Por Juan Bolívar Díaz
Hay muchas razones para desear que los reformistas sean capaces hoy de responder al desafío de elegir democráticamente su candidato presidencial para los comicios del próximo año.
La primera y tal vez más importante es que siendo uno de los tres partidos más importantes del sistema político nacional, su fortaleza o debilitamiento incide sobre el proceso democrático nacional y repercute sobre los otros.
En segundo lugar, porque este es el primer desafío de magnitud para el Partido Reformista Social Cristiano (PRSC) después de la desaparición de su caudillo, quien fuera incapaz, hasta los 96 años, de organizar la transición democrática de su liderazgo y de fortalecer los mecanismos institucionales de la organización.
El éxito de los reformistas en el desafío de este día, ratificaría que el caudillismo y el autoritarismo son cosas del pasado y que los dominicanos y dominicanas estamos en capacidad de gestionarnos bajo mecanismos participativos, de decisión colectiva y mayoritaria, sin imposiciones, guardianes ni genuflexiones.
Una razón adicional es que en ese, como en todos los partidos, hay personas empeñadas en hacer carrera política, que aceptan el juego democrático y quieren que tenga vigencia, como forma de organizar la totalidad de la sociedad dominicana.
El empeño y la transparencia con que se ha organizado el certamen democrático de hoy son ponderables y merecen ser correspondidos por la totalidad de los dirigentes y militantes con un comportamiento democrático, acatando el resultado de las urnas, más allá de los prejuicios y las ideas preconcebidas.
La coyuntura se presenta delicada, por cuanto es obvio que el electorado reformista se ha bipolarizado. Cuando eso ocurre, y si los resultados son estrechos, como en este caso vaticinan las encuestas, las posibilidades de divisiones son mayores. Se requiere entereza y grandeza de espíritu para evitarlas.
La democracia es todavía incipiente en la cultura nacional. No sólo en los ámbitos políticos, sino también en todo género de entidades sociales, incluyendo a las de mayor magisterio moral, como las iglesias, las universidades y las asociaciones profesionales.
Ni el Country Club de Santo Domingo, ni la Asociación Médica Dominicana, ni los colegios de Periodistas y Abogados, ni las entidades no gubernamentales, o las sindicales han estado libres de crisis derivadas de resultados electorales. De manera que no es un privilegio de los políticos, como algunos creen.
Más allá de sus respectivos entornos, Jacinto Peynado y Eduardo Estrella son de las personalidades de mayor cultura democrática en el PRSC y cualquiera que no resulte favorecido por el voto mayoritario tendrá que dar un ejemplo.
Debe reconocerse que le resultaría más fácil a Estrella, quien de cualquier forma está debutando en este tipo de lides, y ha tenido un desempeño extraordinario, proyectándose como un fenómeno de mercadeo político. El como quiera queda ganando.
Jacinto Peynado, en cambio, perdería definitivamente. Porque quedaría liquidado si esta vez no obtiene el apoyo de la mayoría de sus compatriotas reformistas, después de una década encabezando las preferencias para la candidatura presidencial, después y a pesar de Balaguer.
También lo merece por la traición de que fue objeto la única vez que encabezó la boleta colorada, para los comicios de 1996, cuando el caudillo lo dejó colgando y apostó por otro partido. En esa batalla Peynado perdió parte de su fortuna y sobrevivió políticamente con decoro y dignidad. Algunos de los que le engañaron hace 7 años alientan la candidatura con la que compite.
Pero si el reformismo se inclina por Estrella, Peynado tendría que responder con igual o mayor dignidad que en 1996. Y aceptar el retiro de la actividad política, si fuere preciso. O esperar que cambien las circunstancias.
Todos tenemos que aprender que al juego de la vida se asiste para ganar y perder. En la dicha y en la enfermedad, en las actividades políticas como en las sociales, en la vida empresarial y en la profesional. Vivir es luchar por triunfar, aceptando el riesgo de perder. Y todos los días vamos ganando y perdiendo.
Ganamos en experiencias, sabidurías y gracias. Perdemos a los que van quedando detrás, a los que se marchan y a los que se frustran. Pero perdemos también una parte de nosotros mismos, la que se va cansando, vencida irremisiblemente por el peso inexorable del tiempo.-