencialismo indiscutible, con una cultura que implica eterna rendición ante algún caudillo. Algunos nos cansamos en el curso de la pasada campaña electoral de advertir que el desenfreno en el gasto público traería consecuencias, que el festival de subsidios no sólo era insostenible, sino que conllevaría un alto costo, y que el retorno del continuismo traería daños institucionales.

 Los resultados están a la vista de todos. Los apagones han vuelto a sus peores niveles, tan irremisibles como los huracanes en cada verano caribeño. Temprano se advirtió que el subsidio a la energía se duplicaría este año llegando a mil doscientos millones de dólares  y por ahí andará. Ahora mismo estamos apagados porque la deuda con los generadores se aproximaba a los 400 millones de dólares y como negocio es negocio reactivaron la consigna: pagas o apago.

El 14 de octubre el administrador de la CDEEE confesó que la deuda era de 364.9 millones de dólares y prometió abonar este mes 116 millones. Como la oferta era menos de la tercera parte de lo adeudado, los interesados decidieron seguir apagados,  hasta tener pájaro en mano. Hasta el viernes 24 apenas recibieron 20 millones de dólares, el 5.7 por ciento.

Entre enero y junio los subsidios de la energía y el gas propano al gasoil, la harina, los pollos, el arroz y las habichuelas y el empleo de zonas francas. Como consecuencia del desbordamiento se ha dejado de pagar y en vez de generar electricidad se genera frustraciones y protestas, mientras el costo de la vida se dispara. Además se desactiva una parte de las 200 mil tarjetas solidaridad que se repartieron políticamente.

El gasto corriente del gobierno, que creció más de una tercera parte en la primera mitad del año en relación al mismo período del 2007, generó desequilibrios fiscales que han tenido que pagarse con fuertes incrementos de las tasas de interés, penalizando sectores productivos y a los consumidores, muy especialmente a los que se habían endeudado para adquirir viviendas y automóviles en los meses del festival. A muchos se les han duplicado las cuotas, y las consecuencias se empiezan a sentir por lo menos en el sector de la construcción.

Pero las deudas no sólo afectan a los generadores, también a los productores agropecuarios quienes reclaman cientos de millones de pesos por los alimentos que se repartieron al ritmo de la campaña, pero los polleros, hueveros,  lecheros, cebolleros y productores de granos no tienen nada que apagar, que no sea su capacidad de generar bienes alimenticios.

El deterioro es tan significativo que el secretario de Hacienda ha dicho esta semana que no es posible aplicar toda la reducción del costo del petróleo a los precios locales de los combustibles, porque  tampoco se elevaron en la proporción de las alzas. Se refería a las dos o tres semanas antes de los comicios cuando se llegó anunciar públicamente que los precios de los combustibles se mantendrían congelados. Ahora se confiesa que se violó la ley antes y se sigue violando después. Y lo dice uno de los más altos funcionarios y la vida sigue su agitado curso, como si nada pasara. El que crea en el fortalecimiento institucional que pregunte por qué la Suprema Corte de Justicia no ha tenido tiempo para responder las instancias inconstitucionalidad del escándalo Sun Land.

Sí, no sólo de pan se vive

Por Juan Bolívar Díaz

No sólo de pan vivirá el hombre (y la mujer), sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, fue la respuesta contundente con que Jesús el Nazareno  respondió cuando era tentado en el desierto por el demonio que le pedía una demostración de su filiación divina convirtiendo las piedras circundantes en pan, según Mateo capítulo 4, 1-11.

El planteamiento ha sido distorsionado históricamente por fariseos, explotadores y manipuladores, especialmente los que siempre han querido convertir la religiosidad en opio para el pueblo. No se le puede aceptar como una negación de la materialidad de los seres humanos y sus necesidades.

Si Jesús dijo “no sólo de pan…” estaba asumiendo que primero que nada se requería ese alimento, tan imprescindible para la vida que una vez tuvo que apelar a su multiplicación, junto con unos cuantos pececillos para satisfacer el hambre de una multitud que lo seguía.

Hay quienes admiten lo imprescindible del pan, o del plátano o la tortilla, que es lo mismo. Pero niegan que deba ser acompañado por mantequilla, leche, carnes y otras proteínas. Y que los seres humanos tienen que recibir lo suficiente para satisfacer muchas otras necesidades igualmente básicas, como el vestido, la vivienda, el transporte, la educación, la salud y hasta el entretenimiento.

Una de las expresiones más dramáticas de la ficción en que ha devenido la sociedad dominicana es justamente el desorden en la distribución del ingreso y en las condiciones salariales de las mayorías que tienen que apelar al pluriempleo y se degradan en los picoteos de todo género para poder sobrevivir.

Baste saber que el 64 por ciento de los trabajadores formales del país (casi las dos terceras partes) ganan sueldos inferiores a dos salarios mínimos, es decir menos de 15 mil pesos al mes, y las tres cuartas partes, sí el 75 por ciento, menos de tres salarios mínimos, unos 22 mil pesos mensuales.

Los datos son de la Tesorería de la Seguridad Social, lo que implica que  incluye a todas las grandes empresas, que no pueden evadir la contribución y donde se pagan los mejores salarios. Si se  incluyen las pequeñas que sí evaden y los trabajadores informales, las proporciones pueden ser todavía más inconcebibles.

 En el caso de los trabajadores del Estado el desorden es mayúsculo. Baste recordar que en julio pasado el presidente de la nación anunció que se llevaba el salario mínimo a 5 mil pesos mensuales, que es casi la cuarta parte del costo de la canasta básica de los pobres. El 85 por ciento de los trabajadores municipales recibe menos de 4 mil pesos al mes,  según sostuvieron recientemente en HOY los dirigentes de la Federación de Municipios.

Eso mientras los funcionarios políticos acumulan salarios de cientos de miles de pesos y disfrutan de vehículos, choferes, guardaespaldas, dietas privilegiadas para viajes y otras compensaciones. Ya sabemos que muchos regidores reciben 100 mil pesos al mes para asistir a una o dos sesiones de los ayuntamientos, y que en los organismos del Estado se auto-pensionan con 400 y 500 mil pesos mensuales.

Pero no hay dinero para pagar eficientemente los servicios fundamentales como  educación, salud y seguridad. Por eso maestros, médicos, enfermeras, laboratoristas, policías y militares reciben sueldos tan miserables que aún con pluriempleo no pueden alcanzar niveles de vida digno.

Todos reciben salarios muy lejanos de los 58 mil pesos mensuales que reclaman los médicos y que a algunos les parece un desbordamiento, aunque esa suma apenas permite vivir modestamente, sin soñar con techo propio. Entre quienes más condenan hipócritamente a los trabajadores del Estado que reclaman mejores salarios, están los que viven holgadamente de la cosa pública.

Por razones de elemental justicia en estos días hay que expresar solidaridad con los reclamos de los médicos, cuyo ejemplo deberán algún día  seguir las enfermeras,  maestros y policías, en una gran concertación, a ver si los políticos comprenden que aquí jugamos todos o se rompen las barajas.

Sí, no sólo de pan o plátanos viven los dominicanos y las dominicanas.

¿Por qué una nueva cédula?

Por Juan Bolívar Díaz

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Los que sacaron su cédula de identidad durante el siglo pasado saben que se trataba de un carnet elaborado en papel grueso, pero papel al fin, que no garantizaba la seguridad que hoy día se requiere para cualquier documentación. Se podía fabricar una cédula comprando o robando una matriz.

El simple contacto dactilar, la lluvia o el sudor eran suficientes para deteriorar y obligar a sacar otra copia de aquel documento que junto a “La Palmita del Partido” y el carnet del servicio militar obligatorio constituían “los tres golpes” de la seguridad ciudadana en aquellos años terribles cuando el país era una inmensa finca propiedad de Rafael Trujillo.

Hasta mucho después de concluida la Era de Trujillo, la cédula había que renovarla cada año, pagando unos sellos de Rentas Internas, pues era una forma de recaudación impositiva, hasta que evolucionaron los conceptos sobre contribuciones fiscales y el documento fue evolucionando a un simple instrumento de identidad.

Para los años setenta cuando se impuso el empadronamiento electoral, nació el carnet de votación que tuvo vida propia hasta los noventa, cuando la ley instituyó un documento único de identidad y electoral.

El último empadronamiento general que dio origen a la emisión de la actual cédula, tuvo efecto en el período l998-2000 cuando se emitió una cédula provista de suficientes garantías contra las falsificaciones y multiplicaciones. Se trata de un plástico de gran fortaleza cuando se graban los datos personales, la firma y la fotografía de cada persona.

Con la captura de las huellas digitales y su lectura electrónica a través de un código de barras se completaba todo un sistema de seguridad, aunque ciertamente en una proporción importante este aspecto no pudo cumplirse debido a fallos de electricidad, tecnológicos y humanos.

De cualquier forma esa cédula ha resultado invulnerable tanto en su función civil como electoral, manteniendo una excelente conservación física, resistiendo el tiempo y la humedad, sin que ni siquiera la desconfianza política hubiese osado denunciar su adulteración.

En tal circunstancia, es difícil entender por qué la Junta Central Electoral anda contratando una nueva cedulación general, cuyo costo hoy día superaría los mil millones de pesos y que obligaría a la ciudadanía a someterse de nuevo a un proceso de cedulación, que implica pérdida de tiempo y gastos personales, contradictorios con la etapa de austeridad en que debería estar concentrada la sociedad dominicana dada la crisis que amenaza con una nueva desestabilización económica.

Cualquiera que haga el ejercicio de observar su cédula llegará a la misma conclusión: ¿por qué hay que cambiarla? Cuando lo procedente es volver a prorrogarla y tal vez siquiera por diez años. Ya antes las cédulas emitidas en el 2000 fueron prorrogadas por lo menos dos veces. Sin la menor consecuencia. Se debe dar por supuesto que se puede contratar un nuevo tipo de cédula para los que la tienen que sacarla por primera vez y para los duplicados por pérdidas.

La contratación de una nueva cedulación, para lo cual han viajado a Estados Unidos los miembros de la Cámara Administrativa de la JCE, puede ser más improcedente a la luz del conflicto que mantiene ese organismo con la empresa Soluciones Modernas por un contrato de tecnología que incluye la emisión de cédulas.

Es más, una nueva cedulación obligatoria para el universo de los ciudadanos y ciudadanas podría renovar la desconfianza en el padrón electoral que tanto esfuerzo costó superar, y que se logró justamente con la cedulación del 2000.

Condena saludable para la nación

Por Juan Bolívar Díaz

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Más allá de todo sentimiento humano, la condena definitiva de los principales responsables del fraude del Banco Intercontinental (Baninter) contiene una lección de enorme valor para la salud de la nación dominicana, por cuanto reivindica el principio de  que nadie está por encima de la ley y porque ya no se puede contar con la impunidad.

No era posible que quedara sin sanción el mayor fraude de la historia en términos proporcionales, con un costo de 74 mil millones de pesos cubiertos por el Banco Central, equivalentes a más del 20 por ciento del producto bruto interno y a casi el 90 por ciento del presupuesto nacional del 2003 cuando se denunció,  y que según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo empujó a millón y medio de dominicanos a los niveles de pobreza.

Si la nación hubiese tenido la fortaleza para sancionar los fraudes bancarios y financieros de la década de  los ochenta, probablemente no se habrían producido los descalabros del Baninter del Banco Nacional de Crédito y el Banco Mercantil, ni los desfalcos denunciados posteriormente en el Banco del Progreso.

Los seres humanos equilibrados no pueden celebrar la desgracia de otros, ni siquiera la de los que más daño causan a la sociedad, pero en el caso Baninter  hay que ponderar lo que implica de avance en la justicia y en la institucionalidad democrática el que se haya podido llegar a la sanción.

Es ponderable la firmeza con la que las anteriores y actuales autoridades monetarias insistieron en llevar el caso hasta las últimas consecuencias, resistiendo presiones mayúsculas, diatribas y hasta incoherencias de otros estamentos del Estado.

La sentencia ratificada por la Suprema Corte de Justicia compensa los esfuerzos de la Coalición por la Transparencia y la Institucionalidad creada para promover sanción de los fraudes bancarios y sostenida contra viento y marea por algunas organizaciones sociales y alienta esperanzas de nuevos hitos en el proceso de fortalecimiento de la justicia.

Hay que convenir, sin embargo, en que la presión internacional ha sido un factor determinante en que se llegara a ese nivel de justicia. Es obvio que esta nación todavía precisa de muletas externas para mantenerse en pie y crecer. Sin las firmes demandas de sanciones para los fraudes bancarios del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo, de numerosos  funcionarios y diplomáticos de Estados Unidos y de los embajadores de España, Francia, Italia y Gran Bretaña, la impunidad habría vuelto a predominar.

Y no es que hubiese una conspiración internacional como algunos interesados alegan, ni que se quisiera victimar a algunos relevantes ciudadanos. Es que el daño causado a la sociedad es de una magnitud que de ninguna forma podía quedar en la impunidad.

Por encima de poderes tradicionales, y de la mezquindad política que intentó ocultar la realidad, en el caso de Baninter ha prevalecido la justicia. Aunque no en las proporciones que los códigos establecen y pese a que tardó cinco años, se impuso la sanción del inmenso fraude.

Quedan pendientes los otros casos, los cuales deberían culminar también en las sanciones correspondientes. Lo demanda la salud de la nación.

Que alguna vez prevalezca la ley

Por Juan Bolívar Díaz

El jueves 26 de este mes de Junio habrá una nueva oportunidad de hacer prevalecer la ley cuando la Segunda Sala de la Cámara de lo Civil y Comercial del Juzgado de Primera Instancia del Distrito Nacional conozca la demanda de nulidad del contrato de arrendamiento que casi regala el hotel Montaña de Jarabacoa a un promotor artístico asociado político del gobierno.

La importancia no radica sólo en que pueda deshacerse tan ignominioso y grosero contrato, hecho a espaldas de la ley, sino en que salga adelante una instancia judicial levantada por una institución social, en este caso la Alianza Dominicana Contra la Corrupción, que a su vez ha respaldado el incansable comunicador Marino Zapete, quien decidió no quedarse en la simple denuncia.

Al pedir apoyo para su causa, Zapete ha dejado clara su aspiración de algún día conseguir vivir en un país menos corrupto, donde se respeten las normas legales y el patrimonio público se administre con un mínimo de escrupulosidad.

El arrendamiento ha sido denunciado como escandaloso desde que fue suscrito el 7 de septiembre del 2007 por el recién designado director de la Corporación de Fomento de la Industria Hotelera y Desarrollo del Turismo, Freddy Majluta, con una empresa desconocida, representada por el promotor artístico Félix Cabrera Castillo, cuyos méritos rebasaban el nivel de lo empresarial, ya que organizaba los actos políticos del  presidente Leonel Fernández en Estados Unidos.

Es obvio que Majluta siguió instrucciones para firmar el contrato de grado a grado, es decir sin el concurso público a que obligan dos leyes justamente promulgadas por el propio presidente Leonel Fernández. La primera es la 141-97, la cual instituye la comisión de Reforma de la Empresa Pública como “la entidad responsable de la conducción y dirección del proceso de reforma y transformación de la empresa pública, con poder jurisdiccional sobre todas las entidades sujetas a transformación”, según reza su segundo artículo.

La segunda legislación  violada con este arrendamiento es la Ley 340-06 Sobre Compra y Contrataciones de Bienes, servicios y Concesiones, cuyo artículo 47 indica que “la licitación pública nacional o internacional será el único procedimiento de selección para la contratación de concesiones, sea cual sea la modalidad, a que podrán presentarse personas, firmas o asociaciones nacionales, extranjeras o mixtas”.

Cualquiera tenía derecho a creer que once años después de promulgada la ley sobre Capitalización de las Empresas del Estado, y que tras las  presiones nacionales e internacionales  por una ley que rigiera las contrataciones estatales, por lo menos se convocaría a un concurso público.

Si la violación del espíritu y la letra de dos leyes no es motivo suficiente para rechazar la contratación, la revisión de sus términos no deja ninguna duda: el arrendamiento del hotel es por 35 años, con los diez primeros “de gracia”, y sólo a partir del 2018 la empresa Pareatis  del señor Cabrera Castillo tendrá que pagar 2 mil dólares mensuales por la edificación hotelera en una extensión territorial de 176 mil 253 metros cuadrados en uno de los lugares del país más privilegiados.

Además se le conceden exenciones y exoneraciones tributarias.

 

 

Otra nómina injustificable

Por Juan Bolívar Díaz

Una fuente anónima me hizo llegar esta semana copia de otra nómina que se paga con dinero de los contribuyentes, del que no alcanza para satisfacer las necesidades de educación, salud, alcantarillados sanitarios y caminos vecinales. Ésta corresponde al Instituto Agrario Dominicano (IAD) y comprende 1,209 personas que en su mayoría tienen asignaciones mensuales de 15 mil pesos, el resto entre esa cifra y 25 mil pesos.

La copia en mi poder corresponde al 2006, el concepto indica “Nómina pago Inspectores”, el monto total por mes es de 18 millones 355 mil pesos, lo que multiplicado por 13 implica una erogación anual de 238 millones 615 mil pesos. En su mayoría son hombres y de todas las edades, incluyendo uno de 93 años. El número de cédula que aparece junto a su nombre en la nómina permite entrar al registro civil o padrón electoral. En la columna correspondiente a seguridad social todos aparecen con el mínimo  descuento de 387 pesos, para una acumulación mensual de 473 mil 559. Pero en la  referente al pago de la empresa todos los renglones están en cero, al igual que el total.

Un primer vistazo arrojó como sospecha que el IAD no está reportando esos descuentos a la Tesorería de la Seguridad Social y, desde luego, tampoco hace el aporte que le corresponde. Eso lo pudimos comprobar con una muestra de “empleados” de diversos municipios, cruzados con los registros electrónicos de la seguridad social. La tercera parte no ha estado asegurada, y de la mayoría que sí aparece ninguno tiene como empleador al Instituto Agrario. Casi todos están registrados como empleados de las secretarías de Obras Públicas y Agricultura por algún pago, la mayoría en años anteriores, una minoría en el 2008. Casi todos tienen salarios similares a los de la “Nómina Pago Inspectores”.

Esos hallazgos pueden significar que el IAD no asegura a sus empleados, aunque les hace el descuento mínimo, que esas mil 209 personas no trabajan, sino que cobran allí, que aquello es una simple asignación, o que son nombres para sacar una suma mensual y destinarla a otras personas o fines. El que alguna vez cotizaran en Obras Públicas o Agricultura ratifica que se trata de gente con vocación para la nómina estatal.

Desde luego que el IAD no necesita 1,209 inspectores y menos con el 65 por ciento, casi 800, residentes en el Distrito Nacional donde no hay ningún proyecto agrario. Como los tres primeros números de la cédula indican el municipio, resultó fácil su ubicación geográfica. El 10 por ciento es de La Vega, donde sí hay algunos proyectos de parceleros agrícolas. Un tres por ciento de Salcedo, y dos por ciento de Santiago y Moca, respectivamente. El restante 18 por ciento se distribuye entre otra veintena de municipios.

Llama la atención la concentración urbana de estos “inspectores”, y que apenas aparezcan algunos en los municipios del Bajo Yuna, Azua, Monseñor Nouel y la línea noroeste, donde se concentran los mayores proyectos agrarios. Aunque ni aún en ellos hay algo que no puedan inspeccionar los gerentes, subgerentes, asistentes y los agrónomos, que tienen asignados.

Estamos ante otra “nominilla” que es como se ha designado los multimillonarios pagos estatales a dirigentes y simpatizantes políticos. No la confundan con la “Nómina CB” que, ascendente a 143 millones 120 mil pesos al mes, es de asignaciones más modestas, de sólo tres y cuatro mil pesos mensuales. Aquellos son 42 mil 434 presidentes de comités de base del partido gobernante. La nominilla IAD podría ser la que alguna vez me prometiera un dirigente del PLD como correspondiente a los comités intermedios.

Pedro P. Yermenos, quien el año pasado renunció avergonzado a su militancia peledeísta, dio cuenta de la amplitud de los pagos a los dirigentes del partido en su columna de El Nacional del 18 de marzo pasado. El escrito se tituló “Estuve en la nominilla”, aunque el autor dio cuenta que rechazó “aquella ignominia”.

No se trata de simple pago a empleados, que de esos el Estado tiene 500 mil, es de financiar a los dirigentes políticos, lo que en cualquier democracia de mínima intensidad se cataloga como corrupción y se sanciona. Es verdad, como dijo esta semana el presidente Leonel Fernández que la corrupción brota por todas partes, y él mismo recordó que hasta en el Banco Mundial. Pero se le olvidó decir que en muchos lugares se le combate y condena. El presidente de esa institución, Paul Wolfowitz, hubo de renunciar hace justamente un año sólo porque se sospechó que había ejercido influencia para que a una novia le aumentaran el sueldo.

Aquí sobran discursos, promesas, leyes y organismos anti-corrupción, pero en vez de condenarla y sancionarla, la auspiciamos y justificamos.