La Esperanza de la Navidad

Por Juan Bolívar Díaz

 Si lo que celebramos en estos días es el nacimiento de Jesucristo, tenemos que aferrarnos a la esperanza como contenido esencial de la Navidad, que implica renovación, anunciación de un nuevo código de convivencia basado en la solidaridad humana.

Después de un año de tanto desaliento, expresado en aumento de la criminalidad que ha cobrado violentamente la vida de unos cinco dominicanos o dominicanas cada día, uno de ellos escandalosamente a manos de las fuerzas del orden público.

 Tras 360 días de descomposición y corrupción a todo lo largo y ancho del cuerpo social dominicano, a tal punto que aparentemente mana pus, por donde quiera que se le toca, sin reparar entre el sector público y el privado, entre civiles como militares y policías, abarcando también todas las jerarquías sociales.
Transcurrido otro año de predominio absoluto de la impunidad para los responsables de las grandes estafas que recientemente hundieron la economía nacional repercutiendo en agravamiento de la pobreza y del atraso que lastran el desarrollo de nuestro pueblo.

 Después de haber sufrido otro año de apagones, desabastecimiento de los hospitales, acumulación de basura y precariedad en muchos otros servicios, con toda la carga de desaliento y frustración que conllevan para la mayor parte de la población.

Tras haber visto la chabacanería, el relajo y la falta de respeto a la ciudadanía encarnados como forma de gobierno y en retrocesos en algunos de los limitados avances institucionales de los últimos años.

 Vista y comprobada tanta pobreza y miseria en un país donde la mayoría de los que tienen la suerte de un empleo apenas perciben la mitad de lo que necesitan para cubrir el costo de la canasta básica familiar.

 Ante el tráfico con la miseria humana dominicana que se expresa en las interminables aventuras migratorias en yolas que con tanta frecuencia han terminado en tragedias.

 Comprobado el hecho de que como pueblo hemos perdido la capacidad de asombro ante tantos cánceres sociales como los que acumula y padece la sociedad dominicana.

 Frente a ese cúmulo de factores depresivos no nos queda más opción que aferrarnos a la esperanza, partiendo de la reflexión que conlleva la celebración de la Navidad que, hay que recordarlo, recuerda la llegada del Mesías, del humilde nazareno que cambiaría el curso de la historia y trocaría la venganza del ojo por ojo y diente por diente en comprensión, compasión, solidaridad y amor.

Ceder ante tanto cúmulo de frustraciones, caer en la desesperanza, resignarnos a que no tenemos otro destino, es renunciar a nosotros mismos, pero sobre todo desconocer que este mundo es el que estamos legando a los hijos y nietas, la inmensa mayoría de los cuales no cabrán ni en las yolas ni en el avión, y es aquí donde tendrán que levantar sus sueños y esperanzas.

 El desaliento que se respira por todos los ámbitos de la sociedad dominicana tiene fundamento en una realidad contundente y cotidiana. Pero no conduce a ningún espacio de esperanza. Sólo es un camino a la frustración.

 Tenemos que combatir esa desesperanza, expresada en un pesimismo abrumador que conlleva la renuncia a todo esfuerzo de construcción colectiva, y hacer conciencia de que la vida social está tejida históricamente de flujos y reflujos, de caídas y recuperaciones, de tropiezos y pasos de avances.

Ahora que estamos en Navidad tenemos que alentarnos pensando en todo lo que nos rodea, abriendo de par en par los brazos para que quepan muchos hermanos y hermanas, compañeros y compañeras, amigos, vecinas, y juntos podamos iniciar la urgente recomposición social.

 El mensaje de la Navidad, la convocatoria al renacimiento, al amor y la solidaridad pervive ahí, más de dos mil años después de lanzado, a pesar de todos los descalabros y traiciones de los que ayer y hoy se han dicho discípulos del nazareno. Porque su fuerza es invencible y se sostiene por sus esencias, que nos convocan cada día, en cada nueva Navidad y en cada nuevo año.-

La infancia y el mundo amenazados

Por Juan Bolívar Díaz

El Informe sobre el Estado Mundial de la Infancia 2005, dado a conocer el jueves por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) es un compendio estadístico del horror, una expresión de los abismos de violencia y exclusión generados por nuestra “civilización”. Las estadísticas hablan por sí mismas: Más de mil millones de niños, niñas y adolescentes de todo el mundo enfrentan una vida de miseria y privaciones debido a la pobreza, los conflictos y enfermedades como el VIH/SIDA; más de la mitad de los niños y niñas del mundo en desarrollo carecen de bienes y servicios básicos; uno de cada 6 niños padece hambre; uno de cada 7 no recibe ningún tipo de atención de salud; uno de cada 5 carece de agua potable; uno de cada 3 no tiene ni letrina.

Más de 640 millones de niños y niñas viven en hogares con suelo de barro o en hacinamiento extremo; más de 300 millones no tienen acceso a la televisión, la radio, el teléfono y el periódico; más de 120 millones no reciben instrucción primaria; 180 millones están atrapados en las peores formas de trabajo infantil.

Cuando se refiere a América Latina y El Caribe, el informe de UNICEF la considera especialmente preocupante, señalándola como “la parte más desigual del planeta”, donde el 20 por ciento afortunado obtiene el 60 por ciento de los bienes generados, mientras el 40 por ciento de los más pobres apenas alcanza el 10 por ciento de los beneficios.

Llama la atención la afirmación de que en esta región la pobreza que afecta a la infancia es desproporcionada en relación a la de los adultos; 56 por ciento de los menores de 19 años son pobres, en tanto que de los adultos sólo el 44 por ciento.

Hay que atribuírselo a la cantidad de niños y niñas abandonados y a los hogares regidos por madres solas.

Es particularmente horrorosa la situación de los indígenas y afrodescendientes, que es la manera con que ahora se llama a los negros rehuyendo el racismo, cuantificados en más de 40 millones y de 150 millones respectivamente, para cerca de un 40 por ciento de la población regional. Son los que sufren mayores niveles de exclusión. El informe estima que 92 de cada 100 descendientes de africanos de América Latina y El Caribe viven por debajo de la línea de pobreza.

Para nosotros lo más relevante es que la situación de la niñez dominicana se sitúa por debajo del promedio latinoamericano y caribeño. Al dar a conocer el informe, el representante local de UNICEF, Tad Palac, indicó que sólo el 57 por ciento de los hogares dominicanos tiene acceso al saneamiento, contra el 75 por ciento prevaleciente en la región; la asistencia a la escuela es en promedio 83 contra 93 en AL y el Caribe. Aquí agregó que “esto es sin hablar de la cuestión de la calidad.

Registra una reducción de la mortalidad infantil, aunque la neonatal no presenta cambios significativos desde 1986; y el nivel de la mortalidad materna no se corresponde con la infraestructura sanitaria ni el índice de desarrollo humano de la nación.

UNICEF denuncia situaciones particularmente graves en el país, como la explotación sexual de niños, niñas y adolescentes y el que millares no disponen ni de de registro de nacimiento, lo que limita su acceso a la educación y otros servicios básicos.

En general, el Informe sobre la niñez en este 2005 es un llamado a la sensibilidad humana y la reflexión, en  un mundo que este mismo año habrá destinado cerca de mil millones de dólares al gasto militar. Sólo 500 mil millones por parte de Estados Unidos. Esas cifras representan mil 360 millones de dólares cada día, 56 millones por hora y casi un millón de dólares por minuto.

Con el agravante de que esas armas generan guerras como la de Irak que multiplican la pobreza y el sufrimiento de los niños. Allí la tasa de mortalidad de menores pasó de 50 por mil en 1990, a 125 por mil 12 años después. Y nadie se atreve a cuantificar la proporción después de la ocupación militar iniciada el año pasado.

El Informe de UNICEF resalta que 55 de los 59 conflictos registrados en el mundo desde 1990 no han sido internacionales, sino dentro de un mismo país, y que la mitad de los 3.6 millones de muertos han sido niños y adolescentes.

Cuando se leen las estadísticas y situaciones recogidas en este informe, el horror se hace presente y se recuerda la canción emblemática del poeta  Raymond, un fenómeno catalán-español de los años sesenta y setenta, titulada Digamos No. Yo digo no, digamos no, nosotros no somos de ese mundo.

En memoria de don Manuel Corripio García

Por Juan Bolívar Díaz

Los reconocimientos que recibió en vida Don Manuel Corripio García fueron más que merecidos. Los que se le han formulado esta semana a raíz de su desaparición física están signados por el sentido de justicia, tanto como por la pena de perder a un ser humano excepcional, que sembró en campo propio y ajeno por más de 96 años.

Fue uno de esos personajes que cualquiera quisiera haber tenido la oportunidad de tratar a fondo, de escuchar el relato de su vida y conocer los secretos de su éxito. Yo lo intenté más de una vez, pero tropecé con el obstáculo de que don Manuel era un hombre extremadamente modesto y sencillo y evadía hablar de sí mismo y menos a un periodista.

Por momentos parecía preso de la timidez. Pero la inmensa gama de sus relaciones, incluso con los personajes más influyentes y poderosos de su tiempo, indicaba que lo que predominaba era un sentido extremo de la modestia.

Confieso que fracasé varias veces en el intento de hacerle una entrevista para colectivizar sus experiencias. De tiempo en tiempo cuando le encontraba en los últimos 18 años, le recordaba el “compromiso” que tenía de contarme su proceso. Apelé a Pepín en varias ocasiones, pero el viejo se mantenía incólume. Me sonreía cariñoso y desviaba la conversación a temas de actualidad o de interés para su interlocutor. Ya en los últimos años me había resignado a la derrota, convencido de que no había forma de doblarle el pulso a este viejo imperturbable, y además porque lo veía agotarse en el tiempo y no podía parecer que velaba sus hálitos de vida.

Mi fascinación por el personaje comenzó cuando escuchaba a Pepín contar la forma en que fue forjado por aquel padre que lo ponía a barrer la acera en la avenida Mella para que nunca se avergonzara del trabajo, en ninguna de sus categorías, y para que recordara por siempre sus modestos orígenes.

La acumulación de riqueza nunca lo hizo cambiar  sus esencias y siguió predicando el ahorro, la jornada infinita, la virtud de la humildad, negado rotundamente a ofender a los demás estrujándole su abundancia.

Tal vez alguna vez llegara a la exageración y diera razón a quienes criticaban que no se dedicara a disfrutar de lo acumulado. Actitud admirable frente a la fastuosidad, el boato y el derroche ofensivo que se ha visto en el país por parte de nuevas generaciones empresariales.

Tuve una gran oportunidad de comprobar el sentido de solidaridad y el espíritu generoso de don Manuel una mañana de junio de 1996. La noche anterior un conato de juez me había condenado en ausencia, por supuesta difamación e injuria, en un juicio viciado y al vapor, a 6 meses de cárcel y varios millones de pesos.

La materia era delicada. Todo el mundo sabía que aquello era un juicio político, ordenado en represalia por la publicación de mi libro Trauma Electoral, en el que mostraba la trama que vulneró las elecciones presidenciales de 1994.

Aquella mañana, cuando recibí una llamada de Pepín a mi oficina, poco después de las 6, le prometí pasar por su casa dos horas más tarde cuando avanzara el telediario Uno más Uno. Cuando toqué la puerta me abrió don Manuel, quien aparentemente me esperaba. Me tomó ambas manos y tras exageradas expresiones de aprecio a mi trabajo, me comunicó que podía contar con la solidaridad de toda su familia.

Confieso que lo que esperaba en aquella casa en tales circunstancias era una actitud conservadora. Pero el vigor con que me habló don Manuel me hizo despertar a la realidad de que estaba frente a un hombre excepcional, valeroso y al mismo tiempo cariñoso.

No pude olvidar aquel episodio cuando le veía rígido la mañana del miércoles, en su cama de amor eterno. Su cuerpo consumido por el paso implacable del tiempo, pero alto el espíritu que lo sostuvo en plenitud de conciencia hasta el desenlace final. Comprendí la profunda pena de su familia y luego las palabras de Pepín al despedirlo, pregonando cómo don Manuel Corripio García había rendido culto al trabajo, sembrando en su propio campo y en el de los demás.

La muerte de Gerard Pierre-Charles

Por Juan Bolívar Díaz

La intelectualidad y los demócratas de la isla, de toda la región del Caribe y gran parte de América Latina ha resultado afectada esta semana con la muerte del economista, sociólogo y líder político haitiano Gerard Pierre-Charles, prematuramente, a los 68 años, afectado por un masivo infarto cardíaco.

La partida del destacado catedrático y escritor es una malísima noticia para su país, Haití, que no acaba de levantarse de sus históricas dolencias, fruto de la expoliación colonial, de su propia recurrencia al caudillismo y del atraso.

Pierre-Charles ha partido sin haber visto el despegue democrático de Haití, por el que luchó durante medio siglo, dentro de sus fronteras y en el largo exilio de México, que duró 26 años. Allí fue la principal figura sinónimo de oposición a la tiranía oscurantista de los Duvalier.

En la Universidad Nacional Autónoma de México, donde dirigió el departamento de Estudios del Caribe en los años setenta, Pierre Charles sembró cátedras como intelectual y escritor. México le reconoció el año pasado cuando le entregó su máxima condecoración, el Aguila Azteca, ocasión en la que el canciller Jorge Castañeda le definió como una figura democrática latinoamericana de dimensión continental.

Al morir, Gerard era el principal dirigente de la Organización del Pueblo en Lucha, el mayor de los partidos integrantes del bloque Convergencia Democrática. Al retornar del exilio en 1986 ofreció su apoyo a Jean Bertrand Aristide  pero hubo de retirárselo y convertirse en uno de sus principales opositores, cuando el sacerdote se convirtió en otro caudillo autocrático aferrado al poder.

En diciembre del 2001 las turbas aristidistas se cebaron en él saqueando su residencia y un centro de estudios que había constituido junto a su esposa, la también escritora Suzy Castor.   Huérfano en su niñez, padeció una poliomielitis tardía, de la que se repuso espiritualmente a fuerza de voluntad, pero quedó físicamente minusválido. Con muletas, en un automóvil especial con mandos manuales, conducía en el infernal tránsito de la ciudad de México y se movía imperturbable por todo el mundo.

De espíritu indomable, Gerard era, sin embargo, una persona de extremada amabilidad y suave temperamento. Humilde y sencillo, jamás asumió poses de profesor y disfrutaba las tertulias con estudiantes y gente común. Profesaba un religioso respeto por las expresiones más diversas de la cultura popular.

Para los dominicanos la muerte de Pierre-Charles es una gran pérdida. Desde que lo conocimos en México en los años sesenta hacía esfuerzos por vincularse con profesores y estudiantes dominicanos y nos hablaba de un futuro de relaciones armoniosas y solidaria colaboración de hermanos.

En el país tenía muchos amigos que le estimaban profundamente y con quienes disfrutaba reunirse en sus numerosas visitas de los últimos años. Durante el régimen de Balaguer sufrió un impedimento de entrada que le impidió participar en eventos académicos y políticos.

En una de las últimas entrevistas que le hicimos para Teleantillas explicaba que  Haití tiene que tomar en cuenta las experiencias dominicanas en materia de desarrollo económico, la ecología y la democracia.

Cuando le preguntamos qué podíamos hacer los dominicanos por Haití respondió que lo primero era conocernos mejor y sistematizar la cooperación en todos los niveles, con fraterna amplitud, convencidos de que era lo beneficioso para las dos naciones.

Diplomático como era, Pierre Charles decía no entender los esfuerzos de tantos por sembrar discordias entre dominicanos y haitianos. Para él no había la menor confusión. Somos dos pueblos y naciones unidas por la geopolítica colonial y la geografía, inseparables, condenados a la cooperación para avanzar en el desarrollo.

Personalmente disfruté la compañía de Gerard desde los años de estudiante en México, siendo ya él un catedrático. En su casa y a su mesa encontré amistad y solidaridad. Aquí compartió con nosotros la cena de Navidad, la visita al restaurant y la playa.

Puedo testimoniar que era un caribeño excepcional, un intelectual completo, digno de respeto. Un hombre absolutamente bueno, cariñoso, con una gran capacidad para reflexionar y avanzar.

Gerard Pierre-Charles fue desperdiciado por Haití. Que su inmenso espíritu se expanda sobre su agobiado país y se reproduzca en otros que puedan crear la nueva nación que él no pudo ver.

¿Quién defiende a los asalariados?

Por Juan Bolívar Díaz

Si algo ha quedado absolutamente claro en el proceso de aprobación del paquete de reformas tributarias -no reforma fiscal- que entró en vigencia con este mes de octubre, es la orfandad de los asalariados dominicanos, sin el menor instrumento de presión para hacer valer sus derechos y necesidades.

Casi todos los sectores de poder lograron reducir al mínimo el impacto de las reformas originalmente planteadas y los aumentos impositivos se concentraron en alrededor del 90 por ciento sobre el consumo, casi nada a la renta y la propiedad, regresivos, en el lenguaje de los organismos internacionales referente a la distribución del ingreso.

Las zonas francas fueron las más dichosas, que ni siquiera fueron amenazadas y no tuvieron que hacer ninguna inversión para evadir el temporal. Seguirán sin pagar ni siquiera sobre la renta de sus propietarios.

El sector turístico se libró en temprana negociación cuando el doctor Leonel Fernández era solo presidente electo. En territorio español se acordó quitarle el 5 por ciento a las habitaciones hoteleras que figuraba como impuesto adicional en el proyecto original del partido de gobierno.

Después los banqueros consiguieron lo suyo: que no se gravaran los intereses devengados por depósitos bancarios y certificados financieros. Se lo traspasaron a la emisión de cheques, a razón de 1.5 por mil.

El sector de los medios de comunicación no se quedó atrás y logró que a la publicidad se le aplique el aumento del Itebis al 16 por ciento en tres plazos. Seguirá con la tasa privilegiada del 6 por ciento hasta el 31 de diciembre próximo, cuando pasará al 10 por ciento hasta final del 2005, para arribar al 16 por ciento desde cuando se inicie el 2006. Se salvó de otro 10 por ciento que originalmente se planteó como impuesto selectivo a la publicidad.

Hasta las líneas aéreas y agencias de viaje tuvieron poder persuasivo y consiguieron evitar el 15 por ciento que originalmente se proponía como aumento de impuesto a los pasajes aéreos.

Y como para sellar con broche de oro, políticos y legisladores se pusieron de acuerdo para introducir de contrabando en la ley de reformas tributarias una protección al sector azucarero gravando con un 25 por ciento los productos que se elaboren en el país con siropes de maíz, en base a un tratado de libre comercio que todavía no es ley y cuyos efectos negativos se sentirían dentro de años. Es decir que este sector sacó beneficios en vez de ser gravado.

Quienes no lograron ser escuchados ni en lo más mínimo fueron los integrantes de esa inmensa legión  que son los asalariados, pensionados y gente que vive de una renta fija, los cuales verán reducirse aún más el poder adquisitivo que la crisis financiera originada en los fraudes bancarios redujo a menos de la mitad en los últimos 18 meses.

El salario mínimo mayor seguirá en 4 mil 900 pesos, aunque la canasta familiar ya en agosto pasado costaba 15 mil 605 pesos, según las estimaciones oficiales. Estas reformas la elevarán sobre los 16 mil y seguirá ascendiendo para los que dejarán de ser subsidiados en el gas propano y la electricidad.

Algunos generosos dirán que los asalariados que no pierdan su empleo, por los efectos recesivos de las reformas serán dichosos y deben dar gracias a Dios, al capital, a las autoridades y hasta a los legisladores.

El presidente Leonel Fernández dijo desde el principio que por ahora nada de aumento salarial, que los beneficios venderán con la recuperación del valor del peso. Dirigentes y legisladores de los partidos de oposición plantearon inicialmente un reajuste salarial, pero quedaron deslumbrados luego con los reclamos de los azucareros, que desplazaron su atención al problema del hipotético TLC.

En fin, que los asalariados quedaron si nadie que los defienda. Porque de lo que fue el poder de negociación sindical, ya no queda más que el recuerdo en esta era postguerra fría en que los ricos –países e individuos- son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, sin recurso de apelación.

Lo que nadie puede vaticinar es dónde podrá desembocar esta situación de grave injusticia. Ni en qué medida repercutirá sobre el descreimiento en las instituciones democráticas como mecanismos de justicia y equidad. Tampoco cómo esta injusticia se traducirá en mayores niveles de delincuencia, en protestas sociales y en inseguridad.-

El desorden del tránsito vehicular

Por Juan Bolívar Díaz

Una de las expresiones más contundentes del grado de desorden y violación de la ley que sufre la sociedad dominicana es la circulación vehicular, cada vez más compleja por más inversiones que se hagan en avenidas, puentes, túneles y pasos a desnivel.

La anarquía del tráfico vehicular no es sólo reflejo del desorden social, sino que también conlleva un alto precio en pérdida de vidas, siendo la principal causa de muerte y de lesiones permanentes  en el país, así como en pérdidas materiales por destrucción de los vehículos de motor, por deterioro de las vías públicas y por excesivo consumo de combustibles en los sobre entaponamientos.

Es tan crítica la situación que llama poderosamente la atención de las personas que nos visitan, especialmente cuando vienen de las naciones que han alcanzado un alto grado de organización social, que se expresa de entrada en la circulación por las calles, que viene a ser como el espejo en que se plasma el nivel de desarrollo social.

La anarquía vehicular es tan creciente, que causa angustia y alto grado de estrés en las personas que anhelan un nivel de organización social más racional y acorde con el desarrollo humano en general.

Ya no hay norma en el tránsito de automóviles que no se viole sistemáticamente a la vista de todos, y a cualquier hora del día. Y es impresionante que en esas violaciones compiten personas de todos los estratos sociales y niveles educativos, como si todos nos hubiéramos convencidos de que manejar en las calles dominicanas es una carrera de obstáculos a ser vencidos por cualquier medio.

Muchos para no exponerse ni siquiera a la sanción de las miradas han apelado a un recurso supremo y a la vez también ilegal: el entintado de los cristales de manera tal que quedan sumidos en el anonimato y pueden emprender sin inmutarse cualquier agresión a las más elementales normas de la convivencia.

Los dominicanos nos hemos acostumbrado a la violación de todas las normas que rigen la circulación vehicular, desde los semáforos, la separación de carriles, la dirección de la circulación, el doblaje en las esquinas, y hasta al retroceso en avenidas, puentes, túneles y elevados.

Con la mayor tranquilidad inauguramos un carril en vía contraria, doblamos en U aún cuando tengamos que interferir la circulación de los demás, obstruimos los carriles de girar a la izquierda o la derecha o seguir adelante, de acuerdo a la conveniencia individual y hasta en los peajes muchos se niegan a respetar el derecho de los que llegan primero, violando impunemente las filas para colarse descaradamente delante del que espera turno.

Desde luego, todavía son muchos los que no han aprendido a leer los carteles que avisan en los peajes cuáles líneas son para los que no llevan el dinero exacto y cuáles para los que lo tienen. Tampoco los conductores de vehículos pesados han aprendido que les corresponde circular en el carril más a la derecha.

Lo peor de todo es que cada vez parece que nos acostumbramos más al desorden y lo vemos con indiferencia. De hecho una alta proporción de personas contribuye a la anarquía cuando abre paso a los violadores de la decencia, por ejemplo, a los que no quieren hacer fila para pasar los peajes.

Hay quienes lo racionalizan y parecen tener razón: es como frente a la corrupción general de la sociedad, que si la afrontamos personalmente corremos riesgos de retaliaciones y agresiones, y en el menor de los casos, como no podemos vencer a la mayoría de los abusadores, todo lo que cogemos es estrés.

Y así se nos va deteriorando cada día más la forma de convivencia, y va predominando la ley del más atrevido y del más desvergonzado. Lo peor es que todos sabemos que eso conduce a un sendero de difícil retorno, porque lo que se refleja en las calles, lo traducimos a todas las formas de convivencia, sobre todo en las cuestiones que no se ven, convirtiendo el país en una gran anarquía.

El día que un gobierno quiera de verdad cambiar el curso del desorden social dominicano tiene que comenzar por imponer el orden en la circulación vehicular. No será fácil, pero alguna vez tendremos que hacerlo, y para eso vuelve a ser necesaria una policía eficiente y equipada, campañas educativas y ágiles tribunales que sancionen las violaciones.

Hay que pagar el costo de la seguridad

Por Juan Bolívar Díaz

La opinión pública se sintió sacudida esta semana tras informarse que una adolescente había sido violada por cuatro o cinco desalmados que se apoderaron de ella cuando retornaba a su residencia acompañada de un amigo en horas de la madrugada. A ese deplorable caso se unieron el asesinato de un hacendado en Moca por parte de un mecánico que le servía y más tarde el despojo de una yipeta a una señora en un barrio de clase media alta de esta capital.

Se volvió a hablar de una oleada de delincuencia insoportable y hubo quienes terminaron pidiendo la pena de muerte, casi exhortando al nuevo jefe de la Policía Nacional para que vuelva por los fueros de un pasado aún presente y ordene a sus hombres que salgan a matar a todo el que huela a delincuente, práctica en la que se han consumido más de un millar de vidas en la última década, sin que arrojara frutos positivos.

Lo primero que hay que decir es que esos penosos casos no son suficientes para constituir una “oleada de delincuencia”, porque de ser cierto habría que concluir en que ya hace tiempo estamos sepultados por una marejada de crímenes y actos delictivos.

Las estadísticas indican que a diarios se producen violaciones de mujeres y muchachas de los niveles populares y medios, y asesinatos de hombres y mujeres de todas las condiciones y robos y despojos de pipetas y vehículos de cualquier clase. Pese a lo cual esta es todavía una de las capitales más seguras del mundo y el que lo dude solo tiene que preguntarle a los extranjeros que aquí residen y a los que nos visitan.

Pero nos alarmamos cuando la delincuencia alcanza a gente de clase media alta y alta, vinculadas a los círculos de opinión pública, como la hija del distinguido economista, el laborioso hacendado mocano o la madre del estimado abogado y político.

Ciertamente la delincuencia va en aumento y es hora de que adoptemos las decisiones precisas para evitar que nos arrope como ha ocurrido con tantas ciudades del mundo, algunas de las cuales nos son muy familiares y queridas como Caracas, Bogotá, Lima, San Juan, Kingston, México o Guatemala.

Lo primero es que tenemos que pagar el costo de la seguridad dotándonos de una Policía Nacional capaz de responder al desafío cotidiano de la delincuencia y contribuir todos y todas con las previsiones individuales para restar oportunidad a los criminales.

Antes que nada tenemos que disponer de un cuerpo policial lo más libre posible de delincuentes. Y no vamos por buen camino cuando su propio comandante da un plazo público, como ocurrió esta semana, para que sus altos oficiales devuelvan un centenar de vehículos de lujo robados y que tras ser recuperados quedaron indebidamente en sus manos.

Si no ganamos la batalla a la delincuencia dentro de las propias filas policiales, es imposible que lo hagamos en las calles, donde unos y otros tenderán irremisiblemente a confundirse y a intercolaborar.

Luego tendremos que profesionalizar al máximo el cuerpo policial lo que no lograremos poniendo en retiro a sus oficiales académicos a los 40 y 45 años, como ha ocurrido recientemente.

Tampoco con un cuerpo donde un sargento gana tres mil quinientos pesos y un teniente 6 mil, a nivel de los conserjes en las empresas privadas. Porque miles de esos hombres armados saldrán a las calles a buscarse su vida, no a proteger las de la colectividad.

Para disuadir la creciente delincuencia tenemos que mantener un fuerte patrullaje en las calles, pero no a pies, como ha iniciado en estos días con tan buena voluntad el nuevo jefe policial, general Manuel de Jesús Pérez Sánchez, sino en vehículos fuertes y dotados de eficientes equipos de comunicación, en cantidades suficientes para que se puedan juntar tres o cuatro en cualquier punto de nuestros centros urbanos en cuestión de dos o tres minutos.

Todo eso está más llamado a la eficacia que la política de “intercambios de disparos con los delincuentes”. Y es más prioritario que la compra de equipos militares que para nada estamos necesitando, incluyendo los 38 helicópteros adquiridos por el pasado gobierno para los institutos castrenses.

Estamos obligados a invertir en la Policía Nacional, a pagar el costo de la seguridad y a adquirir una nueva cultura de previsión. Por ejemplo, logrando que nuestros adolescentes y jóvenes hagan sus fiestas más temprano y no lleguen a las casas cuando hasta los vigilantes privados que pagamos están dormidos. Como los muchachos de ahora no saben salir antes de las 11 de la noche ni retornar antes de las 2 de la madrugada, pongámosle horario limitado a sus centros de diversión, siquiera a título de prueba, y obliguémoslos a divertirse en horarios más racionales y manejables.

Si no innovamos, pronto ya no hablaremos de oleadas de delincuencia, sino de marejada permanente.

El recuerdo de Jacinto Peynado

Por Juan Bolívar Díaz

La concentración de la atención nacional en el cambio de gobierno no ha permitido una mayor ponderación de la pérdida que significa la partida de Jacinto Peynado para la transparencia del ejercicio político en el país.
No nos inscribiremos en la línea de quienes ven un dechado de nobleza y generosidad en los seres humanos sólo después que la inconmensurable levedad del ser se hace presente de forma irreversible como inapelable.
Este último Peynado de la política, senador dos veces, vicepresidente en un período reducido a dos años para dar salida al trauma político electoral, no fue ni un hombre perfecto ni un político inmaculado, que además no los hay ni de los unos ni de los otros, a no ser en la fantasía de los incondicionales.

Hizo carrera política al lado de Joaquín Balaguer, pero por su carácter y franqueza no correspondía a esa escuela. Por su temperamento susceptible de ser apoderado por la emotividad, más bien se inscribía en la escuela del profesor Juan Bosch o del doctor José Francisco Peña Gómez. Pero fue en el Partido Reformista y cerca de Balaguer donde le tocó ejercer la política, y donde terminó siendo víctima del más acendrado caudillismo y del mayor culto a la egolatría.

Llegaron a considerarlo irreverente porque no concebía la estulticia ni la doble cara, ni jugaba al juego de tirar la piedra y esconder la mano. Fue un hombre y un político de una sola pieza. Franco hasta la inmolación. Y por haber sido de los primeros en comprender que la vida de Joaquín Balaguer tenía también sus límites, al igual que la incondicionalidad que el caudillo demandaba, fue una de sus mayores víctimas.

Fue escogido candidato presidencial en 1996 fue por sus propios méritos, por su trabajo político y hasta por su inversión personal. Pero Balaguer, quien no soportaba la más leve sombra a su aureola caudillesca, le dio miserablemente la espalda y lo dejó solitario, gastando casi toda su propia fortuna en un lance electoral definido por la mezquindad.

De esa expresión de la aberración política, Jacinto Peynado quedaría herido para siempre. Como político y como ser humano. Hasta que sus energías fueron consumidas en un proceso lento pero irreversible, paralelo al virus que ha consumido la fuerza de su partido, en virtud del principio caudillista de que “después de mi el diluvio”.

Fue una pena que no encontrara un mejor escenario, porque Peynado tenía madera para la política. Durante varios años encabezó todas las encuestas como relevo de Balaguer, pero la ambición y la egolatría de este le cerraron definitivamente el paso.

Jacinto ingresó a la política siendo bien rico y salió de ella casi pobre. No necesitó nutrirse de los bienes públicos para hacer carrera. Su muerte convoca a la reflexión sobre la necesaria humanización de la política. Para que deje de consumir tempranamente las energías de los políticos. Sobre todo de los que son sensibles ante las trapisondas y los arrebatos.

No lo tratamos suficientemente para dar testimonios personales. Pero apreciamos la sinceridad y franqueza de Jacinto Peynado. Y en algunas ocasiones también compartimos con él esa afición tan suya a disfrutar de la comida o la buena bebida, en ofrenda de paz y amistad.

Hace tiempo que ya comenzamos a echarlo de menos en la política nacional. Y lamentamos que no sean los francos como él los que predominen. Donde quiera que se encuentre, que seguro será en un remanso de paz, saludamos su espíritu aguerrido y esa sonrisa suya a menudo irónica, con la que expresaba su fuerza y sus limitaciones.

Que los suyos, los que de verdad lo apreciaron, reciban en estos días el consuelo que necesitan para mitigar el vacío existencial de su partida, especialmente doña Margarita y sus hijos.-

La presunción de inocencia

Por Juan Bolívar Díaz

El presidente de la Suprema Corte de Justicia, doctor Jorge Subero Isa, nos ha recordado recientemente un principio jurídico que es parte de los códigos internacionales sobre derechos humanos y hasta de textos constitucionales, según el cual todo acusado de un delito es inocente hasta que se le pruebe lo contrario en un juicio imparcial, público y contradictorio con garantía de defensa.

La Convención Americana sobre Derechos Humanos establece en su artículo 8, numeral 2, sobre Garantías Juidiciales,  que “Toda persona inculpada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se establezca legalmente su culpabilidad.”

Según el doctor Juan Manuel Pellerano Gómez, en su obra Constitución y Política”, la presunción de inocencia es un derecho constitucional implícito, que es una aplicación del principio general favori rei  que rige las soluciones del derecho procesal penal moderno, según el cual toda persecución y el proceso subsecuente parten de la inocencia del inculpado y nunca de su culpabilidad, presunción que mantiene su vigencia hasta tanto intervenga una decisión con la autoridad de la cosa irrevocablemente juzgada…”.

El recordatorio es válido, particularmente para los periodistas que con frecuencia nos constituimos en jueces y damos por condenados a simples acusados, a menudo sin que los acusadores tengan siquiera indicios suficientes de culpabilidad.

Pero debe tenerlo en cuenta toda la sociedad dominicana, ya que aquí no solo se justifica la condena a priori de los sospechosos, sino que una gran proporción avala los fusilamientos sumarios que practican en todo el país con frecuencia cada vez más alarmante simple agentes policiales.

Ciertamente que el recordatorio del magistrado Subero Isa no se ha producido por los cientos de muchachos delincuentes o principiantes de la delincuencia, y también muchos verdaderos inocentes, que han sido asesinados en los últimos años dentro de esa labor de profilaxis social que ejerce la Policía Nacional, sin que ni siquiera los religiosos levanten su voz de condena, aunque uno de ellos mismos, el padre Tineo, fue ultimado al ser confundido con alguien que “merecía morir” porque acababa de asesinar a su esposa.

La llamada de atención se ha producido en defensa del derecho de las cuatro o cinco personas sometidas a la justicia por los tres fraudes bancarios que han costado a la nación cerca de cien mil millones de pesos, ninguna de las cuales guarda prisión.

El recordatorio es válido también para las más de 13 mil personas, casi todas pobres y con escasos medios de defensa, que sí guardan prisión en las cárceles del país, muchas de ellas durante años, sin que se les haya concluido un juicio. Si se les presume inocentes, habría que buscar la forma de que esperaran por la lenta justicia en sus respectivos hogares.

Pero evidentemente la justicia es clasista y sólo está hecha para los pobres. En este país es muy difícil encontrar a un rico en la cárcel, tal vez porque existe la presunción de que el adinerado jamás delinque, sólo comete errores. Aunque los mismos, como las quiebras fraudulentas de bancos y financieras, hayan afectado gravemente a miles de personas o hayan hundido la economía nacional.

Independientemente de esas consideraciones, tenemos que prestar atención al recordatorio del magistrado Subero. Sin discriminaciones ni privilegios. Porque con frecuencia tenemos nuestros delincuentes e inocentes favoritos.

Por ejemplo, aquí se condenó hasta la saciedad a un director de Bienes Nacionales que vendió solares subvaluados por 8 millones de pesos, pero muy pocos han levantado la voz para hacer lo mismo con quienes han defraudado al Estado con cientos y hasta miles de millones de pesos. Muchos de los que gozaron condenando al coronel Pepe Goico cuando se le acusó a haber gastado 60 millones de pesos con una tarjeta que pusieron a su nombre, son de los que reclaman el principio de inocencia para los que emitieron esa tarjeta y dispusieron de miles de millones de pesos ajenos que ahora estamos pagando todos los dominicanos y dominicanas.

Para los periodistas el principio de la presunción de inocencia implica graves responsabilidades. Porque es válido y de la más pura y acendrada justicia. Pero tampoco puede inhibir la responsabilidad de denunciar todo delito, especialmente los que repercuten sobre la vida de la colectividad, como aquellos que se cometen contra el patrimonio público o contra los bienes e intereses de grandes núcleos sociales.

Las informaciones y consideraciones sobre delitos de repercusión colectiva, de cualquier género, con nombre y apellido están justificadas cuando se avalan en documentación incontrovertible, de origen público o privado, pero siempre hay que dejar a los tribunales el establecimiento de las responsabilidades.

No se debe condenar a los acusados, pero sí el delito comprobado, sea este un crimen, una estafa o una apropiación ilegal. Sin discriminación. Triste e inútil sería el papel de los comunicadores sociales si se limitaran a informar. Sobre todo en una sociedad infectada de corrupción, donde los delincuentes de cuello blanco tienen tanto poder económico y social para reclamar y lograr impunidad. Y lo hacen a través de los mismos medios de comunicación.

Tiene que dolernos hasta el alma

Por Juan Bolívar Díaz

             Nos debe doler hasta el alma cada vez que un funcionario norteamericano o un diplomático de la Unión Europea nos dice que todavía los dominicanos no se han dado plena cuenta de las implicaciones que han tenido las quiebras bancarias en la crisis financiera y económica en que está sumida la nación y que tanto ha degrada el nivel de la vida de la mayoría de la población.

            Más debería dolernos que en menos de dos semanas el subsecretario del tesoro norteamericano John Taylor, en dos ocasiones, y los embajadores de Francia, Italia y la Unión Europea, y la directora local de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo AID), también dos veces, hayan considerado prudente decirnos que la comunidad internacional espera que esos fraudes descomunales sean sancionados.

            El pasado jueves la directora de la AID concurrió al almuerzo semanal de los medios de comunicación del Grupo Corripio y comenzó su presentación expresando su preocupación por la corrupción y posible impunidad frente a unos fraudes que han costado al país alrededor de 100 mil millones de pesos, más que el presupuesto nacional del año pasado.

            La señora Elena Brineman extendió su franqueza hasta decirnos que la comunidad internacional tiene sus ojos puestos en el país, dando seguimiento al escándalo bancario y las acciones judiciales para concluir en que ella duda que de predominar la impunidad la nación pueda seguir recibiendo ayuda internacional.

            Consideramos conveniente preguntarle a la señora Brineman si estaba ocurriendo algo que los dominicanos no viéramos y que explicara la cadena de advertencias similares emitidas por el mundo diplomático en las últimas dos semanas.

            Ella enfocó sus expresivos ojos, revestidos de una aureola de tristeza y con una medio sonrisa, entre compasiva e irónica, respondió diciendo que todo estaba a la vista de todos. Como quisimos que fuera más explícita, evadió diplomáticamente aunque dejó caer la perla de que a veces en los períodos de transición conviene recordar estas cosas.

            No supimos si se refería a la transición por los que se van o por los que vienen, o por ambos a la vez. Porque en los corrillos políticos, diplomáticos, jurídicos y periodísticos existe la convicción de que en ninguno de los tres partidos mayoritarios predomina el propósito de llegar hasta las últimas consecuencias en este escándalo. Porque en todos hubo dirigentes claves beneficiarios de la repartición.

            Es cierto que las evidencias de la impunidad están a la vista de todos en las decisiones de jueces y fiscales, incluyendo al Procurador General de la República que esta semana fue acusado por los abogados del Banco Central de ser parte de una red que protege a los pocos acusados de los fraudes bancarios.

            En rueda de prensa, los abogados del Estado afirmaron que “diversos hechos y circunstancias ocurridos alrededor de la persona del Procurador General de la República ponen en evidencia sus condicionadas e interesadas actuaciones, tendentes a garantizar la impunidad de los acusados del fraude ocurrido en Baninter”.

            Por la otra parte, versiones circulantes que han llegado hasta el ámbito internacional, dan cuenta de la existencia de una comisión de tres allegados al próximo gobierno que realizan gestiones para una “solución pragmática” a los escándalos bancarios.

            La preocupación por la impunidad se ha extendido de nuevo en diversos sectores sociales, acicateados por las continuas llamadas de atención provenientes del ámbito internacional, y por la convicción de que ello hará mucho más difícil conseguir la asistencia internacional necesaria para superar la crisis financiera.

            La imagen que proyecta el liderazgo nacional es de profunda complicidad con la corrupción. Así se percibe en los ámbitos internacionales. Pero no sólo corrupción pública, sino también privada, como ha quedado evidente una vez más en los escándalos bancarios.

            Tiene que dolernos hasta el alma que tengan que condicionarnos la asistencia internacional a que establezcamos sanciones siquiera en los casos mayúsculos. Como nos dolía también cada vez que nos recordaban la necesidad de elecciones limpias para que el país no fuera irradiado de la comunidad internacional, con todas sus consecuencias políticas y económicas.

            ¡Cuántos silencios, cuántas complicidades y cuántas hipocresías se evidencian frente a este escándalo! Eso demuestra que el alma dominicana está enferma, la está debilitando la corrupción que contamina casi todas sus ramificaciones. Por eso tiene que dolernos hasta el alma.-