Por Juan Bolívar Díaz
No pude resistir un cierto sentimiento de orgullo cuando el miércoles una tineger medio rebeldona, a la que he visto crecer con el dulce encanto de nuestra clase media, tirando más hacia la alta que a la media, se presentó en Teleantillas para invitarnos a levantarnos contra este mundo en el que sólo una pequeña fracción de los invitados acaparamos la mayor proporción del banquete.
Menudita y con carita de ángel ella afrontó solita el desafío para el cual en principio se le había prometido compañía. Y aunque al final deploró que se le habían olvidado algunos detalles, no se arredró ni se dejó achicopalar por las luces y las cámaras. Con inconmensurable ternura nos invitó a sumarnos a los millones de seres humanos que el día 17 y a lo largo de la semana participaron en una campaña internacional por la erradicación de la pobreza.
Nos levantamos porque nos negamos a aceptar más excusas en un mundo donde 50 mil personas mueren todos los días como consecuencia de la pobreza extrema, y la brecha entre ricos y pobres sigue aumentando.
Nos levantamos porque deseamos que nuestros líderes respeten su promesa de alcanzar, como mínimo, los Objetivos del Desarrollo del Milenio, y les pedimos que sobrepasen esas metas.
Alzamos la voz junto a personas de más de cien países para decirles a los líderes de las naciones ricas que cumplan su promesa de luchar por la erradicación de la pobreza, que hagan efectiva la cancelación de la deuda, por un comercio justo y un aumento considerable de la calidad y cantidad de ayuda y del financiamiento para el desarrollo.
Volvemos a alzar la voz para recordar a los líderes de nuestro país que su primera responsabilidad es atender y salvar las vidas de sus ciudadanos más pobres. Le pedimos que enfrenten la desigualdad, que gobiernen justamente, que rindan cuentas a sus pueblos, que luchen contra la corrupción y que respeten todos los derechos humanos.
De lo que se trata es de una invitación para que protagonicemos entre muchos una gran rebelión contra ese mundo abominable en el que 800 millones de personas no tienen acceso a la comida suficiente para alimentarse, donde 1,100 millones sobreviven con el equivalente a menos de un dólar por día, donde 1,200 millones de seres humanos no tienen acceso al agua potable.
Es que no nos hagamos sordos ni ciegos cuando 50 millones de seres humanos están infectados con el virus de inmunodeficiencia adquirida y no reciben adecuado tratamiento, y 10 millones de niños y niñas mueren antes de cumplir los 5 años por causas que podríamos evitar.
Sí, que rechacemos ese mundo en el que el 10 por ciento de la población disfruta del 70 por ciento del banquete universal, donde el 75 por ciento de los pobres son campesinos y campesinas, marginados y entristecidos, donde el 70 por ciento de los excluidos son mujeres, gran parte de ellas solitarias y llevando el peso de los hijos.
La invitación es para que nos sacudamos de la insensibilidad y dejemos de ser indiferentes al hecho de que más de 4 de cada diez dominicanos y dominicanas carecen de lo elemental para vivir y potencializarse, dos de cada diez en niveles de indigencia, que el 20 por ciento de los más pobres reciben apenas el 5 por ciento del pastel nacional, mientras el 20 por ciento de los más afortunados se tragan el 55 por ciento.
Confieso que resulté impactado al ver a María del Mar crecerse afrontando solita la responsabilidad de recordarnos que estamos matando la tierra y sembrando de espanto el futuro de las venideras generaciones. Por eso decidí unir mi voz a la suya y a la de la coalición encabezada por el Foro Ciudadano, el Centro Juan Montalvo, la Red Urbana Popular, Cipaf, la ADP y otras entidades que sustentaron este llamado a la rebeldía.
Mientras la veía y escuchaba me llené de recuerdos y me invadió la voz de Raimon cantando en catalán invitándonos a decir que no, que nosotros no somos de ese mundo. Es necesario que de vez en cuando llegue una inmensa María del Mar y nos lo eche en cara. Gracias por recordarnos el sagrado deber de la rebelión.