Por Juan Bolívar Díaz
En su columna del 5 de junio pasado en el diario El Día, del cual es subdirector, el talentoso colega José P. Monegro plantea con valentía el tema de la objetividad periodística, sobre el cual he disertado durante más de dos décadas, especialmente en el exquisito oficio de la docencia universitaria. Leí el artículo con atención y le prometí que le iba a responder, incentivado por los valores que él reivindica.
Estoy de acuerdo en casi todas las afirmaciones que Monegro sostiene en esa columna, especialmente cuando se parcializa con la honestidad, la veracidad y la justicia. Frente a esos valores no cabe la independencia que algunos proclaman, a veces por cobardía y en la mayoría de los casos por complicidad con los deshonestos, los mentirosos y los injustos.
Convengo con él en que La justicia la incluyo como el fin máximo de la labor periodística adulta, pues la búsqueda del bien debe colocarse por encima de todo. Lo he predicado en las aulas y las redacciones. Rechazo la tibieza, el acomodamiento y el miedo. Creo que los periodistas no podemos permanecer indiferentes. Ni siquiera por temor a equivocarnos. Como el poeta español Gabriel Celaya maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales, que lavándose las manos se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Comparto con Monegro que los medios de comunicación tampoco son entes neutrales, que responden, todos, a intereses, ya sean económicos o ideológicos. Por igual todos los individuos y los grupos sociales tienen intereses y, lógicamente, tienden a defenderlos, lo que en última instancia no constituye un bochorno. Es ley de la vida. El reparo que tengo al artículo indicado es que a pesar de las subjetividades individuales y sociales, no podemos descartar la objetividad, y menos en una actividad que tiene una hipoteca social tan fuerte como la comunicación periodística.
Para un profesional objetividad significa aproximarse lo más posible al objeto, a la realidad, subordinando a ella las preferencias, aspiraciones e intereses. Es un entrenamiento académico, un compromiso con la verdad y la honestidad que tiene que impulsarnos más allá de lo que radica dentro o debajo de nosotros.
Siguiendo el ejemplo de Monegro, un medio y un periodista no pueden tener la misma actitud con la mujer violada que con el violador. Hay que parcializarse a favor de la víctima. También yo me parcializo.
Sin embargo, el lujo que no debo darme es el de fanatizarme, obnubilarme para no aproximarme científicamente, objetivamente a la realidad. Lo primero es estar absolutamente seguro de que estamos frente al real victimario y de que la violación ciertamente se produjo.
Porque a veces la misma es inventada o se confunde a un inocente.
La verdad es escurridiza y a menudo todos los indicios condenan a uno siendo inocente. Entre los argumentos con que he fundamentado este planteamiento está lo que me ocurrió en 1973 en un vuelo. Había almorzado antes de abordar y cuando al rato la graciosa aeromoza ofreció comida la decliné sin titubear.
A mi lado viajaba una señora embarazada, la que en un dos por tres, dejó limpio el plato y la bandeja. Le comenté que su bebé en ciernes estaba muy apetitoso y su sonrisa de aprobación determinó que le pidiera a la aeromoza la comida. Atenta, la trajo de inmediato, y procedí a cambiar la bandeja con la vecina, quien al abordarla notó que no traía cubiertos. No hubo problemas le dí los cubiertos que apenas adornaban la que fuera su bandeja. Y ella y su bebé siguieron comiendo.
Cuando la aeromoza recogía las bandejas, no pudo contener un comentario gracioso: para no querer la comida inicialmente, usted tenía bastante apetito, tanto que se ha comido hasta los cubiertos. Quise defenderme con la verdad: señorita es que usted no me puso cubiertos. Y aquello fue el desastre. Me respondió siempre muerta de risa: entonces usted comió con las manos.
No tuve más remedio que reir también, sin dejar que mi vecina confesara la realidad. Y durante el vuelo cada vez que la aeromoza pasaba por mi lado, me dirigía una sonrisa socarrona, que yo devolvía por igual. Cuando bajaba del avión le di las gracias y le dije: supongo que usted tendrá una buena anécdota para contar esta noche a los suyos. Pero, aunque no me crea, le juro que no me puso los cubiertos, y nos despedimos riéndonos uno del otro.
Lo objetivo en el caso del violador comprobado, no es asumir el papel vengativo, sino el de la justicia, pero a profundidad. Puede que el violador haya sido a su vez víctima de una violación infantil y entonces no hay una sino dos víctimas en su repudiable acto. Lo objetivo es investigar las circunstancias, traspasar la simple condena, sumergirnos en las profundidades de la condición humana y social. Creo que sí es posible.