Por Juan Bolívar Díaz
Al revisar el expediente sobre los muertos por la Policía Nacional en “intercambios de disparos”, cualquiera termina preguntando qué pasa en esa institución donde todos los propósitos de renovación de métodos terminan en el naufragio, cualquiera que sea el comandante.
Cuando el general Jaime Marte Martínez llegó a la jefatura policial a comienzos del 2002 de inmediato se produjo una drástica reducción de los “intercambios de disparos”, fusilamientos, o ejecuciones sumarias como les llaman los organismos internacionales.
Pero además, el oficial lo pregonaba con entusiasmo. Tanto que a principios de mayo de ese año fui invitado a participar en una reunión de comandantes regionales y departamentales de la PN, donde se ponderó la drástica reducción de las muertes en “intercambios de disparos”, concomitantemente con la caída de las tasas de delincuencia.
En los primeros cuatro meses del 2002, los muertos en tales circunstancias apenas habían sido a ritmo de uno por mes, contrastando con el promedio de 13 mensuales que se había compilado en los tres años anteriores.
Allí escuchamos que en ese primer cuatrimestre los homicidios habían caído en 26.5 por ciento en relación al mismo período del 2001, al registrarse 103 menos, pasando de 388 a 285. Y los comandantes lucían sinceramente entusiasmados y felices.
En los últimos meses la Policía no sólo ha vuelto por los fueros del fusilamiento de delincuentes y presuntos delincuentes, sino que se está acercando a los récords impuestos por la jefatura del general Pedro de Jesús Candelier, cuando hubo meses con ritmo de uno por día.
Un reporte de Juan María Ramírez para HOY mostró el pasado jueves 26 que hasta esa fecha, a 5 días de completar el primer semestre del año, los muertos en “intercambios de disparos” sumaban ya 115, incluidos 16 agentes policiales, varios de los cuales cayeron en pleitos personales. Entre mayo y 25 días de junio se contaban 40, los últimos 4 en menos de 24 horas. Eso es 20 veces la tasa del primer cuatrimestre del 2002.
Así las cosas los próximos informes de los organismos internacionales defensores de los derechos humanos tendrán que revocar el crédito que habían dado a la jefatura del general Marte Martínez, uno de los dos profesionales policiales que han llegado a la jefatura de la institución.
Con este oficial está ocurriendo lo mismo que con el general Candelier. Este también llegó a la jefatura barriendo escorias y poniendo bajo control a los que sólo saben matar, bajo el criterio de que “muerto el perro se acabó la rabia”, que en esta materia no parece haber dado resultados, puesto que aunque han fusilado cientos de delincuentes en los últimos años, la delincuencia galopa en todo su esplendor.
Con el general Candelier también me reuní al comienzo de su jefatura. Por igual resulté entusiasmado. Conocía las cualidades de este oficial y aunque no compartía algunos excesos, celebraba su esfuerzo por enderezar entuertos. Meses después todo se derrumbó y la PN volvió a su normalidad. Como ahora.
Entrevistando en días pasados a Virgilio Almánzar, ese adalid de los derechos humanos con toda la moral del mundo, puesto que su padre era policía y murió en el cumplimiento del deber, éste advirtió al general Marte Martínez que estaba siendo llevado a los viejos métodos que pregonan algunos estamentos policiales.
Según esa visión, a la delincuencia sólo se le erradica eliminando delincuentes. Y cualquier agente, un simple raso, semianalfabeto, está autorizado para quitar la vida sin el menor trámite a quien incurra en actividades ilícitas comunes, especialmente a los asaltantes y ladrones. Otras veces se sale a matar a delincuentes denunciados o a aquellos que han acumulado varias detenciones, aunque los tribunales los hayan descargado.
Se trata de verdaderos escuadrones de la muerte, que esta sociedad tolera y hasta celebra. Desde luego que esa terapia criminal sólo se aplica a los delincuentes comunes, en su mayoría pobres muchachos de 20 a 25 años, desorientados, sin horizontes ni perspectivas, que salen a buscarse “lo suyo” callejeramente. Los grandes delincuentes nacionales tienen celdas privilegiadas cuando es inevitable. La mayoría no llegan a las cárceles. Jamás se les quita la vida, como debe ser.
Y desde luego, con frecuencia se cometen dobles crímenes, barbaridades, cuando el fusilamiento se le aplica a un inocente. Y hemos vivido casos verdaderamente paradigmáticos, como el del padre Tineo.
La pregunta del comienzo tiene vigencia y queda sin respuesta: ¿qué pasa en la PN? ¿Por qué todos los comandantes vuelven al pasado?.-