La cara oculta de J.F. Kennedy

     Por Juan Bolívar Díaz

            Si hay un libro que los estudiosos de la política y el comportamiento humano deben leer es “La cara oculta de J. F. Kennedy, escrito por el reconocido periodista norteamericano Seymour M. Hersh, publicado originalmente en inglés en 1997 y en español al año siguiente por la Editorial Planeta de Barcelona, España.

            Se han escrito tantos libros sobre el Presidente Kennedy que este me pudo pasar desapercibido durante cinco años. Creo estar seguro de haberlo visto más de una vez en librerías, pero no llegó a mis manos hasta noviembre, como regalo de cumpleaños que he agradecido muchísimo.

            Se trata de una obra de absoluta seriedad que conllevó cinco años de investigación y más de mil entrevistas, en la que cada afirmación está sostenida, ya en testimonios de actores y participantes de los hechos que relata, como en la documentación oficial, gran parte de la cual permaneció bajo restricción durante más de un cuarto de siglo. El libro de Hersh tiene el mérito adicional de que revela importantes documentos.

        Este es un libro dramático por cuanto destroza el mito construido en torno a los hermanos John y Robert Kennedy, alimentado sin duda por la circunstancia de que ambos fueron víctimas de asesinatos. El primero cuando aún le quedaba más de un año de mandato y se abocaba a la búsqueda de la reelección, y el segundo en plena campaña electoral de 1968.

            Durante todos estos años una de las más abundantes bibliografías sobre un político contemporáneo nos había vendido a un personaje paradigmático, modelo del nuevo estadista de la democracia más fuerte del mundo, resumen de la honestidad y el éxito y portador de nuevas formas de concebir y realizar la política.

            Seymour Hersh destroza el mito Kennedy desde los orígenes de la fortuna del tronco familiar, Joe Kennedy, como contrabandista de licores en la época de la prohibición, traficante de influencia cuando embajador en Gran Bretaña, y asociado a la mafia de Chicago en numerosos negocios y hasta en las campañas para llevar al poder a John Fitzdgerald.

            El libro sustenta que Kennedy ganó las primarias del Partido Demócrata y luego la presidencia, recurriendo a todas las malas artes conocidas en la política tradicional. Desde el gasto descomunal de dinero no siempre bien habido, hasta la compra de voluntad de autoridades de distritos electorales y mal conteo de resultados, hasta la ayuda decisiva de Sam Giancana y sus mafiosos en el determinante estado de Chicago.

            Ya en el poder nos presenta a un presidente que se asocia a la mafia para tratar a toda costa de asesinar al presidente cubano Fidel Castro, sin más razón que quitarse de encima el estigma de indeciso que dejó su actuación cuando la locura de la invasión por Bahía de Cochinos de exiliados cubanos patrocinados por Estados Unidos que culminó en un espectacular fracaso.

            También nos encontramos con un presidente que inicia la escalada intervencionista en Vietnam con 16 mil soldados, y que llega a patrocinar el derrocamiento y asesinato del presidente sudvietnamita Ngo Dinh Diem, apenas 20 días antes de el ser víctima también de asesinato.

            Seymour sostiene que aquella intervención que costaría la vida a 58 mil estadounidenses y a varios millones de vietnamitas y camboyanos de todas las posiciones políticas hasta inocentes, ignorantes e indefensos pobladores, fue determinada en gran parte por el temor de John Kennedy de que si Vietnam del Sur caía bajo el comunismo él no podría lograr la reelección en los comicios que habrían de celebrarse un año después de su muerte.

            Hasta el papel de Kennedy en la crisis de los cohetes que a finales de 1961 puso al mundo al borde de la catástrofe nuclear queda deslucido en este libro terrible, por cuanto indica que el triunfo que se le atribuyó al mandatario de Estados Unidos correspondió en la práctica a Nikita Kruschov, quien logró no solo el compromiso norteamericano de no invadir a Cuba, sino también el retiro de cohetes nucleares de Turquía que la Unión Soviética consideraba amenazantes a su seguridad.

            La vida privada de Kennedy tampoco queda bien parada en estas 516 páginas, pues se nos presenta a un hombre “enfermo sexual” que no tenía contemplación para marcharle a cuanta mujer hermosa le pasaba por el lado y que llegó a convertir la piscina de la Casa Blanca en un lugar de orgías sexuales.

            Pero lo fundamental es que se nos muestra la dureza de la política aún en la mayor democracia mundial, y la recurrencia humana al fraude, a la trampa y al abuso del poder como forma de imposición y de hacer predominar partidos e intereses.

            Recomiendo la lectura de este libro a quienes creen que la recurrencia a las marrullerías políticas es monopolio de los “países atrasados” como la República Dominicana, a quien muchos consideran caso perdido cada vez que alguien pretende volver al fraude y el arrebato.

            Es cuestión de naturaleza humana que hay que combatir con la certeza de que nunca quedará del todo superada y que al menor descuido reaparecerá.-

Los 25 años de la democracia española

Por Juan Bolívar Díaz

            MADRID.- Un examen acucioso de la España del 2003 que celebra el 25 aniversario de la promulgación de su constitución democrática arroja crecimiento de la crispación política, del conservadurismo y la censura a la comunicación, con la conocida persistencia en proyectos separatistas y uso del terrorismo, además de fuertes expresiones de la corrupción en los ámbitos públicos y privados.

            Sin embargo, por encima de los lastres culturales y pese a los últimos años de crisis en las expresiones ideológico-políticas, es más que obvio para el más elemental observador que el balance de este cuarto de siglo de democracia española es altamente positivo.

            En el origen de la fundación democrática resalta la capacidad que demostraron los líderes españoles para conciliar y transar, y a la vez para establecer bases firmes sobre las cuales se ha sustentado la modernización del Estado, profundas reformas institucionales y sociales que situaron a España entre las naciones más avanzadas del mundo.

            Llegar a Madrid en estos días es llenarse de nostalgia, recordando los cantautores de la libertad, desde Raimon, Joan Manuel Serrat, Víctor Manuel, Luis Llach y Paco Ibáñez, hasta Luis Eduardo Aute, Patxi Andion, y José Antonio Labordeta. Fueron sembradores de libertad a través de la comunicación artística, cuando casi todos los caminos aparecían cerrados.

            Pero es imposible recordar los asombrosos cambios españoles de estos 25 años sin ponderar el realismo y la visión de estado con que los grandes líderes del momento afrontaron la transición a la democracia tras la muerte del caudillo Francisco Franco hace 28 años.

            El Rey Juan Carlos y su primer presidente Adolfo Suárez, herederos del poder franquista, y los líderes de la izquierda socialista y comunista, Felipe González y Santiago Carrillo, dividieron diferencias históricas para dar el salto a la democracia, unos aceptando un régimen monárquico puramente representativo y arbitral y los otros comprendiendo que en la Europa de finales del siglo veinte era imposible mantener la proscripción de las ideas y las organizaciones políticas y sindicales.

            El protagonismo del Rey Juan Carlos y la audacia del presidente Suárez escribieron páginas reivindicativas del honor y la transacción política. Y, al igual que comunistas y socialistas, asimilaron las terribles lecciones históricas de la guerra civil (1936-39) para no reeditar el sectarismo, la exclusión y la violencia que inundaron a España de Sangre y luego la saturaron de represión, manteniéndola por varias décadas en el ostracismo de la modernización europea.

            Oto crédito que hay que darle a la generación de líderes españoles de la nueva democracia es que han tenido capacidad y resignación para interpretar los signos de los tiempos y retirarse a tiempo del poder y de la dirección de sus partidos. Lo hicieron Suárez, Carrillo y Felipe, y José María Aznar, en plena juventud y con posibilidades reales de prolongación, ya ha anunciado su partida para el próximo año.

            La constitución pactada hace 25 años abrió las puertas al reconocimiento de la diversidad española, instituyendo los conceptos de nacionalidades y regiones, que si bien no acaban de saldar radicalismos separatistas, han operado como válvulas de conciliación y convivencia, manteniendo la integridad del Estado español. Tras las cuatro autonomías fundamentales, las de Euskadi (País Vasco), Cataluña, Galicia y Andalucía, siguieron otras 13 que han contribuido a una gran descentralización, en la que el gobierno central vio reducido del 78 al 55 por ciento la proporción del presupuesto que maneja. Ahora un 32 por ciento corresponde a los regímenes autónomos y el 13 por ciento restante a los ayuntamientos.

            Con el poder de la Iglesia Católica hubo también soluciones pragmáticas. Sigue siendo reconocida constitucionalmente con privilegios. Pero en la práctica los poderes estatales son los determinantes y nada pudo contener la pluralidad educativa, y hasta la institución del divorcio, la planificación familiar y algunos géneros de aborto.

            En términos económicos sociales el progreso español no está en discusión. Esta nación recogió a sus emigrantes por toda Europa y otras partes del mundo y se ha convertido en receptora de mano de obra. Los estimados del Instituto Nacional de Estadísticas señalan que en el 2003 la población suma 42.6 millones, de los cuales 2.5 son inmigrantes, equivalentes a un 6 por ciento.

            Los indicadores del progreso económico social son visibles para cualquiera que haya seguido la evolución. España ya no es la cenicienta de Europa, a la que está integrada plenamente.

            Y aunque parezca traído por los cabellos, el sonado compromiso del Príncipe Felipe con la periodista Leticia Ortiz, no deja de ser un indicador de los cambios y adecuaciones que ejecuta esta nación y su régimen de transacciones. Joven moderna de clase media, trabajadora de la comunicación, divorciada, hija de madre sindicalista y cuyo padre convive con una compañera con la cual espera contraer matrimonio.

            Con razón algunos miembros de la nobleza no salen de su asombro ante lo que algunos han considerado como un nuevo cuento de hadas. Lo que no es un cuento es que España dio el salto definitivo hacia el desarrollo y la institucionalidad democrática durante este último cuarto de siglo.-

Crónica de un atrapamiento anunciado

Por Juan Bolívar Díaz

            Lo que le está ocurriendo a Estados Unidos en Irak es la crónica de un atrapamiento anunciado, con unos costos desmesurados en términos humanos, económicos y para la seguridad de la gran nación, como para el resto del mundo.

            Lo inconcebible es que Estados Unidos haya vuelto con el tema de Irak al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, ahora con la pretensión de que la comunidad internacional le ayude a la “reconstrucción de Irak”, enviando soldados, equipos militares y financiamiento.

            Después de haber decidido la destrucción de Irak y su ocupación por encima de la ONU y de espaldas a todo lo que se había construído en materia de relaciones internacionales durante más de medio siglo, el gobierno de George Bush apela al mismo organismo en busca de ayuda.

            En efecto, el mismo Colin Powell, secretario de Estado a quien tocó cantar el réquien a la ONU en los primeros meses del año, se presentó el miércoles buscando que ese organismo le ayude a cargar con el peso de la ocupación de la nación iraquí.

            Por supuesto que Estados Unidos no hará ninguna autocrítica, ni explicará qué se hicieron las armas de destrucción masiva que “ponían en peligro a todo el mundo” y fueron la justificación para una de las guerras de mayor concentración destructiva de la historia, librada a miles de millas de distancia de sus costas y fronteras.

            La realidad es que el pretexto para la agresión y ocupación fue un montaje, como lo sostuvo gran parte de la opinión internacional. Se advirtió también que el problema no era tanto la guerra de conquista, sino el mantener la ocupación de un territorio grande en una zona extremadamente conflictiva, donde se anidan rechazos nacionalistas y radicalismos fundamentalistas de indiscutible signo anti-norteamericano.

            Cuatro meses después de la ocupación, la inseguridad prolifera para todo, todos y todas en Irak y el número de víctimas de Estados Unidos es ya mayor en el período post guerra, lo que ya se empieza a reflejar en la opinión pública de un país extremadamente celoso de su propia sangre.

            Irak es un volcán en erupción del que no se salvan ni la representación de las Naciones Unidas, ni las embajadas ni las mezquitas más sagradas de esa cultura milenaria. El odio sembrado por millones de toneladas de bombas derramdas sobre su territorio está germinando penosamente por todas partes.

            La petición a las Naciones Unidas es más inconcebible por cuanto Estados Unidos pretenden que se internacionalice la ocupación con todos sus costos, humanos militares y financieros, pero manteniendo esa nación el control militar y político.

            Todo ello bajo el eufemismo de que se trata de reconstruir a Irak, cuando en realidad tendrán que ir a combatir contra la resistencia a esa ocupación militar, más injustificada que la protagonizada por el régimen de Sadan Hussein en 1990 contra su vecino Kuwait y que originó la guerra declarada por la ONU que produjo la primera gran destrucción iraquí.

            Hasta ahora no se ha visto la labor de reconstrucción que realizan las tropas enviadas a Irak por una docena de países a petición de Estados Unidos. Lo que se sabe de los 300 dominicanos es que están siendo preparados para enfrentarse a quienes resisten la ocupación de su propio país.

            El Consejo de Seguridad de la ONU volverá ahora a ser escenario del debate sobre Irak, y ahora sí que sería justo dejar que Estados Unidos afronte con sus pocos aliados las consecuencias de su aventurera y agresiva política internacional, destructiva de las bases en que se había sustentado la convivencia entre las naciones.

            Lo menos que se puede exigir es que el mando militar y político pase a manos de la ONU, bajo un estricto programa de transición, que incluya un calendario para la desocupación del territorio iraquí y un financiamiento para la reconstrucción, que deben aportar básicamente los países que auspiciaron la destrucción.

            Ahora, como antes de la guerra, será difícil lograr consenso. Especialmente porque el interés de los conquistadores parecía básicamente la riqueza del subsuelo de esa nación del Medio Oriente. Y es poco probable que Bush y sus socios petroleros quieran compartir el botín. En tal caso deberán cargar con todas las consecuencias de su aventura.-

La majestad del Estado

Por Juan Bolívar Díaz

He defendido el derecho a la libre expresión del expresidente de Venezuela Carlos Andrés Pérez y tengo la impresión de que la acusación de corrupción contra el expresidente de Ecuador Gustavo Noboa es más espuma que chocolate, pero en ninguno de los dos casos se puede sobreponer el interés personal o las simpatías y la amistad sobre la majestad del Estado y las relaciones internacionales de la nación.

Carlos Andrés Pérez merece todas las consideraciones y la hospitalidad de los dominicanos, por el sentido de solidaridad latinoamericanista que ha ornado su vida política. Y particularmente con la República Dominicana, desde la Tiranía de Trujillo hasta las imposiciones fraudulentas de Balaguer.

Siendo presidente de Venezuela hace 25 años convirtió el Palacio de Miraflores en un gran escenario donde confluyeron las fuerzas políticas y sociales de esa nación hermana para abogar por el respeto a la voluntad popular que Balaguer y sus generales pretendían desconocer una vez más.

Sin embargo, frente a los alegatos del presidente venezolano Hugo Chávez de que Pérez conspira contra él desde territorio dominicano, debimos habernos manejado con mayor tacto. Si no íbamos a pedirle silencio al exmandatario, teníamos que ser más corteses frente a Chávez, aún cuando éste, como ha ocurrido a veces con el presidente Hipólito Mejía, se volara el procedimiento protocolar al presentar su queja.

Eso lo tendría que entender no sólo Pérez sino también cualquier ciudadano del mundo que tuviera suficiente información sobre los nexos que unen a los dos Estados, y que deben prevalecer sobre las coyunturas y circunstancias más diversas.

Pero donde la majestad del Estado ha quedado volando bajo es en lo relacionado con el expresidente ecuatoriano a quien se concedió asilo bajo la consideración fundamental de que es amigo del agrónomo Hipólito Mejía.

Es posible que Gustavo Noboa sea víctima de una simple retaliación política. La acusación de que perjudicó al Ecuador con 9 mil millones de dólares en la renegociación de la deuda externa, merece un buen fundamento que al menos hasta aquí no ha llegado.

 Pero la Suprema Corte del Ecuador dictaminó que se le abriera juicio al exmandatario. No hay indicios de que Noboa esté siendo perseguido a muerte ni para ser torturado. Ecuador, afortunadamente, no pasa por una dictadura, que en tal caso no se podría regatear la concepción del asilo político.

El asunto es más degradante por cuanto el gobierno dominicano no mostró el mínimo interés en conocer las razones del máximo tribunal ecuatoriano para procesar al ex.mandatario. Y se apresuró a anunciar el asilo pocos días después de solicitado el 28 de julio pasado, cuando pudo guardar siquiera las apariencias.

Todo eso es poco para lo que ha ocurrido una vez Gustavo Noboa llegó al país. La primera sorpresa es que fuera hospedado en la residencia presidencial de Juan Dolio. Y para colmo, el jueves se le ofreció un agasajo en el Palacio Nacional, como si estuviéramos empeñados en molestar a las autoridades ecuatorianas.

Si el presidente Mejía es amigo de Noboa y cree en su inocencia, nadie debe cuestionarlo. Pero también hay que tomar en cuenta la majestad y la dignidad del Estado dominicano.

Por el momento pareciera que estamos empeñados en homenajear a un expresidente que huye de una acusación de malversación de fondos públicos o de corrupción. A lo mejor injusta, pero es a la Suprema Corte del Ecuador a quien corresponde establecerlo.

El asunto tiene repercusiones internacionales que afectan la majestad y dignidad del Estado Dominicano. Pero también implicaciones al interior de este país, donde gran parte de la opinión pública está hastiada de la impune corrupción que pauta la vida pública.

Se inscribe en el criterio del presidente Mejía de que a los expresidentes no se les debe tocar ni con el pétalo de una rosa, que por cierto no tiene el menor fundamento jurídico ni moral, ni es compartido por una gran parte de la población.

Aunque cuesta trabajo creerlo, la impresión que da el mandatario es que trata de establecer precedentes para beneficio propio, aunque en detrimento de la majestad del Estado.-

Con La Rabia en el Corazón

Por Juan Bolívar Díaz

             Volví a sentirme con La Rabia en el Corazón al leer la entrevista de Iban Campo (El Caribe, 5 de julio, páginas 1-2) con la jovencita de 17 años Melanie Delloye Betancourt, reclamando el derecho de volver a ver a su mamá, Ingrid Betancourt, la increíble senadora colombiana secuestrada por las guerrillas el 23 de febrero del año pasado, cuando se internó en territorio peligroso dentro de su campaña por la presidencia de su país.

            Imposible no sentirse impresionado al leer la madurez y profundidad con que esta muchacha ha asumido la lucha de su madre y los retos que la vida le ha impuesto, y al mismo tiempo la confesión de sus carencias maternales al reclamar la ternura del reencuentro.

            Hace un par de años tuve la oportunidad de conocer a Ingrid Betancourt, al leer su libro La Rabia en el Corazón (Editorial Grijalbo, 2001), donde cuenta la intensidad de vida y propósitos que la llevaron a ganar una curul de diputada en 1994, y cuatro años después de senadora, luchando casi sola, sin partido y contra la corrupta y criminal burocracia política colombiana.

            Ingrid fue un fenómeno de mujer, con una capacidad comunicativa excepcional, que hizo su campaña para diputada repartiendo condones en las esquinas encomendando a sus compatriotas “presérvense de la corrupción, que es el SIDA de la política”. Las burlas iniciales se trocaron en admiración y ganó.

            Hay que imaginarse el espectáculo. Una bellísima mujer de 33 años, hija de un exministro de Educación, don Gabriel Betancourt, repartiendo preservativos a los automovilistas. Cuatro años después utilizaría una máscara antipolución para su campaña a senadora, resultando la más votada entre todos los contendientes.

            Creó su propio movimiento político con el simbólico nombre de Oxígeno, mientras en el Congreso libraba una intensa campaña de denuncias contra la mafia y la narcopolítica, habiendo encabezado la lucha por el procesamiento del presidente Ernesto Samper, en cuya campaña se utilizó dinero del narcotráfico.

            De manera que el próximo paso de Ingrid Betancourt fue lanzarse a la búsqueda de la presidencia y las encuestas no la dejaban mal parada cuando al adentrarse, conscientemente, en la zona desmilitarizada para las negociaciones de paz con la guerrilla, fue víctima de secuestro por parte de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

            Más de 16 meses han transcurrido desde entonces y nada se ha sabido oficialmente de la joven política, ahora con 42 años. Aunque para la mayoría de los colombianos ella sigue viva. Nadie puede esperar que el final de una vida tan brillante pueda precipitarse en la oscuridad y el anonimato de la selva, a manos de quienes deberían verla como aliada, si no fuera porque hasta la guerrilla ha degenerado en Colombia.

            Ya desde antes de su desaparición, Ingrid había tenido que separarse de sus hijos, Melania y Lorenzo, este ahora de 15 años, porque las continuas amenazas contra su vida se extendieron a sus dos prendas humanas. Ambos han vivido en Santo Domingo durante varios años, al amparo de su padre, un diplomático francés. En su libro se puede comprobar el sufrimiento de la separación, pero la determinación de luchar por otra Colombia ha sido más fuerte que el sentimiento maternal.

            En verdad la Ingrid Betancurt de La Rabia en el Corazón es una mezcla de mujer dura e inflexible en la lucha por la decencia y la vida y frágil y tierna en los sentimientos. Dijo que “voy a vivir constantemente con la anguistia de que papá muera lejos de mi”. Su angustia debe haber terminado, puesto que se le supone enterada de que efectivamente don Gabriel Betancourt murió hace algunos meses, hambriento de su ternura.

            Soñando con la Colombia de mañana, Ingrid Betancourt concluye su libro con estas palabras: “Mi relación con la muerte se equipara a la que puede tener con ella un equilibrista. Tanto él como yo hacemos cada cual una actividad peligrosa, evaluamos los riesgos, pero nuestro amor por el arte es más grande que el miedo. Amo la vida apasionadamente, no tengo ganas de ser ninguna mártir, todo lo que construyo en Colombia es también para poder tener la felicidad de envejecer aquí. Para tener el derecho de vivir aquí en este, nuestro país, sin temer por todos aquellos que yo amo”.

            A Ingrid la he llevado en el corazón durante estos meses de su cautiverio. Sabía que sus hijos vivían aquí, entre nosotros. Pero nunca intenté entrevistarlos, respetando su anonimato. Pero ahora que Melanie ha hablado, celebro sus palabras y encuentro en ellas a su madre.

            Habló al marcharse a París para estudiar ciencias políticas. La suerte de su madre en vez de escarmentarla la incentiva. Porque “Colombia está sufriendo y necesita ayuda. Cuando uno tiene dos nacionalidades siempre va a sentir algo muy especial por el país que está en dolor, que más sufre. Hay como una pasión que lo llama a uno hacia ese país. Me siento colombiana completamente”.

            Melanie no llora, espera por su madre. Todos debemos acompañarla exigiendo que aparezca pronto para que siga siendo sembradora de sueños, de esperanzas, de inmensa ternura, como la que se reproduce en su hija.-

Urge adecentar el ejercicio político

Por Juan Bolívar Díaz

            Una de las conclusiones que sale a flote en todos los círculos donde se analiza el trauma nacional financiero que afecta al país es la necesidad de adoptar disposiciones jurídicas y realizar esfuerzos para adecentar el ejercicio de la política, antes que el descrédito en que está sumido arrase con los partidos y genere una crisis institucional que ponga en jaque nuestra incipiente democracia.

            Hace tiempo que en nuestro medio la política dejó de ser la ciencia más digna, después de la filosofía, de ocupar las mentes humanas, como la definiera el fundador de la República, Juan Pablo Duarte.

            Así lo han diagnosticado las tres encuestas sobre Cultura Política y Democracia, del Proyecto de Apoyo a Iniciativas Democráticas realizadas a partir de 1994, en las que ha quedado evidenciado el progresivo deterioro de la imagen de los partidos políticos, del Congreso Nacional y de las actividades políticas, concebidas como forma de enriquecimiento individual.

            En las Encuestas correspondientes a 1994, 1997 y 200l, los partidos políticos ocuparon la última posición entre 16 sectores o instituciones en el índice de confianza de la ciudadanía. No pudieron estar más abajo porque no había ni un solo escalón descendente más.

            En el escándalo de la quiebra del Banco Intercontinental resalta la tremenda complicidad y el maridaje que tiene lugar entre política-políticos-funcionarios públicos e intereses privados.

            Nadie podrá saber qué proporción de los 56 mil millones de pesos en que se ha cifrado el fraude bancario fue invertida para comprar la complicidad, el silencio y el paragua de cobertura de políticos y gobernantes. Pero por lo que se ha dicho es bien elevado.

            Se percibe en todos los ambientes que nuestros partidos están encaminados al descrédito total que alcanzaron los de muchos países latinoamericanos, como Brasil, Perú Guatemala y Venezuela, donde se produjeron vacíos institucionales que fueron llenados por los Collor de Melo, Alberto Fujimori, Serrano Elías y Hugo Chávez, que luego devinieron en estruendosos fracasos.

            Antes que sea demasiado tarde será preciso que por lo menos pongamos atención a las pautas de la ley electoral sobre el financiamiento de los partidos y determinemos las reformas que sean necesarias para establecer límites y para acortar los períodos de nuestras extensas campañas electorales.

            Por la salud de la democracia urge abaratar el costo de la política y reducir un sistema de complcidades e impunidades que no ha permitido siquiera que un diputado acusado de tráfico de inmigrantes sea procesado por la Suprema Corte de Justicia. El sistema político insiste en mantenerle una inmunidad que hace tiempo debió perder.

            En la Sección II de la ley electoral referente a la Contribución a los Partidos Políticos, el artículo 55 indica que “Sólo se considerarán lícitos los ingresos provenientes del Estado canalizados a través de la Junta Central Electoral y las contribuciones de personas físicas, quedando terminantemente prohibido la aceptación de ayudas materiales de grupos económicos, de gobiernos e instituciones extranjeras y de personas físicas vinculadas a actividades ilícitas”.

            Muy pocos parecen haber reparado en el contenido de ese artículo, y desde luego, ninguno de nuestros partidos ni de sus dirigentes. Obsérvese que prohibe específicamente recibir ayuda de grupos económicos.

             El párrafo II del artículo 52 de la misma ley dispone que la Junta Central Electoral “solicitará a la contraloría General de la República que audie los registros contables de cada partido para determinar las fuentes de ingresos y los gastos correspondientes”. Desde luego ello sólo será posible si se cumple otro mandato del mismo artículo que dispone “crear un sistema contable de acuerdo a los principios legalmente aceptados, en el que reflejen los movimientos de ingresos y egresos del partido”.

              Hace tiempo que en los círculos académicos de la política se viene clamando por una ley de partidos políticos que regule todas sus actividades. La Comisión Nacional de Reforma del Estado ha elaborado anteproyectos al respecto.

               Pero de nada valdría ninguna otra ley, si no cumplimos las que ya tenemos y si no surge una voluntad por establecer límites y cambiar el curso del deterioro que nos afecta.

               Hay muchas personas honradas en la política y sobre ellas debe recaer, junto a las instituciones sociales, la responsabildiad de poner un alto al derrotero que lleva el partidarismo político, y especialmente al derroche de recursos en precampañas y campañas interminables. Recursos que salen del Estado y del financiamiento privado que se ofrece generosamente para luego reclamar privilegios, facilidades e impunidades.-

Venceréis, pero no convenceréis

 Por Juan Bolívar Díaz

             Al comenzar el Libro Tercero de su extensa como minuciosa historia sobre La Guerra Civil Española, el escritor británico Hugh Thomas narra el histórico encuentro entre el filósofo y humanista vasco Miguel de Unamuno, entonces Rector de la Universidad de Salamanca, y el general Millán Astray en los finales de 1936 cuando España comenzaba a ser consumida por aquel conflicto que cobró cientos de miles de vidas y abrío de par en par las puertas para la inconmensurable matanza que fue la Segunda Guerra Mundial.

            En el paraninfo de la Universidad de Salamanca se conmemoraba el 12 de octubre el Día de la Raza, con una ceremonia que presidía el Rector, a unas cuadras del Palacio Azobispal donde el general Francisco Franco había instalado su cuartel general por invitación del obispo.

            Entre los presentes se contó al general Astray, fundador de la Legión Extranjera, importante asesor de Franco, quien ya había perdido un ojo, un brazo y los dedos de la otra mano. Un mutilado físico y espiritual que había impreso en la guerra el horripilante grito de ¡Viva la Muerte!

            Tras varios discursos laudatorios de la violencia y las exclusiones en que España iba quedando presa mientras los ejércitos nacionalistas se abrían trochas en el cuerpo de la República, se escucharon allí los estertores de Astray y sus legionarios, vivando el exterminio y en despectivo rechazo de la inteligencia y los intelecutales.

            Fue una auténtica provocación a la integridad moral y espiritual de Unamuno, quien más bien se había ubicado del lado de la conspiración monárquica franquista al comienzo de la guerra, pero no concedía tregua ni territorio alguno a la violencia destructiva ni al canto a la muerte.

            Cuando el acto estaba por concluir todas las miradas se dirigían hacia el filósofo, quien tras levantarse lentamente advirtió que “estais esperando mis palabras. Me conoceís bien y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir. Porque el silencio puede ser interpetado como aquiescencia”.

            Unamuno no dio demasiadas vueltas para irse directamente al corazón del general Astray: “acabo de oir el necrófilo e insensato grito “¡viva la muerte!”. Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban las iras de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente”.

            El rector continuó sin dar respiro: “el general Astray es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero, desgraciadamente, en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor”.

            Thomas narra que el general Astray no pudo contenerse más y lanzó sus gritos de guerra: “¡mueran los intelectuales! ¡Viva la muerte!”

            Don Miguel de Unamuno tuvo que elevar su voz para desafiar el coro de los falangistas que con José María Pemán a la cabeza gritaban improperios contra la independencia de pensamiento y en respaldo al comandante.

            La voz del filósofo se elevó más augusta que nunca proclamando: “este es el templo de la inteligencia Y yo soy su sumo sacerdote. Estais profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitariais algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España. He dicho”.

            El historiador cuenta que Unamuno llegó a ser encañonado por aquellos fanáticos y salió vivo de aquel trance, porque la esposa de Franco, allí presente, le extendió un brazo protector. Las acusaciones de traidor y la petición de renuncia a la rectoría por parte de la junta de la universidad, lo recluyeron en su residencia, hasta su muerte diez semanas después.

            Thomas dice que don Miguel “murió con el corazón roto de pena el último día de 1936. La tragedia de sus últimos meses fue una expresión natural de la tragedia de España, donde la cultura, la elocuencia y la creatividad estaban siendo reemplazadas por el militairsmo, la propaganda y la muerte. Poco después hubo un campo de concentración para prisioneros republicanos llamado Unamuno”.

            España fue hundida en los abismos de la muerte y la abominación de la inteligencia, en medio de la irresponsabilidad de los gobiernos europeos que se lavaron las manos cuando el nazi-fascismo ensayó sus poderosas armas de guerra en la tierra de Cervantes, abriendo de esa manera las puertas para que la muerte entrara en grande por todas las fronteras del continente y se llevara más de 50 millones de seres humanos en la inmensa tragedia que fue la Segunda Guerra mundial.

            El militarismo denunciado por don Miguel de Unamuno se apoderaría del mundo. Su advertencia sobre la supremasía de la fuerza sobre la inteligencia, están vivas y deben ser una lección en la hora que vive la humanidad.-

Daños colaterales de guerra

Por Juan Bolívar Díaz

 En la primera semana de la temida guerra de ocupación de Irak no se han sentido las repercusiones negativas que se esperaban sobre la economía nacional, aparte de la especulación cambiaria, y por el contrario el brusco descenso de los precios del petróleo ha producido un respiro, mientras el secretario de Turismo afirma que la afluencia de visitantes se ha mantenido normal.

Lo que resulta una verdadera sorpresa es que el precio del petróleo cayera de forma tan acentuada desde que el gobierno de los Estados Unidos declarara la guerra a Irak, uno de los mayores productores del crudo. El descenso se estima alrededor del 20 por ciento, desde 34 dólares con 95 centavos a 27 con 36 el barril, en la categtoría del West Texas, que es el de referencia en la región.

La especulación internacional, de la que las grandes compañías petroleras son beneficiarias fundamentales, nos hizo pagar por adelantado una parte del costo de la guerra, durante lo que iba del año, cuando el promedio debe haber rondado los 35 dólares el barril.

Para algunos ese descenso se basa en la “convicción del mercado” de que la guerra será corta y que los campos petroleros iraquíes no sufrirán daños considerables. Para otros es indicador de la presencia de los grandes intereses de la industria petrolera nortamericana y británica, manipuladora del mercado, presta a aligerar la carga de una guerrra de conquista territorial en la que está implicada.

Pensando solo en el país habría que celebrar que los daños colaterales de esta guerra cruel apenas nos rocen, asumiendo como cierto que el turismo no ha sufrido en lo más mínimo, como indicó el secretario Rafael Suberví Bonilla. En tal caso no sólo habrían sobrado los temores e incertidumbres, sino también el Plan de Contingencia elaborado por el gobierno para enfrentar los efectos de la guerra.

Aunque no está demás que lo mantengamos a manos no vaya a ser que la situación se complique, con eventos inesperados en el teatro de la guerra o en el escenario internacional, sometido a rígidas disposiciones de seguridad por temor a la reacción de los fundamentalistas islámicos.

De cualquier forma convendría al país que ensayáramos y adoptáramos un régimen más austero en el uso de la energía y los combustibles, tan onerosos a la economía nacional, que consumen una alta proporción de nuestros ingresos en divisas, siendo más racionales en el uso de vehículos económicos y en todas las formas de ahorro.

Hasta ahora el daño colateral que nos ha dejado la primera semana de guerra se expresó en la especulación cambiaria, ya que los tres o cuatro cambistas que controlan el mercado retuvieron los dólares cuando se anunció el inicio de la agresión para ofertarlos dos días después a una tasa superior al menos en un 15 por ciento, con lo que habrían obtenido ganancias multimillonarias.

Así el dólar volvió a cotizarse por encima de los 25 por 1, aunque el viernes, tras una nueva amenaza presidencial, los cambistas decidieron reducirle de golpe un peso, una prueba más de que, como advierten todos los agentes financieros, hay fuerte especulación.

El estallido de la guerra trajo otro daño colateral al país, cuando el gobierno, pese al rechazo de la guerra que había hecho el propio presidente Hipólito Mejía y el canciller Hugo Tolentino, terminó poniéndose “del lado del pueblo y el gobierno de Estados Unidos”, con el ridículo agregado de que estaremos prestos a ayudar a la reconstrucción del Irak que el ejército norteamericano está destruyendo sistemáticamente.

Es indudable que somos una nación dependiente en exceso de los Estados Unidos, pero habíamos podido evadir las presiones en el momento crítico en que se buscaba fortalecer el guerrerismo. Y somos una nación particularmente sensible a agresiones y ocupaciones norteamericanas, casi siempre con el falso pretexto de su seguridad nacional.

Particularmente para los que vivimos la invasión de 1965 nos resulta indignante que esta nación sea asociada de alguna forma a una ocupación de un país pobre, situado tan lejos de quienes se dan por amenazados, bloqueado, destruído sistemáticamente durante una docena de años.

Aunque también hay que lamentar que presionáramos al presidente Hipólito Mejía a definir una posición sobre la guerra, durante la reunión del jueves con directores y propietarios de medios de comunicación. Aquello no era una rueda de prensa y no se estaba esperando el voto de la nación para nada. Teníamos que conformarnos con lo que se había dicho hasta entonces, que favorecíamos las negociaciones y la paz.

Por ahora no tenemos información suficiente para hablar de los daños colaterales de la guerra para los 24 millones de iraquíes. Los misiles y las bombas son “tan inteligentes” que hacen poco daño aún cuando pierden la puntería. La noche del viernes la CNN decía que impactos en viviendas habían producido más de 200 “heridos”. No reportaba muertos.

Pero todo el mundo asiste a un daño moral y a un profundo sacudimiento espiritual con ese otro bombardeo, el de la inconmensurable violencia destructiva, que sume a ciudades en sólo polvo y fuego, como decía triunfante uno de sus panegiristas.

Protejámonos todos y especialmente a nuestros hijos de los efectos de esta violencia tan abusiva como innecesaria, que constriñe el alma y que dejará en el mundo –como todas las guerras- un enorme reguero de desquiciados y depravados. Aún entre los vencedores, si es que merecen tal calificativo.-

Una guerra derrotada antes de comenzar

Por Juan Bolívar Díaz

            Me cuento entre la minoría de optimistas que persisten en sostener que la guerra contra Irak, al menos en los términos en que está planteada, no se dará finalmente. Porque es tan absurda y sería tan costosa para toda la humanidad, que es simplemente imposible. La vocación de paz que ayer se expresó en 300 ciudades del mundo se impondrá, incluso en el pueblo norteamericano, cuyas reservas morales están despertando del letargo en que las sumieron los terribles actos terroristas del 11 de septiembre del 2001.

            A menos que ocurra un acontecimiento que cambie el curso de la opinión pública internacional, Estados Unidos y Gran Bretaña con algunos aliados circunstanciales no podrán enterrar a las Naciones Unidas y desafiar a la mayor parte del mundo para meterse en un pantano del que pueden salir terriblemente ensuciados, física y moralmente, aunque para los inconmensurables intereses petroleros la moral no exista.

           Este viernes 14 dos tercios del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas volvieron a demostrar que el podería indiscutible de los Estados Unidos no es suficiente para llevarlos a dar su aprobación a una guerra preventiva que podría culminar en un inmenso holocausto humano.

            A lo largo de la semana la Organización del Atlántico Norte, la alianza militar liderada por Estados Unidos, no pudo lograr consenso para comenzar preparativos preventivos de la guerra. Afortunadamente Francia, Alemania y Bélgica, miembros de la entidad, como Rusia y China, han endurecido su resistencia a la aventura militar.

            Mientras los escasos gobiernos partidarios del guerrerismo se enfrentan a una tremenda orfandad de respaldo popular, hasta el punto de la soledad en que se encuentran gobernantes como el español José María Aznar, quien no ha podido convencer a nadie de las razones por las que una nación tan herida de guerras puede dar paso a esa aventura.

            Los partidos españoles, a excepción del de Aznar, están a favor de la paz, al igual que la casi totalidad de la opinión pública. Y no es para menos, entre las 300 ciudades del mundo donde ayer se producían manifestaciones por la paz, 54 eran de España.

            Lo mismo ha venido ocurriendo con el pueblo británico, dejando casi solo a Tony Blair en su esfuerzo por respaldar a su colega George Bush, pese a que las encuestas muestran que los ingleses como los europeos en general rechazan esa guerra en una proporción tan impresionante como el 80 por ciento, según una reciente de Gallup.

            También en los Estados Unidos crece el sentimiento pacifista, que ha concentrado a cientos de miles de personas en Washington, Nueva York, San Francisco y otras urbes. Y alrededor de la mitad de los norteamericanos se cuentan entre quienes consideran que no hay razones suficientes para desatar el pandemonium de la guerra, que de antemano se sabe que cobrará cientos de miles de víctimas, en su mayoría inocentes, tan solo en Irak.

            Pese a la prepotencia política que explota el sentimiento nacional y el complejo de superioridad, que cuenta hoy con un respaldo pocas veces visto hasta en muchos medios de comunicación de “tradición liberal”, el pueblo norteamericano seguirá reaccionando y sumándose a la corriente universal que se niega a aceptar esta guerra preventiva que enterraría definitivamente todo el sistema de valores y principios en que se fundan las Naciones Unidas y las relaciones internacionales.

            Porque hay que repetirlo, si Estados Unidos y Gran Bretaña se lanzan a esa guerra en el actual contexto internacional, darían al traste con más de dos siglos de esfuerzos para crear el código universal de los derechos humanos y sociales en que se fundamentan las relaciones entre los pueblos y las personas.

            Buena parte del mundo ya hace rato que está pagando el costo económico de una guerra que todavía no ha comenzado. Esta semana el petróleo que compramos en la región llegó a cotizarse sobre los 36 dólares el barril, en una tendencia que afianza los vaticinios de que podría llegar a los 80 dólares si la confrontación finalmente se desata.

            Y lo que más indigna a los seres sensibles del mundo es saber que esa ofensiva carece del más elemental fundamento o principio que no sea el interés de las grandes empresas petroleras norteamericanas, británicas y holandesas por apropiarse de los 112 mil millones de barriles de petróleo en que se estiman las reservas de Irak, como quedó evidenciado en un informe del Foro de Politícia Global, divulgado en estos días por Europa Press.

            Se documenta que mientras los norteamericanos y británicos se empeñaron en mantener aislado al gobierno de Saddan Hussein en los últimos 13 años, empresas petroleras francesas, rusas y chinas lograron posesionarse contratando exploración y explotación de hidrocarburos en condiciones ventajosas para la competencia internacional.

            No, digamos no. Esa guerra no puede estallar. Nadie duda que Estados Unidos tiene capacidad para imponerse, pero las interrogantes del costo espantan. Como escribió el español Antonio Caballero de ella saldría “un mundo fragmentado, hostil, de todos contra todos, peligroso para cualquiera, y duramente golpeado en términos económicos, en todas partes. Y eso no es ganar una guerra”. –

 

El costo de la guerra contra Irak

Por Juan Bolívar Díaz

            Cualquiera que sea el tiempo de duración de la guerra que Estados Unidos y Gran Bretaña quieren desatar contra Irak tendría un costo inconmensurable para todos, aunque muy especialmente para el pueblo iraquí, integrado por unos 25 millones de seres humanos, los cuales tendrían que pagar demasiado en bienes y vidas “para ser liberados del dictador Saddan Hussein”.

            Hay quienes quieren acallar sus conciencias aceptando la excusa de que la guerra que se pregona como si fuera una feria mundial será corta y rápida y hasta de bajo costo, pensando en la del 1991 que duro 5 semanas. Pero sin calcular las diferencias abismales entre aquella que fue más que nada contra posiciones militares para obligar al repliegue de un ejército que ocupaba Kwait.

            Tan pronto se consiguió la retirada del ejército iraquí, la guerra concluyó y todavía hay quienes cuestionan por qué el presidente George Bush (padre) no prosiguio hacia Bagdad para ocupar la capital iraquí y poner fin al gobierno de Hussein.

            Es que hay una diferencia enorme entre aquella guerra y la que se preconiza en estos momentos. Ahora se trataría de una guerra de ocupación para desplazar un gobierno con un ejército de más un millón de personas y para construir y mantener otro, sobre bases políticas muy frágiles, en una región tan conflictiva como el Medio Oriente y en el corazón mismo del mundo árabe y musulmán, con todos los odios y prejuicios acumulados contra quienes serían sus ocupantes.

            Se trata de ocupar un país de más de 435 mil kilómetros cuadrados, nueve veces la extensión de la República Dominicana, y con una población estimada sobre los 25 millones de habitantes, tres veces la dominicana. Su histórica capital Bagdad es una cuidad de más de 5 millones de habitantes, depositaria como sus alrededores de tesoros históricos, parte de los cuales ya fueron destruídos por los bombardeos inmisericordes que le afectan desde hace 12 años.

            Cuando con sentido pragmático preguntamos en qué medida esa guerra hundirá la economía de los países que importan todo el petróleo que requieren y más aún si afecta la seguridad internacional y en consecuencia el turismo, se nos responde que será una guerra corta. Algo planificado para una destrucción contundente que allanará rápidamente el camino de la infantería de ocupación.

            Se está engañando al mundo. No habrá guerra de ocupación corta ni fácil en Irak. Considérese que la guerra contra Afganistán duró varios meses y 14 meses después todavía los marines no han podido abandonar aquel territorio, donde tienen que cuidar hasta las espaldas de los mandatarios instalados. Y aquello puede ser un rolin al pitcher en relación a Irak.

            Solo una masiva deserción del ejército de Hussein podría “abaratar” los costos de esta guerra. Y nadie lo vaticina tan simple, tomando en cuenta la acumulación de odios contra los que llevan 144 meses bombardeando el territorio iraquí, cobrando miles de víctimas inocentes en la población civil, consecuencia directa de la violencia y de sus secuelas en destrucción y miseria.

            Más allá de los decenas de miles de soldados iraquíes, que también deberían ser considerados víctimas de Hussein, ¿cuántos habitantes de Bagdad, Basora y otras ciudades tendrán que morir en los bombardeos que abrirán campo a la ocupación territorial y en a batalla terrestre en una ciudad de millares de altas edificaciones?

            Dos son los motivos fundamentales que se aducen en el inútil esfuerzo por justificar esta guerra. El primero es que el régimen iraquí tiene armas de destrucción masiva. Para ello las Naciones Unidas han mantenido durante el último mes una misión de expertos registrando todas las instalaciones que han querido, y todavía no han encontrado esas armas peligrosas, que por cierto poseen sin ninguna duda todos los integrantes permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

            Los organismos internacionales involucrados, como la Agencia Internacional de Energía Atómica, han reclamado de Estados Unidos y Gran Bretaña que ofrezcan los informes de inteligencia en que se basan sus presunciones, pero nada se concreta. No ayudan a encontrar las armas de destrucción masiva, pero en cambio siguen acumulando tropas en la región y preparando la destrucción.

            El segundo pretexto es que debe liberarse al pueblo iraquí del criminal dictador que es Hussein. Y entonces surge una pregunta obligada. ¿Liberarán posteriormente a los pueblos de Araba Saudita, Irán, Turquía, y de casi todos los países árabes, de las dictaduras, militares o monárquicas que les oprimen? La turca con gran apoyo norteamericano ha cobrado la vida de cientos de miles de kurdos, al igual que Saddan Hussein.

            Si se fuera a deponer a todos los dictadores del mundo, habría que desatar algo más que una guerra de civilizaciones o una cruzada religiosa que arrasaría casi toda Asia y Africa.

            Por más vueltas que se de a esta guerra que nos amenaza, no hay manera de justificarla ni lavarse las manos. Sería una catástrofe para todos, probablemente incluídos Estados Unidos y Gran Bretaña. Sembraría inseguridad en el mundo por mucho tiempo, más del que duraría la ocupación, que probablemente sólo se saldaría cuando esté bien asegurada la enorme riqueza petrolífera de Irak, cifrada en unos 115 mil millones de barriles de petróleo.-