Profesor Juan Bosch: Precursor de la democracia social

Por Juan Bolívar Díaz

           No fue la obra perfecta de la naturaleza que algunos de sus devotos han pretendido. Sus deficiencias y errores políticos han quedado suficientemente expuestos ante cualquier analista. Pero el profesor Juan Bosch fue un hombre cabalmente honrado, intransigente en los principios, un tremendo trabajador intelectual y de la política y un precursor de la democracia social. Además de uno de los más trascendentes escritores dominicanos de todos los tiempos.

            Desde que retornó al país tras su largo exilio antitrujillista, Bosch se convirtió en el profeta adelantado a la sociedad de su época que sembró semillas de una democracia con justicia social, convirtiéndose en maestro de toda una generación que emergía a las luchas políticas, tras el inmenso silencio de la dictadura.            

            Uno de sus más notables errores fue que pese a su conciencia sobre “el atraso social” y la “arritmia política” de los dominicanos, no pudo sintonizar con la realidad cuando le tocó ejercer efímeramente el gobierno, y a pesar de sus luces y capacidades organizativas, jamás logró usar el poder político para desde él promover la nueva sociedad que anticipaba.

            Probablemente porque tenía miedo, ciertamente miedo, a caer en las garras de la descomposición, de la corrupción, de la incoherencia y las complacencias en que han devenido tantos predicadores de la democracia y la justicia, desde que les toca ejercer el poder en nuestros países. O porque tenía conciencia de lo difícil que es gobernar con apego a los principios y a los valores, cuando la política es concebida como peldaño para encumbrarse sobre los demás, no para “servir al pueblo”.

            Probablemente Juan Bosch prefirió quedar como Hostos, “ el sembrador”, y no afrontar las debilidades con que los partidos dominicanos asumen el ejercicio del gobierno, doblegándose ante los poderes fácticos, renegando de los principios y programas que sustentaron desde la oposición y en las campañas.

            Desde luego, muchos no le darán crédito por haber sido intransigente en la defensa de sus planteamientos de justicia, en el libre pensamiento que no hace concesiones a los dogmas religiosos y sociales y hasta en su concepción de soberanía, demasiado radical para su época, sobre todo en la etapa de la guerra fría que en el “Caribe Imperial” fue casi siempre caliente.

            Y entre quienes no le darán ese crédito se contarán hasta muchos de los que le siguieron ciegamente, pero que tan pronto el perdió los controles esenciales comenzaron a transitar los nuevos caminos del realismo político, transando y pactando a diestra y siniestra y contradiciendo los valores que encarnó el maestro político. Tampoco los que hace tiempo se casaron con los viejos caminos del oportunismo político y la corrupción.

            El juicio a Juan Bosch será siempre un juicio a la sociedad dominicana del siglo veinte, con sus enormes atrasos y contradicciones. Sociedad casi feudal, con enormes complejos y confusiones de identidad, que van de lo cultural a lo racial, pasando por la pantalla social y esa pretensión de vivir como ricos en medio de la pobreza.

            A él se le debe cuestionar si habiendo comprendido la naturaleza y los atrasos de la sociedad de su época, no estaba llamado a actuar con mayor paciencia y constancia para impulsar cambios limitados, progresivos, sin apuntar a los vuelcos espectaculares que él quiso ejecutar en el escenario político y social.

            Tal vez su carácter, a menudo difícil, autoritario y avasallante, no lo ayudó. En sus momentos de ternura él trataba de compensar sus limitaciones humanas, pero se requería una paciencia de la que él carecía para salir adelante, conteniendo ambiciones desenfrenadas, falta de visión y de dedicación.

            En Bosch la política venció al escritor, sobre todo al cultor de la narrativa de su primera mitad de vida. Con todo, su obra, literaria y de intepretación social y didáctica, es un extraordinario legado que lo inscriben para siempre en la historia de las letras nacionales.

            Incansable trabajador, se lleva el mérito de haber sido fundador de dos de los más influyentes partidos políticos de la historia nacional. Austero, frugal, sin más vanidades que las derivadas de su inocultable prepotencia intelectual, el profesor Juan Bosch pasó sobradamente la prueba de su época y trasciende las podredumbres de la política. Sin robar ni matar, sin atropellar ni claudicar.-