Por Juan Bolívar Díaz
El doctor Virgilio Bello Rosa, Procurador General de la República, es de los funcionarios gubernamentales a quienes no se le han subido los humos a la cabeza y mantiene la humildad y la integridad moral que lo han caracterizado desde los años universitarios cuando comenzó a hacer vida pública en calidad de dirigente estudiantil.
Los que conocen el recio carácter de Bello Rosa han apostado en todo momento a que pasará por el ejercicio gubernamental haciendo honor a los principios, sin olvidar las preocupaciones y planteamientos que lo motivaban desde sus años juveniles.
Saben, también, que no perderá la frialdad para analizar el curso de la acción gubernamental y reconocer tropiezos y fracasos, más allá del servilismo y la incondicionalidad que caracteriza a los dependientes de los presidentes de la República.
Durante más de dos años al frente de la Procuraduría General hemos visto a un Virgilio Bello Rosa enhiesto y recrecido, cuestionando actuaciones policiales y militares, defendiendo principios constitucionales, expresando insatisfacción con la marcha de la justicia, y respetando los derechos de los ciudadanos y ciudadanas sin importar su categoría o condición política, económica o social.
El pasado jueves 21 de noviembre, Bello Rosa no se arredró ante la sospechosa calificación de correccional que el fiscal del DN, Máximo Aristy Caraballo, otorgó al expediente sobre el escándalo que envuelve al coronel Pedro Julio Goico, al capitán-gerente bancario Alberto Torres Pezzoti y al sargento-empresario Pedro Díaz Ramos.
El Procurador no sólo rechazó el calificativo, sino que concluyó en que con esa actuación el gobierno y el Ministerio Público pierden autoridad moral para proseguir la lucha contra la corrupción.
Por demás, Virgilio Bello formuló una advertencia que debe ser bien tomada en cuenta por sus compañeros de partido y de gobierno. Dijo que “la historia nacional enseña que los gobiernos comienzan a dañarse en los dos últimos años, período en que nos encontramos del presente cuatrienio”.
Y tiene razón el amigo Bello Rosa, sobre todo si se aplica a los gobiernos que sólo han durado cuatro años, como los de Antonio Guzmán, Salvador Jorge Blanco y Leonel Fernández Reyna.
Se llega al poder con sinceros deseos de cambiar el curso de nuestra historia, de prevenir y sancionar la corrupción, pero en la medida en que van descubriendo las mieles del poder y avanzan hacia los finales, el eclecticismo y el pragmatismo van haciendo mella en los principios y abriendo campo al dejar hacer y dejar pasar.
Los deseos de prolongación en el poder, o de acumular méritos para un posterior retorno, pautan la acción y la inversión gubernamental. En base a ello se permite la acumulación de bienes a costa del patrimonio nacional para disponer de futuro financiamiento, o se practica la tolerancia con los incondicionales.
Si dividimos en dos mitades el gobierno del doctor Fernández Reyna podremos comprobar que en la primera mitad hubo mucho más apego a los viejos principios y a las preocupaciones morales. En la segunda predominó el pragmatismo salvaje.
Virgilio Bello Rosa tiene que recordar muy bien lo distinto que fue el Antonio Guzmán de la primera mitad y cómo se fue confundiendo en la segunda hasta perderse en la nebulosa del poder, atrapado por un entorno que lo empujaba ciegamente al continuismo, sin considerar las condiciones obejtivas ni los compromisos políticos. Le costó caro a él y a la nación.
El procurador General tuvo muy cerca del presidente Salvador Jorge Blanco y sabe perfectamente que en su primera mitad presidió un gobierno impoluto, austero, vigilante de los principios morales, pero en la segunda todo se relativizó en orden a la acumulación para el retorno futuro.
Jorge Blanco no se embolsilló un solo peso del patrimonio público, pero permitió mucha corruptela en su entorno, sobre todo de parte de un puñado que le juraba incondicionalidad hasta la muerte. El, sin una sola propiedad adquirida al amparo del poder, concluyó terriblemente como el único mandatario condenado por corrupción, sólo, con la indiferencia de su partido y de muchos de los suyos propios.
Los arquitectos, constructores y defensores de este gobierno deberían poner atención a las sabias expresiones de Virgilio Bello Rosa, puestas por escrito para que a nadie quedara duda de su responsabilidad.
La advertencia es oportuna ahora que el gobierno comienza a embarrar su imagen, al compás de escándalos de corrupción, y cuando la prepotencia y la soberbia son la respuesta a los requerimientos de coherencia que se formulan en la opinión pública.
Todavía hay tiempo para enderezar el rumbo y evitar la repetición de la constante histórica que conducen a los gobiernos más democráticos al desprestigio y el descalabro en la segunda mitad del cuatrienio.-