Una simple división de honores

Por Juan Bolívar Díaz

        Un político y legislador preguntaba esta semana con una mezcla de cinismo y alegría dónde meterían la cara los dirigentes de la “llamada sociedad civil” cuando el Congreso Nacional acabe de aprobar la ley de convocatoria de la asamblea revisora de la Constitución.

            Resistí la tentación de darle la respuesta correspondiente, con una mezcla de pena y alegría de la vida, a la vez, sabiendo que todavia me quedaba este medio para hacerlo, como al efecto procedo inmediatamente.

            En primer lugar, corresponde precisar que hay muchísimas sociedades civiles, tantas como grupos organizados hay en la nación, de todas las categorías sociales, éticas y políticas. También hay muchísimas sociedades políticas, partidos de todas las categorías, aunque en los últimos tiempos se van igualando a una velocidad que espanta.

            Desde luego, él no se refería a los grupos tradicionales de la sociedad civil que toda la vida han dominado el quehacer económico y político. El diputado quería confrontar a los nuevos actores políticos que en los últimos años han irrumpido en la vida pública para reclamar transparencia y rendición de cuentas, para rechazar la purulencia y el salvaje realismo político en que ha sido convertida la política, esa ciencia que para el padre de la patria es la más digna de ocupar las mentes humanas.

            Esos nuevos actores sociales no están compitiendo por el poder político ni aspiran a ser diputados ni presidentes. Pero están cansados de ver apacibles cómo los políticos descuartizan la nación y se la reparten, burlándose consecutivamente de la pobreza de las grandes mayorías que en cada contienda electoral cifran en ellos miles de esperanzas.

            Desde luego, muchos de esos actores terminarán desesperanzados y volverán a sus actividades particulares, otros se desesperarán y concluirán frustrados en cualquier aventura de competencia imposible con el rentismo y el clientelismo políticos.

            Pero hay una generación que lee con clarividencia los renglones de la historia social y política y sabe que las luchas por convertir al pueblo en protagonista, son de amplio aliento y largo plazo, y que en la persistencia está la sobrevivencia y la realización.

            No hay victoria completa ni de corto plazo. Los avances sociales, lamentablemente, son muy lentos, toman generaciones para sentirse y afianzarse, después de innumerables escaramuzas, de paradas, retrocesos y nuevos alientos.

            En los últimos años hemos tenido muchos avances en el proceso de fortalecimiento institucional democrático. Y también vaivenes que parecen retrocesos. Pero faltan todas las batallas inmaginables para lograr el estadio de participación, justicia y prosperidad necesario.

            Algunos de visión muy corta ven derrotas donde al fin de cuentas se han producido victorias, cuando no una simple división de honores, como se dice en los deportes.

            Hubo quienes creyeron que la sociedad civil perdió la batalla cuando el año pasado eleigieron tres nuevos jueces supremos. Y no fue así, sólo uno provino del ámbito político partidista. Perdieron más los que aspiran a repartirlo todo atendiendo a la militancia partidista.

            Ahora con lo de la reforma constitucional está ocurriendo igual. Para obtener una victoria en la restuaración de la reelección presidencial, sus promotores tuvieron que resignarse a respetar la inamovilidad de los jueces y olvidarse de la autoprolongación de su período.

            Los opositores de la reforma no pudieron evitarla, pero lograron moderarla considerablemente y volvieron a mostrar una gran capacidad de acción, pese a sus escasos recursos y a competir en desventaja con quienes disponen de los recursos del poder sin los menores escrúpulos.

            Tampoco se trata de idealizar la situación al grado de no reconocer tropiezos. Hay un retroceso al volver al reeleccionismo que ha castrado el desarrollo de la democracia en nuestro país. Y ello implicará mayores responsabilidades para los promotores de la transparencia electoral y democrática. Porque sin dudas si hay repostulación presidencial, habrá menos limpieza y equidad electoral.

            Pero tampoco se acabará el mundo ni se han perdido todas las batallas. La reducción del porcentaje para ganar la presidencia y la eliminación de los colegios electorales cerrados eran de consenso entre las entidades sociales y en la comisión especial que el año pasado discutió y propuso reformas constitucionales.

            En realidad no ha habido vencidos ni vencedores, sino una simple división de honores, como dicen en los deportes.-