Una sola España, aunque diversa

Por Juan Bolívar Díaz

Merece ser celebrada la revalidación del gobierno del presidente José Luis Rodríguez Zapatero y del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) conseguida en las elecciones del pasado domingo desechando y espantando el espectro de las dos España que algunos se empecinan en revivir.

Celebración de una reelección de un partido empeñado en rescatar la coherencia ideológica, que apostó y arriesgó con la concreción de proyectos de igualdad y respeto por la diversidad, acordes con una herencia histórica y reivindicaciones aplazadas. Reelección conseguida sin disipar un solo euro del patrimonio común de todos los españoles. Donde no jugó el Estado ni un nuevo caudillo, sino un partido que enarbola principios ideológicos y los pone en juego.

El resultado electoral del domingo fue un triunfo de la razón frente a aquellos que persisten en poner un sello confesional en un cuerpo social que lo rechaza, elemento desencadenante de tragedias en un pasado que la gran mayoría de los españoles no querrá reeditar.

Se ha intentado de nuevo dividir a España en dos y –eso sí de lamentarse- el resultado de las urnas mantiene vivo el fantasma por cuanto acentúa la bipolarización con la pérdida de representación de Izquierda Unida y de los nacionalistas vascos y catalanes, víctimas del predominio del “voto útil”.

Es impresionante el mapa político dibujado en las urnas con los socialistas dominando el sur, el nordeste y el norte vasco y los conservadores con una franja transversal central desde el noroeste al sudeste, abarcando Madrid.

Aunque fue la segunda derrota consecutiva para el Partido Popular y su candidato Mariano Rajoy, no ha sido por eliminación, sino por decisión dividida de los electores y electoras. Ambos partidos crecieron y los ganadores se quedaron a seis escaños de la mayoría absoluta de los diputados. Podrán gobernar ahora con menos presión, gracias a una política de inclusión de las minorías que choca con la exclusión de la derecha.

Pero no podrán los socialistas llamarse a engaño ni sobre-estimar su situación. El PP seguirá siendo un gran partido, representante genuino de las fuerzas tradicionales del autoritarismo y las exclusiones, que reconoce la diversidad pero no la respeta y la quiere anular en una época en que el mundo se ha fraccionado. Hoy el número de naciones duplica al que había cuando la guerra dividió a España.

Ahora el desafío es mayor para Rodríguez Zapatero y el PSOE que tendrán que afianzar el Estado democrático y social que se dieron los españoles y españolas en la histórica transición de la segunda mitad de los setenta, apelando a las energías renovadoras de aquellos días que permitieron lanzar a España al centro mismo de Europa, las del rey Juan Carlos y el presidente Adolfo Suárez,  de Santiago Carrillo, Manuel Fraga y Felipe González, de Enrique Tierno Galván y  Leopoldo Calvo Sotelo.

El mantenimiento del PSOE en el poder se puede celebrar porque ese partido ha sido el que más ha aportado al progreso y a la modernización de España, la que ha gobernado en dos tercios de la actual etapa democrática, no sin errores y extravíos, pero mostrando capacidad para rectificar.

Y también porque los socialistas son los más consecuentes y sinceros frente a las legiones de inmigrantes, más de cien mil de ellos dominicanos y dominicanas, a quienes plantean incorporar, incluir en la vida y el bienestar español, al que ellos están contribuyendo.

En España hay motivos para celebrar, por la diversidad, el rescate de los planteamientos ideológicos, y del sentido de justicia, porque allí se promete gobernar de verdad para todos los españoles y españolas, pero especialmente para los que no tienen de todo, como planteó Rodríguez Zapatero a la hora de la victoria.