¡Que callen los tambores de guerra!

 Por Juan Bolívar Díaz

            Casi todo el mundo expresó su solidaridad con Estados Unidos cuando se produjeron los actos terroristas del 11 de septiembre del 2001. No sólo por el horror y las víctimas, sino también por la afrenta y el golpe moral. El respaldo fue tan amplio que se manifestó en una coalición internacional que avaló la guerra contra Afganistán, un país paupérrimo, pero refugio de Bin Laden y sus bandas terroristas a quienes se responsabiliza por los atentados contra Nueva York y Washington.

            Tan amplio como fue el respaldo a Estados Unidos hace un año, ha sido ahora el rechazo a su pretensión de desatar una nueva guerra contra Irak, con espíritu aventurero y sin mayores consideraciones de las repercusiones de la misma sobre el pueblo iraquí sobre la comunidad árabe y para todo el mundo. Apenas Gran Bretaña ha asumido la pretensión guerrerista de Bush, que no cuenta con el apoyo de la mitad de los mismos norteamericanos.

            Amplísimo apoyo también consiguió Estados Unidos hace 11 años para atacar a Irak, cuando esta nación había producido objetiva y abiertamente una ocupación de otro estado vecino, Kwait, y se negaba sistemáticamente a rectificar. La guerra contra Irak hubo de cesar tan pronto los ejércitos de Sadam Husein se replegaron dentro de sus fronteras.

            La ofensiva que los gobernantes norteamericanos han venido preconizando en las últimas semanas no ha podido ni podrá obtener mayor respaldo, porque ésta vez no se han podido objetivizar las razones que la justifiquen. Se parte de premisas, de presunciones, de supuestos sobre la capacidad de Irak para producir armas de destrucción masiva, química, bacteriológica y hasta nuclear.

            La posesión de armamento nuclear no debería ser motivo para declararle la guerra a nadie, pues al fin y al cabo la tienen todos los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y muchas otras naciones, incluso del mundo pobre, como la India y Pakistán, o beligerantes como Israel.

            Se puede prever como comenzaría una nueva guerra contra Irak, que en este caso tendría el objetivo de derrocar su gobierno, y auspiciar otro que garantice por lo menos estabilidad, lo cual implica mucho más que bombardeos, ocupación de la capital Bagdad y seguramente de optras grandes ciudades, con millones de personas y por mucho tiempo.

            Lo que no se puede prever es qué niveles alcanzará, qué tipo de armamentos demandará, cuanto tiempo durará, el sufrimiento que implicará ni el número de víctimas que cobrará. El iraquí es un ejército profesional y ese país es suficientemente grande y diverso como para demandar una acción militar amplia y contundente. Con el agravante de que los interventores estarán rodeados de países hostiles, uno de ellos, Irán, con razones para poner su barba en remojo, puesto que ha sido satanizado por igual.

            El sufrimiento que se infringiría al pueblo que se dice defender de las barbaridades de Sadam Husein es imprevisible, pero grande. Mucho más grande que el padecido ya en los últimos 11 años, no sólo por la destrucción de la infraestructura de esa nación, sino también por efectos de un inhumano cerco económico y militar que ha costado millares de vidas y mucha, mucha pobreza.

            Por demás una guerra en ese contexto renovaría los profundos odios que separan al mundo islámico de Estados Unidos, justificaría e incentivaría los grupos radicales y no garantizaría seguridad para nadie ni en lo inmediato ni a largo plazo.

            La guerra en Irak dispararía los precios del petróleo sobre 40 dólares el barril, como ocurrió en 1991 y entonces partió de niveles de precios menores que los actuales, alrededor de 23 dólares el barril, mientras la semana pasada pasó la barrera de los 30 dóalres en el mercado norteamericano.

            De manera que esa guerra impondría un alto costo a muchas naciones del mundo que importan petróleo, como la mayoría de las de la Unión Europea, Japón y gran parte de América Latina y el Caribe, incluyendo a la República Dominicana.

            Por suerte el rechazo ha sido firme y ya esta semana el presidente Bush dio un paso hacia atrás cuando habló en la Asamblea General de la ONU. Se replegó a buscar apoyo multilateral, prometiendo que trabajará con otros miembros del Consejo de Seguridad para una nueva resolución respecto a Irak.

            “Si el régimen de Irak desafía de nuevo, el mundo debe moverse de forma deliberada y decidida para obligarlo a que cumpla”, planteó el mandatario norteamericano, condicionando su intervención.

            Mientras el secretario general de la ONU, Koffi Annan, reunió valor suficiente para plantear ante el mismoBusch que “ninguna nación puede resolver por sí misma los problemas de la comundiad mundial”, recordando que sólo las Naciones Unidas mantiene la “legitimidad exclusiva para permitir el uso de la fuerza”, y advirtiendo que un ataque unilateral contra Irak acarrearía “consecuencias más allá del contexto inmediato”.

            Por el momento los impulsos geurreristas han sido frenados y Bush ha tenido que replegarse. Ojalá que no se trate de un simple movimiento táctico y que callen por un buen tiempo los tambores de guerra.-

En Venezuela también la Sociedad Civil se dividió

   Por Juan Bolívar Díaz

    En el empeño por descalificar a “la llamada Sociedad Civil” no han faltado quienes pretenden responsabilizarla del frustrado golpe de Estado contra el gobierno constitucional del presidente Hugo Chávez, que sumió a Venezuela en el ridículo y concluyó en un aparente apuntalamiento del régimen que se quería desplazar.

      El primero que le atribuyó a la Sociedad Civil la “jornada democrática” del jueves 11 de abril fue su líder, el empresario Pedro Carmona, presidente de la Federación de Cámaras de Comercio Venezolanas, Fedecámaras, estando aún en el fragor de la lucha.

      Y en parte tenía razón, porque una representación importante de la Sociedad Civil estuvo embarcada en el intento por desplazar el gobierno de Chávez, algunos de manera muy relevante y otros como comparsa y carne de cañón.

       Las acusaciones contra la Sociedad Civil a propósito de la crisis venezolana indican que todavía muchos no entienden los alcances de esa denominación, y algunos pretenden que, por contraposición, se trata de todo lo que no es sociedad militar.

       El concepto de Sociedad Civil se generaliza como referencia al conjunto de las organizaciones sociales, que van desde las juntas vecinales y asociaciones comunales, hasta las entidades que agrupan trabajadores, profesionales y empresarios, medios de comunicación, iglesias, fundaciones y las clásicas organizaciones no gubernamentales (ONG) . También caen en la categoría las asociaciones sectoriales como las de mujeres, jóvenes, ecologistas, etc.

        En menos palabras, cuando hablamos de Sociedad Civil nos referimos a todas las instituciones sociales que no forman parte del Estado ni de los órganos (los partidos) que buscan dirigirlo. No se alude a personas síno a grupos que trabajan e inciden de alguna forma en la sociedad, sin buscar ejercer el poder del Estado.

        Así pues, en Venezuela hubo entidades estatales y de la Sociedad Civil envueltas en la conspiración. Como aquí en 1963 y como ha ocurrido siempre en todas partes. Difícilmente haya habido un golpe de estado que no involucre parte de la Sociedad Civil, como también parte de la Sociedad Política y de la Sociedad Militar.

        Entidades señaladas entre los llamados poderes fácticos, como las empresariales, medios de comunicación e Iglesia Católica y que son parte importante de la Sociedad Civil, han estado ligadas a múltiples atropellos contra la institucionalidad democrática.

          Es más, hubo un tiempo, cuando le llamaban “fuerzas vivas”, en que esas eran casi todas las expresiones de la Sociedad Civil. Lo que caracteriza a ésta en los últimos años es su ampliación, con el surgimiento de innumerables núcleos sociales que buscan participar en la concreción de su propio destino. Esa ampliación democratiza el protagonismo social que ya no corresponde sólo a los obispos y los empresarios, sino también a líderes comunitarios, campesinos, de mujeres, de ONG, etc.

         Aún entre las instituciones más activas que pretendieron el golpe de Estado hubo divisiones. No todas las asociaciones empresariales ni todos los sindicatos, ni todos los obispos, ni todos los periódicos, ni todos los canales de radio y televisión estuvieron entre los promotores de la violentación de la voluntad popular.

        Hubo dirigentes de todos esos sectores que escogieron el camino correcto, el de promover el entendimiento, el diálogo y la participación plural y democrática en la gestión de la sociedad venezolana.

         Ante las decisiones gubernamentales autoritarias, las posiciones de extremo sectarismo y los enfrentamientos verbales, correspondía un gran esfuerzo de mediación, de moderación, de búsqueda del equilibrio. No la promoción del enfrentamiento ni la ruptura de la institucionalidad democrática. Mucho menos para sustituir el autoritarismo fundado en el mandato del 59 por ciento de la población, por el de algunos militares y empresarios que se pretendieron depositarios de una voluntad popular inexpresada.

            La Sociedad Civil no está para gobernar, que eso corresponde a los partidos, aunque tampoco para la indiferencia. Tiene que participar promoviendo los mecanismos del buen gobierno, pero sus dirigentes no pueden erigirse en jueces divinos para dictaminar quien debe o no estar en el poder.

            Cuando las instituciones sociales alcanzan el nivel de sectarismo y radicalización mostrados por los grupos dominantes del empresariado, los sindicatos, iglesias y medios de comunicación, quiere decir que el enfrentamiento y la dispersión de las energías nacionales están destinados a imponerse. Sobre todo si se suman suficiente fuerza militar.

Los grupos más tradicionalmente relevantes de la Sociedad Civil estuvieron con el golpe, pero también la parte media y baja de la misma participó en la defensa del orden institucional y en la reposición del presidente Chavez.

Ahora que se ha restablecido el precario equilibrio, debe esperarse que una mayor parte de la Sociedad Civil aune esfuerzos para que el diálogo a que ha llamado el presidente Chávez resulte productivo. Se espera que contribuyan a zanjar las diferencias y a promover acuerdos para sustentar la gobernabilidad de Venezuela y preservar las conquistas democráticas de 44 años.

Para ello es fundamental que tanto el presidente como los demás líderes de la Sociedad Política y de la Sociedad Civil, tanto como los de la Sociedad Militar, asimilen el hecho de que Venezuela está profundamente dividida en dos mitades y que ninguna de las dos se impondrá sin aplastar a la otra.-

 

Gerard Pierre Charles

Por Juan Bolívar Díaz

Tuve el privilegio de conocerlo en México, en 1966 cuando llegué allí como estudiante, tras la Revolución Constitucionalista, con el país intervenido por Estados Unidos y con la Universidad Autónoma de Sabndo Domingo cerrada.

Creo que lo encontré en casa de Randolfo Núñez, impoluto oficial constitucionalista adscrito a la embajada dominicana, sometido al dorado exilio, donde confluíamos todos los estudiantes, los exiliados, y dominicanos en general que pasaban por esa urbe.

Gerard impresionaba a primera vista. Era ya un profesor reputado de la facultad de ciencias sociales y políticas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Poco después estaría dirigiendo su centro de estudios del Caribe.

 Sencillo como es, ofrecía su amistad y su casa hasta al último estudiante dominicano que conocía. Para ello siempre contaría con la complicidad de su compañera Suzy Castor, como él sociologa e historiadora.
Entré allí una vez y tuve que seguirlo haciendo durante dos décadas, cada vez que volvía por México. Si Gerard se enteraba que estaba en la ciudad, cogía sus muletas y abordaba su automóvil preparado para manejarse todo manualmente, y se desprendía a buscarme a cualquier casa u hotel donde me encontrara.

Creo que su relación con los dominicanos durante su exilio de tres décadas en México se inició como un acto de solidaridad, frente a una nación militarmente intervenida. Se empeño, y lo logró, en demostrarnos que la hermandad de los nativos de la isla estaba por encima de todas las querellas, resentimientos e incomprensiones acumulados.

Fue Pierre Charles el primer haitiano a quien escuché relatar historias adelantadas de las relaciones fraternales que algún día se instaurarían entre las dos naciones condenadas a compartir esta pequeña isla caribeña.

Estaba de regreso en México, en 1971 cuando organizó, con auspicios de la UNAM, un primer encuentro de intelectuales dominicanos y haitianos, al cual fueron invitados unos 15 profesores de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y que constituyó un punto de arrancada importante para nuevas relaciones bilaterales. El actual canciller Hugo Tolentino estuvo entre ellos.

En abril de aquel año, cuando murió el tirano Francois Duvalier, celebramos con Gerard el advenimiento de la libertad y la democracia para Haití. Declaramos a la prensa mexicana que “Baby Doc” no podría sostenerse en el poder. Pero se quedó 15 años, hasta 1986 y otros 15 años han transcurrido después, y la libertad y la democracia siguen como materias pendientes en la vecina nación.

De manera que en estos días he tenido que preguntarle a Gerard Pierre Charles, de visita en el país, qué diablo es lo que impide que Haití se encuentre con la libertad y la autodeterminación democrática. El primer país en proclamar la abolición de la esclavitud, donde se hizo la primera revolución y se proclamó la segunda independencia de América, después de los Estados Unidos.

En el almuerzo de los medios de comunicación del Grupo Corripio, Pierre Charles ofreció un recital político, lleno de ponderación, reflexiones, sabiduría y valor. Y se extendió sobre lo mucho que representa la República Dominicana para las mejores aspiraciones haitianas.

Quedó claro que él y la Convergencia Democrática, una coalición de 15 partidos por la democracia, y de la que es coordinador general, esperan la más amplia solidaridad de los dominicanos con sus luchas y objetivos.
La merecen y nos conviene ofrecersela. Si tuviéramos una acertada política sobre Haití, a hombres y mujeres como Gerard Pierre Charles y Suzy Castor, deberíamos declararlos bajo nuestra protección. No para llevarlos al poder, en una expresión de intervencionismo, sino para que resulten más difícil agravios imperdonables como los del 17 de diciembre pasado.

Aquel día las turbas aristidistas asaltaron los locales de la Convergencia Democrática. Pero además saquearon y quemaron la residencia de Gerard y Suzy en Petion Ville, y un centro de investigaciones sociales que instauraron con ayuda nacional e internacional, destruyendo un patrimonio bibliográfico y cultural irrecuperable.

Todo aquello fue más bestial por cuanto la ofensiva devastadora ocurrió contra opositores que desde hacía meses se sentaban a la mesa de negociación con el gobierno buscando soluciones pacíficas a la profunda crisis económica social y política que abate a la nación.

En un Haití de tan pocos horizontes, con un gobierno aislado por el mundo a consecuencia de sus prácticas autoritarias, con un pueblo sumido en la desesperanza y en la miseria más acuciante del continente, un Gerard Pierre Charles es un privilegio. Ojalá que un día cercano ese pueblo le de la oportunidad de asumir su dirección. Los que le conocemos sabemos que lo haría con integridad y vocación democrática.

Gerard Pierre Charles podría ser un factor fundamental en el arranque de una nueva etapa para Haití y para las relaciones domínico-haitianas. Por eso hay que expresarle solidaridad y, en la medida de lo posible y legítimo, ofrecerle ayuda.-