¿Qué nos está pasando?

Por Juan Bolívar Díaz

No ha sido un simple asunto farandulero. Tampoco carece de trascendencia. Es sumamente grave y sintomático de la cultura del chanchullo predominante en el país que  el Primer Festival Dominicano de la Canción Eduardo Brito haya terminado con graves cuestionamientos que probablemente le hayan matado en la cuna.

Es también inaceptable que la Secretaría de Cultura, organizadora del evento, haya respondido con el silencio, sin hacer el mínimo esfuerzo por dilucidar y esclarecer todo lo concerniente al dictamen del jurado calificador, sometido a cuestionamientos por una figura impoluta y muy meritoria del arte popular dominicano.

Más lamentable la situación porque involucra a una Secretaría de Estado dirigida por un reputado intelectual, a un comité organizador presidido por un hombre tan serio y meritorio como Fernando Casado, a un jurado integrado por 15 reconocidas personalidades vinculadas al arte, y a destacados artistas concursantes.

Los tres premiados, Rando Camasta, Frank Ceara y Cheo Zorrilla, son artistas apreciados, merecedores de respeto. Seguro que ninguno querría salir ganador en un concurso bajo cuestionamientos.

 Todos ellos deberían reunirse y reclamar los mayores esfuerzos porque se esclarezca hasta las últimas consecuencias el resultado del concurso. No importa si hay que rectificar, o si se ratifica el veredicto, pero que no dejen dudas, pues se trata de un malísimo ejemplo para una nación tan requerida de transparencia y honradez, tan urgida de dejar atrás la cultura del chanchullo.

Después de haber conversado con dos miembros del jurado, los cuestionamientos públicos del compositor y cantor Cheo Zorrilla toman mayor dimensión y merecen respuestas contundentes. Sin embargo, predomina el criterio de que es preferible dejar eso así, como si hubiese temor a desvestir algún santo o santa.

Se trataría de otro hecho irregular cumplido, como la triple violación de la ley de austeridad por parte de la Cámara de Cuentas, o la vulneración de la misma por el Poder Ejecutivo. Como cualquier otro tráfico de influencia o enriquecimiento ilícito. Como horribles crímenes y desfalcos, públicos y privados, que se dejan a merced del tiempo, para que se olviden.

Testimonios recogidos indican que hasta entre miembros del jurado ha quedado la sensación de que no supieron contar o alguien metió la mano para alterar el dictamen de 15 personas, que totalizaban 75 votos.

Hubo irregularidades desde la primera noche del festival, cuando debieron escoger 12 finalistas y terminaron con 15, ya que miembros del jurado tuvieron que reclamar al comprobar que tres de los más votados habían quedado descalificados. Tuvieron que adicionarlos a los ya escogidos.

Zorrilla ha presentado hasta por   televisión un vídeo que deja la impresión de que él debió recibir el primer lugar, no el tercero como se dictaminó. Se trata de una persona seria y meritoria que podría estar equivocada, pero debería haber forma de dilucidarlo, de establecer la verdad.

Muchos se han preguntado si no hay un vídeo oficial del evento. Cómo es posible que a estas alturas en que todo queda grabado, no se tomaran las previsiones para guardar plenamente las imágenes y el sonido de un festival artístico de esa categoría.

Pero en última instancia debió apelarse a los 15 jurados para establecer cuál fue su voto, con una simple consulta telefónica, o convocándolos a una reunión. Sobre todo cuando hasta se ha dicho que una papeleta aparece con un número sobrepuesto a otro, cosa que un jurado que se respete no debe hacer ni permitir.

En cualquier caso, cualquiera quiere aferrarse al mal menor,   a la idea de que simplemente Cheo Zorrilla está confundido, en cuyo caso debieron haberle demostrado dónde radica su equívoco. O que fue un error de conteo, que se inscribiría en el pésimo manejo nacional de las matemáticas, como se ha evidenciado en los cómputos electorales.

Porque, por lo menos yo, me niego a creer que en medio de tantas personalidades artísticas e intelectuales, alguien se haya atrevido a poner en práctica el chanchullo. Y sobre todo que lo hayan dejado predominar.