Por Juan Bolívar Díaz
A cincuenta años de su muerte, cumplidos este viernes 26 de julio,Eva Perón sigue siendo el personaje político femenino más fascinante de la historia americana. Ni santa ni demoníaca, como se le ha presentado desde dos perspectivas antagónicas. Pero sí la mujer más influyente en la política de su época, la más amada y la más odiada, convertida en leyenda y mito, venerada por los trabajadores y los sencillos como a ninguna otra.
Y pensar que este personaje de leyenda apenas vivió 33 años, la primera mitad en un pueblito argentino conocido como Junín, de donde pegó un salto abismal a la inmensa metrópolis de Buenos Aires en 1934 montada sobre sueños adolescentes de estrella de teatro.
Eva Duarte tenía todas las credenciales para el fracaso en la gran urbe. Era una típica muchacha pueblerina, con el “agravante” de haber sido hija de una humilde costurera y de un hombre que no tuvo el valor de reconocerla, en una época en que los grupos aristocráticos y los acomplejados imponían sus valores en la sociedad argentina.
Llegó a la gran ciudad sin destino seguro, solitaria y huraña, para imponerse con una fuerza que nadie le sospechó y convertirse en símbolo de la superación y las luchas femeninas de todo un siglo.
Logró a medias sus sueños de actriz, más en la radio que en el teatro y en el cine, aunque en todos estos medios hizo incursiones, ninguna de las cuales la habría hecho trascender más allá de sus compañeros del sindicato de los artistas que la metió de golpe en el mundo de las contradicciones obrero-patronales de su época.
Hay razones aún para preguntarse de dónde sacó tantas fuerzas esta mujer para haber trascendido a nivel universal y ser venerada todavía en las calles de Buenos Aires y en el cementerio de la Recoleta, donde nunca falta una flor, cincuenta años después de su prematura muerte.
Entre sus biágrafos y analistas se discute si ella se nutrió del coronel Juan Domingo Perón, o éste alcanzó mayor brillo gracias a su influjo. No faltan quienes proclaman que “muerta Evita, Perón es un cuchillo sin filo”, y queda idenfenso y expuesto ante quienes le disputaban el poder, del que logran desalojarlo apenas 2 años después. El mito peronista será por siempre mitad Juan Domingo mitad Evita.
Debe tomarse en cuenta que ella conocíó al entonces coronel Perón en 1944, cuando ya acumulaba 25 años y que los hechos que la catapultaron a la trascendencia ocurrieron en apenas los ocho años siguientes.
Sin haber ocupado ningún puesto oficial, con el ascenso de Perón al poder en 1946 Evita trabajó por los obreros y por los más pobres de la Argentina rica con una pasión desbordante y un desafío que no respetaba fronteras oligárquicas ni burguesas, religiosas ni militares.
Abel posse, uno de sus numerosos biógrafos, la describe como “sacralizada por las masas humildes del peronismo, demonizada por la burguesía y la clase media de Buenos Aires.Vetada moralmente por los militares que la consideraron indigna de casarse con su más alto oficial presidenciable”.
Posse se siente fascinado por su itinerario de contradicciones: “ella, la frágil, alcanzó el mayor poder que tuvo mujer alguna de su época. Al decir de Agustín de Foxá, ninguna mujer la superó en mando desde los tiempos de la reina Victoria y de la emperatriz regente de China”.
Evita consumió aceleradamente sus energías trabajando 20 horas diarias, abrazando leprosos y mendigos, pronunciando discursos ante sus “queridos descamisados”, y cuando apenas rebasaba los 30 años la poseyó un cáncer del que no pudo liberarse y que cortaría su vida en plena productividad.
Cuando varios millones la proclamaban candidata vicepresidencial a partir de 1950, los militares consideraron que era suficiente y se plantaron ante Perón para convencerlo de las inconveniencias de que “esa mujer” pudiera alcanzar un puesto que la colocaría a un paso del mando supremo.
Era imperdonable, una mujer, hija natural de una costurera, sin abolengo alguno, una irreverente contestaria de todos los poderes tradicionales, no podía alcanzar la vicepresidencia de Argentina. Si apenas en los comicios de 1951 las mujeres votarían por primera vez, gracias a la ley de emancipación femenina que ella exigió y consigió de Perón en septiembre de 1947.
Cuando Evita sucumbe ante el cáncer el 26 de julio de 1952, millones de obreros y descamisados argentinos la lloran en las calles y se apoderan de ella como símbolo de reivindicaciones. Medio siglo después todavía se le rinde culto en las calles de Buenos Aires.
Su cadáver “milagrosamente” embalsamado se conservó intacto. Arrebatado a la veneración popular por los militares, tras el golpe a Perón de 1955, recorrió sótanos y furgones hasta ser envíado secretamente a Milán, Italia, donde lo enterraron con nombre falso. Diecisiete años después pasa a Madrid, entregado a Perón con quien volvería a Argentina en 1973 para descansar en el cementerio de la Recoleta.
A medio siglo de su muerte, Evita Perón ocupa un sitial en la cúspide de la historia política americana.-