Por Juan Bolívar Díaz
Cuando se escriba la historia del periodismo dominicano de las últimas cuatro décadas, habrá que hacer un gran esfuerzo para ponderar los enormes aportes de este oficio, primero al afianzamiento de la libertad y luego a la promoción del proceso y las instituciones democráticas.
Muchos de los que se iniciaron durante el eclipse libertario de la tiranía lavaron las afrentas, las complicidades y los silencios, asumiendo con decoro el trabajo de la información, la interpretación y la opinión periodística.
Se sumaron a ellos las nuevas generaciones emergidas de las aulas universitarias en aquellos años de sacudimientos y promesas redentoras que fueron en todo el mundo las décadas de los sesenta y los setenta.
Períodos hubo en que la nación no retornó al silencio de la dictadura gracias a la resistencia de hombres y mujeres periodistas y de algunos propietarios de periódicos y radiodifusoras que tuvieron el valor de comprender las responsabilidades y urgencias coyunturales y de responder a las expectativas democráticas.
Fue también el período de la multiplicación de los medios de comunicación y la irrupción de tantas opciones televisivas que democratizaron este medio, en tantos países concentrado y monopolizado.
Esa pluralidad demandó nuevos talentos, ejecutivos y en todos los niveles de la comunicación, lo que promovió la incorpoación de muchos nuevos profesionales que pronto asumirían papeles protagónicos en esta auténtica carrera que es el periodismo.
Sin embargo, el ejercicio no alcanzó los niveles adecuados y debidos porque hubo un gran descuido en la promoción de la profesionalización, cuando algunos quedaron atrapados en un apasionado debate que casi llega a sacralizar el principio de que para ser periodista no se necesitaba ir a una universidad.
A la vuelta de los últimos años las empresas periodísticas nacionales han tenido que apelar a recursos humanos extranjeros, algunas en cantidades demasiado significativas, para mantenerse en la competencia profesional.
Por otro lado, la profesión se ha “cualquierizado”, y la vulgaridad y la superficialidad se apoderan de reporteros, comentaristas y articulistas. Cuando no de manipuladores, relacionadores públicos y abiertos promotores de empresas, partidos, grupos y hasta de individuos.
Muchos profesionales de otras áreas han contribuido también a mejorar la oferta analítica y de opinión de nuestros medios. Aunque algunos parecen contaminarse de la superficialidad y la manipulación.
Es probablemente lo que acontece con el doctor Carlos Dore Cabral, quien contradiciendo su basta formación, ha persistido en los últimos años en provocar debates fundados en los apasionamientos políticos y en citar frases fuera de contexto para pretender fundamentar sus visiones fruto de los compromisos políticos que ha asumido.
Varias veces en los últimos años Carlos Dore me ha pretendido sintetizar en una frase mis análisis políticos. Lo hizo por última vez el pasado viernes 10 en el Listín Diario, cuando me atribuye el criterio de que el gobierno de Hipólito Mejía “concedía demasiado”, arrancada a la fuerza de un contexto crítico de principios de año.
Pretender sintetizar en esa frase la visión que he expuesto sobre el gobierno perredeista en su primer año, cuando he estado publicando de uno a dos trabajos, uno de ellos tan extenso como de una página de Hoy, y antes dos de Rumbo, es por lo menos una temeridad. Probablemente también una falta de consideración y de respeto a un profesional, que como el suscrito evade enjuiciar el trabajo de sus colegas y concentra la atención en los problemas generales.
He tenido mala suerte en esta materia, porque muy frecuentemente he sido atacado por radio y televisión por otros comentaristas de esos medios, pese a que jamás dedico tiempo a enjuiciar las opiniones de los demás comunicadores.
Tal vez porque creo en la pluralidad y la diversidad, porque rechazo la uniformidad y tengo recursos para mantener un alto nivel del análisis, más allá incluso de preferencias y amistades, que también las tengo.
Solicito formalmente al amigo Carlos Dore que ponga todo su talento en juego para ayudar a elevar el debate político y social dominicano, que anda volando bajito en muchos de nuestros medios de comunicación. En unos casos por incapacidad, superficialidad e irresponsabilidad, y en otros por las pasiones grupales.-