Una guerra derrotada antes de comenzar

Por Juan Bolívar Díaz

            Me cuento entre la minoría de optimistas que persisten en sostener que la guerra contra Irak, al menos en los términos en que está planteada, no se dará finalmente. Porque es tan absurda y sería tan costosa para toda la humanidad, que es simplemente imposible. La vocación de paz que ayer se expresó en 300 ciudades del mundo se impondrá, incluso en el pueblo norteamericano, cuyas reservas morales están despertando del letargo en que las sumieron los terribles actos terroristas del 11 de septiembre del 2001.

            A menos que ocurra un acontecimiento que cambie el curso de la opinión pública internacional, Estados Unidos y Gran Bretaña con algunos aliados circunstanciales no podrán enterrar a las Naciones Unidas y desafiar a la mayor parte del mundo para meterse en un pantano del que pueden salir terriblemente ensuciados, física y moralmente, aunque para los inconmensurables intereses petroleros la moral no exista.

           Este viernes 14 dos tercios del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas volvieron a demostrar que el podería indiscutible de los Estados Unidos no es suficiente para llevarlos a dar su aprobación a una guerra preventiva que podría culminar en un inmenso holocausto humano.

            A lo largo de la semana la Organización del Atlántico Norte, la alianza militar liderada por Estados Unidos, no pudo lograr consenso para comenzar preparativos preventivos de la guerra. Afortunadamente Francia, Alemania y Bélgica, miembros de la entidad, como Rusia y China, han endurecido su resistencia a la aventura militar.

            Mientras los escasos gobiernos partidarios del guerrerismo se enfrentan a una tremenda orfandad de respaldo popular, hasta el punto de la soledad en que se encuentran gobernantes como el español José María Aznar, quien no ha podido convencer a nadie de las razones por las que una nación tan herida de guerras puede dar paso a esa aventura.

            Los partidos españoles, a excepción del de Aznar, están a favor de la paz, al igual que la casi totalidad de la opinión pública. Y no es para menos, entre las 300 ciudades del mundo donde ayer se producían manifestaciones por la paz, 54 eran de España.

            Lo mismo ha venido ocurriendo con el pueblo británico, dejando casi solo a Tony Blair en su esfuerzo por respaldar a su colega George Bush, pese a que las encuestas muestran que los ingleses como los europeos en general rechazan esa guerra en una proporción tan impresionante como el 80 por ciento, según una reciente de Gallup.

            También en los Estados Unidos crece el sentimiento pacifista, que ha concentrado a cientos de miles de personas en Washington, Nueva York, San Francisco y otras urbes. Y alrededor de la mitad de los norteamericanos se cuentan entre quienes consideran que no hay razones suficientes para desatar el pandemonium de la guerra, que de antemano se sabe que cobrará cientos de miles de víctimas, en su mayoría inocentes, tan solo en Irak.

            Pese a la prepotencia política que explota el sentimiento nacional y el complejo de superioridad, que cuenta hoy con un respaldo pocas veces visto hasta en muchos medios de comunicación de “tradición liberal”, el pueblo norteamericano seguirá reaccionando y sumándose a la corriente universal que se niega a aceptar esta guerra preventiva que enterraría definitivamente todo el sistema de valores y principios en que se fundan las Naciones Unidas y las relaciones internacionales.

            Porque hay que repetirlo, si Estados Unidos y Gran Bretaña se lanzan a esa guerra en el actual contexto internacional, darían al traste con más de dos siglos de esfuerzos para crear el código universal de los derechos humanos y sociales en que se fundamentan las relaciones entre los pueblos y las personas.

            Buena parte del mundo ya hace rato que está pagando el costo económico de una guerra que todavía no ha comenzado. Esta semana el petróleo que compramos en la región llegó a cotizarse sobre los 36 dólares el barril, en una tendencia que afianza los vaticinios de que podría llegar a los 80 dólares si la confrontación finalmente se desata.

            Y lo que más indigna a los seres sensibles del mundo es saber que esa ofensiva carece del más elemental fundamento o principio que no sea el interés de las grandes empresas petroleras norteamericanas, británicas y holandesas por apropiarse de los 112 mil millones de barriles de petróleo en que se estiman las reservas de Irak, como quedó evidenciado en un informe del Foro de Politícia Global, divulgado en estos días por Europa Press.

            Se documenta que mientras los norteamericanos y británicos se empeñaron en mantener aislado al gobierno de Saddan Hussein en los últimos 13 años, empresas petroleras francesas, rusas y chinas lograron posesionarse contratando exploración y explotación de hidrocarburos en condiciones ventajosas para la competencia internacional.

            No, digamos no. Esa guerra no puede estallar. Nadie duda que Estados Unidos tiene capacidad para imponerse, pero las interrogantes del costo espantan. Como escribió el español Antonio Caballero de ella saldría “un mundo fragmentado, hostil, de todos contra todos, peligroso para cualquiera, y duramente golpeado en términos económicos, en todas partes. Y eso no es ganar una guerra”. –