Por Juan Bolívar Díaz
He defendido el derecho a la libre expresión del expresidente de Venezuela Carlos Andrés Pérez y tengo la impresión de que la acusación de corrupción contra el expresidente de Ecuador Gustavo Noboa es más espuma que chocolate, pero en ninguno de los dos casos se puede sobreponer el interés personal o las simpatías y la amistad sobre la majestad del Estado y las relaciones internacionales de la nación.
Carlos Andrés Pérez merece todas las consideraciones y la hospitalidad de los dominicanos, por el sentido de solidaridad latinoamericanista que ha ornado su vida política. Y particularmente con la República Dominicana, desde la Tiranía de Trujillo hasta las imposiciones fraudulentas de Balaguer.
Siendo presidente de Venezuela hace 25 años convirtió el Palacio de Miraflores en un gran escenario donde confluyeron las fuerzas políticas y sociales de esa nación hermana para abogar por el respeto a la voluntad popular que Balaguer y sus generales pretendían desconocer una vez más.
Sin embargo, frente a los alegatos del presidente venezolano Hugo Chávez de que Pérez conspira contra él desde territorio dominicano, debimos habernos manejado con mayor tacto. Si no íbamos a pedirle silencio al exmandatario, teníamos que ser más corteses frente a Chávez, aún cuando éste, como ha ocurrido a veces con el presidente Hipólito Mejía, se volara el procedimiento protocolar al presentar su queja.
Eso lo tendría que entender no sólo Pérez sino también cualquier ciudadano del mundo que tuviera suficiente información sobre los nexos que unen a los dos Estados, y que deben prevalecer sobre las coyunturas y circunstancias más diversas.
Pero donde la majestad del Estado ha quedado volando bajo es en lo relacionado con el expresidente ecuatoriano a quien se concedió asilo bajo la consideración fundamental de que es amigo del agrónomo Hipólito Mejía.
Es posible que Gustavo Noboa sea víctima de una simple retaliación política. La acusación de que perjudicó al Ecuador con 9 mil millones de dólares en la renegociación de la deuda externa, merece un buen fundamento que al menos hasta aquí no ha llegado.
Pero la Suprema Corte del Ecuador dictaminó que se le abriera juicio al exmandatario. No hay indicios de que Noboa esté siendo perseguido a muerte ni para ser torturado. Ecuador, afortunadamente, no pasa por una dictadura, que en tal caso no se podría regatear la concepción del asilo político.
El asunto es más degradante por cuanto el gobierno dominicano no mostró el mínimo interés en conocer las razones del máximo tribunal ecuatoriano para procesar al ex.mandatario. Y se apresuró a anunciar el asilo pocos días después de solicitado el 28 de julio pasado, cuando pudo guardar siquiera las apariencias.
Todo eso es poco para lo que ha ocurrido una vez Gustavo Noboa llegó al país. La primera sorpresa es que fuera hospedado en la residencia presidencial de Juan Dolio. Y para colmo, el jueves se le ofreció un agasajo en el Palacio Nacional, como si estuviéramos empeñados en molestar a las autoridades ecuatorianas.
Si el presidente Mejía es amigo de Noboa y cree en su inocencia, nadie debe cuestionarlo. Pero también hay que tomar en cuenta la majestad y la dignidad del Estado dominicano.
Por el momento pareciera que estamos empeñados en homenajear a un expresidente que huye de una acusación de malversación de fondos públicos o de corrupción. A lo mejor injusta, pero es a la Suprema Corte del Ecuador a quien corresponde establecerlo.
El asunto tiene repercusiones internacionales que afectan la majestad y dignidad del Estado Dominicano. Pero también implicaciones al interior de este país, donde gran parte de la opinión pública está hastiada de la impune corrupción que pauta la vida pública.
Se inscribe en el criterio del presidente Mejía de que a los expresidentes no se les debe tocar ni con el pétalo de una rosa, que por cierto no tiene el menor fundamento jurídico ni moral, ni es compartido por una gran parte de la población.
Aunque cuesta trabajo creerlo, la impresión que da el mandatario es que trata de establecer precedentes para beneficio propio, aunque en detrimento de la majestad del Estado.-