Veámonos en el espejo del tráfico vehicular

Por Juan Bolívar Díaz

          Una de las más precisas y contundentes muestras de la anarquía de la sociedad dominicana es la forma en que se conduce el tráfico vehicular en la ciudad de Santo Domingo y en otras urbes de la República, que llama poderosamente la atención de nuestros visitantes, especialmente si provienen de naciones de naciones más desarrolladas.

            La situación del tránsito de vehículos en esta capital está alcanzando ribetes alarmantes y toca hace tiempo los nervios y la razón de muchas personas que no acaban de acostumbrarse a esta competencia feroz a quién desarrolle más habilidades para violentar no sólo las leyes y reglamentaciones, sino también las más elementales normas de la convivencia y la decencia.

            No es que tengamos demasiado vehículos, como algunos creen. Hay decenas de ciudades del mundo con mayor volúmen vehícular en un área de circulación menor. Es que nosotros violamos todas las reglas con tal sistematicidad que se hace más lenta la circulación. Queremos avanzar cuando no debemos y el mayor incentivo para ir lentos parece ser una luz verde en el semáforo próximo. Entonces no es nada insólito ver automovilistas marchar “pisando huevos”, hasta que ven la luz amarilla. Entonces aceleran para pasar finalmente en rojo, dejando detrás una cadena de maldiciones.

            Una de las más notables habilidades dominicanas es la de abrir nuevos canales de circulación, aún sobre la vía contraria y de crear un segundo –y hasta tercero- doblaje a la izquierda, a veces en direcciones que no tienen más que dos carriles. Lo más grandioso es que muchas veces los del “carril” extremo derecho van a doblar en U, con lo cual cierran el paso a quienes estaban en el canal correcto para seguir en ángulo de 90 grados, a menudo mucho más tiempo del razonable. Porque los abusos hacen esa operación muy lenta.

            Definitivamente parece que hemos perdido la capacidad para entender que las filas deben ser respetadas. Una gran parte de nuestros conductores y choferes creen que eso es cuestión de peatones. Y hasta personas insospechadas que jamás osarían violentar una fila en un banco o en cualquier otro servicio, corren de prisa a colocarse a la cabeza del tránsito, aunque tengan que invadir el carrilo contrario y cerrar el paso a todos los demás.

            Es que calculamos que el poder del automóvil autoriza cualquier atropello a la buena educación y la cortesía. Muchos porque piensan que no los ven, o porque llevan sus vidrios entintados, lo que pretege su identidad, en violación a la ley desde luego, y les permite ejecutar, sin ruborizarse, cualquier indecencia.

            En ocasiones he visto y sufrido a personas de altos niveles de ingreso y educación cruzar sus automóviles en medio de la calle, teniendo un entaponamiento al frente, para de esa manera impedir también la circulación transversal. Como si proclamaran que nadie debe avanzar ya que ellos no pueden hacerlo. Si se les ruega que adelante un poquito o retrocedan para uno cruzar por una brecha, hay quienes no entienden o se hacen los ciegos y sordos.

            El resultado es la creciente cantidad de accidentes y de muertes en las calles, una verdadera epidemia nacional que alarma y debería motorizar una campaña en doble sentido: por un lado de educación y por el otro de sanción a los violadores de la ley.

            En una ocasión dije al presidente Leonel Fernández que estaba dispuesto a trabajar honoríficamente para su gobierno, ayudando a planificar una campaña educativa sobre la circulación vial, que debía ir pareja con profundas transformaciones en los alcances de la Policía Metropolitana del Transporte. Lo mismo dije hace menos tiempo a loa vicepresidenta Milagros Ortiz Bosch. Y estoy seguro que muchos ciudadanos y ciudadanas más estarían dispuestos a dar su tiempo y talento en una cruzada como esa.

            Pero tiene que ser un plan integral, que abarque a los planificadores y organizadores de la circulación, a los agentes de prvención y a patrullas de persecución y sanción, mientras se difunde masivamente por radio y televisión una campaña educativa. Y se llenan las carreteras y vías de avisos, en vez de tanta basura política y comercial incontrolada. Y se impide que negociantes y constructores se roben un carril en beneficio particular.

            De nada nos servirá seguir invirtiendo enormes sumas de dinero en pasos a desnivel y elevados, en puentes, y en ampliación y mejoramiento de calles y avenidas, si no podemos educar y hacer cumplir las normas.

            Y será un absurdo que sigamos invirtiendo en semáforos, brutos o inteligentes, como hemos hecho últimamente cuando se han destinado 20 millones de dólares a la compra de esos aparatos, si no es para que los respeten, o si luego los agentes de AMET en vez de perseguir a los violadores de la ley se dediquen a dirigir ellos el tránsito, por encima de las señales lumínicas, como en los mejores tiempos de conchoprimo.

            Y todavía aparece gente capaz de sostener que los agentes despachan más eficientemente la congestión vehicular. Si fuera así, en las grandes ciudades del mundo en vez de semáforos veríamos policías de tráfico, como hace décadas.

            Sin el menor rubor debo confesar que este artículo es un grito desesperado, ocasionado por el estrés que sufro al circular por las calles de mi ciudad, y a la impotencia con que he visto vehículos marchando de reversa en los elevados de la Kennedy y la 27 de febrero. Créanmelo que he visto eso dos veces ultimamente.-