Por Juan Bolívar Díaz
El voto blanco y nulo no serán tan abundantes como lo han pretendido algunos prepotentes miembros de la minoría blanca peruana, pero serán significativos. Sin embargo, ese 15 ó 20 por ciento de los electores no podrá invalidar y ni siquiera restar legitimidad a las elecciones.
Hoy, domingo 3 de junio, los peruanos están convocados a las urnas para escoger un nuevo presidente en un esfuerzo por superar la profunda crisis política en que se ha debatido esa nación durante los últimos dos años, por lo menos.
En Perú el voto es obligatorio y se sanciona de verdad a quienes no acuden a las urnas. La multa no la levanta nadie y es fuerte y automática desde que el ciudadano presenta su cédula electoral en un banco o en cualquier institución del Estado autorizada a prestar servicios y o recaudar impuestos, tasas o contribuciones.
El recurso que queda a los inconformes es anular el voto o depositarlo en blanco. Desde luego, los ricos pueden pagar la multa sin mayores remordimientos de conciencia, que es lo que muchos de ellos harán este domingo, para no tener que encarar una boleta con las opciones del cholo Alejandro Toledo y el populista y aprista Alan García Pérez.
No se sabe a qué son más refractarios los peruanos blancos, ricos y acomodados, si al enemigo político de casi todo el siglo pasado, la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), que fundara Víctor Raúl Haya de la Torre, o a la descendencia indígena o cholismo.
Ello explica la insólita campaña encabezada por los periodistas Alvaro Vargas Llosa y Jaime Bayly, en una clara expresión antidemocrática que ha pretendido deslegitimar el gobierno por nacer de un proceso electoral libre y limpio.
En la primera votación el pueblo peruano tuvo seis opciones políticas que compitieron libremente. Toledo y García prevalecieron con el 36 y el 26 por ciento, respectivamente. Fue el pueblo que decidió que ellos llegaran a la votación final.
Ciertamente que nadie está obligado en conciencia a votar por candidato alguno. Pero resulta un abuso antidemocrático utilizar los medios de comunicación, especialmente los electrónicos, cuya autorización privilegiada es potestad del Estado, para promover la continuidad de una crisis política.
¿Qué persigue la campaña de Vargas Llosa y Bayly? Parece claro que un nuevo proceso electoral, porque nadie les debe pretender tan perversos como para auspiciar una situación permanente de ingobernabilidad, que el Perú siga en crisis con un gobierno poco representativo o de escasa legitimidad.
Para aquilatar la gravedad de esa campaña hay que recordar que hace justamente un año el Perú fue a las urnas en doble vuelta, en un proceso tan viciado que profundizó la crisis política, económica y social de la nación, que terminó con la huida del dictador Alberto Fujimori unos meses después.
Es un absurdo pretender extender la crisis política, con todas las implicaciones que conlleva para la vida de los más de 25 millones de peruanos. Por esa razón la campaña abstencionista está condenada a fracasar, al menos que esa nación esté habitada por suicidas.
Las últimas encuestas situaban los abstencionistas alrededor del 23 por ciento, pero debe tenerse en cuenta que ya en la primera ronda el 13 por ciento anuló o depositó su voto en blanco, lo que significa que sólo uno de cada diez peruanos estaba respondiendo al muy publicitado esfuerzo de boicot.
Aunque les duela a los apellidos sonoros, especialmente a los de origen extranjero, hoy los 15 millones de electores tendrán que escoger entre el cholo Toledo y el aprista García. Aunque el primero merece la oportunidad y ha encabezado las encuestas, nadie debe sorprenderse si prevalece el segundo, beneficiario de un voto secreto o vergonzante.
Parece contradictorio, pero en una nación de mayorías descendientes de indios, el ser blanco como el expresidente García, agrega algunos puntos si se enfrenta a un cholo. Alan tiene el veto del aprismo, y en su paso por el poder, del 1985 al 1990, se incrementó -no comenzó- el desastre económico y la violencia terrorista. Pero él tiene una extraordinaria elocuencia y carisma.
Alan García fue la sorpresa de la primera vuelta superando a Lourdes Flores, la candidata preferida de los grupos económicos y sociales predominantes. Si no sale presidente hoy de cualquier forma habrá protagonizado un espectacular retorno y será figura política decisiva en los próximos años.
El economista de Harvard y del Banco Mundial Alejandro Toledo, quien reivindica sus orígenes indígenas, el Perú de todas las sangres, merece la oportunidad. El encabezó con enorme valentía la resistencia a la burla electoral del año pasado. Y se puso al frente de las masas en las calles, cuando muchos creían que habría que chuparse otros cinco años de Fuji-Montesinismo. El es llamado por los suyos el nuevo Pachacutec, a quien se considera el más grande de la raza aborigen.
Nunca un cholo ha sido electo presidente del Perú. Toledo lo merece y ese país lo necesita para reconocerse racialmente, pero sobre todo para reemprender el camino de la institucionalidad democrática, tras el trauma de la dictadura.-