Por Juan Bolívar Díaz
Escribí “Con Ingrid Betancourt en el Corazón”, cuando ella cumplía su primer año en prisión en manos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) que la secuestraron en febrero del 2002 al adentrarse en territorio de nadie en momentos en que hacía campaña para la presidencia de su patria. El título y el artículo aludían al vibrante libro “Con la Rabia en el Corazón”, en que ella contaba sus luchas.
Como muchas personas, no pensaba que esa extraordinaria mujer, sensible a los mejores vientos del mundo, batalladora impenitente contra la corrupción y la descomposición social, pasaría tanto tiempo en prisión. Evidentemente que no habíamos ponderado lo cruel y abominable en que pueden devenir la política y la guerra, aún cuando se comiencen a nombre de las mejores causas.
Camino a los seis años de prisión, se ha conocido en estos días la desgarradora carta enviada por Ingrid a su madre Yolanda Pulecio y la reacción de ésta y de su hijo mayor, lo que ha constituido un drama humano-político conmovedor, desde luego para los seres humanos, no para esa especie tan particular que son hoy los cultores del realismo político, del que no escapan ni siquiera aquellos que alguna vez cogieron los desfiladeros para entonar cánticos de rebeldía en la selva.
Tiene que haberse encallecido mucho el alma de Manuel Marulanda (Tiro Fijo), guerrillero de profesión tras cuatro décadas en ese difícil quehacer, convertido en un modo de vida dentro de una geografía extensa y de muchos escondrijos, para mantener a Ingrid Betancourt en las condiciones que narra su carta.
“La vida aquí no es vida. Es un desperdicio lúgubre de tiempo. No he vuelto a comer, el apetito se me bloqueó. El pelo se me cae en grandes cantidades. Duermo en cualquier hueco, tendida en cualquier sitio, como cualquier animal. Aquí nada es propio, nada dura. La incertidumbre y la precariedad son la única constante. Estoy débil, friolenta. Parezco un gato acercándose al agua. Yo que tanto he adorado el agua ni me reconozco”, son algunas de las frases extraídas del texto de su carta incautada cuando iba a ser tramitada al presidente Hugo Chávez, como parte de las gestiones que éste realizaba para un intercambio de prisioneros entre las FARC y el gobierno colombiano.
La foto de Ingrid es tan elocuente como su carta. Se trata de un espectro de la hermosa mujer que ha sido, deprimida, reducida por esa cárcel ambulante en la selva, sin nadie que le lleve ni el elemental consuelo de un libro, cargando el fardo de una mochila, y el peso de una inconmensurable soledad.
Ella que de joven apeló con sus propias fuerzas a las muchedumbres en las esquinas de Bogotá hasta ser electa senadora, se mueve ahora sigilosa, silenciosa, mujer sola entre muchos hombres con meses y años sin compañera, buscando pasar desapercibida y evitarse complicaciones. Nos deja el consuelo de saber que aún en tan terribles circunstancias, se aferra a la vida: “Mientras siga respirando tengo que seguir albergando la esperanza, pero ya no tengo las mismas fuerzas”. El llevar prendidos al alma a su hija Melani y al hijo Lorenzo es de los incentivos que le quedan para vivir. Ellos ya no son la niña y el niño que vivían en Santo Domingo cuando su madre fue capturada por la guerrilla. Son jóvenes universitarios en Francia cuyo gran sueño es volver a encontrarse con su madre, y la alientan a “que comas lo mejor posible y que tengas el deseo de vivir”.
La prolongada prisión de Ingrid radica en que ella es una pieza demasiado importante para las FARC. Su prominencia les da espacio y las ratifica como una fuerza deliberante con la que hay que negociar. Ella es su más importante rehén, herramienta clave con la que esperan abrir las puertas de las cárceles para cientos de guerrilleros.
Por su parte el gobierno parece jugar al paso del tiempo, con la esperanza de un golpe de suerte, renuente a reconocer que esa guerrilla es endémica, por lo que es imperativo reconocer la realidad de su existencia y negociar en firme para liberar presos, aunque muchos de ellos vuelvan a los amplios territorios de insurrección, más extensos que la geografía dominicana.
La mediación del presidente venezolano Hugo Chávez contenía una esperanza que por el momento se esfuma. Pero crece en el mundo el clamor por Ingrid Betancourt y con ella por todos los que en ambos frentes pagan el duro precio de la guerra. Mientras tanto yo sigo con Ingrid en el corazón, esperando que en ella se reproduzca el milagro de la vida.