Signos indiscutibles de pobreza

Por Juan Bolívar Díaz

            En la medida en que el país comienza a controlar la terrible expansión del coronavirus y la población se acostumbra a convivir con la pandemia, vamos volviendo lentamente a la normalidad, tratando de enfrentar epidemias como el matrimonio infantil, el embarazo de adolescentes, los feminicidios y los accidentes de tránsito, renglones en que aparecemos en  los más altos niveles mundiales, y hasta en el liderazgo, como es la proporción de fallecimientos por accidentes automovilísticos.

            Son signos indiscutibles de la pobreza y el atraso social e institucional, que hace tiempo debimos haber combatido con sólidas y sostenidas campañas preventivas, poniendo por delante la educación en todas sus expresiones. Pero en estos días también se nos revela otro terrible indicador, la miseria de los trabajadores públicos y privados, patente en la docena de salarios mínimos y el costo de la canasta básica, más difíciles de enfrentar en la actual crisis de salubridad, económica y social.

            Es una buena decisión la prohibición legal del matrimonio infantil o adolescente que se discute en el Congreso Nacional, con la aprobación de las instituciones gubernamentales, sociales e internacionales relacionadas con la protección de los derechos y la dignidad de esos segmentos poblacionales. Pero será necesario mucho más que una ley, efectivas medidas de prevención y sobre todo educación para combatir el apareamiento temprano, y aplicar las sanciones a los adultos que utilicen sexualmente a niñas y adolescentes, con o sin que medie la voluntad de la víctima, tal como prescriben nuestros códigos.

            Hay que celebrar la iniciativa legislativa del joven y nuevo diputado José Horacio Rodríguez y la acogida que tuvo en el gobierno y diversos sectores políticos, para prohibir el matrimonio infantil, que sólo es permitido en una veintena de casi 200 países del mundo, entre ellos República Dominicana. Pero hay que ir mucho más lejos porque también tenemos una de las más altas tasas mundiales de embarazos de adolescentes, que condena a la pobreza cada año a millares de niñas y sus tempranos descendientes, con alto costo económico para la salubridad pública y familiar.

            Constituye un enorme bochorno que llevemos años diagnosticando que más del 20 por ciento de las dominicanas quedan embarazadas antes de los 18 años, muchas desde los 10 y 12. Un recién publicado estudio del Fondo de Población de las Naciones Unidas indica que al 2017 la RD registraba una de las más altas tasas de embarazo de adolescentes en el hemisferio occidental, con 94 por cada mil habitantes.  

            Pero la peor noticia de estos días es que el costo de la canasta familiar del quintil más pobre, ahora 17 mil 458 pesos, está casi a la par del mínimo de las grandes empresas, 17 mil 600, y muy por encima de otra decena de salarios mínimos, que incluye los de las medianas y pequeñas empresas, de 12 mil 107 y 10 mil 729 pesos, respectivamente. Muy por encima del mínimo del sector público, situado en 10 mil pesos y promediando 6 mil en los ayuntamientos, y de los emblemáticas sectores de zonas francas, 11,500, y de  hoteles, bares y restaurantes, que oscilan entre 11 mil 600 y 7 mil 490 pesos. 

            Los cálculos indican que más de la mitad de los empleados formales e informales tienen ingresos inferiores al salario mínimo más alto. Ni hablar de los costos promedios, el de la canasta familiar está en 36 mil 584, mientras en los registros de la Tesorería de la seguridad social el sueldo promedio era antes de la pandemia de 23 mil pesos, pero el 80 por ciento de los empleados ganaba menos de esa suma. 

Los informes indican que cientos de miles de trabajadores han perdido sus empleos por el coronavirus y otros tantos reintegrados ahora ganarán menos, lo cual se traducirá en mayores niveles de pobreza, evidenciando la repetida y engañosa ilusión de que ya somos un país de clases medias, casi sin pobreza. 

El Banco Central acaba de “sincerar” su índice de precios al consumidor. Ojalá podamos sincerar también el debate público sobre cómo enfrentar la triste realidad económico social, lo que será difícil cuando ya sectores políticos que gobernaron 16 años consecutivos adelantan que al cumplirse la próxima semana los 100 días del nuevo gobierno, saldrán a las calles a “defender a los pobres”. ¡Que Dios y las 11 mil vírgenes nos amparen!                   

Canto a la esperanza en el 2007

Por Juan Bolívar Díaz

Esta noche cuando el ritmo inexorable del tiempo marque el advenimiento del 2007, dominicanas y dominicanos debemos invitarnos no sólo a la dicha, la salud y el bienestar económico, sino también a la esperanza en que podemos construir un futuro más esplendoroso para todos.

Es preciso y oportuno que hagamos invocaciones por la esperanza de que en este nuevo año podremos avanzar en los esfuerzos por organizarnos mejor como sociedad, distribuir mejor el ingreso y practicar la justicia.

Cuando pasamos balance al año que se nos escapa, llegamos siempre a la conclusión de que son grandes nuestras carencias y degradaciones y muchos y muchas se “achicopalan” y reafirman la tendencia al pesimismo y a considerar el país como el fin del mundo.

Por supuesto que las mejores personas tienen que sentirse siempre insatisfechas, impulsadas a reclamar mejores formas y comportamientos de vida, mayor justicia y equidad, más participación social y más decencia en la vida pública.

Pero son muchos los que cultivan el pesimismo y siendo de los buenos se dejan atrapar por las frustraciones que inhiben las fuerzas espirituales y las voluntades sociales, dando paso al aislamiento y al individualismo. Ciertamente que hay muchas razones para que nos sintamos inconformes y seamos tentados por el sentimiento pesimista. Pero son más las que nos inducen al trabajo creador, a la asociación con los vecinos para sembrar esperanza e incubar nuevas formas de contribuir a mejorar el entorno social.

En los últimos tiempos es recurrente el diagnóstico sobre el decurso degradante en que se encuentran los partidos políticos y con ellos la forma de administrar la cosa pública. Pero nos olvidamos de analizar las limitaciones y carencias del resto de la sociedad.

No podemos referirnos al nivel individual, sino al societario, al de las organizaciones que, además de los partidos, son la expresión viva del conglomerado social, de todos aquellos que se niegan a ser masa amorfa empujada por el tiempo.

Estamos pensando en la “llamada sociedad civil”, que durante el 2006 no parece haber avanzado hacia nuevas formas de participación en la gestión del futuro dominicano. Por momentos parecería que hasta hubo retrocesos y los consorcios sociales redujeron su influencia, ya en el Foro Ciudadano, en la Coalición por la Transparencia y la Institucionalidad o en los diversos bloques sectoriales que en la última década han sido protagonistas de las luchas por la institucionalidad democrática y la justicia.

Ciertos estancamientos y hasta retrocesos son lamentables, tanto como la renuencia de algunos a entender que las sociedades más avanzadas son aquellas en que se multiplican los grupos de ciudadanos y ciudadanas que trabajan por el desarrollo, desde las instancias vecinales y comunitarias, las sindicales, profesionales y empresariales, las religiosas y educativas, las del orden cívico-político y esa inmensa gama de entidades de servicios.

Tal vez hubo exceso de ilusiones sobre la eficiencia de las reformas políticas y sociales, de la justicia y los poderes públicos, que se promovieron en las últimas dos décadas. Y al no ver los frutos esperados algunos deciden tenderse sobre el terreno a llorar frustraciones.

Ojalá que el 2007 marque un nuevo tiempo de reflexión y avances y que podamos renovarnos en la esperanza. Tenemos mucho que reorganizar en el país. Otros lo han logrado y no hay razón para creer que nosotros estamos condenados al atraso y el desorden social. Levantemos nuevos cantos a la esperanza en el futuro esplendoroso que han soñado tantos buenos y buenas dominicanas.-

 

Un doble estándar dominicano

Por Juan Bolívar Díaz

La llamada de atención pública al embajador de Estados Unidos Hans Hertell por parte del gobierno dominicano es una expresión de la hipersensibilidad dominicana cuando se trata el problema de la inmigración haitiana y de un doble estándar, puesto que aplicamos otro rasero en el caso de la también masiva emigración dominicana y latinoamericana hacia esa nación.

Esa hipersensibilidad no es sólo manifiesta en el gobierno, sino también en gran parte de la sociedad dominicana, incluyendo los medios de comunicación que no escatiman calificativos para condenar las políticas norteamericanas de restricción o persecución de inmigrantes, incluyendo el vergonzoso muro en la frontera con México.

Hace varias décadas que el concepto de soberanía nacional se ha reducido en un mundo globalizado, donde los medios de comunicación y el sistema financiero han concretado la aldea global que Marshall Mcluhan auguraba hace medio siglo. La migración, consubstancial a la naturaleza humana y la evolución social, ha roto todas las fronteras, imponiendo una mezcla racial que ningún nacionalismo ni concepto rígido de la soberanía nacional ha podido contener.

Eso lo reconocía el presidente Leonel Fernández en su último discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas cuando dijo que la República Dominicana participa del criterio de que el fenómeno migratorio representa un gran aliado a la causa del desarrollo, pero que en el mundo de hoy hay una contradicción, ya que se promueve la libre circulación de mercancías, capitales y servicios, al tiempo que se establecen rigurosas restricciones a la libre circulación de mano de obra.

Más específicamente nuestro presidente proclamó que “La migración no es ni una invasión de los pobres hacia los países desarrollados ni tampoco una amenaza a la civilización actual. La migración, simple y llanamente, constituye uno de los medios a los cuales siempre han acudido los seres humanos y que se continúan haciendo para alcanzar mayores niveles de bienestar y justicia”.

Seguramente que los senadores Arlen Specter y Jeff Sessions, presidente y miembro de la Comisión de Justicia del senado estadounidense, no consideraron un desconocimiento de la soberanía de su país cuando el presidente Fernández y el canciller Carlos Morales Troncoso les hablaron el 16 de abril pasado sobre el proyecto de ley de inmigración que cursaba en el Congreso de Estados Unidos.

Fue precisamente en la casa de Morales Troncoso donde les expresaron la preocupación del gobierno dominicano por la legislación que en esos momentos se debatía en Washington. El canciller declaró públicamente que “se planteó a los congresistas que República Dominicana cuenta con una población numerosa en Estados Unidos, una parte de ella indocumentada, por lo que el gobierno alberga la esperanza de que se apruebe una legislación justa que plantee soluciones favorables”.

Que sepamos Estados Unidos tampoco reclamó soberanía cuando el 11 de enero pasado nuestro gobierno suscribió una declaración conjunta, junto a Centroamérica, México y Colombia, en la que según comunicado de nuestra cancillería “se acuerda aplicar medidas conjuntas en defensa de los derechos de los migrantes que trabajan en Estados Unidos, e impulsar acciones para brindarles apoyo en sus propios países”.

La declaración planteaba que “debe dársele a todo inmigrante, “sin importar su condición migratoria, la protección plena de sus derechos humanos y la observancia plena de las leyes laborales que les aplican”, al tiempo que prometía “promover mecanismos de difusión para dar a conocer a la sociedad estadounidense la importancia de la contribución de los migrantes para la economía de esa nación”.

Otro comunicado de la Cancillería, del 2 de mayo pasado, daba cuenta de la participación de don Carlos Morales Troncoso, junto a los cancilleres de otras 7 naciones latinoamericanas y miembros de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, en una mesa redonda en Washington sobre la ley migratoria en discusión.

“Antes de que se comentan iniquidades desastrosas con nuestros inmigrantes indocumentados, residentes precariamente en los Estados Unidos, hay que abocarse a examinar fríamente los pro y los contra de una situación que aporta soluciones y genera no pocos desequilibrios en las dos partes vinculadas a este tema tan complejo, tan importante, y al cual necesariamente hay que buscar una salida justa, sabia y oportuna”, planteó allí Morales Troncoso.

Si en algunos de esos pronunciamientos Estados Unidos alegó incursión en sus ámbitos soberanos, no lo supimos. Habría sido confidencial. Por eso la carta pública al embajador Hertell constituye un doble estándar dominicano en materia migratoria. Y dejó claro que sólo en ese ámbito reclamamos soberanía, ya que para nada se aludió a muchas otras expresiones del diplomático sobre problemas dominicanos, incluyendo la corrupción administrativa y la crítica al hecho de que después de 6 años de iniciado el proceso por el PEME, que envuelve a funcionarios del actual gobierno en la malversación de más de mil quinientos millones de pesos, todavía el caso no ha sido conocido en los tribunales.-

El indeclinable amor al empleo público

Por Juan Bolívar Díaz

Como en cada inicio de gobierno asistimos al espectacular drama del desbordamiento de las presiones por alcanzar aunque sea una esquinita del pastel de la administración pública por parte de decenas de miles de militantes y simpatizantes del partido triunfador y sus aliados que “se fajaron en la campaña”.

Una buena parte de los militantes del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) no han podido escapar a esa tentación y en estos días invaden oficinas públicas, desde el Palacio Nacional hasta la más humilde de las direcciones generales, en busca de una colocación en el tren gubernamental.

Una Comisión de Empleo creada en el período de transición ha sido tan obviamente desbordada que el jueves se pidió a los organismos del PLD que envíen las solicitudes de colocación directamente a las instituciones gubernamentales correspondientes. Allí se encargarán de abrir espacio a los que quepan y decir a la mayoría que no hay vacantes. Pero mientras tanto se desconcentrará la presión que sufren Danilo Medina, Lidio Cadet y los demás comisionados para el empleo.

Según se puede interpretar de las expresiones de Cadet, tal como las transcribe El Caribe del viernes, las posibilidades están en franco agotamiento.

Llamó la atención que el exsecretario general del PLD dijera que ya la comisión “resolvió el problema del Comité Central, donde alrededor de 100 de los 300 miembros no habían sido designados en posición gubernamental, así como el de los miembros de las subsecretarías”.

A decir verdad nadie podía creer que los 300 miembros del máximo organismo peledeísta tuvieran necesidad de un empleo gubernamental, a no ser que sea la única forma de engrandecer la nación.

Como un partido de clases medias, se pretendía que muchos dirigentes del PLD eran exitosos abogados, médicos, ingenieros, empresarios y técnicos en la más diversa variedad disciplinaria, con ingresos superiores a los 37 mil 500 pesos mensuales que cobra un secretario de Estado, o de los 30 mil que corresponde al subsecretario, o los 22 mil 500 del director general, o los 18 mil 750 que quedan al subdirector, en todos los casos después que les deducen el 25 por ciento del impuesto sobre la renta.

Ahora como antes se ve a empresarios y profesionales acomodados empeñados en conseguir un asiento en el tren del gobierno, lo que remite irremisiblemente a los tráficos y comisiones a los que históricamente son vinculados los cargos ejecutivos oficiales.

Si eso ocurre en los altos niveles de la política y en uno de los partidos con más prédica de la ética, se puede explicar con facilidad que en los niveles medios y bajos se produzcan arrebatos y asaltos a oficinas públicas como se ha registrado en varios lugares del país en los días recientes, y que la incertidumbre y la agitación hayan paralizado durante dos semanas algunos ámbitos de la administración pública.

Desde luego, no es tampoco que la repartición se haga con plena equidad, sino que se hace presente en función de la predominancia grupal, para el futuro,  como lo denunció el mismo jueves y en la misma página de El Caribe el senador José Tomás Pérez, y lo han hecho con anterioridad los seguidores del doctor Jaime David Fernández.

La ocurrencia nos remite dramáticamente al problema de la hipertrofia en la administración pública que creció en 47 mil empleados durante la anterior gestión del PLD y en más de 60 mil en la reciente del PRD, para bordear los 400 mil empleos.

El presidente Leonel Fernández, como sus antecesores y él mismo hace 8 años, ha comenzado su gestión con la sana intención de reducir la nómina estatal. Esta vez se ha dicho que por lo menos en 80 mil, cosa que obviamente quedará una vez más en promesa, si se atiende al número de los que reivindican sus méritos para ocupar un asiento del tren.

Por eso ya el presidente ha comenzado a vulnerar las promesas concretas de su discurso inaugural. Ya no está designando sólo los dos subsecretarios que establecen las leyes orgánicas. En Interior y Policía, Deportes y Turismo van ocho, siete y seis. En Miami son 5 los vicecónsules designados en un solo decreto. Y numerosos los secretarios de Estado sin cartera. Y aún así las presiones son infernales.

¿Qué hacer? La situación es verdaderamente dramática. Todos convenimos en la necesidad de reducir la hipertrofia nominal, pero nos conformaríamos siquiera con que sea congelada. Pero de nuevo ponemos en duda.

Son demasiado los dominicanos y dominicanas que cifran sus expectativas de ascenso económico y social en un empleo público, con remuneración tan ridícula que un secretario de Estado cobra menos de mil dólares. No hay manera de pretender que en las actuales circunstancias este u otro gobierno pueda prescindir de la repartición.

Lo único que nos queda de esperanza es plantear la necesidad de cambiar la forma de hacer política, reducir la extensión y el costo de las campañas electorales, o que un presidente llegado al poder decida jugárselas todas a cumplir las hermosas promesas de la campaña, en función del supremo interés nacional.

Hasta más allá de la vida

Por Juan Bolívar Díaz

            Tal vez nunca sepamos con exactitud cuántos fueron los dominicanos y dominicanas que perecieron con la caída del vuelo 587 de American Airlines el lunes 12 de noviembre.

            El primer balance hablaba de 175 y la generalidad de los medios se han quedado con esa cifra. Pero desde el principio se advirtió que serían más de 200, porque una parte figuraría como norteamericanos, al haber adquirido esa nacionalidad.

            Un informe posterior de la línea aérea estadounidense muestra un dato sorprendente. Sólo 69 viajaban con documentación dominicana. En cambio, abordo del infausto avión había nada menos que 165 personas con pasaportes norteamericanos, pero de nombres hispanos.

            Seguro que todos o casi todos esos hispano-norteamericanos eran en realidad dominicanos. Por eso venían a su tierra, que seguirá siendo la suya por siempre, más allá de las nacionalidades y de la vida.

            La suma de las dos cifras arroja un balance de 234 personas, que ascienden a 239 con los 5 infantes que venían en brazos de sus madres. El resto del pasaje estaba integrado por 6 norteamericanos no hispanos, 2 taiwanenses y sendos británico, francés, israelí y haitiano. Los 9 tripulantes eran de Estados Unidos. En total 260 vidas.

            La cifra de compatriotas muertos en la tragedia es de cualquier forma apabullante. La mayor registrada en cualquier accidente en la historia de la nación.

               Se trata, en su inmensa mayoría, de personas humildes, de clase media baja y media, que abandonaron el país como pudieron para superar su pobreza y abrirse, junto a los suyos, perspectivas de progreso.

            Acumulaban muchos años enviando remesas. Integrantes del sector laboral más productivo que tiene la nación, responsable de inyectar a la economía cerca de 2 mil millones de dólares por año, cerca de tres veces el valor de las exportaciones dominicanas, exceptuando las de zonas francas.

            Según estimaciones del Banco Interamericano de Desarrollo las remesas de los dominicanos y dominicanas ascendieron a 1877.4 millones de dólares el año pasado. El turismo genera un tercio más de divisas, pero las remesas son netas, sin “todo incluído”.

            Una parte de esos beneficios integran la prosperidad urbana nacional, sustentan a uno de cada cinco dominicanos y generan millares de micros, pequeñas y medianas empresas.

            Los emigrantes dominicanos que se estiman en cerca de un millón en Estados Unidos, Europa, Puerto Rico, Venezuela y muchos otros lugares, son un activo fundamental del crecimiento económico nacional de las últimas décadas.

Dan mucho de sí, hasta después de la muerte, porque ahora las compensaciones que recibirán los familiares de las víctimas del 587 sumarán centenares de millones de dólares, dinero que en gran proporción será invertido en el país.

Por eso una de las formas eficientes de solidaridad con los adoloridos y en general humildes familiares sería que el gobierno dominicano impulsara un programa de asistencia legal. Para que obtengan todo lo posible y para que los abogados no se queden con una gran proporción.

Mientras a todos nos corresponde algún grado de solidaridad con tantas víctimas del infortunio. Nos toca reflexionar sobre sus aportes. Sobre sus esfuerzos de superación. Sobre su condición de exiliados económicos y espirituales, aferrados a un pedazo de recuerdo de la tierra. A retazos de cariño, que no se pierden ni con la otra nacionalidad, ni con los años ni con la transculturización.

Debemos revaluar el trabajo de nuestros emigrantes, de hombres y mujeres. De quienes trabajan 12 y 16 horas por día para ahorrar una parcelita de futuro. En las fábricas, como en la portería, la cafetería, el salón de belleza o el trabajo doméstico. También en los oficios y profesiones de clase media y alta.

Si reflexionamos profundamente tal vez dejemos de responsabilizarlos de nuestra delincuencia y evitemos reírnos de las múltiples expresiones culturales de los domínicos norteamericanos, domínico españoles, domínico puertoriqueños, etcétera.

Y a lo mejor un día logremos que nuestros embajadores y cónsules los traten como ciudadanos y ciudadanas normales, sin verlos como carne de explotación para engrosar los ingresos consulares y que se preocupen realmente por su defensa integral.

Ellos no son más que la extensión de la dominicanidad, con todas sus virtudes y precariedades. Nunca hubiesen querido despegarse de los suyos, pero por la superación desafían la muerte, tanto de ida como de vuelta.

En el vuelo 587 se nos fue en picada un poco de todos los dominicanos. Ojalá que también se haya quemado un poco de nuestros prejuicios, complejos y conflictos de identidad. Para que nos podamos reconocer en esos trabajadores y trabajadoras que ayudan a su tierra hasta más allá de la vida.-

 

Yo también quiero la reelección

       Por Juan Bolívar Díaz

             Ahora que el tema de la reelección ha sido colado nuevamente en el debate nacional, a sólo 7 años de haber sido prohibida por la Constitución de la República, considero llegado el momento de definirme.

            Somos tan reeleccionistas los dominicanos que ese ha sido el objeto de la mayoría de las 35 reformas que ha sufrido la pobre Constitución de la República.

            En base a ella Rafael Leonidas Trujillo, Joaquín Balaguer, Ulises Hereaux y Buenaventura Báez nos gobernaron por más de la mitad de los 157 años que cuenta la República. Tan solo a los primeros dos hay que acreditarle más de medio siglo.

            Sus fanáticos de ayer y de hoy dirán que tuvimos suerte. A ellos se les atribuye que ya el país no sea la aldea de “dos o tres casi ciudades” que nos describiera el genio poético de Héctor Incháustegui Cabral. Aunque con la mitad de la población sumida en la pobreza, nos contamos entre las 10 naciones de más bajo índice de desarrollo humano de las 34 que integran el continente americano.

            Lo grande es que todos ellos, al igual que Horacio Vásquez y otros continuistas efímeros, llegaron al poder jurando combatir la afición reeleccionista de los dominicanos y por su “acendrada fe” en la alternabilidad democrática.

            Pero el gusanillo de la reelección ataca inconteniblemente y es capaz de comerse hasta los más firmes principios. Por eso casi todos los que llegan al poder como antireeleccionistas, terminan intentando la prolongación. Don Antonio Guzmán y Leonel Fernández fueron de los frustrados que no lo lograron.

Aunque la Constitución de entonces no la prohibía, el intento reelecionista le costó la vida al primero porque el sentimiento anticontinuista era muy fuerte en su propio partido. El segundo distrajo una parte de sus enormes energías tratando de cambiar la Constitución, aunque tenía una absoluta minoría del Congreso.

Ahora, aunque tenemos un presidente tan radicalmente antireeleccionista que pretende prohibirla de por vida, ya hay en el Congreso un movimiento para restaurar la posibilidad de “una sola reelección”, como comenzaron todos los continuistas. Después piden otra más y otra y otra, mientras el cuerpo social aguante.

Y si don Hipólito Mejía se descuida, cuando viene a ver, en vez de la prohibición de por siempre, “le imponen” los congresistas “una sola reelección” que será interpretada como no retroactiva por algunos, aunque al final del extenso debate predominará el criterio de que ese principio sólo se aplica a las leyes, no a la Constitución.

Llama la atención que en los tres grandes partidos hay quienes coinciden en rechazar el radicalismo anticontinuista del presidente de turno. Entre ellos Joaquín Balaguer (definido por Mejía como reeeleccionista por genética) y el neocontinuista Leonel Fernández.

Por eso quedan posibilidades de que se restaure la reelección. Aunque tengan que pasarle por encima al Pacto para la Reforma Constitucional que ellos y el presidente Mejía acaban de firmar.

Es por esas razones que creo oportuno definirme sobre el particular. Yo también quiero la reelección, una sola vez, como en nuestro modelo democrático, el de Estados Unidos. Para que no desperdiciemos en solo 4 años la capacidad acumulada en nuestros líderes para dirigir los destinos nacionales.

Y es más quisiera que eso llegara pronto, cuando las instituciones y los poderes del Estado operen siquiera de forma parecida a como lo hacen en Estados Unidos.

Es decir, cuando el presidente de turno no condicione toda la acción gubernamental al afán por lograr la reelección, ni conspire abiertamente contra las demás organizaciones políticas, ni apele al rancio recurso de comprar con el dinero público a legisladores, políticos, periódicos, periodistas y todo lo que sea necesario.

También yo quiero la reelección. Cuando los gobernantes no manipulen las juntas electorales ni pretendan utilizar las fuerzas armadas, la policía, la Liga Municipal, el Congreso y otras instituciones del Estado en función de su deseo continuista.

Cuando los gobiernos dejen de violentar la ley de presupuesto y los mecanismos de control de las finanzas públicas con la creación de “pemes “ y otras cuentas especiales a fin de utilizar a discreción personal y partidaria los escasos recursos de todos.

Yo también quiero la reelección. Cuando el presidencialismo todopoderoso se reduzca a los términos apropiados para el juego democrático y no estemos amenazados hasta de ser privados del sagrado derecho a elegir, a reclamar transparencia y a pedir cuentas de los bienes que encargamos en administración.

Que venga pronto la reelección como en Estados Unidos. Cuando en este país hayamos aprendido a respetar la Constitución y hasta la última de las leyes. Y quien las viole, aunque sea un aspirante a la reelección, tenga que pagar las consecuencias. Reelección ya.-

 

La mentada sociedad civil

Por Juan Bolívar Díaz

             A lo largo de estos últimos años me he contado entre quienes han tenido que llamar la atención en algunos ámbitos de la llamada sociedad civil donde se pretende que todos los males de la nación se deben a los partidos políticos.

            Hay quienes, como los fariseos, sólo ven la paja en el ojo ajeno, sin reparar la viga en el propio. Algunos, incluso de la mejor fe, no acaban de darse cuenta de que en gran medida los partidos son reflejo de la sociedad y que en los más diversos sectores de ésta se reproducen las prácticas autoritarias, la corrupción y la burla de los mecanismos y el ordenamiento democrático e institucional.

            Si los partidos que tenemos fueran tan distantes de nuestra sociedad, ya hace tiempo que habrían sido sustituidos. Ellos nacen, se reproducen y viven de la misma cultura del chanchullo, la imposición y la trampería que predomina a nivel popular, como en las altas esferas empresariales y sociales, o en la clase profesional.

            Ha habido crisis no sólo en los partidos, sino también en el Country Club, en la Asociación Médica (el gremio profesional más antiguo, que data del siglo 19), en el Colegio de Abogados, donde llevan varios años sin poder elegir limpiamente sus dirigentes, o en nuestros sindicatos, en nuestras iglesias y universidades.

            En esta carrera profesional, que ya va siendo larga, he estado muy cerca de los partidos y tuve oportunidad de militar en más de uno, pero pese a mi nítida vocación política, preferí siempre el ámbito de la llamada sociedad civil, primero en organizaciones religiosas y de servicios, en el sindicato y el colegio de periodistas en el mundo académico y en la última década en el movimiento Participación Ciudadana.

            He dado mucho más de lo que he recibido, porque por lo menos una cuarta parte de mi vida activa debe haberse ido en trabajar por la colectividad, sin recibir un centavo, sin pelearme por posiciones.

            Y debo reconocer que he encontrado cada vez más y mejor compañía en estos quehaceres. Y hemos trabajado cerca de los partidos por el mejoramiento de la democracia y la participación, por la limpieza electoral, por el adecentamiento de la justicia y la independencia de los poderes públicos, en el combate de la corrupción.

            En la campaña por una justicia sin política partidista, como en tantas otras habremos cometido errores. Yo mismo he identificado algunos. Pero no traficamos con los principios. Ni fuimos donde el presidente a que nos pusiera abogados relacionados en la Suprema Corte.

            Con transparencia, la coalición de organizaciones sociales presentó por escrito diez nombres de jueces de cortes de apelación y tribunales superiores, sin privilegiar ni promover a ninguno. Buscando fortalecer la carrera judicial. Con la facultad que otorga la ley. No se la entregamos al Presidente ni se habló de ella con él. Lo aseguro yo, que también soy un hombre de palabra y estuve ahí.

            De manera que si alguien propuso al presidente algún amigo o asociado profesional para juez de la Suprema Corte, no fuimos los de la coalición.

            Pero independientemente de quien formulara la propuesta, no se justifica la descalificación que ha hecho el presidente Hipólito Mejía de la llamada sociedad civil, tan diversa como múltiple, donde cabe el bien y el mal, lo sublime y lo ridículo, lo límpido y lo corrompido. Como en los partidos.

            En algunos partidos predomina el criterio de que los puestos públicos y la gestión estatal deben ser patrimonio de quienes se fajan en las campañas electorales.

Tal degeneración no puede llegar al monopolio del derecho a opinar, del reclamo y la participación democrática.

            La exclusión y el rechazo es mucho más fuerte de los partidos hacia la llamada sociedad civil, que viceversa. Sobre todo en la medida en que desde la última se reclama menos corrupción, menos repartición del patrimonio, más coherencia con lo que se promete mientras se fajan en las campañas.

            Sin caer en las descalificaciones tenemos que seguir sosteniendo que los gobernantes y representantes se deben a los electores, que estos deben organizarse no sólo en partidos, sino en todo género de instituciones, para participar, proponer, opinar y reclamar que los que se fajaron en las campañas nos escuchen y nos rindan cuenta del mandato recibido.-

 

 

 

 

Las campanas doblan por todos

Por Juan Bolívar Díaz

             Es difícil que alguna otra vez en la conturbada historia de la violencia y el odio humano haya habido un dolor tan colectivo como el que embargó a los seres sensibles en la terrible jornada del martes 11 de septiembre.

            Nunca como ahora el redoble de las campanas había sido tan propio de la colectividad humana. Y es que nunca habíamos asistido a un acto tan bárbaro de destrucción y muerte colectiva, en el corazón de una de las principales ciudades del mundo, a la vista universal.

            La globalización de las comunicaciones nos hermanó en el dolor y el sufrimiento, con aquellas escenas dantescas de los aviones penetrando las torres gemelas, de los atrapados en los pisos por encima de las explosiones lanzándose al vacío, seguidos por las cámaras de televisión, de las tremendas obras de la ingeniería desmoronándose irremisiblemente.

            Nunca se podrá escribir toda la angustia y el sufrimiento que conllevaron aquellos acontecimientos de muerte y destrucción. No solamente para las víctimas directas, sino para los cientos de millones de personas que asistíamos impávidos e impotentes al dantesco espectáculo.

            Por momentos nos parecía que lo que presenciábamos no era real, sino escenas conocidas de tantas cintas cinematográficas que rinden culto a la violencia y enseñan a secuestrar autobuses, trenes y aviones, a derrumbar edificaciones y a sembrar el pánico en terminales aéreas o en ciudades consumidas por inmensas lenguas de fuego.

            Una de las consecuencias positivas que debería arrojar la tragedia es una reducción de la violencia que se difunde en la cinematografía y la televisión universal, en gran proporción manufacturada por los productores norteamericanos.

            Pero por el momento lo que ocupa mayormente la atención de todos es la sed de justicia, que no es sólo del pueblo norteamericano, sino del mundo todo. Por sentido de solidaridad humana y porque allí entre los hierros retorcidos de las torres gemelas de NuevaYork hay sangre de todas las razas, y probablemente de decenas de naciones.

            Tal vez nunca sabremos cuántos fueron las víctimas, ni cuántos dominicanos y dominicanas fueron sacrificados allí por el desbordamiento del fanatismo, por los fundamentalismos y los odios que todavía se erigen como muros insalvables entre pueblos y culturas.

            Por muchas razones tenemos que acompañar a los norteamericanos en su inmenso dolor y expresarles nuestra solidaridad humana y nuestro anhelo de justicia. Pero también todos tenemos que ayudarlos a superar la tragedia y a evitar engrosar los caudales de odios y venganzas que cruzan fronteras y continentes.

            Si grande es la sed de justicia, también lo son las dificultades de identificar y aislar un enemigo escurridizo, que se asienta sobre diferencias y fanatismos que afectan a millares de personas, la inmensa mayoría de ellas sumidas en la ignorancia y en la miseria.

            Deberá hacerse todo el esfuerzo por localizar a los responsables, sobre todo a los autores intelectuales, puesto que ya el fanatismo se llevó a la tumba a una veintena de fanáticos inmolados en el altar del odio y el desenfreno genocida.

            La civilización norteamericana no puede rebajarse al nivel de los fanatismos y el terrorismo sembrando el espanto entre multitudes de cualquier signo religioso o credo político.

            Todos saldremos afectados por estos tristes acontecimientos promotores de tendencias militaristas y guerreristas, que obligarán a invertir miles de millones de dólares en busca de la seguridad perdida, que encarecerán los viajes y afectarán el turismo y muchas otras actividades humanas.

            En el corto plazo, y hasta que las heridas puedan ser restañadas, el desastre de Nueva York y Washington se reflejará en mayores tendencias xenofóbicas, en acento de los prejuicios y las discriminaciones raciales, en chauvinismos y exclusiones.

            La convivencia entre pueblos y culturas salió profundamente herida del montón de escombros en que fue sumida la ciudad de Nueva York, y se requerirá grandes energías mucho tiempo para que podamos superar los traumas.

            Al caer esta aciaga semana de septiembre el espíritu se constriñe con la conciencia de la inmensa vulnerabilidad de la condición humana, mucho más allá del poder militar y económico, en un mundo profundamente tenso y desigual, que acumula demasiado riquezas y conocimiento por un lado y miserias e ignorancia por el otro.

            Que el redoble de las campanas martille la conciencia de la nueva solidaridad en que habrá de asentarse un día una civilización menos violenta y más solidaria.-

Profesor Juan Bosch: Precursor de la democracia social

Por Juan Bolívar Díaz

           No fue la obra perfecta de la naturaleza que algunos de sus devotos han pretendido. Sus deficiencias y errores políticos han quedado suficientemente expuestos ante cualquier analista. Pero el profesor Juan Bosch fue un hombre cabalmente honrado, intransigente en los principios, un tremendo trabajador intelectual y de la política y un precursor de la democracia social. Además de uno de los más trascendentes escritores dominicanos de todos los tiempos.

            Desde que retornó al país tras su largo exilio antitrujillista, Bosch se convirtió en el profeta adelantado a la sociedad de su época que sembró semillas de una democracia con justicia social, convirtiéndose en maestro de toda una generación que emergía a las luchas políticas, tras el inmenso silencio de la dictadura.            

            Uno de sus más notables errores fue que pese a su conciencia sobre “el atraso social” y la “arritmia política” de los dominicanos, no pudo sintonizar con la realidad cuando le tocó ejercer efímeramente el gobierno, y a pesar de sus luces y capacidades organizativas, jamás logró usar el poder político para desde él promover la nueva sociedad que anticipaba.

            Probablemente porque tenía miedo, ciertamente miedo, a caer en las garras de la descomposición, de la corrupción, de la incoherencia y las complacencias en que han devenido tantos predicadores de la democracia y la justicia, desde que les toca ejercer el poder en nuestros países. O porque tenía conciencia de lo difícil que es gobernar con apego a los principios y a los valores, cuando la política es concebida como peldaño para encumbrarse sobre los demás, no para “servir al pueblo”.

            Probablemente Juan Bosch prefirió quedar como Hostos, “ el sembrador”, y no afrontar las debilidades con que los partidos dominicanos asumen el ejercicio del gobierno, doblegándose ante los poderes fácticos, renegando de los principios y programas que sustentaron desde la oposición y en las campañas.

            Desde luego, muchos no le darán crédito por haber sido intransigente en la defensa de sus planteamientos de justicia, en el libre pensamiento que no hace concesiones a los dogmas religiosos y sociales y hasta en su concepción de soberanía, demasiado radical para su época, sobre todo en la etapa de la guerra fría que en el “Caribe Imperial” fue casi siempre caliente.

            Y entre quienes no le darán ese crédito se contarán hasta muchos de los que le siguieron ciegamente, pero que tan pronto el perdió los controles esenciales comenzaron a transitar los nuevos caminos del realismo político, transando y pactando a diestra y siniestra y contradiciendo los valores que encarnó el maestro político. Tampoco los que hace tiempo se casaron con los viejos caminos del oportunismo político y la corrupción.

            El juicio a Juan Bosch será siempre un juicio a la sociedad dominicana del siglo veinte, con sus enormes atrasos y contradicciones. Sociedad casi feudal, con enormes complejos y confusiones de identidad, que van de lo cultural a lo racial, pasando por la pantalla social y esa pretensión de vivir como ricos en medio de la pobreza.

            A él se le debe cuestionar si habiendo comprendido la naturaleza y los atrasos de la sociedad de su época, no estaba llamado a actuar con mayor paciencia y constancia para impulsar cambios limitados, progresivos, sin apuntar a los vuelcos espectaculares que él quiso ejecutar en el escenario político y social.

            Tal vez su carácter, a menudo difícil, autoritario y avasallante, no lo ayudó. En sus momentos de ternura él trataba de compensar sus limitaciones humanas, pero se requería una paciencia de la que él carecía para salir adelante, conteniendo ambiciones desenfrenadas, falta de visión y de dedicación.

            En Bosch la política venció al escritor, sobre todo al cultor de la narrativa de su primera mitad de vida. Con todo, su obra, literaria y de intepretación social y didáctica, es un extraordinario legado que lo inscriben para siempre en la historia de las letras nacionales.

            Incansable trabajador, se lleva el mérito de haber sido fundador de dos de los más influyentes partidos políticos de la historia nacional. Austero, frugal, sin más vanidades que las derivadas de su inocultable prepotencia intelectual, el profesor Juan Bosch pasó sobradamente la prueba de su época y trasciende las podredumbres de la política. Sin robar ni matar, sin atropellar ni claudicar.-

 

Ivelisse Prats Ramírez de Pérez: Cincuenta años de magisterio

Por Juan Bolívar Díaz

Con gran satisfacción asistimos la noche del miércoles al reconocimiento que un comité de discípulos y amigos rindió a la profesora Ivelisse Prats Ramírez de Pérez, con motivo de haber cumplido medio siglo en un magisterio que le durará hasta el último hálito de vida, que para eso vino al mundo, y ella lo ha asumido con abnegación.

Ciudadana, esposa, madre y maestra sin tregua ni plazos merece en vida los mayores reconocimientos como forjadora de hombres y mujeres libres, a través de un ministerio del nivel medio y universitario, por ser militante de la política límpida y trascendente y del gremialismo llamado a ennoblecer la vida y el trabajo de los maestros.

Tuve el privilegio de conocer a la profesora Prats Ramírez en 1960 en las aulas del liceo secundario nocturno Eugenio María de Hostos, cuando ella emergía de las tinieblas y el silencio, montada ya en su estrella de educadora e ideóloga.

Aquella escuela ya hervía de fervores libertarios, gracias a su proximidad con el impetuoso templo político que Máximo López Molina se atrevió a montar a tres cuadras de allí, en la Avenida Duarte. Avida de aventuras, la muchachada del liceo, merodeaba en los alcances de los altoparlantes emepedeístas buscando sustento a la rebeldía latente.

Nunca como entonces la Librería de la Rosa, que estaba a media cuadra en la acera de enfrente del MPD, había tenido tantos “clientes” simulando hojear los libros, para justificar su asistencia a aquellas prédicas, que desde luego se debatían a hurtadillas en los pasillos, patios y baños del liceo.

Emergió entonces una pléyade de profesores de altos vuelos, entre ellos José del Carmen Rodríguez, precursor encantador de multitudes en la libertaria calle El Conde del 1961, Juanita Gómez e Ivelisse Prats Ramírez de Pérez. Hubo otro, Jerez Cruz, que levantó algarabía cuando apareció entre los cuadros directivos del MPD, para sumergirnos poco después en una de las primeras decepciones políticas cuando se supo que era un “calié” infiltrado.

Ivelisse encantaba con sus proposiciones idealistas y promoción del más puro humanismo. Pero levantaba polémicas, pues no entendíamos aquel lenguaje en la hija única de Francisco Prats Ramírez, quien había sido hasta presidente del “glorioso” Partido Dominicano.

Aquella joven maestra por vocación y decisión, que todavía no había cursado su carrera universitaria, era consciente de las limitaciones que comportaba su apellido. Y probablemente por eso hizo más esfuerzo por ganar credibilidad, vinculándose directamente con las actividades extracurriculares de los alumnos, en el arte como en los deportes.

Ya divorciada de su primer esposo, arrastraba a sus hijos por los caminos del alumnado, estableciendo afectos y ganando una confianza que jamás sería perturbada. Porque para siempre habría de ser la sencilla maestra reivindicadora de los valores espirituales y de la trascendencia en el tiempo y sobre lo efímero y material.

Ninguno de sus alumnos resultó sorprendido cuando tras el desembalse político de 1961 se incorporó a las lides del Partido Revolucionario Dominicano, militando en sus núcleos ideológicos, promotora del sustento político social demócrata, atajadora de desbordamientos y ambiciones, sustentadora de un discurso siempre más arriba del inmediatismo y el oportunismo que tanto han corroído la política de nuestro tiempo.

Como alumna y profesora de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, como fundadora de la Asociación Dominicana de Profesores, como política y funcionaria pública, Ivelisse Prats Ramírez ha sido mujer de una sola pieza, intransigente en la defensa de la educación para la libertad, lazo de unidad y generosidad.

Vibramos los alumnos que el miércoles volvimos a escuchar su voz poderosa y límpida reiterando su apego a los valores trascendentes y su fe en la supervivencia de los planteamientos ideológicos. Y la recordamos maestra y amiga por todas estas décadas que nos van cayendo encima.

Celebramos su recuperación después de algunas semanas de postración física, ella que desde los ojos a los pies, ha lucido siempre tan físicamente endeble, indefensa y vulnerable, pero espiritualmente tan firme y superviviente.

Salve profesora. Los alumnos de los primeros años te saludamos. Y te deseamos aún larga vida y mayores realizaciones, en la libertad y para la libertad, como en aquellos tiempos en que anhelábamos encontrar voces de aliento que nos ayudaran a levantarnos sobre las tinieblas y a encender antorchas definitivas. Las tuyas no se apagan ni con los vientos huracanados que tanto soplan en estas latitudes, sin embargo colocadas en el mismo trayecto del sol, como nos dijo entonces el inolvidable poeta don Pedro Mir.-