Por Juan Bolívar Díaz
Ahora que el tema de la reelección ha sido colado nuevamente en el debate nacional, a sólo 7 años de haber sido prohibida por la Constitución de la República, considero llegado el momento de definirme.
Somos tan reeleccionistas los dominicanos que ese ha sido el objeto de la mayoría de las 35 reformas que ha sufrido la pobre Constitución de la República.
En base a ella Rafael Leonidas Trujillo, Joaquín Balaguer, Ulises Hereaux y Buenaventura Báez nos gobernaron por más de la mitad de los 157 años que cuenta la República. Tan solo a los primeros dos hay que acreditarle más de medio siglo.
Sus fanáticos de ayer y de hoy dirán que tuvimos suerte. A ellos se les atribuye que ya el país no sea la aldea de “dos o tres casi ciudades” que nos describiera el genio poético de Héctor Incháustegui Cabral. Aunque con la mitad de la población sumida en la pobreza, nos contamos entre las 10 naciones de más bajo índice de desarrollo humano de las 34 que integran el continente americano.
Lo grande es que todos ellos, al igual que Horacio Vásquez y otros continuistas efímeros, llegaron al poder jurando combatir la afición reeleccionista de los dominicanos y por su “acendrada fe” en la alternabilidad democrática.
Pero el gusanillo de la reelección ataca inconteniblemente y es capaz de comerse hasta los más firmes principios. Por eso casi todos los que llegan al poder como antireeleccionistas, terminan intentando la prolongación. Don Antonio Guzmán y Leonel Fernández fueron de los frustrados que no lo lograron.
Aunque la Constitución de entonces no la prohibía, el intento reelecionista le costó la vida al primero porque el sentimiento anticontinuista era muy fuerte en su propio partido. El segundo distrajo una parte de sus enormes energías tratando de cambiar la Constitución, aunque tenía una absoluta minoría del Congreso.
Ahora, aunque tenemos un presidente tan radicalmente antireeleccionista que pretende prohibirla de por vida, ya hay en el Congreso un movimiento para restaurar la posibilidad de “una sola reelección”, como comenzaron todos los continuistas. Después piden otra más y otra y otra, mientras el cuerpo social aguante.
Y si don Hipólito Mejía se descuida, cuando viene a ver, en vez de la prohibición de por siempre, “le imponen” los congresistas “una sola reelección” que será interpretada como no retroactiva por algunos, aunque al final del extenso debate predominará el criterio de que ese principio sólo se aplica a las leyes, no a la Constitución.
Llama la atención que en los tres grandes partidos hay quienes coinciden en rechazar el radicalismo anticontinuista del presidente de turno. Entre ellos Joaquín Balaguer (definido por Mejía como reeeleccionista por genética) y el neocontinuista Leonel Fernández.
Por eso quedan posibilidades de que se restaure la reelección. Aunque tengan que pasarle por encima al Pacto para la Reforma Constitucional que ellos y el presidente Mejía acaban de firmar.
Es por esas razones que creo oportuno definirme sobre el particular. Yo también quiero la reelección, una sola vez, como en nuestro modelo democrático, el de Estados Unidos. Para que no desperdiciemos en solo 4 años la capacidad acumulada en nuestros líderes para dirigir los destinos nacionales.
Y es más quisiera que eso llegara pronto, cuando las instituciones y los poderes del Estado operen siquiera de forma parecida a como lo hacen en Estados Unidos.
Es decir, cuando el presidente de turno no condicione toda la acción gubernamental al afán por lograr la reelección, ni conspire abiertamente contra las demás organizaciones políticas, ni apele al rancio recurso de comprar con el dinero público a legisladores, políticos, periódicos, periodistas y todo lo que sea necesario.
También yo quiero la reelección. Cuando los gobernantes no manipulen las juntas electorales ni pretendan utilizar las fuerzas armadas, la policía, la Liga Municipal, el Congreso y otras instituciones del Estado en función de su deseo continuista.
Cuando los gobiernos dejen de violentar la ley de presupuesto y los mecanismos de control de las finanzas públicas con la creación de “pemes “ y otras cuentas especiales a fin de utilizar a discreción personal y partidaria los escasos recursos de todos.
Yo también quiero la reelección. Cuando el presidencialismo todopoderoso se reduzca a los términos apropiados para el juego democrático y no estemos amenazados hasta de ser privados del sagrado derecho a elegir, a reclamar transparencia y a pedir cuentas de los bienes que encargamos en administración.
Que venga pronto la reelección como en Estados Unidos. Cuando en este país hayamos aprendido a respetar la Constitución y hasta la última de las leyes. Y quien las viole, aunque sea un aspirante a la reelección, tenga que pagar las consecuencias. Reelección ya.-