Por Juan Bolívar Díaz
Nos debe doler hasta el alma cada vez que un funcionario norteamericano o un diplomático de la Unión Europea nos dice que todavía los dominicanos no se han dado plena cuenta de las implicaciones que han tenido las quiebras bancarias en la crisis financiera y económica en que está sumida la nación y que tanto ha degrada el nivel de la vida de la mayoría de la población.
Más debería dolernos que en menos de dos semanas el subsecretario del tesoro norteamericano John Taylor, en dos ocasiones, y los embajadores de Francia, Italia y la Unión Europea, y la directora local de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo AID), también dos veces, hayan considerado prudente decirnos que la comunidad internacional espera que esos fraudes descomunales sean sancionados.
El pasado jueves la directora de la AID concurrió al almuerzo semanal de los medios de comunicación del Grupo Corripio y comenzó su presentación expresando su preocupación por la corrupción y posible impunidad frente a unos fraudes que han costado al país alrededor de 100 mil millones de pesos, más que el presupuesto nacional del año pasado.
La señora Elena Brineman extendió su franqueza hasta decirnos que la comunidad internacional tiene sus ojos puestos en el país, dando seguimiento al escándalo bancario y las acciones judiciales para concluir en que ella duda que de predominar la impunidad la nación pueda seguir recibiendo ayuda internacional.
Consideramos conveniente preguntarle a la señora Brineman si estaba ocurriendo algo que los dominicanos no viéramos y que explicara la cadena de advertencias similares emitidas por el mundo diplomático en las últimas dos semanas.
Ella enfocó sus expresivos ojos, revestidos de una aureola de tristeza y con una medio sonrisa, entre compasiva e irónica, respondió diciendo que todo estaba a la vista de todos. Como quisimos que fuera más explícita, evadió diplomáticamente aunque dejó caer la perla de que a veces en los períodos de transición conviene recordar estas cosas.
No supimos si se refería a la transición por los que se van o por los que vienen, o por ambos a la vez. Porque en los corrillos políticos, diplomáticos, jurídicos y periodísticos existe la convicción de que en ninguno de los tres partidos mayoritarios predomina el propósito de llegar hasta las últimas consecuencias en este escándalo. Porque en todos hubo dirigentes claves beneficiarios de la repartición.
Es cierto que las evidencias de la impunidad están a la vista de todos en las decisiones de jueces y fiscales, incluyendo al Procurador General de la República que esta semana fue acusado por los abogados del Banco Central de ser parte de una red que protege a los pocos acusados de los fraudes bancarios.
En rueda de prensa, los abogados del Estado afirmaron que “diversos hechos y circunstancias ocurridos alrededor de la persona del Procurador General de la República ponen en evidencia sus condicionadas e interesadas actuaciones, tendentes a garantizar la impunidad de los acusados del fraude ocurrido en Baninter”.
Por la otra parte, versiones circulantes que han llegado hasta el ámbito internacional, dan cuenta de la existencia de una comisión de tres allegados al próximo gobierno que realizan gestiones para una “solución pragmática” a los escándalos bancarios.
La preocupación por la impunidad se ha extendido de nuevo en diversos sectores sociales, acicateados por las continuas llamadas de atención provenientes del ámbito internacional, y por la convicción de que ello hará mucho más difícil conseguir la asistencia internacional necesaria para superar la crisis financiera.
La imagen que proyecta el liderazgo nacional es de profunda complicidad con la corrupción. Así se percibe en los ámbitos internacionales. Pero no sólo corrupción pública, sino también privada, como ha quedado evidente una vez más en los escándalos bancarios.
Tiene que dolernos hasta el alma que tengan que condicionarnos la asistencia internacional a que establezcamos sanciones siquiera en los casos mayúsculos. Como nos dolía también cada vez que nos recordaban la necesidad de elecciones limpias para que el país no fuera irradiado de la comunidad internacional, con todas sus consecuencias políticas y económicas.
¡Cuántos silencios, cuántas complicidades y cuántas hipocresías se evidencian frente a este escándalo! Eso demuestra que el alma dominicana está enferma, la está debilitando la corrupción que contamina casi todas sus ramificaciones. Por eso tiene que dolernos hasta el alma.-