Evita Perón en la cúspide de la historia

Por Juan Bolívar Díaz

            A cincuenta años de su muerte, cumplidos este viernes 26 de julio,Eva Perón sigue siendo el personaje político femenino más fascinante de la historia americana. Ni santa ni demoníaca, como se le ha presentado desde dos perspectivas antagónicas. Pero sí la mujer más influyente en la política de su época, la más amada y la más odiada, convertida en leyenda y mito, venerada por los trabajadores y los sencillos como a ninguna otra.

            Y pensar que este personaje de leyenda apenas vivió 33 años, la primera mitad en un pueblito argentino conocido como Junín, de donde pegó un salto abismal a la inmensa metrópolis de Buenos Aires en 1934 montada sobre sueños adolescentes de estrella de teatro.

            Eva Duarte tenía todas las credenciales para el fracaso en la gran urbe. Era una típica muchacha pueblerina, con el “agravante” de haber sido hija de una humilde costurera y de un hombre que no tuvo el valor de reconocerla, en una época en que los grupos aristocráticos y los acomplejados imponían sus valores en la sociedad argentina.

            Llegó a la gran ciudad sin destino seguro, solitaria y huraña, para imponerse con una fuerza que nadie le sospechó y convertirse en símbolo de la superación y las luchas femeninas de todo un siglo.

            Logró a medias sus sueños de actriz, más en la radio que en el teatro y en el cine, aunque en todos estos medios hizo incursiones, ninguna de las cuales la habría hecho trascender más allá de sus compañeros del sindicato de los artistas que la metió de golpe en el mundo de las contradicciones obrero-patronales de su época.

            Hay razones aún para preguntarse de dónde sacó tantas fuerzas esta mujer para haber trascendido a nivel universal y ser venerada todavía en las calles de Buenos Aires y en el cementerio de la Recoleta, donde nunca falta una flor, cincuenta años después de su prematura muerte.

            Entre sus biágrafos y analistas se discute si ella se nutrió del coronel Juan Domingo Perón, o éste alcanzó mayor brillo gracias a su influjo. No faltan quienes proclaman que “muerta Evita, Perón es un cuchillo sin filo”, y queda idenfenso y expuesto ante quienes le disputaban el poder, del que logran desalojarlo apenas 2 años después. El mito peronista será por siempre mitad Juan Domingo mitad Evita.

            Debe tomarse en cuenta que ella conocíó al entonces coronel Perón en 1944, cuando ya acumulaba 25 años y que los hechos que la catapultaron a la trascendencia ocurrieron en apenas los ocho años siguientes.

            Sin haber ocupado ningún puesto oficial, con el ascenso de Perón al poder en 1946 Evita trabajó por los obreros y por los más pobres de la Argentina rica con una pasión desbordante y un desafío que no respetaba fronteras oligárquicas ni burguesas, religiosas ni militares.

            Abel posse, uno de sus numerosos biógrafos, la describe como “sacralizada por las masas humildes del peronismo, demonizada por la burguesía y la clase media de Buenos Aires.Vetada moralmente por los militares que la consideraron indigna de casarse con su más alto oficial presidenciable”.

            Posse se siente fascinado por su itinerario de contradicciones: “ella, la frágil, alcanzó el mayor poder que tuvo mujer alguna de su época. Al decir de Agustín de Foxá, ninguna mujer la superó en mando desde los tiempos de la reina Victoria y de la emperatriz regente de China”.

            Evita consumió aceleradamente sus energías trabajando 20 horas diarias, abrazando leprosos y mendigos, pronunciando discursos ante sus “queridos descamisados”, y cuando apenas rebasaba los 30 años la poseyó un cáncer del que no pudo liberarse y que cortaría su vida en plena productividad.

            Cuando varios millones la proclamaban candidata vicepresidencial a partir de 1950, los militares consideraron que era suficiente y se plantaron ante Perón para convencerlo de las inconveniencias de que “esa mujer” pudiera alcanzar un puesto que la colocaría a un paso del mando supremo.

            Era imperdonable, una mujer, hija natural de una costurera, sin abolengo alguno, una irreverente contestaria de todos los poderes tradicionales, no podía alcanzar la vicepresidencia de Argentina. Si apenas en los comicios de 1951 las mujeres votarían por primera vez, gracias a la ley de emancipación femenina que ella exigió y consigió de Perón en septiembre de 1947.

            Cuando Evita sucumbe ante el cáncer el 26 de julio de 1952, millones de obreros y descamisados argentinos la lloran en las calles y se apoderan de ella como símbolo de reivindicaciones. Medio siglo después todavía se le rinde culto en las calles de Buenos Aires.

Su cadáver “milagrosamente” embalsamado se conservó intacto. Arrebatado a la veneración popular por los militares, tras el golpe a Perón de 1955, recorrió sótanos y furgones hasta ser envíado secretamente a Milán, Italia, donde lo enterraron con nombre falso. Diecisiete años después pasa a Madrid, entregado a Perón con quien volvería a Argentina en 1973 para descansar en el cementerio de la Recoleta.

            A medio siglo de su muerte, Evita Perón ocupa un sitial en la cúspide de la historia política americana.-

 

Pónganle atención a Virgilio Bello

Por Juan Bolívar Díaz

               El doctor Virgilio Bello Rosa, Procurador General de la República, es de los funcionarios gubernamentales a quienes no se le han subido los humos a la cabeza y mantiene la humildad y la integridad moral que lo han caracterizado desde los años universitarios cuando comenzó a hacer vida pública en calidad de dirigente estudiantil.

            Los que conocen el recio carácter de Bello Rosa han apostado en todo momento a que pasará por el ejercicio gubernamental haciendo honor a los principios, sin olvidar las preocupaciones y planteamientos que lo motivaban desde sus años juveniles.

            Saben, también, que no perderá la frialdad para analizar el curso de la acción gubernamental y reconocer tropiezos y fracasos, más allá del servilismo y la incondicionalidad que caracteriza a los dependientes de los presidentes de la República.

            Durante más de dos años al frente de la Procuraduría General hemos visto a un Virgilio Bello Rosa enhiesto y recrecido, cuestionando actuaciones policiales y militares, defendiendo principios constitucionales, expresando insatisfacción con la marcha de la justicia, y respetando los derechos de los ciudadanos y ciudadanas sin importar su categoría o condición política, económica o social.

            El pasado jueves 21 de noviembre, Bello Rosa no se arredró ante la sospechosa calificación de correccional que el fiscal del DN, Máximo Aristy Caraballo, otorgó al expediente sobre el escándalo que envuelve al coronel Pedro Julio Goico, al capitán-gerente bancario Alberto Torres Pezzoti y al sargento-empresario Pedro Díaz Ramos.

            El Procurador no sólo rechazó el calificativo, sino que concluyó en que con esa actuación el gobierno y el Ministerio Público pierden autoridad moral para proseguir la lucha contra la corrupción.

            Por demás, Virgilio Bello formuló una advertencia que debe ser bien tomada en cuenta por sus compañeros de partido y de gobierno. Dijo que “la historia nacional enseña que los gobiernos comienzan a dañarse en los dos últimos años, período en que nos encontramos del presente cuatrienio”.

            Y tiene razón el amigo Bello Rosa, sobre todo si se aplica a los gobiernos que sólo han durado cuatro años, como los de Antonio Guzmán, Salvador Jorge Blanco y Leonel Fernández Reyna.

            Se llega al poder con sinceros deseos de cambiar el curso de nuestra historia, de prevenir y sancionar la corrupción, pero en la medida en que van descubriendo las mieles del poder y avanzan hacia los finales, el eclecticismo y el pragmatismo van haciendo mella en los principios y abriendo campo al dejar hacer y dejar pasar.

            Los deseos de prolongación en el poder, o de acumular méritos para un posterior retorno, pautan la acción y la inversión gubernamental. En base a ello se permite la acumulación de bienes a costa del patrimonio nacional para disponer de futuro financiamiento, o se practica la tolerancia con los incondicionales.

            Si dividimos en dos mitades el gobierno del doctor Fernández Reyna podremos comprobar que en la primera mitad hubo mucho más apego a los viejos principios y a las preocupaciones morales. En la segunda predominó el pragmatismo salvaje.

            Virgilio Bello Rosa tiene que recordar muy bien lo distinto que fue el Antonio Guzmán de la primera mitad y cómo se fue confundiendo en la segunda hasta perderse en la nebulosa del poder, atrapado por un entorno que lo empujaba ciegamente al continuismo, sin considerar las condiciones obejtivas ni los compromisos políticos. Le costó caro a él y a la nación.

            El procurador General tuvo muy cerca del presidente Salvador Jorge Blanco y sabe perfectamente que en su primera mitad presidió un gobierno impoluto, austero, vigilante de los principios morales, pero en la segunda todo se relativizó en orden a la acumulación para el retorno futuro.

            Jorge Blanco no se embolsilló un solo peso del patrimonio público, pero permitió mucha corruptela en su entorno, sobre todo de parte de un puñado que le juraba incondicionalidad hasta la muerte. El, sin una sola propiedad adquirida al amparo del poder, concluyó terriblemente como el único mandatario condenado por corrupción, sólo, con la indiferencia de su partido y de muchos de los suyos propios.

            Los arquitectos, constructores y defensores de este gobierno deberían poner atención a las sabias expresiones de Virgilio Bello Rosa, puestas por escrito para que a nadie quedara duda de su responsabilidad.

            La advertencia es oportuna ahora que el gobierno comienza a embarrar su imagen, al compás de escándalos de corrupción, y cuando la prepotencia y la soberbia son la respuesta a los requerimientos de coherencia que se formulan en la opinión pública.

            Todavía hay tiempo para enderezar el rumbo y evitar la repetición de la constante histórica que conducen a los gobiernos más democráticos al desprestigio y el descalabro en la segunda mitad del cuatrienio.-

La XII Cumbre Iberoamericana

Por Juan Bolívar Díaz

             Todos los dominicanos y dominicanas debemos sentirnos afitrinones de la XII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno a celebrarse en nuestro país durante el próximo fin de semana, con la participación de 21 mandatarios de naciones latinoamericanas, España y Portugal.

            El hecho de que el encuentro se celebre en Bávaro, provincia Altagracia, desplazando la capital dominicana, no le resta importancia ni responsabilidad a la nación. No sentiremos el nerviosismo y el rigor de las medidas de seguridad que caracteriza a este tipo de evento pero toda la nación estará comprometida en su discurrir y éxito que serán difundidos a todo el mundo.

            Con frecuencia se escuchan críticas a la proliferación de cumbres presidenciales en las últimas dos décadas. Y no ha faltado alguna razón a quienes se quejan de que muchas de estas reuniones sólo sirven como escenario para encuentros –a veces casi sociales- entre los mandatarios, esposas y séquitos. O para pronunciar sonosros discursos y firmar prometedoras declaraciones que pasan a engrosar los volúmenes de los archivos de las cancillerías.

            Cada año asistimos a una cunmbre de mandatarios iberoamericanos o americanos, alternativamente, y los escenarios de las Naciones Unidas vienen auspiciando también cumbres para discutir los problemas de la tierra, de la infancia y la adolescencia, de la mujer, del medio ambiente y de la agricultura.

            Justificadas o no las cumbres, la de ésta semana es nuestra cumbre. La que ha tocado organizar a la nación dominicana, la que permitirá una mayor difusión sobre los avances que registramos, que no pueden compararse con los de Estados Unidos o de las naciones europeas, como los más ambiciosos y optimistas pretenden. Pero sí con los de las naciones de América Central y las de la mayoría de las sudamericanas, incluyendo algunas de gran potencial y superiores dimensiones.

            Esta cumbre iberoamericana tiene como tema central el turismo y el medio ambiente, además de la producción, particularmente la agrícola. Y en esos campos podemos y debemos realizar aportes.

            Más que nada, el turismo dominicano debe salir beneficiado de este encuentro de los gobernantes de las dos naciones europeas de donde partió la colonización americana, con los de estas naciones que fueron sus primeros territorios de ultramar, ya que una considerable cantidad de periodistas y comunicadores de todos los géneros acompañarán a los mandatarios y cancilleres en su paso por uno de los mejores ámbitos para el descanso y el contacto con la naturaleza, como lo es Bávaro.

            La cumbre ha estado precedida de una serie de encuentros, no sólo de los ministros de relaciones exteriores, sino de otros ámbitos. Tenemos en los primeros días de la semana dos encuentros internacionales de periodistas: el Foro Euro-Latinoamericano de Comunicación, y el VIII Encuentro Iberoamericano de Periodistas, que reunirá decenas de comunicadores. Una razón adicional para que los medios de comunicación nacionales se sientan antifriones de la Cumbre Iberoamericana.

            Entre España y Portugal y sus antiguas colonias americanas se dan hace mucho tiempo lazos fraternales donde crece una fértil cooperación, con algunos niveles de solidaridad y hasta de retribución, si se quiere. Las dimensiones pueden y deben ser ampliadas, en el plano de las relaciones dignas que corresponde a los Estados.

            Graves son los problemas que atañen al medio ambiente, sometido a una inmisericarde e irracional explotación, ayer por los colonizadores y hoy por los nativos y por empresas trasnacionales que degradan la naturaleza, contaminan y dañan, sin planificar la vida del más allá de nuestros días.

            Enormes son las distancias que nos separan en términos productivos de las naciones desarrolladas, las tecnologías que tenemos que adaptar, el financiamiento que precisamos y las condiciones adecuadas para que nuestros productores puedan sobrevivir en un mundo globalizado de tanta competencia.

            Fuertes son los desafíos para un turismo sustentable y sostenido, en armonía con la naturaleza y que supere los sobresaltos que imponen los graves problemas internacionales e interculturales de nuestros tiempos.

            Confiemos que la XII Cumbre Iberoamericana contribuya a arrojar luz sobre estos temas y acentúe la cooperación entre las naciones de la provincia Ibérica y las que en América hablan español y portugués. Para ello tenemos que constituirnos todos en auténticos anfitriones, pero muy especialmente los que desde los medios de comunicación y las esferas oficiales entraremos en contacto con nuestros invitados. Bienvenidos.-

A lo puritito macho no

Por Juan Bolívar Díaz

            De mi formación profesional mexicana guardo los mejores recuerdos y gratitudes inconmensurables. Y he dicho siempre que México, donde acudo con frecuencia, es mi segunda patria. De su riqueza cultural asimilé mucho. Pero creo que en mi sensibilidad sobre los derechos de la mujer influyó la célebre frase mexicana de “a lo puritito macho”.

            Alguien acuñó una anécdota contraditoria de ese machismo, según la cual había una discusión entre un mexicano y un dominicano que se encontraron en el sur de los Estados Unidos y el azteca le recordó que “en México somos purititos machos”. A lo que el criollo ripostó: “Oye manito, pues en Santo Domingo somos machos y hembras y se goza”.

            Si lo puritito macho es rechazable en las relaciones humanas, especialmente cuando las mujeres son un poquito más de la mitad de la población, y madres, esposas e hijas de la otra mitad, mucho peor resulta en la política, donde a menudo las imposiciones producen efectos inmediatos pero no duraderos y más tarde o más temprano pagan su daño.

           Como a los que están en el gobierno les gusta tanto criticar a los antecesores, aunque estén repitiendo lo que rechazaban desde la oposición, me permito recordar el daño que le produjo al régimen del Partido de la Liberación Dominicana y del presidente Leonel Fernández los intentos de imposición y arrebato.

            Primero sobre estimaron la duración de los efectos de aquella alianza “patriótica” con los reformsitas y no pudieron asimilar que irremisiblemente no se repitiría ni en 1998 ni en el 2000. Lo escribí y lo analicé por televisión en múltiples ocasiones. También lo discutí con mis amigos del PLD, algunos de tanto rango como el mismísimo presidente Leonel Fernández.

            Algo similar ocurrió cuando no pudieron asimilar el resultado de los comicios de 1998 y lanzaron la política de a lo puritito macho, dedicando ingentes esfuerzos a ignorar que el electorado otorgó a un partido de oposición 95 de 115 sindicaturas, 24 de 30 senadurías y 83 de 149 diputados.

            Faltándole dos años de gestión, el gobierno de Fernández se dedicó a pelear con el partido mayoritario que controlaba el Congreso y movilizaba la mayoría de la nación. Lo primero fue que comprando votos reformistas y perredeístas quisieron reformar la Constitución para restablecer la reelección presidencial, con el Congreso que ya concluía. No lo lograron ni comprando al por mayor. Los peledeístas eran apenas 14 diputados y 1 solitario senador.

            Pero lograron los votos reformistas para aprobar una ley de carrera judicial que revertía la inamovilidad de los jueces, para volverlos a elegir cada cuatro años y para elegir los integrantes de la Cámara de Cuentas, ambas cosas con el rechazo del partido mayoritario de oposición, de las instituciones sociales y de gran parte de la opinión pública.

            Al presidente Fernández se le pidió por todos los medios que no promulgara aquella ley de contra-reforma judicial que contradecía importantes aportes de su gobierno en la elección de la Suprema Corte de Justicia, en el Comisionado para Reforma de la Justicia y en el saneamiento de lal ministerio público.Y aunque la sociedad civil le hizo saber que elevaría un acto de inconstitucionalidad los machos de la política se buscaron el tropiezo y esperaron un fallo que anuló el artículo que remitía a la elección de jueces por 4 años.

            Tan pronto se inició el nuevo período legislativo, desoyendo todas las advertencias y recomendaciones, el gobierno se dedicó a “conquistar” diputados perredeístas. Incentivaron a Rafael Peguero Méndez y éste arrastró a otros 9 diputados para así evitar que el PRD asumiera la presidencia de la Cámara de Diputados.

            En enero de 1999 fue el capítulo que más desacreditó el gobierno: la imposición a la fuerza en la Liga Municipal Dominicana. No importó que tuvieran que apelar a la violencia, con un cerco que impidió el ingreso a sus oficinas de los funcionarios de la Liga que todavía regían, ni el vuelo de helicópteros sobre el Congreso Nacional.

            En todos y cada uno de esos desaguisados del machismo político hubo reiteradas advertencias, públicas y privadas, de mediadores de la sociedad civil y de amigos del presidente. Sus autores las justificaban a nombre del pragmatismo político. Todos terminaron en fracasos, generaron gran obstrucción al gobierno y proyectaron una imagen autoritaria de un presidente democrático.

            La historia viene a cuento por lo que está ocurriendo ahora en torno a la Junta Central Electoral. Una gran parte de los perredeistas, desde luego capitaneados por el PPH, pretende imponer jueces electorales, sin buscar ni siquiera consenso en el propio partido. En contra de las demás fuerzas políticas, de las más activas entidades de la sociedad civil y de la opinión pública que reclama consenso en esa materia más que en cualquier otra.

            Se les ha advertido que la circunstancia es muy diferente a la del 1998. Entonces el PRD no tenía el control del Poder Ejecutivo y reaccionó frente a decisiones del partido de gobierno que le afectaron. Si el gobierno rompió todo consenso para elegir extemporáneamente la Cámara de Cuentas y para la contrareforma judicial; si ignoró a la mayoría en la Cámara de Diputados incentivando el transfuguismo, ésta no estaba obligada a consultar la minoría para elegir los jueces electorales. El 80 por ciento del Senado podía elegirlos, como lo hizo.

            La sociedad civil era, como ahora, partidaria de una elección de JCE por consenso. Pero en aquellas circunstancias no podía enfrentar una imposición provocada por el gobierno. Se dedicó a mediar en medio de una crisis que duró más de medio año y que por momentos puso en dificultad la elaboración de un nuevo padrón de electores.

            Ahora la sociedad civil ha advertido por todos los medios que esta vez no hay la menor justificación para imponer jueces electorales sin siquiera algún nivel de consenso. El Cardenal, con la crudeza de lenguaje que lo caracteriza, acaba de advertir que pueden hacerlo, pero que tendrán que atenerse a las consecuencias.

            Como en el anterior gobierno, me atrevo a advertir que eso no pasará sin grave costo, que sumiría al país en una crisis política y que se revertiría contra el PRD y su gobierno. Más temprano que tarde. La política del puritito macho volverá a mostrarse improcedente y no rentable.-

¡Que callen los tambores de guerra!

 Por Juan Bolívar Díaz

            Casi todo el mundo expresó su solidaridad con Estados Unidos cuando se produjeron los actos terroristas del 11 de septiembre del 2001. No sólo por el horror y las víctimas, sino también por la afrenta y el golpe moral. El respaldo fue tan amplio que se manifestó en una coalición internacional que avaló la guerra contra Afganistán, un país paupérrimo, pero refugio de Bin Laden y sus bandas terroristas a quienes se responsabiliza por los atentados contra Nueva York y Washington.

            Tan amplio como fue el respaldo a Estados Unidos hace un año, ha sido ahora el rechazo a su pretensión de desatar una nueva guerra contra Irak, con espíritu aventurero y sin mayores consideraciones de las repercusiones de la misma sobre el pueblo iraquí sobre la comunidad árabe y para todo el mundo. Apenas Gran Bretaña ha asumido la pretensión guerrerista de Bush, que no cuenta con el apoyo de la mitad de los mismos norteamericanos.

            Amplísimo apoyo también consiguió Estados Unidos hace 11 años para atacar a Irak, cuando esta nación había producido objetiva y abiertamente una ocupación de otro estado vecino, Kwait, y se negaba sistemáticamente a rectificar. La guerra contra Irak hubo de cesar tan pronto los ejércitos de Sadam Husein se replegaron dentro de sus fronteras.

            La ofensiva que los gobernantes norteamericanos han venido preconizando en las últimas semanas no ha podido ni podrá obtener mayor respaldo, porque ésta vez no se han podido objetivizar las razones que la justifiquen. Se parte de premisas, de presunciones, de supuestos sobre la capacidad de Irak para producir armas de destrucción masiva, química, bacteriológica y hasta nuclear.

            La posesión de armamento nuclear no debería ser motivo para declararle la guerra a nadie, pues al fin y al cabo la tienen todos los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y muchas otras naciones, incluso del mundo pobre, como la India y Pakistán, o beligerantes como Israel.

            Se puede prever como comenzaría una nueva guerra contra Irak, que en este caso tendría el objetivo de derrocar su gobierno, y auspiciar otro que garantice por lo menos estabilidad, lo cual implica mucho más que bombardeos, ocupación de la capital Bagdad y seguramente de optras grandes ciudades, con millones de personas y por mucho tiempo.

            Lo que no se puede prever es qué niveles alcanzará, qué tipo de armamentos demandará, cuanto tiempo durará, el sufrimiento que implicará ni el número de víctimas que cobrará. El iraquí es un ejército profesional y ese país es suficientemente grande y diverso como para demandar una acción militar amplia y contundente. Con el agravante de que los interventores estarán rodeados de países hostiles, uno de ellos, Irán, con razones para poner su barba en remojo, puesto que ha sido satanizado por igual.

            El sufrimiento que se infringiría al pueblo que se dice defender de las barbaridades de Sadam Husein es imprevisible, pero grande. Mucho más grande que el padecido ya en los últimos 11 años, no sólo por la destrucción de la infraestructura de esa nación, sino también por efectos de un inhumano cerco económico y militar que ha costado millares de vidas y mucha, mucha pobreza.

            Por demás una guerra en ese contexto renovaría los profundos odios que separan al mundo islámico de Estados Unidos, justificaría e incentivaría los grupos radicales y no garantizaría seguridad para nadie ni en lo inmediato ni a largo plazo.

            La guerra en Irak dispararía los precios del petróleo sobre 40 dólares el barril, como ocurrió en 1991 y entonces partió de niveles de precios menores que los actuales, alrededor de 23 dólares el barril, mientras la semana pasada pasó la barrera de los 30 dóalres en el mercado norteamericano.

            De manera que esa guerra impondría un alto costo a muchas naciones del mundo que importan petróleo, como la mayoría de las de la Unión Europea, Japón y gran parte de América Latina y el Caribe, incluyendo a la República Dominicana.

            Por suerte el rechazo ha sido firme y ya esta semana el presidente Bush dio un paso hacia atrás cuando habló en la Asamblea General de la ONU. Se replegó a buscar apoyo multilateral, prometiendo que trabajará con otros miembros del Consejo de Seguridad para una nueva resolución respecto a Irak.

            “Si el régimen de Irak desafía de nuevo, el mundo debe moverse de forma deliberada y decidida para obligarlo a que cumpla”, planteó el mandatario norteamericano, condicionando su intervención.

            Mientras el secretario general de la ONU, Koffi Annan, reunió valor suficiente para plantear ante el mismoBusch que “ninguna nación puede resolver por sí misma los problemas de la comundiad mundial”, recordando que sólo las Naciones Unidas mantiene la “legitimidad exclusiva para permitir el uso de la fuerza”, y advirtiendo que un ataque unilateral contra Irak acarrearía “consecuencias más allá del contexto inmediato”.

            Por el momento los impulsos geurreristas han sido frenados y Bush ha tenido que replegarse. Ojalá que no se trate de un simple movimiento táctico y que callen por un buen tiempo los tambores de guerra.-

JCE: sin imposición ni repartición

Por Juan Bolívar Díaz

            El Partido Revolucionario Dominicano (PRD) pasará por una nueva prueba a partir de la próxima semana cuando el Senado de la República, en el que tendrá el 90 por ciento de las curules, se aboque a la importante tarea de elegir los jueces electorales para los próximos cuatro años.

            Esta vez no tendrá la justificación que sus opositores le dieron en 1998 para escoger los jueces titulares de la Junta Central Electoral (JCE) sin consultar a las demás fuerzas políticas ni a la sociedad civil.

            Hace 4 años la mayoría perredeísta se justificó en el hecho de que una alianza PLD-PRSC eligió los integrantes de la Cámara de Cuentas cuando concluía el anterior Congreso, aprovechando la mayoría que entonces hacían, y sin consultar con el partido blanco.

            Esa alianza también había hecho aprobar una ley de carrera judicial sin consenso y el gobierno del Partido de la Liberación Dominicano le acababa de “conquistar” diez diputados al PRD para impedirle dirigir la cámara baja.

            Así al llegar el 16 de agosto e instalarse el nuevo Conrgeso, el consenso y el diálogo interpatidario habían sido rotos por el gobierno peledeísta y sus aliados circunstanciales. No se podía impugnar a los perredeístas por utilizar su propia mayoría sin buscar consenso. Aunque pudieron haberlo hecho con la sociedad civil.

            Esta vez la situación es diferente. El gobierno está en manos del PRD y le corresponde dar ejemplo de concertación, más importante en el caso del arbitraje electoral. Mucho más ahora que se restableció la reelección en la Constitución de la República.

            Desde luego, una cosa es la consulta y otra que se pretenda que los perredeístas renuncien a su apabullante mayoría senatorial para dejar en manos de sus opositores la elección de los jueces electorales.

            No caben las posiciones radicales de ningún lado, sino la transigencia y la concertación, como debe predominar en todo género de arbitraje.

            Si el perredeísmo impone ahora los jueces electorales al margen de los demás participantes de los torneos democráticos, se podría crear una situación más difícil que la que siguió a la anterior elección y que originó un enfrentamiento entre el gobierno, el PLD y el PRSC por un lado, y el PRD y la JCE por otro.

            Debe recordarse que para superar la crisis hubo que aprobar una ley que aumentó provisionalmente el número de jueces a 7 para dar ingreso a otros dos que fueron propuestos por los dos partidos mayoritarios excluidos. Tal aumento fue sólo a la actual JCE, lo que significa que ahora sólo serán electos 5 jueces, a menos que vuelvan a modificar la ley.

            Y si se embarcaran en una modificación de la ley electoral, también debería hacerse por consenso entre los partidos, como la reforma de 1997 y como se ha hecho en todas las legislaciones importantes aprobadas en el país en los últimos 12 años.

            En tal caso los partidos deberían volver a considerar una reforma sustancial al sistema electoral, de manera que las funciones administrativas y normativas de las elecciones queden separadas de las contenciosas.

            En otras palabras, que como ocurre en México, Perú, Colombia y muchos otros países, un organismo ejecutivo sea el encargado de organizar las elecciones, integrados por diversidad de profesiones o especialidades, y funcione independientemente un tribunal electoral integrado por juristas.

Ambos podrían ser electos por el Congreso, o el administrativo por éste, y el contencioso por el Consejo Nacional de la Magistratura o por la Suprema Corte de Justicia.

Con esa reforma terminaría la actual situación en la que los integrantes de la JCE son jueces y partes a la vez. O sea, que organizan y norman el sistema electoral y deciden sobre recursos contra sus propias actuaciones.

En cualquier caso sería improcedente la imposición, como también la repartición, es decir que los partidos se distribuyan los jueces electorales. Lo mejor sería el concierto, el acuerdo entre las partes. Lo demanda la tranquilidad de la nación y la transparencia en una materia que como la electoral es fundamento de la legitimidad de los gobernantes.

Y dejo constancia que me cuento entre quienes consideran que los jueces electos hace cuatro años cumplieron honorablemente sus funciones, que organizaron dos procesos electorales limpios, en permanente consulta con los partidos reconocidos.

A ellos no se les pueden atribuir las irregularidades que se registraron en las elecciones de mayo pasado, sino a la persistente vocación por la trampería. Y cuando se les mostraron pruebas de irregularidades, actuaron con presteza anulando lo improcedente. Sin evadir el bulto y dieron ejemplo al respecto. Pero tampoco podían ir más lejos de las funciones de jueces, es decir de juzgar sobre pruebas.-

 

¡Que Grande es Joaquín Balaguer!

Por Juan Bolívar Díaz

            Al escuchar los argumentos con que los asambleístas del viernes 12 de julio del 2002 justificaban la reinstauración de la reelección presidencial, esta vez si que haya un presidente reclamándolo, no pude menos que darle la razón al vocero reformista del Senado: ¡que grande es el doctor Joaquín Balaguer!

            José Hazim Frappier rindió un sincero homenaje a Joaquín Balaguer, implorando a Dios porque desde su lecho de enfermo el estadista pudiera estar siguiendo la transmisión televisiva para que disfrutara de la reivindicación histórica que se le hacía.

            ¡Qué grande es Joaquín Balaguer! Repitió una y otra vez Hazim Frappier al momento de expresar el alborozado apoyo del Partido Reformista Social Cristiano a la restauración de la reelección presidencial, que según dijo siempre ha sido buena para la República.

            Sabiendo que ésta, la trigésima séptima reforma a la Constitución de la República, ha sido impuesta a la sociedad dominicana por el sector mayoritario del Partido Revolucionario Dominicano, que a su vez hegemoniza el gobierno, uno no puede menos que convenir con Hazim Frappier en lo grande que es el doctor Balaguer.

            Viendo algunos de los brazos y escuchando las voces que se levantaron para justificar la apertura al continuismo y comprobando algunas de las ausencias, había que convenir en que la grandeza de Balaguer es realmente inconmensurable.

            Cuando escuché al satisfecho senador perredeísta Enrique López decir que “si Peña Gómez era antireeleccionista fue porque quería una oportunidad”, casi me convencí de que Hazim tenía razón en cuán grande es Balaguer.

            Es indescriptible la exhaltación histórica de que fue objeto en vida Joaquín Balaguer por el partido que por más tiempo e intensidad combatió el reeleccionismo y lo confrontó particularmente a él.

            Pero el doctor Hazim Frappier pudo haberse quedado corto en su balance reivindicativo. No sólo habría que cantar la grandeza reeleccionista de Balaguer, sino también la de Rafael Leonidas Trujillo y la de Horacio Vásquez; la de Ramón Cáceres y Ulises Hereaux; y la de Buenaventura Báez y Pedro Santana.

            ¡Cuántos estadistas grandes ha tenido la República Dominicana! Y cuán equivocados estuvieron José Francisco Peña Gómez y Juan Bosch, como cientos y miles de dominicanos y dominicanas que consumieron su vida luchando contra el reeleccionismo, generador de tanto abuso contra la propiedad pública y el patrimonio estatal y contra los principios democráticos.

            Si algún voto releccionista estuvo justificado en la asamblea del viernes fue sin duda el de los legisladores reformistas, sobre todo aquellos que de alguna forma fueron beneficiarios del ejercicio del poder balaguerista durante 22 años, renovado en numerosas reelecciones, en por lo menos dos de ellas sin oposición y en otra con abiertos fraudes y arrebatos. Aunque con el tropiezo de 1978.

            Algunos tenían que votar por agradecimiento, porque también fueron beficiarios del reeleccionismo trujillista, fuente de origen del balaguerista, ya que Joaquín Balaguer inició su carrera presidencial con su “elección” como vicepresidente en 1957.

            La fiesta de este 12 de julio fue un justo festejo de los balagueristas y de los trujillistas. Y a ellos esta vez no se les puede culpar. Porque los protagonistas ahora fueron perredeístas, los que crecieron y se desarrollaron bajo la sombra de José Francisco Peña Gómez, definido ahora por ellos como un oportunista y un farsante.

            Sólo falta que, como el presidente Hipólito Mejía no se va a repostular, las elecciones del 2004 la gane de nuevo Joaquín Balaguer y entonces pueda reelegirse en el 2008, tal vez entonces con oposición y en elecciones transparentes.

            Se consumaría entonces la mayor de las reivindicaciones históricas. ¡Qué grande es Joaquín Balaguer! Y que pequeños se vieron los perredeístas pisoteando la memoria tan fresca de José Francisco Peña Gómez. Y de gratis, por amor al arte, o tal vez a Balaguer.-

La circularidad de la política dominicana

Por Juan Bolívar Díaz

            Llama la atención la circularidad de la política dominicana. Cómo se repiten los acontecimientos y comportamientos antidemocráticos y violatorios de los más elementales principios de la ética, con el agravante de que los que ayer fueron víctimas hoy aparecen como victimarios y viceversa.

            Lo que ayer se condenaba hoy se considera como una obra maestra del “arte de la política”. Con el agravante de que las víctimas de ahora no quieren que les recuerden las malas artes de ayer, pretectando que eso es para justificar a los de hoy.

            Esta semana asistimos a la expulsión de diez diputados del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) por parte de cu Comité Político, por haber votado contra las indicaciones partidarias al aprobarse la ley de convocatoria de la Asamblea Revisora de la Constitución.

            Al comunicar la decisión, el secretario general peledeísta Reinaldo Pared, la motivó en que los expulsados habrían recibido “dádivas y otras canongías” de parte del gobierno, y denunciando que “ha habido mucha corrupción y dinero”.

            Resulta irónico que al PLD le hayan aplicado su propia medicina, y en la misma proporción, a cuatro años de que ellos “consquistaran” el apoyo del grupo perredeísta que encabezó el diputado Rafael Peguero Méndez.

            Entonces, en agosto de 1998, tocó al Partido Revolucionario Dominicano el papel de víctima y expulsar precisamente a 10 diputados que “se vendieron al gobierno”.

               Ayer como hoy nadie pudo presentar prueba concreta de que hubo compra y venta ni mucho menos de los recursos del Estado utilizados. Pero en la opinión pública predominó y predomina el criterio de que no se trató precisamente de un cambio de partido o posición por razones ideológicas ni programáticas.

            Para muchos, ayer como hoy, no se trata de un asunto importante, pues se ve como legítimo el abuso del poder, o por lo menos son pocos los que osan rasgarse las vestiduras y la mayoría se hace de la vista gorda.

            Otros en cambio consideramos que tales prácticas antidemocráticas y corruptivas merecen la denuncia y la condena. Ayer y hoy. Sin contemplaciones de ninguna naturaleza.

            Merece condena el tránfuga que vende su voto por dinero, contratas u otros favores para disfrute personal, pero mucho más el que utiliza los recursos del Estado para corromper. Hoy como ayer.

            La conquista de Peguero Méndez y sus 9 compañeros de aventura en 1998 para nada ayudó al gobierno del PLD ni fortaleció la imaghen democrática y la ética con que llegó al poder el presidente Leonel Fernández.

            Más aún, esa acción terminó de sellar el enfrentamiento con el PRD cuando el gobierno iniciaba su segunda mitad. Se agravaría unos meses después con el arrebato de la Liga Municipal Dominicana para lo cual también hubo que salir a “conquistar” regidores de oposición y hasta a utilizar la fuerza policial y militar.

            A decir verdad aquella vez fue desacertado por cuanto el gobierno conspiraba contra un partido grande y fuerte, con tradición de lucha desde la oposición y en capacidad de hacerle la vida imposible. Ahora la oposición es más débil y fragmentada, cuando no desconcertada.

            Pero visto en retrospectiva hasta dirigentes peledeístas aceptan que aquellas acciones fueron, además, terribles errores políticos, que en nada ayudaron al gobierno y atrajeron solidaridad y simpatías a la víctima, tal como algunos advertimos entonces.

            Ahora, como en el pasado gobierno, el Presidente de la República pretende mantener un discurso de concertación, mientras sus seguidores arremeten contra la oposición, y excluyen e ignoran a todo el que no ande en su nuevo camino, aunque sean los líderes del partido que los llevó al poder.

            Dadas las mayorías perredeístas en el Congreso como en los municipios, es posible que en lo inmediato esas “conquistas” puedan ofrecerle algunos beneficios. Pero a mediano y largo plazo los procedimientos antidemocráticos y fuera de la ética pagan sus costos y se revierten en desprestigio y en rechazo de una parte de los electores.

            Si bien es cierto que el PRD parte de una posición de fuerza que aparentemente le preserva contra la reacción de sus víctimas, tiene la desventaja de que ni siquiera en su propio seno logra unanimidad para esos procedimientos. Más bien despierta oposiciones y disensiones.

            Lo más relevante es que esa política del ojo por ojo y diente por diente liquida la imagen democrática de que se revistió el PRD a lo largo de su historia y que explica, al menos en parte, su larga vigencia en la conciencia de amplios sectores nacionales.-

 

Gran oportunidad para Hipólito Mejía

Por Juan Bolívar Díaz

            “Esa voluntad del pueblo expresada en las urnas nos obliga a continuar trabajando como lo hemos hecho hasta ahora en beneficio de la gente, y por consiguiente, redoblando esos esfuerzos. Pero deseo hacerlo con la ayuda de todos, porque quiero que sepan que este triunfo no nos envanece personalmente, ni debe envanecer a nuestro partido, sino que nos convence de que si todo el país trabaja en la justa dirección, el triunfo será todavía más amplio, porque será de todos”.

Así concluyó la declaración del presidente Hipólito Mejía el 17 de mayo pasado, cuando le llegaron a Madrid los informes sobre el éxito electoral que acababa de tener su partido.

Me pareció tan bien concebida esa declaración que reaccioné pensando en León Felipe y uno de sus poemas, de los más hermosos de la lengua castellana: “voy con las riendas tensas y refrenando el vuelo, pues lo que importa no es llegar solo y de prisa, sino con todos y a tiempo”.

Estoy seguro que a muchos les parecerá exagerada y hasta ridícula esa relación. Especialmente a los que con tanto complejo de superioridad insisten en subestimar a Hipólito Mejía. Y lo hacen al grado de considerarlo el resúmen de la estupidez, o de lo grotesco, ridiculizando su espontaneidad y sentido del humor, a veces exagerado ciertamente, pero ignorando los cuerpos de ventaja que sus condiciones personales le otorgan frente a nuestro pueblo.

Es decir frente al pueblo dominicano, esa inmensa mayoría de personas pobres, de poca instrucción libresca, que celebra las irreverencias de Hipólito Mejía frente a los signos del poder, de la tradición y del conservadurismo, a menudo hipócrita.

Ese presidente sin discurso muy elaborado, que no piensa lo que más le conviene para expresar sus criterios y sentimientos, que reacciona a veces tan primariamente como el pueblo sencillo, es sin embargo, un hombre y un político de éxitos.

No llegó a la presidencia de la República por bruto, como muchos pretendieron del hacendado Antono Guzmán, a quien el pueblo señala en las encuestas como el mejor presidente que ha tenido la nación.

Hipólito Mejía y su partido, encabezado por Hatuey de Camps, han tenido un gran éxito en las recientes elecciones. Se trata de un triunfo de múltiples cabezas, incluyendo una ya desaparecida, la de José Francisco Peña Gómez. Este fue quien, aleccionado por el Frente Patriótico que le cerró el paso en 1996, trazó la táctica de trabajar para evitar que se volvieran a juntar reformistas y peledeístas, pero al mismo tiempo preferir que cada uno de los tres partidos fuera solo a las elecciones.

El presidente Mejía y Hatuey de Camps han reivindicado aquel planteamiento que salió adelante en los comicios de 1998 y en los del 2000. Y los resultados no dejan dudas de cuánto les ha convenido.

La barrida electoral que confiere al PRD el 90 por ciento de los senadores, el 83 por ciento de los ayuntamientos y alrededor del 55 por ciento de los diputados, es en gran medida un éxito del gobierno y, en consecuencia, del presidente Mejía. Aunque ahora lo nieguen aquellos que esperaban los comicios de medio período presidencial para cobrarle al mandatario “todos sus errores y estupideces”.

Esos críticos implacables esperan ahora que el presidente Mejía se envanezca y llene de soberbia y comience a actuar como chivo sin ley, pretendiendo atropellar a todo el resto de la sociedad política y civil y, desde luego, meterse en una desenfrenada carrera para reformar la Constitución e intentar perpetuarse en el poder.

Lo esperan también algunos de los propios seguidores de Hipólito Mejía y de su “PPH”, que quisieran –en aras de intereses muy particulares- comenzar por pasarle un rodillo a su propio partido, convencidos de que la victoria es de ellos solos, nuevos llaneros solitarios.

Por eso me gustó tanto el párrafo que inicia estas cuartillas. Y luego que el mandatario desautorizara la «manifestación multitudinaria” con que algunos de los suyos quería recibirlo este fin de semana al regreso de su viaje a España y Marruecos.

He leído de nuevo sus reacciones frente a los que pretenden que este resultado electoral es una alfombra a su contiuismo, y aunque soy de los excépticos por la impetinencia con que algunos de sus seguidores han sostenido el tema, tambien me pregunté si este hombre humilde y sabio no nos estará acechando para dar una lección.

Todavía esta semana Hipólito Mejía volvió a insistir en que ya tendrá tiempo de demostrar si es un hombre de palabra, que ha dicho y redicho que no se reelegirá, por respeto a uno de los fundamentos doctrinarios de su partido y de su lider Peña Gómez.

Con el respaldo que cosechó en las urnas, Mejía tiene la oportunidad histórica, de dedicar todas sus energías a gobernar para la gente, no para su continuidad, sin reabrir la compuerta del contiuismo que tanta soberbia, dispendio y atropellos ha desatado en la historia nacional y latinoamericana. Y sobre esa base construir el nuevo liderazgo que requiere esta nación, y que a él le daría trascendencia en el tiempo y en la historia.

Tiene que comenzar desde ahora, poniendo límites a los desbordamientos que durante el último año y medio han cifrado la felicidad nacional en la reforma constitucional para restablecer el reeleccionismo, que casi siempre ha significado la continuidad de los acólitos, y la impunidad.

Porque si las mayorías ratificadas se usan para imponer el continuismo a su propio partido y al resto de la sociedad, nadie va a creerle al presidente Mejía y desperdiciará todas las energías que, en caso contrario, podría cosechar y poner en vigor, con las riendas tensas, para que el triunfo de este mayo sea realmente de todos.-

Signos de que avanzamos, lentamente, pero sí

Por Juan Bolívar Díaz

            Cuando se anunció que el presidente Hipólito Mejía emprendería un viaje de diez días por España, Marruecos y Africa del norte, a partir del 16 de mayo próximo, hubo quienes pusieron en duda la información. Se creyó que era imposible que el mandatario saliera del país el mismo día de una elección. Pero la información fue ratificada y entonces no faltaron quienes vieran en el hecho un signo claro del avance institucional de la nación.

            A pesar del pesimismo que frecuentemente nos induce a creer que somos el último rincón del mundo y carecemos de virtudes sociales y capacidades organizativas, el país avanza a pasos firmes al fortalecimiento de su sistema electoral y al mejoramiento de la democracia representativa.

            Hay resistencias ciertamente, y hasta intentos de regresión, en un sistema partidario y social donde el engaño, la demagogia, el clientelismio y el rentismo político y las prácticas autoritarias tienen profundas raíces culturales. Pero a contrapelo de eso avanzamos.

            Anteriormente un presidente no se iba por diez días del país sin tener amarrado hasta el último cabo de la estructura política. No se le ocurría en mediod e un proceso electoral, por temor a lo que pudiera pasar. Y es que cada torneo electoral constituía un desafío a la capacidad de convivencia nacional, y al aguante ante la trampería y la imposición.

            No hace más que unos años todavía que los procesos electorales eran tan inciertos y llenos de riesgos abismales que ponían en juego la estabilidad económica y generaban contracción de los agentes del desarrollo. Ahora, por el contrario, las campañas electorales son para muchos sectores productivos incentivo a la actividad económica.

            Estamos convocados a las urnas el próximo día 16 y la realidad es que la ciudadanía no está asaltada por la duda de la trampa, ni de la asonada ni de la rebelión. Con las dos votaciones de 1996 y las del 98 y 2000, esta será la quinta elección consecutiva sin trauma. Esperamos que, al igual que en las cuatro anteriores no se produzca ni una sola impugnación de mesa electoral. Y que quien gane, ganó y quien pierda perdió.

            Más aún en la actual campaña electoral se han producido nuevas expresiones de la madurez democrática nacional. Por un lado la reducción de la violencia a algunas escaramuzas, porque todavía quedan quienes disfrutan escandalizando. Y por otro es cada vez es menos ostensible el uso de los recursos estatales en la campaña electoral.

            No nos atrevemos a afirmar que no se abusa en absoluto. Creo que falta mucho para llegar a ese estadio. Alguien podría aducir que es menos ostensible el abuso de lo público porque se hace con más eficiencia. Pero creo que la realidad es que estamos haciendo conciencia de que la competencia electoral democrática tiene que respetar las reglas del juego, entre las cuales resalta la igualdad de condiciones entre los competidores.

            Todavía el presidente aprovecha la recta final de la campaña para inaugurar obras públicas, que es una forma subliminal de hacer campaña. Y alguna vez hasta eso debe ser superado en aras de la igualdad entre los competidores.

            Pero ya no anda con el ejército, la polícía y los ministros repartiendo cheques, levantando las banderas de su partido y pronunciando discursos en las plazas públicas a favor de sus candidatos.

            El mérito no es exclusivo del ciudadano Hipólito Mejía. Diría que es fruto de las luchas de la sociedad por adecentar la actividad electoral. Y que el mandatario simplemente se está inclinando ante la sensibilidad nacional, tal vez más que nada porque ya en los dos últimos torneos electorales se demostró que el abuso de los recursos públicos no necesariamente es rentable. Señales inequívocas de que avanzamos.

            Falta mucho por mejorar y para ello será necesaria una nueva reforma a la ley electoral, y especialmente la aprobación de una ley de partidos políticos, anunciada por el presidente de la Junta Central Electoral, para regular la recepción de financiamiento, público y privado, la extensión de la campaña electoral y la regulación de la propaganda, con mecanismos específicos de control y sanción.

            Urge establecer reales controles sobre las finanzas de los partidos y candidatos, para que sean más transparentes y se disminuya el rentismo que se deriva de los aportes individuales y empresariales que a menudo se constituyen en reales inversiones de las que se espera luego alta rentabilidad.

            La prohibición de propaganda y manifestaciones electorales en las vías públicas y los medios de comunicación fuera del período de 90 días de la campaña electoral, es otro objetivo fundamental para reducir el dispendio y el rentismo, así como el clientelismo que pasa de las campañas al ejercicio de las funciones públicas.

            Avanzamos a este 16 de mayo con una mejor y más firme organización y arbitraje electoral, por lo que no debemos abrigar la menor inquietud sobre el resultado, a no ser que los colegios electorales cerrados y las decepciones de la política pueden seguir incrementando el abstencionismo.

            Nos falta muchísimo por avanzar. Sobre todo en relación a las expectativas de los grupos y personas privilegiadas por su amplia visión social y democrática y apego a los principios fundamentales de la convivencia. Pero tenemos que reconocer y celebrar cada metro que avanzamos para tener mayor claridad de los kilómetros que nos quedan por delante.-