Por Juan Bolívar Díaz
Si lo que celebramos en estos días es el nacimiento de Jesucristo, tenemos que aferrarnos a la esperanza como contenido esencial de la Navidad, que implica renovación, anunciación de un nuevo código de convivencia basado en la solidaridad humana.
Después de un año de tanto desaliento, expresado en aumento de la criminalidad que ha cobrado violentamente la vida de unos cinco dominicanos o dominicanas cada día, uno de ellos escandalosamente a manos de las fuerzas del orden público.
Tras 360 días de descomposición y corrupción a todo lo largo y ancho del cuerpo social dominicano, a tal punto que aparentemente mana pus, por donde quiera que se le toca, sin reparar entre el sector público y el privado, entre civiles como militares y policías, abarcando también todas las jerarquías sociales.
Transcurrido otro año de predominio absoluto de la impunidad para los responsables de las grandes estafas que recientemente hundieron la economía nacional repercutiendo en agravamiento de la pobreza y del atraso que lastran el desarrollo de nuestro pueblo.
Después de haber sufrido otro año de apagones, desabastecimiento de los hospitales, acumulación de basura y precariedad en muchos otros servicios, con toda la carga de desaliento y frustración que conllevan para la mayor parte de la población.
Tras haber visto la chabacanería, el relajo y la falta de respeto a la ciudadanía encarnados como forma de gobierno y en retrocesos en algunos de los limitados avances institucionales de los últimos años.
Vista y comprobada tanta pobreza y miseria en un país donde la mayoría de los que tienen la suerte de un empleo apenas perciben la mitad de lo que necesitan para cubrir el costo de la canasta básica familiar.
Ante el tráfico con la miseria humana dominicana que se expresa en las interminables aventuras migratorias en yolas que con tanta frecuencia han terminado en tragedias.
Comprobado el hecho de que como pueblo hemos perdido la capacidad de asombro ante tantos cánceres sociales como los que acumula y padece la sociedad dominicana.
Frente a ese cúmulo de factores depresivos no nos queda más opción que aferrarnos a la esperanza, partiendo de la reflexión que conlleva la celebración de la Navidad que, hay que recordarlo, recuerda la llegada del Mesías, del humilde nazareno que cambiaría el curso de la historia y trocaría la venganza del ojo por ojo y diente por diente en comprensión, compasión, solidaridad y amor.
Ceder ante tanto cúmulo de frustraciones, caer en la desesperanza, resignarnos a que no tenemos otro destino, es renunciar a nosotros mismos, pero sobre todo desconocer que este mundo es el que estamos legando a los hijos y nietas, la inmensa mayoría de los cuales no cabrán ni en las yolas ni en el avión, y es aquí donde tendrán que levantar sus sueños y esperanzas.
El desaliento que se respira por todos los ámbitos de la sociedad dominicana tiene fundamento en una realidad contundente y cotidiana. Pero no conduce a ningún espacio de esperanza. Sólo es un camino a la frustración.
Tenemos que combatir esa desesperanza, expresada en un pesimismo abrumador que conlleva la renuncia a todo esfuerzo de construcción colectiva, y hacer conciencia de que la vida social está tejida históricamente de flujos y reflujos, de caídas y recuperaciones, de tropiezos y pasos de avances.
Ahora que estamos en Navidad tenemos que alentarnos pensando en todo lo que nos rodea, abriendo de par en par los brazos para que quepan muchos hermanos y hermanas, compañeros y compañeras, amigos, vecinas, y juntos podamos iniciar la urgente recomposición social.
El mensaje de la Navidad, la convocatoria al renacimiento, al amor y la solidaridad pervive ahí, más de dos mil años después de lanzado, a pesar de todos los descalabros y traiciones de los que ayer y hoy se han dicho discípulos del nazareno. Porque su fuerza es invencible y se sostiene por sus esencias, que nos convocan cada día, en cada nueva Navidad y en cada nuevo año.-