Venceréis, pero no convenceréis

 Por Juan Bolívar Díaz

             Al comenzar el Libro Tercero de su extensa como minuciosa historia sobre La Guerra Civil Española, el escritor británico Hugh Thomas narra el histórico encuentro entre el filósofo y humanista vasco Miguel de Unamuno, entonces Rector de la Universidad de Salamanca, y el general Millán Astray en los finales de 1936 cuando España comenzaba a ser consumida por aquel conflicto que cobró cientos de miles de vidas y abrío de par en par las puertas para la inconmensurable matanza que fue la Segunda Guerra Mundial.

            En el paraninfo de la Universidad de Salamanca se conmemoraba el 12 de octubre el Día de la Raza, con una ceremonia que presidía el Rector, a unas cuadras del Palacio Azobispal donde el general Francisco Franco había instalado su cuartel general por invitación del obispo.

            Entre los presentes se contó al general Astray, fundador de la Legión Extranjera, importante asesor de Franco, quien ya había perdido un ojo, un brazo y los dedos de la otra mano. Un mutilado físico y espiritual que había impreso en la guerra el horripilante grito de ¡Viva la Muerte!

            Tras varios discursos laudatorios de la violencia y las exclusiones en que España iba quedando presa mientras los ejércitos nacionalistas se abrían trochas en el cuerpo de la República, se escucharon allí los estertores de Astray y sus legionarios, vivando el exterminio y en despectivo rechazo de la inteligencia y los intelecutales.

            Fue una auténtica provocación a la integridad moral y espiritual de Unamuno, quien más bien se había ubicado del lado de la conspiración monárquica franquista al comienzo de la guerra, pero no concedía tregua ni territorio alguno a la violencia destructiva ni al canto a la muerte.

            Cuando el acto estaba por concluir todas las miradas se dirigían hacia el filósofo, quien tras levantarse lentamente advirtió que “estais esperando mis palabras. Me conoceís bien y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir. Porque el silencio puede ser interpetado como aquiescencia”.

            Unamuno no dio demasiadas vueltas para irse directamente al corazón del general Astray: “acabo de oir el necrófilo e insensato grito “¡viva la muerte!”. Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban las iras de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente”.

            El rector continuó sin dar respiro: “el general Astray es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero, desgraciadamente, en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor”.

            Thomas narra que el general Astray no pudo contenerse más y lanzó sus gritos de guerra: “¡mueran los intelectuales! ¡Viva la muerte!”

            Don Miguel de Unamuno tuvo que elevar su voz para desafiar el coro de los falangistas que con José María Pemán a la cabeza gritaban improperios contra la independencia de pensamiento y en respaldo al comandante.

            La voz del filósofo se elevó más augusta que nunca proclamando: “este es el templo de la inteligencia Y yo soy su sumo sacerdote. Estais profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitariais algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España. He dicho”.

            El historiador cuenta que Unamuno llegó a ser encañonado por aquellos fanáticos y salió vivo de aquel trance, porque la esposa de Franco, allí presente, le extendió un brazo protector. Las acusaciones de traidor y la petición de renuncia a la rectoría por parte de la junta de la universidad, lo recluyeron en su residencia, hasta su muerte diez semanas después.

            Thomas dice que don Miguel “murió con el corazón roto de pena el último día de 1936. La tragedia de sus últimos meses fue una expresión natural de la tragedia de España, donde la cultura, la elocuencia y la creatividad estaban siendo reemplazadas por el militairsmo, la propaganda y la muerte. Poco después hubo un campo de concentración para prisioneros republicanos llamado Unamuno”.

            España fue hundida en los abismos de la muerte y la abominación de la inteligencia, en medio de la irresponsabilidad de los gobiernos europeos que se lavaron las manos cuando el nazi-fascismo ensayó sus poderosas armas de guerra en la tierra de Cervantes, abriendo de esa manera las puertas para que la muerte entrara en grande por todas las fronteras del continente y se llevara más de 50 millones de seres humanos en la inmensa tragedia que fue la Segunda Guerra mundial.

            El militarismo denunciado por don Miguel de Unamuno se apoderaría del mundo. Su advertencia sobre la supremasía de la fuerza sobre la inteligencia, están vivas y deben ser una lección en la hora que vive la humanidad.-