Por Juan Bolívar Díaz
Desde Bruselas, donde lleva varios años al frente de la Federación Internacional de Trabajadores de la Alimentación, el eterno militante sindical José Gómez Cerda nos ha invitado a reflexionar en esta Navidad con todo un tratado sobre el pensamiento de Jacques Maritain, uno de los filósofos de mayor influencia en el pensamiento político cristiano de la época moderna.
Lo primero que ha logrado Gómez Cerda, con las facilidades del correo electrónico, es remitirnos a los inolvidables años sesenta de nuestra incursión en la vida pública, unos desde el sindicalismo, otros en la política partidista, en las lides profesionales y estudiantiles o en la militancia parroquial.
Todos los cristianos de aquella generación leímos apasionadamente a Maritain, como a Teilhard de Chardin, y a Enmanuel Munier, buscando respuestas o canalización a esas ansias enormes de transformaciones y justicia social que nos impulsaron y dieron sentido a las energías juveniles.
En medio del materialismo, del pragmatismo y del hedonismo que caracteriza estos años de la globalización y el liberalismo económico, sin grandes luchas ideológicas ni utopías, recordar a Maritain es un viaje en restrospectiva a las galaxias de los sueños colectivos que enardecen los espíritus.
Fueron muy altos los vuelos de la generación del sesenta. La cristiana como la marxista, con aquella tremenda competencia a ver quién llegaba primero a las materializaciones del bien común o del paraíso perdido, donde hombres y mujeres ejercerían las estelaridades de la solidaridad y la compañía.
Muchos no llegaron a la encrucijada donde se decantarían los de largo aliento, porque les troncharon la existencia en actos de alevosía y criminalidad y otros porque su estructura material no soportó las iniquidades. Entre los sobrevivientes hay quienes quedaron sentados en el camino, cansados de batallar. Y algunos renegaron de aquellas orgías espirituales y se avinieron a los nuevos tiempos.
Muchos hemos quedado batallando contra los impulssos frustratorios derivados de las muy elevadas metas de transformaciones que nos impusieron y nos impusimos al compás de aquella primavera libertaria cuando despertamos a la conciencia social y política, leyendo a Maritain, a Teilhaird y a Munier.
Jacques Maritain, fallecido el 28 de abril de 1973, dejó una enorme bibliografía. Se le cuentan unos sesenta libros. En el campo de la filosofía dio aplicación moderna a los principios de Santo Tomás de Aquino. Su obra global es un compendio de filosofía, antropología, sociología, psicología y cristianismo.
Su reflexión política se puede encontrar en sus obras El Hombre y El Estado, La Persona Humana y el Bien Común, Humanismo Integral y Cristianismo y Democracia, entre otras.
Para Maritan los seres humanos están conformados por la cultura de las virtudes intelectuales y morales. Se sostienen a sí mismos mediante la inteligencia y la voluntad, estando el espíritu en la raíz de la personalidad. El cristiano debe aspirar al Bien Común, para mejorar las condiciones de vida de la mayoría del pueblo, para que todos podamos vivir como personas libres y disfrutar de los bienes de la naturaleza, la cultura, la economía y el espíritu.
El filósofo francés es un profesante del pluralismo democrático planteando un nuevo humanismo, una filosofía social, política y económica basada en los principios de la la diversidad, la libertad, la vida comunitaria y el personalismo, con una concepción laica del Estado, convencido de que “el despertar de la conciencia cristiana y los problemas estrictamente temporales, sociales y políticos, implicados en la restauración de una nueva cristiandad, traerá consigo el nacimiento de nuevas formas políticas específicas de inspiración intrínsicamente cristianas”.
Plantea la política como un rama especializada de la ética, al servicio del Bien Común y la democracia como una filosofía general de la vida humana y de la vida política, como un estado del espíritu. Para Maritain la democracia está ligada al cristianismo, “el empuje democrático surgió en la historia humana como una manifestación temporal de la inspiración evangélica”, y sostiene que el estado democrático no solo viene de la inspiración evangélica, sino que no puede subsistir sin ella.
Los planteamientos de Maritain lucen ahora muy alejados del pragmatismo predominante, pero están ahí desafiantes, por lo menos para la reflexión de los cristianos en estos días en que se supone que celebramos el advenimiento de quien representa el mayor y más difundido compendio de principios idealistas de solidaridad humana.
“La tragedia de las democracias modernas consiste en que ellas mismas no han logrado aún realizar la democracia”, dice Maritain y queda como una invitación al sueño, a la utopía del perfeccionamiento humano y social.
Gracias a José Gómez Cerda por invitarnos a releer a Maritain, que es lo mismo que volver a viajar por las regiones inconmensurables del humanismo integral, de la solidaridad humana procamada por el profeta que nació en el pesebre de Belén para trascender en el tiempo, mucho más allá de todo lo material y pragmático.-