Por Juan Bolívar Díaz
A tres semanas de que la tormenta Noel nos sorprendiera en plena y entusiasta campaña electoral casi 7 meses antes de las elecciones, los indicadores de la pobreza y la miseria dominicana asoman por todas partes en un dantesco espect culo que debería sacudir la conciencia nacional.
El mes de un centenar de cadeveres y desaparecidos, y decenas de miles de personas huyendo de las inundaciones, millares de viviendas sepultadas en el agua y el lodo, animales arrastrados por las corrientes y las siembras barridas fueron las primeras manifestaciones de la indefensión de cerca de la mitad de la población nacional.
Esta semana cuando todav¡a quedaban comunidades aisladas y bajo las aguas se ha hecho presente otra cara de la extrema pobreza que sufre el 20 por ciento de la población: hasta el viernes se habían registrado 15 muertos a causa de la leptopirosis, una enfermedad transmitida principalmente por ratas, propia del hacinamiento y la suciedad.
En tanto otros centenares presentaban s¡ntomas de lo que podr¡a convertirse en una epidemia b sicamente en zonas gravemente afectadas por las inundaciones, como San Cristóbal, Baní, Barahona, La Victoria, o los barrios capitalinos La Ciénega y La Barquita.
No debería ser necesario que viniera una inundación como la de Noel o la de Jimaníni un hurac n como George, David o Federico, para que nos convenciramos de nuestra pobreza, y sobre todo de los enormes desniveles en que conviven en 48 mil kil¢metros cuadrados dos o tres naciones diferentes: la de la abundancia, la de las precariedades y la de la indigencia.
El mensaje está claramente dirigido a los segmentos de la primera nación, ese 10 o 12 por ciento de la poblaci¢n que vive en el despilfarro, el lujo y la ostentación, que no ha querido conocer el mapa real de la pobreza nacional y vive con los estandares de los países más ricos, a menudo con mayor desenfado.
Independientemente de esos fen¢menos atmosfricos propios de un país colocado en el mismo trayecto de los huracanes, los estudios y sus estad¡sticas est n ah¡, con sus frios resultados, que una vez tras otra ratifican que la República Dominicana se encuentra entre las ocho últimas de la escala de desarrollo humano entre las 35 naciones del continente, muy a pesar del crecimiento económico del £ltimo medio siglo, estimado hace un par de años entre los mayores del mundo por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
Hace apenas dos días un informe de la Comisión Económica para Amrica Latina (CEPAL) estimó en 44.5 por ciento el porcentaje de la población dominicana que vive en niveles de pobreza, casi 9 por ciento por encima del promedio de 36 por ciento prevaleciente en la región.
El estudio no incluye a Haití, Nicaragua y Bolivia, que compiten con el país en escaso desarrollo humano, pero de los 19 que registra, la República Dominicana apenas queda mejor parada que Honduras (71 por ciento), compartiendo el penúltimo escalón con el Perú, en 44.5 por ciento.
Que haya mucha pobreza en la devastada vecina Haití o en el altiplano peruano-boliviano puede tener explicación en ubicaciones geográficas y poblaciones incomunicadas. Pero en el caso dominicano es incomprensible e intolerable, dado el potencial que tiene este país y los niveles de crecimiento que ha registrado en décadas.
Aquí la pobreza y la miseria son resultado de la exclusi¢n, de la perversa distribución del ingreso, de las pol¡ticas de centralizaci¢n geográfica y social que han practicado nuestros gobernantes, de sus políticas de ostentación y dispendio, de la corrupción que corroe la mdula de la nación y también de los sueños de grandeza que se les mete a cuantos llegan al poder, reproduciendo el modelo de desarrollo trujillista-balaguerista que nos marco durante más de medio siglo.
Es penoso y triste que esas mayorías excluidas vivan tan sumidas en la ignorancia y el abandono al punto de que a veces parecen satisfechas con las migajas que les dejan caer las mesas de la abundancia y el despilfarro. Carecen de las energ¡as f¡sicas y mentales para levantarse y exigir la proporción del pastel nacional que les corresponde.
Pero que los politiqueros derrochadores y corruptos no canten victoria por siempre. Porque en Perú, Bolivia y Ecuador, esas masas de hambrientos han tenido arrebatos poniendo en jaque la precaria y vac¡a democracia sólo representativa de la injusticia, la corrupción y la desverguenza.-