Los signos exteriores de riquezas

Por Juan Bolívar Díaz

               La proliferación de esa infame expresión de la delincuencia que es el secuestro traerá la consecuencia de disminuir la tendencia a la ostentación de la que es presa buena parte de las clases altas dominicanas, que a menudo luce como si se empeñara en provocar sentimientos de envidia o de venganza en los que han sido menos afortunados.

            Reducir los signos exteriores de riqueza. La frase se me gravó en los años 1984-86 cuando tuve la fortuna de vivir en Lima, la capital de ese maravilloso mundo de historia y culturas que es el Perú, ciudad de palacios, antiguos y modernos, expresión de los mayores contrastes sociales.

            Ya hacía años que la bizarra urbe de 7 millones de habitantes era una ciudad donde se acunaba todo género de delincuencia. Los secuestros proliferaron en aquellos tiempos, hasta el punto que en diciembre de 1985 contamos 27 reseñados en los diarios. Y se presumía que habían pasado de 35 en ese solo mes, porque muchos nunca trascendían a los medios de comunicación.

            No eran obra de Sendero Luminoso ni del Movimiento Revolucionario Tupac Amarú, que en aquellos tiempos sacudían los simientos políticos peruanos. A ellos no se les atribuyó uno solo en los dos años que conviví con los peruanos.

Las verdaderas olas de secuestro eran fruto de innumerables bandas de delincuentes, que vivían al acecho y seguimiento de “los hijos de papi”, aquellos muchachos que salían de los palacios y mansiones y volvían a ellos tarde de la noche en automóviles de lujo que contrastaban en las calles limeñas con los decenas de miles de “escarabajos” que las poblaban.

De un momento a otro los adinerados limeños se dieron cuenta de que la ostentación no era un buen negocio, y empezaron a vender sus automóviles lujosos y sus palacios y a mudarse a apartamentos en modernos edificios rodeados de seguridad. De golpe se devaluaron los Mercedes Benz y los Ferrari, los Jaguar y los BMW. Los limeños tuvieron la necesidad de asimilarse al nivel de vida del promedio, sino de los pobres, al menos de las clases medias.

En Lima, como en el Santo Domingo actual, la juventud había adoptado la “cultura” de salir a divertirse a media noche. Era de viejos pasados llegar a un centro nocturno a las 8 o las 9 y marcharse antes de las 3. Pero los secuestros retornaron a muchos a las viejas culturas de salir temprano y volver a sus casas a la medianoche, cuando los lugares “in” quedaban despoblados.

Entre las causas que se aducían para explicar decenas de secuestros mensuales, estaban las profundas desigualdades que dejaban a más de la mitad de la población sumida en la pobreza y la ostentación en que incurría el 5 por ciento de la población, afortunados que concentraban gran parte del ingreso nacional.

También los continuos escándalos de corrupción, pública y privada, y el narcotráfico, que tantas fortunas rápidas generaron, sembrando en la población la idea de que la fortuna era un sálvese quien pueda y de la manera que sea posible. Unos la acumulaban desde los puestos públicos y otros en las empresas privadas, y todos a costa del bienestar colectivo.

Los secuestradores cobraban comisiones. Y muchas veces dejaban en evidencia a gente que no se creía que tuvieran tanta fortuna como para pagar los altísimos rescates. La gentese preguntaba si habían acumulado con el narco o en la política o en la usura.

Otro factor que estimuló el secuestro limeño fue la inoperancia policial. Allá como aquí la policía era buena para matar, cuando sorprendía a un delincuente o supuesto delincuente en actitud sospechosa. Por supuesto que a menudo se equivocaban y cometían terribles asesinatos de inocentes. O uniformados aducían el pretexto de la delincuencia para cometer fechorías y crímenes. Como aquí.

Pero era malísima para prevenir, investigar y llevar ante la justicia. Y también estaba plagada de malhechores uniformados, de aventureros de toda laya. Porque en la medida que avanza la delincuencia es más difícil que los mejores muchachos quieran optar por la profesión de policía, riesgosa y mal pagada, dejando el espacio abierto a individuos que buscan “lo suyo” por la vía rápida.

El secuestro proliferó en Lima porque la gente no confiaba en la Policía y se dejaba chantajear fácilmente, por miedo, tanto que aún después de pagar rescate, se negaban a dar cuenta a las autoridades. Hasta surgieron agencias para negociar rescates, que era donde acudían los adinerados.

Esa nueva forma de acumulación de riqueza no trabajada se llega a constituir en una industria, basada en la desconfianza en las instituciones policiales y en el miedo, que cuando prevalecen facilitan el trabajo a los secuestradores. Mucho más si hay tantos signos exteriores de riqueza. Bien y mal habida.-