Por Juan Bolívar Díaz
Dagoberto Tejeda aprecia tanto a la Vieja Belén que en una ocasión se dirigió al ayuntamiento de San Pedro de Macorís solicitando un monumento conmemorativo de este mítico personaje confeccionado para paliar las penas de los niños pobres casi siempre defraudados por los Reyes Magos.
El destacado sociólogo e investigador comparte con el desaparecido folklorista Fradique Lizardo la convicción de que la tradición en extinción de la Vieja Belén se la debemos a la cultura cocola, aporte de los nativos de las islas menores caribeñas que llegaron al país tras la danza del azúcar de caña a finales del siglo 19 y principios del 20.
Aunque algunos llegaron hasta Puerto Plata, la gran mayoría sentó reales en la región oriental, sobre todo en San Pedro de Macorís. Fue a ellos que Norberto James Rawlyns con devoción filial dedicó su magistral poema Los Inmigrantes, rescatando la memoria del cochero Willy, del predicador Thomas, de Brodie el maestro, del trompetista Prudy Ferdinand, la soprano Violeta Stephen, y el pelotero Chico Conton, entre otros.
Otro investigador, Marcio Veloz Maggiolo, cree haber encontrado los orígenes de la Vieja Belén en una tradición italiana del siglo 19, aunque los inmigrantes de la península itálica no han tenido significativos influjos culturales en nuestro país.
De cualquier forma, la Vieja Belén cobró notoriedad en el Este y en otras regiones del país a principios del siglo pasado, convirtiéndose en un amoroso y consolador personaje cuya sola mención podía enjugar las lágrimas de los niños que no entendían las razones por las que los Reyes Magos los discriminaban.
Si no los Reyes, la Vieja Belén, ya advertían los padres conscientes de sus precariedades, como forma de amortiguar el golpe, hasta que los hijos entendían la magia de Melchor, Gaspar y Baltasar y ya podían auto defenderse, incluso ufanándose de que lo mío viene con la Viejita Belén.
Ella no era pretenciosa ni viajaba en camellos ricamente ataviados, se le configuraba caminando o sobre el lomo de un humilde burrito haciendo presencia el domingo siguiente a Reyes, llenando sus árganas con los juguetes, rebajados de precios, que habían quedado en las tiendas, o con otros reciclados.
Claro que tampoco ella podía satisfacer a la mayoría de los niños pobres pero diluía las lágrimas del 6 de enero y unos días después compensaba una parte de los defraudados.
La educación pre-escolar y los medios de comunicación han reducido el papel de los Reyes Magos y puesto en extinción a la Vieja Belén. Pero nos queda su recuerdo consolador.
Este domingo 5 de enero, cuando una inmensa legión de niños ha quedado una vez más insatisfecha con los Reyes, hay que reivindicar a la Vieja Belén y pedirle que supla injusticias y precariedades. Desde el niño que todavía queda en mi, quiero rogarle que este año nos insufle un poco de esperanza y energías para que los dominicanos y dominicanas renovemos la brega por construir una sociedad más justa y mejor organizada. Apelo a la Viejita Belén para que aliente a aquella señora que hace poco me dijo en un supermercado que no valía la pena seguir luchando por este país, aunque sus hijos y nietos siguen y seguirán viviendo aquí.
Por los que tras muchos años de acariciar sueños se han cansado y sentado a orillas del camino para pasar el tiempo maldiciendo la oscuridad. Y por los que creyeron que la construcción de una nueva sociedad era tan rápida como la edificación de una torre multifamiliar y se han cansado tras los primeros choques con la realidad.
Que si no los Reyes, la Vieja Belén nos traiga nuevas fuerzas para combatir el pesimismo, el abatimiento y la resignación insistiendo en que esta nación merece una mejor posición en el ranking internacional del desarrollo.