Por Juan Bolívar Díaz
MADRID.- Un examen acucioso de la España del 2003 que celebra el 25 aniversario de la promulgación de su constitución democrática arroja crecimiento de la crispación política, del conservadurismo y la censura a la comunicación, con la conocida persistencia en proyectos separatistas y uso del terrorismo, además de fuertes expresiones de la corrupción en los ámbitos públicos y privados.
Sin embargo, por encima de los lastres culturales y pese a los últimos años de crisis en las expresiones ideológico-políticas, es más que obvio para el más elemental observador que el balance de este cuarto de siglo de democracia española es altamente positivo.
En el origen de la fundación democrática resalta la capacidad que demostraron los líderes españoles para conciliar y transar, y a la vez para establecer bases firmes sobre las cuales se ha sustentado la modernización del Estado, profundas reformas institucionales y sociales que situaron a España entre las naciones más avanzadas del mundo.
Llegar a Madrid en estos días es llenarse de nostalgia, recordando los cantautores de la libertad, desde Raimon, Joan Manuel Serrat, Víctor Manuel, Luis Llach y Paco Ibáñez, hasta Luis Eduardo Aute, Patxi Andion, y José Antonio Labordeta. Fueron sembradores de libertad a través de la comunicación artística, cuando casi todos los caminos aparecían cerrados.
Pero es imposible recordar los asombrosos cambios españoles de estos 25 años sin ponderar el realismo y la visión de estado con que los grandes líderes del momento afrontaron la transición a la democracia tras la muerte del caudillo Francisco Franco hace 28 años.
El Rey Juan Carlos y su primer presidente Adolfo Suárez, herederos del poder franquista, y los líderes de la izquierda socialista y comunista, Felipe González y Santiago Carrillo, dividieron diferencias históricas para dar el salto a la democracia, unos aceptando un régimen monárquico puramente representativo y arbitral y los otros comprendiendo que en la Europa de finales del siglo veinte era imposible mantener la proscripción de las ideas y las organizaciones políticas y sindicales.
El protagonismo del Rey Juan Carlos y la audacia del presidente Suárez escribieron páginas reivindicativas del honor y la transacción política. Y, al igual que comunistas y socialistas, asimilaron las terribles lecciones históricas de la guerra civil (1936-39) para no reeditar el sectarismo, la exclusión y la violencia que inundaron a España de Sangre y luego la saturaron de represión, manteniéndola por varias décadas en el ostracismo de la modernización europea.
Oto crédito que hay que darle a la generación de líderes españoles de la nueva democracia es que han tenido capacidad y resignación para interpretar los signos de los tiempos y retirarse a tiempo del poder y de la dirección de sus partidos. Lo hicieron Suárez, Carrillo y Felipe, y José María Aznar, en plena juventud y con posibilidades reales de prolongación, ya ha anunciado su partida para el próximo año.
La constitución pactada hace 25 años abrió las puertas al reconocimiento de la diversidad española, instituyendo los conceptos de nacionalidades y regiones, que si bien no acaban de saldar radicalismos separatistas, han operado como válvulas de conciliación y convivencia, manteniendo la integridad del Estado español. Tras las cuatro autonomías fundamentales, las de Euskadi (País Vasco), Cataluña, Galicia y Andalucía, siguieron otras 13 que han contribuido a una gran descentralización, en la que el gobierno central vio reducido del 78 al 55 por ciento la proporción del presupuesto que maneja. Ahora un 32 por ciento corresponde a los regímenes autónomos y el 13 por ciento restante a los ayuntamientos.
Con el poder de la Iglesia Católica hubo también soluciones pragmáticas. Sigue siendo reconocida constitucionalmente con privilegios. Pero en la práctica los poderes estatales son los determinantes y nada pudo contener la pluralidad educativa, y hasta la institución del divorcio, la planificación familiar y algunos géneros de aborto.
En términos económicos sociales el progreso español no está en discusión. Esta nación recogió a sus emigrantes por toda Europa y otras partes del mundo y se ha convertido en receptora de mano de obra. Los estimados del Instituto Nacional de Estadísticas señalan que en el 2003 la población suma 42.6 millones, de los cuales 2.5 son inmigrantes, equivalentes a un 6 por ciento.
Los indicadores del progreso económico social son visibles para cualquiera que haya seguido la evolución. España ya no es la cenicienta de Europa, a la que está integrada plenamente.
Y aunque parezca traído por los cabellos, el sonado compromiso del Príncipe Felipe con la periodista Leticia Ortiz, no deja de ser un indicador de los cambios y adecuaciones que ejecuta esta nación y su régimen de transacciones. Joven moderna de clase media, trabajadora de la comunicación, divorciada, hija de madre sindicalista y cuyo padre convive con una compañera con la cual espera contraer matrimonio.
Con razón algunos miembros de la nobleza no salen de su asombro ante lo que algunos han considerado como un nuevo cuento de hadas. Lo que no es un cuento es que España dio el salto definitivo hacia el desarrollo y la institucionalidad democrática durante este último cuarto de siglo.-