Reivindicación de la política

Por Juan Bolívar Díaz

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El haber estado en el local de la Fundación Jaime Vera, que tiene como objetivo fundamental la formación de los afiliados del Partido Socialista Obrero Español, me permitió reconciliarme con la política, que según Juan Pablo Duarte, es de las ciencias más dignas de ocupar las mentes humanas.

Lleva el nombre de un médico de arraigada sensibilidad social y compromiso con el progreso de los trabajadores españoles, que se contó entre los fundadores del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en 1879. Vera López arrastró una salud precaria que le cortó la inspiración vital a los 58 años, pero dejó su impronta y ejemplo de intelectual que no abandonó sus principios, y ofrendó su vida sin disfrutar en absoluto del poder.

El local está enclavado en una finca en la carretera del Escorial en las afueras de Madrid. Pero de una modestia casi insospechada para un partido que ha gobernado más de la mitad del período democrático que siguió a la desaparición del caudillo Francisco Franco. Con Felipe González entre 1982 y 1996, España dio un saltó grandioso al progreso económico y en el fortalecimiento de sus instituciones democráticas.

El largo período de gobierno de 14 años generó alguna descomposición que fue una de las causas eficientes de que perdieran el poder. Pero recuperado hace dos años con el presidente José Luis Rodríguez Zapatero, el PSOE parece en un período de revitalización y recuperación de sus planteamientos programáticos e ideológicos, reivindicando la actividad partidista y los principios del socialismo democrático.

La austeridad que se respira en el local de la Fundación Jaime Vera es impresionante. Parece una casa de retiro espiritual, austera y funcional, donde nada sobra. Con habitaciones para 75 personas, casi todas de dos camas de una sola plaza, sin televisor, ni teléfono. Su aula informática sólo tiene 10 computadoras. Y en un pequeño espacio hay otras 5 para que los cursillistas puedan acceder a la internet.

El comedor está separado de la cocina y como en las casas de religiosos, los ocupantes de cada mesa tienen que recoger las bandejas de comida y devolver los platos.

Todo el mobiliario es sencillo y funcional. Ni el más leve asomo de lujo.

Las pequeñas habitaciones no tienen espacio para expansión, como forma de cultivar el intercambio entre los cursillistas. Y allí en las noches, alejados del ruido y los atractivos de la gran ciudad, lo que se escucha son conversaciones y discusiones ideológicas. Reivindicación de los principios del accionar político socialista.

Paralelo con un seminario internacional sobre flujos migratorios al que asistimos se desarrollaba un curso de capacitación para mujeres candidatas del PSOE a las elecciones municipales de la próxima primavera. Y daba gusto escuchar en los recesos las preocupaciones y planteamientos de las concurrentes.

Durante aquellos cuatro días de finales de octubre, en el aislamiento de la Fundación Jaime Vera, me reencontré con una visión de la política en proceso de desaparición en nuestro país y en muchas partes del mundo. La que nos inculcaba que había que incursionar en la política para transformar nuestro mundo, para hacerlo más justo, para que prevalecieran la libertad y la institucionalidad democrática.

Recordé la primavera libertaria de 1961, cuando la muchachada de entonces fue lanzada a la búsqueda de ideologías, a la visión programática, con desprendimiento y generosidad. Cristianos y marxistas se disputaban los espacios compitiendo en ideas para transformar la nación.

Con el final de la guerra fría los planteamientos ideológicos cayeron en reflujo y se dio paso a un pragmatismo político salvaje en el que la política ha sido convertida en una actividad mercantil. La mayoría de sus cultores persiguen sólo la salvación individual, sin recato en la degeneración cuando alcanzan alguna cuota de poder, que convierten en mecanismo para todo género de tráfico.

Escuchando a los políticos españoles se explica el enorme progreso económico, social e institucional alcanzado por España en las últimas tres décadas, desde aquel ostracismo europeo en que la marginó el caudillo triunfante de la espantosa guerra civil de 1936-39. Y no es que falten degenerados y trásfugas. Pero no predominan. Se preparan para gobernar aferrados a principios.

He escuchado a los gerentes de un curso para jóvenes políticos que se desarrolla en el país hablar con entusiasmo de las nuevas generaciones. También hemos contactado el surgimiento de visiones críticas en importantes segmentos de la juventud.  Ojalá que esté próxima una reivindicación de la política dominicana. Lo precisa el progreso de la nación, el establecimiento de instituciones fuertes y operantes en orden al bien colectivo.

El terrible fracaso de Irak

Por Juan Bolívar Díaz

La generalidad de los que han pasado balance a los tres años recién cumplidos de la invasión y ocupación militar de Irak por parte de Estados Unidos y Gran Bretaña ha tenido que concluir irremisiblemente en que se trata de un terrible fracaso, que el costo humano, político y económico ha sobrepasado hasta las peores predicciones, sin más logros que el derrocamiento del régimen odioso de Sadam Husein.

Midiendo los resultados no hay manera de entender cómo fue posible que el gobierno norteamericano se embarcara en una aventura de tal magnitud, cuando no había que ser un experto para advertir que el problema no era tanto entrar a Irak, en el corazón del mundo árabe, sino vencer la resistencia de largo plazo que desataría el nacionalismo y el fundamentalismo islámico y reconstruir materialmente el país y establecer un régimen democrático.

Estados Unidos echó por la borda toda la solidaridad internacional que logró a raíz de los actos terroristas del 2001, al desafiar a todo el mundo, incluyendo a casi todos sus aliados de la “Vieja Europa”, y al destrozar las bases en que se fundamentaba el orden internacional.

Sólo la codicia del petróleo puede explicar la obsesión del presidente George Bush por ocupar ese país, que se manifestó mucho antes de la agresión terrorista del 2001, como pone de manifiesto la obra “El Precio de la Lealtad”, en la que el periodista Ron Suskind, recoge parte de los 19 mil documentos que le entregó Paul O´Neill, quien fuera Secretario del Tesoro norteamericano en los primeros dos años de la actual administración.

El libro testimonial “Contra Todos los Enemigos”, es otra fuente insospechable que relata las obsesiones y absurdos de la política que llevó a la ocupación de Irak, escrito nada menos que por Richard Clarke, quien fuera coordinador del Consejo Nacional de Seguridad en los gobiernos de George Busch padre, de Bill Clinton y de George Bush hijo, hasta su renuncia en marzo del 2003, al empezar la guerra.

Richard Clarke concluye en que la invasión de Irak, a nombre de la lucha contra el terrorismo, “acentuó el apoyo a Al Qaeda y un antiamericanismo radical. Por todas partes éramos vistos ahora como un supermatón más que como una superpotencia, no ya por lo que hicimos, sino por el modo en que lo hicimos, desdeñando los mecanismos internacionales que más tarde necesitaríamos”.

El exfuncionario concuerda con un estudio del Instituto de Estudios Estratégicos de la Escuela Superior de Guerra del Ejército en que la guerra a Irak “fue un error estratégico de primer magnitud”. Resalta que Estados Unidos desairó los consejos de los árabes amigos y de sus aliados de la OTAN y utilizó la fuerza militar. El párrafo final de su libro concluye en que “El resultado ha sido una mayor inseguridad, cuyo precio estaremos pagando durante mucho tiempo”.

Al no encontrar las armas iraquíes de destrucción masiva que pretextaba, la ocupación ha quedado como una agresión injustificada, con un balance de destrucción inconmensurable, con muertos civiles estimados en decenas de miles. Sólo en la capital, Bagdad, el personal de la morgue ha catalogado más de 24 mil cadáveres. Han ascendido de 20 por día en el primer año, a 31 en el segundo y 36 en el tercero. Y el conteo macabro sigue en ascenso tras comenzar el cuarto año.

Del ejército de Sadam Husein se cuentan entre 4 mil 895 y 6 mil 370 víctimas mortales y más de 4 mil 300 policías y militares del régimen impuesto. Mientras los soldados norteamericanos muertos pasan de 2 mil 300 y totalizan sobre 2 mil 500 sumando los aliados, además de decenas de miles de heridos y traumatizados.

Al caudaloso río de sangre desatado hay que sumar el costo económico para Estados Unidos cifrado en 320 mil millones de dólares, mientras las perspectivas son cada vez más tenebrosas.

Tres años después de la ocupación, en Irak solo se cuenta muerte y destrucción, y el último intento electoral de diciembre pasado no ha podido ser traducido en la constitución de un gobierno, porque las divisiones internas, y los odios étnicos desatados tienen el país en lo que el exprimer ministro Iyad Allawi, impuesto tras la ocupación, catalogara en marzo como guerra civil, con un “promedio de 50 a 60 muertos por día”.

Paradójicamente las escasas posibilidades de Estados Unidos imponer estabilidad, no digamos democracia, están ahora cifradas en los shiitas aliados del régimen fundamentalista de Irán, que aprovechando la circunstancia monta un desafío con su programa nuclear.

El balance no puede ser más desolador para los estrategas del fundamentalismo norteamericano, mientras el presidente Bush cosecha la mayor impopularidad de las últimas dos décadas. Y lo peor es que la caja de Pandora que abrió la ocupación de Irak todavía no acaba de soltar todos sus maleficios.-

Cuidado con los signos exteriores de riqueza

Por Juan Bolívar Díaz

Durante los 26 meses que viví en Lima, la virreinal y cinco veces centenaria capital del Perú, de clima inhóspito pero afortunadamente cargada de gente amable, entre 1984 y 1986, fui testigo de preocupaciones similares a las que compartimos aquí ahora a consecuencia del incremento de la delincuencia.

Allí la inseguridad era mucho mayor. Llegué a registrar en la prensa limeña 28 secuestros en un mes de finales de 1985, y se sabía que muchos no llegaban a los periódicos. Incluso surgieron empresas especializadas en negociar con los secuestradores, que cobraban una comisión del monto que lograran deducir de la suma inicial que pidieran por la vida de las víctimas.

No se trataba de secuestros políticos, porque aunque Sendero Luminoso ya estaba en su apogeo, lo mismo que la guerrilla urbana Tupac Amarú nunca ejerció esa práctica nefasta. Era delincuencia sofisticada, que cobraba desde 10 mil hasta 500 mil dólares. Y no admitía pago en soles que se devaluaban a un ritmo que obligaba a cambiar los precios casi a diario. Tanto que tras iniciarse el gobierno de Alan García en julio de 1985, le tumbaron tres dígitos y el sol pasó a llamarse inti, que es la misma denominación del astro rey, pero en quechua.

Allá en la gran ciudad que se recuesta contra la cordillera andina para no mojarse en las eternamente frías aguas del Pacífico, escuché por primera vez la frase que encabeza este artículo: signos exteriores de riqueza.

Las clases altas y medias altas se dedicaron arduamente a tratar de borrar sus signos exteriores de riqueza, que los denunciaban ante las bandas de delincuentes, que seguían los automóviles de lujo o escrutaban las residencias fastuosas para protagonizar espectaculares asaltos y secuestros. Muchos cambiaron sus mansiones por apartamentos y los automóviles de lujo se devaluaron y sus ventas colapsaron.

Uno de los factores que incentivan la delincuencia, además de la pobreza y falta de oportunidades de las mayorías en Perú como en nuestro país, es la ostentación de riqueza de los afortunados. Muchas veces obtenidas mediante la más rampante corrupción pública y privada y su correspondiente impunidad.

En el país los signos exteriores de riqueza están a la vista de todos, y podrían estar convirtiéndose en imán de atracción de acciones delincuenciales. Es cada vez más frecuente escuchar de personas, especialmente mujeres, que son asaltadas al abordar sus vehículos, especialmente jeepetas y otras denominaciones de la abundancia. Esos signos permiten un seguimiento y observación eficiente para los delincuentes. Lo mismo ocurre con las residencias fastuosas y con los vestuarios que se exhiben por los medios de comunicación.

Aquí, pese al incremento de la delincuencia, todavía muchos no se enteran de lo denunciantes que son los signos exteriores de riqueza. Por eso el año pasado las ventas de vehículos se incrementaron en 120 por ciento, con 12 mil 74 unidades por encima de las 14 mil 610 del 2004, para un total de 26 mil 684.

Un magnífico reportaje de Edwin Ruiz, publicado en el recién aparecido semanario Clave, nos cuenta que en el 2005 las ventas de jeepetas crecieron 170 por ciento en relación al año anterior, significando el 32 por ciento del negocio de vehículos. Fueron 8 mil 738 las vendidas ese año, 5 mil 150 más que las 3 mil 588 del 2004. Lamentablemente el reporte no registra cuántas fueron compradas con financiamiento de los organismos estatales.

Hasta el más vulgar de los delincuentes sabe que esas jeepetas se cotizan entre un millón, las más modestas, y hasta 4 millones de pesos. Y que para mantenerlas se requiere mucho dinero; que rinden apenas 24 o 25 kilómetros por galón de gasolina.

Es más relevante que tal demanda se produjo mientras el costo del petróleo y sus derivados ascendía en el mismo año en 47 por ciento. Importaciones de vehículos y combustibles incentivados por una tasa cambiaria que ha mantenido sobrevaluado el peso, contradictoriamente a costa de los productores exportadores, del sector turístico y de más de 2 millones de pobres dominicanos que sobreviven con los casi 3 mil millones de dólares que les remesaron el año pasado sus familiares que se fajan en el exterior.

Comparados con los europeos los signos exteriores de riqueza de los dominicanos pudientes son mucho más ostentosos. Copiamos el modelo norteamericano, como si pudiéramos compararnos en riqueza, financiándolo con una perversa concentración del ingreso, con enorme corrupción y evasión impositiva.

Aunque sea por seguridad personal, por puro egoísmo para no despertar la envidia o la ambición que motorizan la delincuencia, aquí tenemos que empezar a pensar en vivir con menos ostentación. Reducir los signos exteriores de riqueza, contribuirá también a la lucha contra la delincuencia. Tomen nota del consejo.-

Tenemos que ayudar a los Estados Unidos

Por Juan Bolívar Díaz

La publicación esta semana de un informe de las Naciones Unidas condenando el tratamiento que Estados Unidos da a cientos de prisioneros de su guerra contra el terrorismo que mantiene en la base militar de Guantánamo, Cuba, está llamado a conseguir un amplio respaldo internacional que obligue a la rectificación de ese bochorno universal.

El informe fue elaborado por encargo de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, la que lleva 18 meses investigando denuncias sobre torturas y otras graves violaciones a los derechos de cientos de prisioneros en su mayoría trasladados desde Afganistán, pero también de otros lugares del mundo.

El documento plantea que Estados Unidos debe abocarse a un juicio imparcial y rápido de todos los prisioneros o liberarlos inmediatamente. En cualquier caso pide el cierre de esa prisión y el traslado de los recluidos a territorio norteamericano, donde deberían ser juzgados con todas las garantías internacionales.

De inmediato tanto el secretario general de la ONU, el Parlamento Europeo y numerosas organizaciones sobre derechos humanos han apoyado la petición. Kofi Annán consideró necesario “un equilibrio entre la acción efectiva contra el terrorismo y las libertades individuales y los derechos civiles”, tras considerar que Estados Unidos debe cerrar esa cárcel lo antes posible.

Tan pronto se publicó oficialmente el informe en Ginebra, el jueves, el Parlamento Europeo exhortó a Estados Unidos a que cierre la prisión de Guantánamo, insistiendo en que “cada prisionero sea tratado de acuerdo con el derecho internacional humanitario y juzgado sin demora en audiencia justa y pública por un tribunal competente, independiente e imparcial”.

Mientras voceros del gobierno estadounidense trataban de restar validez al informe sobre la base de que quienes lo elaboraron no visitaron la prisión. Pero estos ya habían advertido que no fueron porque no se les daba acceso a los prisioneros. Pero numerosas denuncias y documentos gráficos se han publicado en los últimos meses sobre el tratamiento degradante que estos reciben en la bahía cubana.

No hay que ir a Guantánamo para rechazar ese virtual campo de concentración que supone un salto hacia décadas atrás en el tratamiento de prisioneros. Los primeros comenzaron a ser trasladados allí desde Afganistán en enero del 2002. Actualmente hay unos 500, muchos de ellos con meses en huelga de hambre reclamando un juicio justo.

Decenas han sido dejados en libertad después de años de asilamiento, a miles de kilómetros de sus familiares, sin ninguna garantía legal y bajo tratamientos degradantes. Hasta ciudadanos británicos y de otros países aliados de Estados Unidos figuran entre los que han tenido la suerte de salir.

Esa situación, lo mismo que las torturas en cárceles iraquíes, los arrestos y secuestros en Italia y otros países, chocan estruendosamente no sólo con el código internacional de derechos humanos y los convenios sobre prisioneros, sino con más de un siglo de tradición jurídica en los propios Estados Unidos.

Justamente cuando se publicaba el informe de la ONU, el mundo era sacudido por una nueva oleada de fotografías demostrativas de las torturas a que han sido sometidos miles de prisioneros en las cárceles que Estados Unidos mantiene en Irak, y que han herido hasta la sensibilidad de la sociedad norteamericana, mereciendo la condena de los medios de comunicación y organizaciones sociales.

Todos tenemos que ayudar al gobierno de George Bush a que encauce su lucha contra el terrorismo en los parámetros de la legalidad internacional y respete la propia tradición jurídica del pueblo norteamericano. Y la mejor forma de ayudarlo es sumándonos a la condena de las prácticas que denuncia el informe.

Nadie hubiese pensado hace cinco años que Estados Unidos descendería al nivel de las torturas y secuestros que condenaba en sus informes anuales sobre los derechos humanos en el mundo. Tampoco que se iba a igualar con los regímenes dictatoriales que se amparaban en la seguridad nacional para cometer barbaridades.

Es necesario un gran clamor universal para ayudar al gobierno de Estados Unidos a volver al camino correcto, el que defiende una gran parte de la misma sociedad norteamericana, con los expresidentes Jimmy Carter y Bill Clinton a la cabeza. El gobierno de Bush, con apenas un 40 por ciento de aprobación según la última encuesta publicada esta semana, no interpreta correctamente ni el sentimiento ni la tradición de su pueblo.

Una oportunidad para Haití

Por Juan Bolívar Díaz

Me ha conmovido en los últimos días ver a jóvenes dominicanos de clase media vistiendo una camiseta con la inscripción “Give Haití a chance”, que podemos traducir como démosle una oportunidad a Haití.

La oportunidad viene a propósito de las elecciones presidenciales del próximo martes día 7, cuyo primer desafío es que puedan transcurrir en términos aceptables para la comunidad haitiana y la internacional, y que queden revestidas de legitimidad.

Nadie debe esperar un proceso perfecto ni nada parecido. Demasiado dificultades ha habido que sortear para llegar a estos comicios después de dos años de incertidumbres y cuatro aplazamientos, y en medio de un ambiente de creciente inseguridad, violencia y delincuencia de todo género, hasta el punto de que se han reportado más de una decena de secuestros por día.

Después será preciso que la comunidad política haitiana, al menos los partidos reconocidos y los líderes más responsables, sumen esfuerzos y restan ambiciones para respaldar a quien resulte electo presidente y constituir un gobierno de amplia base política que permita iniciar una nueva etapa en la sufrida y empobrecida nación hermana.

Ese es el gran desafío, de ahí depende en gran medida que Haití pueda aprovechar esta nueva oportunidad para borrar del escenario internacional esa imagen de nación inviable que ha proyectado especialmente en los últimos años. Muestra de que no es fácil es que a las elecciones de este martes concurren 32 candidatos, después de la muerte de uno y el reciente retiro de otros dos. El minifundismo político, el sectarismo y la ambición no pueden tener mayor expresión.

Dentro de esa treintena de candidatos los que encabezan las encuestas son René Preval, Leslie Manigat, Charles Henry Baker, Serge Gilles y Paul Denis, todos personalidades reconocidas. Con mucha ventaja figura Preval, quien fuera primer ministro y luego presidente y único electo que ha concluido un período y entregado a un sucesor, que en este caso fue el presidente Jean Bertrand Aristide, depuesto hace dos años, en medio del desprestigio y el rechazo de importantes sectores sociales.

La ventaja que han dado las encuestas a Preval, con más del 30 por ciento de las intenciones de voto y muy lejos del 10 por ciento que otorgan al segundo lugar ocupado por Manigat, parece definir el panorama electoral, aunque tal vez tenga que ir a una segunda vuelta el 19 de marzo, al no alcanzar más de la mitad de los votos válidos.

En caso de que el favorecido fuera Manigat estaríamos frente a un prestigioso intelectual y catedrático internacional, que tuvo un efímero gobierno en 1988, tras un conato electoral auspiciado por los militares, que en poco tiempo se mostraron insatisfecho y lo depusieron.

Tanto Preval como Manigat podrían encabezar un gobierno y tener el reconocimiento internacional, fundamental para que Haití reciba la ayuda de todo género que precisa para sacudirse de sus dolores ancestrales y emprender un nuevo viaje hacia la superación. Ambos tienen también suficiente claridad sobre la necesidad de establecer nuevas y más auspiciosas relaciones con la República Dominicana, que abran una nueva era de cooperación y entendimiento en esta isla bendita.

Todos los dominicanos y dominicanas debemos hacer augurios y hasta oraciones para que Haití aproveche esta nueva oportunidad. Otra frustración acabará por sembrar la anarquía y elevar la violencia, la miseria y la fragmentación a términos inconmensurables. Debemos esperar que la mayoría de los políticos haitianos lo comprendan.

Justamente las elecciones tienen lugar al conmemorarse 20 años del final de la dictadura duvalierista, que por tres décadas maniató al pueblo haitiano y aniquiló gran parte de sus energías vitales. Son 20 años en los que se han sucedido golpes de estado, intentos electorales, frustraciones como la de Aristide y su movimiento Lavalás y dos intervenciones extranjeras, la última de las cuales todavía se mantiene.

Roguemos porque Haití pueda sacudirse de sus viejos dolores y preparémonos para aprovechar cualquier brechita de esperanza que aliente el inicio de un período de arranque democrático y de fortalecimiento de sus instituciones básicas.

Más allá de prejuicios y diferencias, los más interesados en que Haití salga adelante como nación y ponga remedos a su pobreza tenemos que ser los dominicanos y dominicanas. Nuestra comprensión tiene que ser un aliento a los que del otro lado de la frontera luchan por superar rémoras ya históricas. Sí, alentemos el aprovechamiento de esta nueva oportunidad para Haití. Con la alegría, frescura y oportunidad que lo reclaman en sus pechos generosos muchachos y muchachas dominicanas.-

Los mejores augurios para Evo

Por Juan Bolívar Díaz

Por encima de cualquier diferencia ideológica, de mil prejuicios y hasta de razonables temores, hay que ser bien insensible para no entender el fenómeno y el desafío que representa Evo Morales, recién estrenado presidente de Bolivia, tras haber acumulado el 54 por ciento de los votos de sus compueblanos.

No hay forma de evadir la simpatía por este primer indígena que alcanza la presidencia de una nación latinoamericana, a más de cinco siglos de la conquista europea que aniquiló las energías vitales de los nativos de todo el continente, incluyendo a culturas tan avanzadas como las del imperio incaico que abarcó gran parte del mundo andino.

A dos siglos del inicio de la independencia latinoamericana, sólo la opresión racial, política y económica y la exclusión pueden explicar que en aquellos países donde sobrevivió la raza autóctona representando una alta proporción de la población no hubiesen alcanzado el poder. Claro que altos porcentajes de indígenas sólo quedaron en Bolivia, Ecuador, Perú y Guatemala. Del resto “sólo cenizas hallarás”, y en algunas tierras como la dominicana, un poco de nostalgia y sublimación de Anacaona y Enriquillo, como forma de negar lo que nos impusieron de Africa.

Cómo no simpatizar con este Evo Morales de padre aymara y madre quechua, en sí mismo representante de la pobreza que abate al sesenta por ciento de los 9 millones y medio de bolivianos. Perdió 4 de sus 6 hermanos en la infancia y tras morir su madre sería criado por la hermana Esther, quien de pastora, agricultora y últimamente dueña de un pequeño expendio de comestibles, se ha convertido ahora en la “primera dama” boliviana.

No hay manera de evadir una sonrisa y tejerle los mejores augurios a Evo, cuando se lee que llegó a la presidencia de Bolivia con un patrimonio equivalente a 109 mil 778 dólares. Tanto, porque hace una década ganó un premio internacional de la paz de Libia dotado con 50 mil dólares. Y para colmo su vicepresidente Alvaro García Linera, matemático y sociólogo, testimonió un patrimonio de 5 mil 445 dólares.

Por cierto que García Linera es blanco, expresión del acierto político y el sentido de equidad de Evo Morales. Aunque fue guerrillero, los sectores dominantes confían que este será un factor de equilibrio y que podría ayudar a Evo a sobrellevar las presiones del poder.

Los desafíos que enfrenta el nuevo mandatario son descomunales, en el segundo país de mayor pobreza de América, aunque también uno de los más zarandeados por la explotación de sus múltiples riquezas naturales. Tiene la misión de iniciar el rescate de su pueblo, de recuperar riquezas y redistribuir el ingreso. Nada fácil en cualquier parte del mundo y mucho menos en esta época de realismos políticos.

La promesa de poner fin a 500 años de explotación y exclusión de su pueblo es un compromiso que requiere de unas energías espirituales muy grandes, de ayuda y comprensión internacional, de gran equilibrio humano para mantener  la fidelidad para no generar mayores frustraciones a los suyos, y conducirlos suavemente pero sin pausas a la tierra de promisión, y al mismo tiempo evadiendo desatar las iras de los poderes tradicionales, nacionales y transnacionales.

La simpatía con Evo no puede obnubilar para no ver lo difícil que es el camino que ha emprendido con la firme determinación de fracasar antes que renegar de lo que representa. Por eso ha llegado hasta los palacios europeos con el simple vestuario del agricultor o minero, y se ha juramentado presidente sin corbata, no sin antes ser investido como jefe supremo de los indígenas andinos en la ciudad sagrada de Tiwanaku, más arriba de los 3 mil 800 metros de altura de La paz, “cerca del cielo”.

Pero la sociedad internacional contemporánea tiene también un gran reto, junto a Evo Morales. El primero es de comprender su significado y sus desafíos, aceptar sin prejuicios las expresiones auténticas de su cultura y ser generosa. Aún así no pagarán la deuda milenaria contraída con su pueblo.

Los prejuicios son muy grandes, tanto que Evo ha sido asimilado a la condición de cocalero. La ignorancia llega hasta catedrales del periodismo donde se dice que legalizará el cultivo de la coca. Es que es un cultivo milenario, que  nunca ha estado prohibido. La hoja de coca es la medicina de la sierra andina y base de medicamentos universales. Es una bebida imprescindible. Para ellos su prohibición equivaldría a que al mundo se le privara del café. Por cierto que ellos no son los que la refinan ni la convierten en cocaína.

El desafío es tan grande que es como llevar a Evo colgado del corazón. Que el Dios de los cristianos y todos los dioses ancestrales de su pueblo lo acompañen, lo colmen de sabiduría, templanza, persistencia y a la vez  paciencia, para que esta esperanza que representa no sea una nueva frustración. Amén.-

El dulce encanto de Michelle Bachelet

Por Juan Bolívar Díaz

Tienen razón los que en Chile y en todo el mundo están celebrando la elección de Michelle Bachelet como presidenta para suceder a ese extraordinario estadista que ha sido Ricardo Lagos, electo en 1999 con el 51 por ciento de los votos, y quien concluye su mandato con aprobación del 75 por ciento de los chilenos, algo insólito en esta época de divorcios al vapor entre gobernantes y gobernados.

Hay que dar crédito al pueblo de Chile por el acierto de haber elegido a esta extraordinaria mujer, cuyo discurso político encanta por su elegancia y suavidad y cuya franqueza y sinceridad la distancian de la politiquería rampante de esta época de pragmatismos salvajes.

Michelle es la primera mujer electa por méritos propios en la historia latinoamericana. Antes que ella Nicaragua eligió a doña Violeta Chamorro en 1990, y Panamá a Mireya Moscoso, en 1999. Pero en ambos casos el peso político de sus difuntos esposos planeó sobre los electores de manera determinante. La primera, viuda del mártir de la libertad de prensa y las luchas contra la tiranía de los Somoza, Pedro Joaquín Chamorro. La segunda viuda del caudillo expresidente Arnulfo Arias.

Isabel Martínez de Perón en Argentina (1974-76), Lydia Gueller en Bolivia (1979-80), Ertha Pascal-Trouillot en Haití (1990-91) y Rosalía Arteaga en Ecuador  (1997), completan el cuadro de las mujeres que han alcanzado la presidencia en América Latina. La primera y la última desde la vicepresidencia. La viuda Perón por dos años y Arteaga sólo por dos días. Gueller y Pascal en breves períodos como mandatarias interinos en momentos de crisis.

Al escuchar su discurso tras reconocerse su triunfo la noche del pasado domingo, era fácil entender por qué esta mujer singular acababa de obtener el 53.5 por ciento de los votos de uno de los pueblos más educados del continente. “Diré lo que pienso y hará lo que digo”, pregonó aludiendo a su transparencia, misma con que se presentó ante los electores.

Efectivamente, se presentó con sus tres hijos de dos hombres, en un Chile que hasta el 2004 no había podido reivindicar el derecho humano al divorcio, lo que determinaba que cientos de miles de personas vivieran con parejas diferentes a las que estaban forzosamente unidas por un matrimonio católico que se les imponía a todos.

Michelle fue una doble víctima de la tiranía, al haber perdido a su padre, un general de la fuerza aérea, a manos de los torturadores que degradaron a Chile a partir de 1973, y haber pasado meses de prisión junto a su madre, para luego marchar a un exilio que las llevó por Australia y Alemania Oriental.

Pero ella se definió en la campaña electoral como “garante de la tolerancia”, proclamando que tras haber sido víctima del odio dedicaba su vida a revertirlo. Cuando le quisieron enrostrar que había casado con un hombre de la extrema izquierda, con exquisito buen humor respondió que su segundo marido era de la derecha, lo que indicaba su gran apertura al espectro ideológico.

Al celebrar su elección, la médica que se hizo especialista en seguridad y ocupó las carteras de Salud y Defensa en el gobierno de Lagos, dio una demostración de apertura y generosidad, extendiendo su reconocimiento a los que votaron por sus contrincantes en la primera y la segunda vuelta, prometiendo que ellos también contarían en sus deberes como presidenta.

Su discurso pausado, su cristalina exposición ante su pueblo mostraban una mujer excepcional, llamada a escribir una página importante de la historia contemporánea, para rescatar los principios y valores en la política, para enaltecer el legado de Salvador Allende y de su padre Alberto Bachellet, para abrir nuevos espacios reivindicativos para la mujer latinoamericana y del mundo.

El desafío de Michelle es grande. Chile todavía tiene que terminar de liquidar el legado de la tiranía de Pinochet. Por primera vez después de la dictadura la concertación democrática contará con mayoría en ambas cámaras legislativas.

Afortunadamente para ella, viaja montada en un frente político que es un ejemplo para toda América Latina. Se forjó para el plebiscito que en 1989 dijo basta al régimen militar tiránico y, pese a su diversidad ideológica, ha sobrevivido para elegir a los presidentes Patricio Alwyn, Eduardo Frei, Ricardo Lagos y Michelle Bachellet.

Hay razones de sobra para celebrar el triunfo de Michelle, seguros de que disfrutaremos, junto al magnífico pueblo de Chile, de sus éxitos. Que terminen de abrirse para siempre las grandes alamedas al paso firme y ascendente de todos los chilenos, en la memoria de Salvador Allende, Pablo Neruda, Víctor Jara y todos los mártires de la dictadura, incluida mi inolvidable amiga Cecilia Magnet, cuya dulzura y brillantez reproduce Michelle Bachelet.