Mandela: paradigma político y humano

Por Juan Bolívar Díaz

(Dedicado a Ligia Minaya, Mu-Kien Sang Ben y Rafael D. Toribio)
No quiero esperar por su muerte para rendirle el homenaje que hace tiempo me inspira, como luchador por la libertad de su pueblo, como político, como estadista y como ser humano, libre de las mezquindades que confiere el poder, el mayor estadista de la actualidad, ejemplo de superación y desprendimiento: Nelson Mandela.

El anuncio de su liberación, tras casi 28 años de prisión, me sorprendió una noche de 1989 viendo la televisión en Munich, Alemania. Se produjo finalmente el 11 de enero siguiente. Había empezado a apreciarlo en los años setenta y ochenta cuando se convertía en símbolo universal de la libertad. El mundo no podría ser libre hasta que Mandela no saliera de la cárcel y Africa del Sur aboliera el Apartheid.

Ahora, con una década de retraso, acabo de leer su autobiografía “El Largo Camino hacia la Libertad”, y su figura se ha agigantado en mi alma. Después de leer estas 1012 páginas de su vida, que terminan cuando apenas se juramentaba presidente de su país en mayo de 1994, me resulta más difícil entender de dónde este hombre sacó tanta fortaleza para mantener la integridad y el hondo equilibrio humano que lo ha caracterizado, en medio de tanta y tan prolongada opresión.

Mandela nació en 1918 en la profundidad de la miseria rural de una tribus del sudeste de Africa del Sur. Al quedar huérfano de padre, fue protegido por un líder tribal lo que le permitió estudiar y el conocimiento lo llevó inexorablemente a la lucha por la libertad, que emprendió mientras recibía la educación secundaria.

A los 24 años se convirtió en cuadro y dirigente del Congreso Nacional Africano (CNA), fundado en 1912 para luchar por la liberación de los negros de Africa del Sur. Temprano selló su suerte como víctima de la más encarnizada represión, numerosos encarcelamientos y privaciones hasta ser condenado a cadena perpetua, junto a otros 7 compañeros, en junio de 1964, cuando llevaba más de dos años encarcelado.

Pasaría 28 años corridos en prisión, las primeras dos décadas en una cárcel de máxima seguridad en la isla de Robben, aislado al extremo de que en ocasiones sólo pudo ver a su esposa por media hora una vez al año, a través de un cristal. Sometido a un régimen de trabajo forzado, picando piedras en una mina hasta 12 horas al día, con vigilancia extrema noche y día y comiendo apenas harina de maíz, mientras fuera su esposa e hijos eran hostigados, agredidos y sometidos a prisión.

Sin embargo, fue bajo ese régimen carcelario, en condiciones absolutamente infrahumanas, en que Nelson Mandela fue convirtiéndose en el líder indiscutido del CNA, acumulando las energías espirituales suficientes para resistir toda represión e intentos de doblegarlo, hasta que la presión universal obligó a sus carceleros a conversar con él y a liberarlo sin condiciones en un proceso de negociación que culminaría en la liquidación del oprobioso régimen del Apartheid.

Tuvo la visión de detectar el momento justo en que había que iniciar conversaciones, primero con el presidente Pieter Botha y luego con su sucesor Frederick de Klerk, en momentos en que muchos de los suyos no lo favorecían y algunos lo veían con extrema suspicacia. “Amo profundamente mi libertad, pero amo aún más la vuestra… No amo menos la vida que vosotros, pero no puedo vender mis derechos ni estoy dispuesto a vender el derecho del pueblo a ser libre”, dijo a sus contradictores.

Diría al salir de la cárcel que su misión era “liberar tanto al oprimido como al opresor”, convencido de que “ser libre no es simplemente desprenderse de las cadenas, sino vivir de un modo que respete y aumente la libertad de los demás”.

Mandela asumió el poder con el 63 por ciento de los votos en la primera elección libre de su país en 1994. Se presentó ante todos “no como un profeta, sino como vuestro humilde servidor” y condujo el proceso de integración de negros, mestizos, indios y blancos, mientras sentaba las bases de un régimen democrático e integrador.

Sabía que en 5 años no podía resolver todos los problemas y desigualdades sociales de Africa del Sur, sino apenas señalar los caminos. Pero ya a la mitad del período había advertido que no buscaría reelegirse y que apoyaría al vicepresidente Thabo Mbeki, como efectivamente hizo.

Nelson Mandela se retiró en 1999 y ha intentado recuperar algunos pedacitos de dicha y felicidad personal, mientras se pasea por el mundo como símbolo, como paradigma de ser humano, de político y estadista. Ha mediado en conflictos africanos, y ha recibido galardones y homenajes en todos los rincones de la tierra.

Leer sus memorias es reconfortante en estos tiempos de orfandad de líderes, de pragmatismo salvaje en la política, de aferramiento al poder por el poder mismo, de ignominias y vergüenzas.

Como aliento a los que sienten legítimo cansancio, transcribo el último párrafo de su testimonio: “He recorrido un largo camino hacia la libertad. He intentado no titubear. He dado pasos en falso en mi recorrido, pero he descubierto el gran secreto. Tras subir a una colina, uno descubre que hay muchas más colinas detrás. Me he concedido aquí un momento de reposo, para lanzar una mirada hacia el glorioso panorama que me rodea, para volver la vista atrás hacia el trecho que he recorrido. Pero sólo puedo descansar un instante, ya que la libertad trae consigo responsabilidades y no me atrevo a quedarme rezagado. Mi largo camino aún no ha terminado”.

 

Bolivia: jugamos todos o se rompe la baraja

Por Juan Bolívar Díaz

Muchos no pueden entender el lenguaje que hablan en estos días los grupos más pobres de la sociedad boliviana. Como tampoco antes entendieron el de los ecuatorianos, los peruanos, los venezolanos, argentinos, brasileños o guatemaltecos. Se acostumbraron a un silencio tan prolongado que ahora no pueden entender. Acusan a los grupos contestatarios de promover la anarquía, como si ellos vivieran en una sociedad democrática o en un paraíso terrenal. La democracia para ellos es una palabra hueca, sin contenido para sus escuálidas existencias.

Visto desde la seguridad de los satisfechos, los movimientos sociales que acaban de expulsar del poder a Carlos Mesa no representan más que la anarquía, el vacío, el resentimiento.

Por momentos quieren autoconfundirse proclamando que apenas son unos cuantos miles los que aíslan a La Paz o irrumpen en sus avenidas para imponer el reinado de la anarquía, poniendo en peligro la unidad nacional y lanzando a los bolivianos al borde mismo de la guerra civil o de la desintegración, ya que los de Santa Cruz, la región más próspera, libran una lucha paralela por la autonomía.

No se trata de ningún anarquismo. Tampoco son grupos minoritarios los que en 20 meses han echado al presidente Gonzalo Sánchez de Lozada y a su sucesor, Carlos Mesa, este último tan libre de pecado que ha proclamado su decisión de quedarse en su casa, sin temor a que le tomen represalia. Porque no la merece. No han sitiado sólo a La Paz, también a Sucre, donde  tuvo que trasladarse el Congreso para poder sesionar.

Los informes disponibles indican que estos movimientos, como el que echó a Lucio Gutiérrez de la presidencia ecuatoriana en abril pasado, son expresión de la desesperación y el descreimiento de esos pueblos frente a la explotación, los engaños, la corrupción y la mentira de 5 siglos.

Simplemente se han hartado de las promesas incumplidas, de que los utilicen en  las campañas electorales, de que exploten sus riquezas a cambio de simples migajas. Lo que están diciendo esos pueblos indígenas y grupos marginados es que ya no les importa nada. Que jugamos todos o se rompe la baraja.

La demanda principal de los bolivianos es la nacionalización de las minas de gas. Ellos creen que de esa forma pueden tener acceso a algún beneficio de su explotación. Se cansaron de que les dijeran que los recursos naturales son de ellos, mientras están en el subsuelo, pero tan pronto los hacen aflorar se evaporan y son expropiados por otros, dejándoles sólo los hoyos, el deterioro ambiental y la miseria.

Bolivia está en los últimos tres o cuatro escalones del desarrollo humano entre los 35 países del continente. País mezcla del altiplano andino y la selva, con la capital más alta del mundo a 3 mil 800 metros sobre el nivel del mar, suele ser comparado superficialmente con Haití. Pero no hay razón. La Paz es una ciudad moderna, que de ninguna forma puede ser comparada con Puerto Príncipe. Pero es una de las sociedades humanas más violentamente desiguales. En la zona rural la pobreza atrapa al 70 y el 80 por ciento de la población. Y ahí si puede compararse con Haití.

Con una población similar a la de República Dominicana, de 8.8 millones de habitantes, el territorio boliviano es 17 veces superior. Aunque una buena proporción es de alturas andinas, inhabitables. Se trata de un país de inmensas riquezas en gas natural, oro, plata, antimonio, plomo, y estaño, del que es el mayor productor mundial.

Para ocultar la histórica explotación de sus riquezas, la dominación informativa internacional pone el acento en la producción de hoja de coca, un cultivo milenario, medicinal, casi indispensable para el trabajo en las alturas y para todas las afecciones corrientes de los pobres, que los traficantes internacionales han convertido en oro.

Los que han cruzado por el Potosí boliviano o por el Cuzco peruano han tenido que concluir preguntándose qué maldito rayo cayó hace 500 años  sobre el cerebro de esas culturas, hasta el punto de haber aplastado sus energías creadoras y sumergirlas en los fosos del recuerdo.

Ciertamente que la rebelión de las masas indígenas y populares puede llevar a Bolivia al caos o la desintegración, o al abismo de la guerra civil. Pero sería una barbaridad que los culpáramos a ellos por haber perdido la paciencia de 5 siglos.

No, los que tienen que rendir cuentas son sus gobernantes, civiles y militares y sus clases privilegiadas que históricamente se han aliado con fuerzas extranjeras para explotar las riquezas del país y mantener a la mayoría en la ignorancia y la miseria.

Los bolivianos echaron a Sánchez de Lozada en octubre del 2003, y ahora a Carlos Mesa. Y rechazaron a los sucesores constitucionales, los presidentes del Senado y la Cámara de Diputados. Han aceptado al  presidente de la Suprema Corte, Eduardo Rodríguez, bajo el compromiso de convocar elecciones presidenciales en 5 meses.

Ojalá América toda pueda entender el grito de las masas bolivianas. El jugamos todos o se rompe la baraja concierne a las clases dirigentes latinoamericanas. Y a las dominicanas.

Serias dificultades en la OEA

Por Juan Bolívar Díaz

El fracaso de la Asamblea de Cancilleres del continente en el intento de elegir esta semana un nuevo secretario general para la Organización de Estados Americanos es indicativo de la crisis en que está sumida esa institución y de la decadencia de la hegemonía norteamericana en la región. Primero que nada procede señalar que la OEA arrastra un viejo descrédito como consecuencia de la instrumentación de que fue objeto en los años sesenta y setenta por la política de dominación de la guerra fría que llevó a Estados Unidos a respaldar todo género de dictadura, con la única condición de que le fuera servil.

La expresión más terrible de esa política, y a la vez más demostrativa de los ribetes de irracionalidad de que estuvo revestida fue la intervención militar en la República Dominicana, que dentro de unos días cumplirá cuatro décadas. No sólo fue abusiva e inaceptable, sino además terriblemente prepotente e innecesaria, ya que todavía hoy nadie ha podido demostrar que existiera algún peligro real de que se instaurara un gobierno comunista en esta nación. Fue fruto de la política del pánico, comprometiendo hasta la saciedad a la OEA.

Aunque desde entonces, sobre todo a partir del gobierno del presidente Jimmy Carter (1977-81) y tras la caída del socialismo real, se han producido cambios importantes en la política norteamericana hacia América Latina, en los últimos tiempos adolece de una gran indiferencia. La región apenas cuenta como zona de comercio, como queda de manifiesto en los discursos de sus mandatarios.

La pérdida de influencia de Estados Unidos en la región ha quedado de manifiesto en su doble fracaso en conseguir el apoyo necesario para que sus dos candidatos pudieran acceder a la secretaría general de la OEA.

El primer error fue abanderarse con el salvadoreño Francisco Flores, en abierta contradicción con la Carta Democrática Interamericana, pues fue el único mandatario que llegó a reconocer el gobierno golpista que por algunas horas usurpó el poder en Venezuela el año antepasado. No era el liderazgo que precisaba la OEA, especialmente después del fracaso del costarricense Miguel Angel Rodríguez, quien tuvo que dimitir del cargo apenas semanas después de asumirlo, tras ser acusado de corrupción en su país.

La propuesta de Flores generó un amplio frente en torno a la candidatura del ministro chileno José Miguel Insulza. Aquél quedó tan en minoría que renunció o le recomendaron hacerlo apenas días antes de la asamblea eleccionaria del lunes 11. En tal circunstancia Estados Unidos optó por apoyar al canciller mexicano Luis Ernesto Derbez.

Ironías de la vida, puesto que durante la guerra fría fue México el país que más se distanció de las políticas que convirtieron a la OEA en instrumento de la dominación norteamericana. Pero el nacionalismo mexicano ha sido atenuado por el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y con la llegada al poder del conservador Partido Acción Nacional.

El empate a 17 votos mantenido en 5 rondas de votaciones obligó a reenviar la elección para el 2 de mayo, dejando a la OEA segmentada en dos bloques, uno del norte y centro, encabezado por Estados Unidos y México, y el otro del sur, bajo el liderazgo de Chile, Brasil y Argentina.

Si no logran el retiro de uno de los dos candidatos, tendrán que buscar una nueva opción de consenso para evitar una bipolarización que debilitaría aún más la organización hemisférica.

Como lección del impasse deberá quedar que Estados Unidos tiene que mirar de frente a sus vecinos y comprometerse en una organización regional que represente los intereses de la totalidad, que pueda incidir no solo en los avances democráticos, sino también en los ámbitos económico-sociales, en la promoción del pleno desarrollo humano.

La OEA necesita profundas transformaciones para que sea eficaz. No lo ha podido ser ni siquiera en una mediación para solucionar la larga crisis institucional de Haití.

Mientras tanto hay que celebrar la emergencia de una nueva etapa de mayor independencia de las naciones latinoamericanas frente al poderoso aliado cada vez más preocupado por hegemonizar el mundo, pero más indiferente y distante de la solidaridad con sus vecinos.

Gratas impresiones de Lima

Por Juan Bolívar Díaz

Después de seis años sin estar en la capital del Perú he sido impactado por la limpieza y la belleza que exhibe en estos momentos esta ciudad histórica, que este año celebra su 470 aniversario, por la multiplicación de sus centros comerciales y por los esfuerzos de la sociedad peruana por extirpar el cáncer de la corrupción exigiendo transparencia en la gestión pública. Lima es hoy una de las ciudades latinoamericanas más limpias, con sus parques jardines y plazas relucientes, llenos de flores, bien señalizada y con un mejoramiento impresionante en el ordenamiento vial.

Esta megalópolis de 8 millones de habitantes se la ha arreglado para mejorar sus ambientes, gracias a un régimen de descentralización administrativa que la ha dividido en 40 distritos, que cobran sus propios arbitrios y compiten por la eficiencia y la transparencia, con una gran participación comunal. Hemos paseado por muchos de esos distritos sin poder encontrar un desecho en sus calles y plazas, sean las del intenso tráfico vehicular como las peatonales.

Su centro histórico, uno de los conjuntos coloniales más hermosas y extensos del continente, presenta un aspecto diurno y nocturno impresionante, con sus enormes plazas y monumentos bien conservados, pintados e iluminados, haciendo honor a su condición de Patrimonio Histórico de la Humanidad, que le confiriera la UNESCO.

Recordando el desorden que exhibía la ciudad hace un par de décadas cuando la conocimos, uno se pregunta cómo han logrado ese embellecimiento y mejoría del ámbito urbano, en medio de tantos problemas económicos y políticos como ha sufrido el país y con un cinturón de miseria como el que conforman los llamados pueblos jóvenes, que son los barrios marginales.

El terrorismo virtualmente exterminado, el colapso de los partidos políticos y la corrupción sumieron el país en profunda crisis en las últimas dos décadas, pese a lo cual Lima se ha modernizado y embellecido. Es impresionante la multiplicación de sus centros comerciales de todo género y la modernización de la vida urbana, en contraste con la pobreza que sigue sufriendo gran parte de los peruanos.

El haber sido regido el país por grupos improvisados y políticos sin experiencia ha conllevado serios problemas de gobernabilidad que engendraron la dictadura de  Alberto Fujimori. El régimen del presidente Alejandro Toledo ha navegado con bajísimos niveles de aceptación, oscilantes apenas entre 10 y 20 por ciento, entre otras razones por no haber tenido un sólido partido político que le apoyara y haber dependido de familiares ineptos y remanentes políticos desacreditados.

Sin embargo,  Perú registra un tercer año consecutivo de crecimiento económico, alrededor del 4 por ciento en el 2004, cuando sus exportaciones aumentaron en un astronómico 32 por ciento para llegar a los 11 mil millones de dólares. El turismo se recupera, a ritmo de 10 por ciento en el último año con un millón 200 mil visitantes.

Con elecciones presidenciales programadas para el 2006, el panorama político sigue caracterizándose por la atomización y nadie se atreve a vaticinar quién será el próximo presidente, pero el que sea afrontaría los mismos problemas de gobernabilidad de Toledo, en una nación que alberga tres países en uno, el mundo moderno de la costa, con el 52 por ciento de la población, el 37 por ciento en la agreste como elevada sierra andina y 11 por ciento en la aislada selva amazónica. Estos dos últimos concentradores de la pobreza, la exclusión y la inconformidad.

Pero si algo impresiona de la vida pública peruana es la exigencia de transparencia. La nación parece haber hecho la catarsis de la corrupción expuesta en los videos de Vladimir Montesinos, quien guarda prisión al igual que otros inculpados. Dos propietarios de uno de los principales sistema de televisión están presos en Argentina, bajo proceso de extradición, tras haberse fugado de Chile.

Los esfuerzos de la justicia no se han detenido ni para ordenar la prisión domiciliaria de la hermana del presidente Margarita Toledo, vinculada con una falsificación de firmas para el reconocimiento de su grupo político Perú Posible con el que ganaron las elecciones hará 4 años.

Otro indicador positivo es que los funcionarios tienen que rendir cuentas ante el Congreso y la opinión pública. El ministro de Interior Javier Reátegui, acaba de renunciar, impugnado por no haber previsto el conato insurreccional protagonizado el 1 de enero en curso por el exmilitar Antauro Humalá, quien con 150 seguidores tomó el pequeño cuartel de la ciudad andina de Andahuaylas.

El gobierno logró sofocar la rebelión sin derramamiento de sangre, tras varios días de negociaciones, pese a lo cual se le ha cuestionado, tal vez excesivamente. Pero queda la sensación de que el régimen político está siendo cada vez más vigilado por una insatisfecha sociedad peruana, lo que resulta esperanzador. Contrasta con la falta de transparencia que consume la vida pública dominicana.-