Por Juan Bolívar Díaz
Con el petróleo acercándose a 60 dólares el barril no debemos perder la esperanza de que uno de estos días despertemos a la conciencia de que es urgente poner en práctica programas para promover energía alternativa y para ahorrarla. Hace casi dos años que el precio del crudo de referencia para la República Dominicana (West Texas Index) se mantiene sobre 30 dólares por barril y por más de medio año sobre los 40 dólares. Esta semana se estableció un nuevo récord cuando el precio del combustible pasó de los 57 dólares por barril, y los expertos vaticinan que muy pronto tendremos que pagarlo a 60.
La realidad es que el consumo mundial se ha disparado sistemáticamente en los últimos años, relacionado por un lado con el extraordinario crecimiento de la economía de China que ya demanda 8 millones de barriles por día, convirtiéndose en el segundo consumidor después de los Estados Unidos, y está tratando de aumentar sus reservas. Mientras por otro se han verificado problemas de producción en Rusia, e Irak no acaba de convertirse en un proveedor seguro, a causa de la guerra que le afecta.
Por cierto que atrás ha quedado aquella promesa de petróleo barato que fuera uno de los caramelos con que Estados Unidos trató de edulcorar la ocupación militar de Irak. El presidente Hipólito Mejía fue de los que se encandiló con la promesa de que el crudo bajaría de precios, lo que efectivamente ocurrió durante los primeros días de la ocupación hace dos años, pero para elevarse casi de inmediato en proporciones sin precedentes.
A mediados de enero del 2003, cuando el petróleo se vendía sobre 33 dólares el barril, reclamamos en este mismo espacio una política nacional de contingencia, advirtiendo que cada dólar de aumento implicaba para el país 50 millones de dólares por año. De 33 a 57 son 24 dólares más por barril, lo que significa 1,200 millones de dólares adicionales.
Un magnífico cuadro que acompañaba un artículo de Carmen Carvajal mostraba en HOY el pasado domingo que con el petróleo a 50 dólares el país tendría que invertir este año 3 mil 11 millones de dólares para obtener unos 165 mil barriles diarios. Si se mantiene en 55 dólares serían 3 mil 312 millones, el doble de los 1,667 millones de dólares que nos costó el año pasado.
Tal cifra representa más de tres veces las exportaciones dominicanas del año pasado, casi las divisas que ingresaron por el turismo, y bastante más que las provenientes del millón y pico de dominicanos residentes en el exterior.
Con los actuales precios del petróleo el país debió ser declarado en emergencia, mientras toda la atención se debería centrar en políticas de respuestas. Pero como vivimos de espaldas a la realidad, como si fuéramos ricos, muy pocos se preocupan por una situación que castra los esfuerzos por salir de la crisis económica.
La nación está urgida de una política de ahorro de combustibles. Sobre todo porque los vaticinios indican que el precio del petróleo se mantendrá elevado y que es posible que jamás podamos comprarlo a 18 dólares el barril, como en los primeros meses del 2002, y ni hablar de los 10 dólares a que llegamos a comprarlo en los años de vigoroso crecimiento de 1997-98.
Estamos obligados a promover fuentes alternas de energía, comenzando por la solar, que por nuestra ubicación geográfica sería la más viable. Ya es tiempo de que se obligue a todos los edificios multifamiliares, lo mismo que a los gubernamentales, escuelas y hospitales a instalar receptores de energía solar.
Habrá que renovar los proyectos de energía hidráulica para elevar la proporción de la misma en la oferta nacional de electricidad, que apenas ronda el 10 por ciento, y agotar todas las posibilidades de exploración en búsqueda de hidrocarburos bajo el territorio nacional y en la plataforma marina.
En el inmediato y corto plazo se impone una campaña nacional para enseñar a ahorrar energía eléctrica, gas, gasolinas y gasoil. Habrá que disponer que el interminable parque automovilístico de los conchos opere interdiario, de acuerdo con la terminación de la placa en nones y pares.
Una campaña por el mejoramiento de la circulación vehicular, por el respeto a las normas, permitirá agilizar el tránsito y ahorrar combustibles.
No podemos esperar más ni vivir de espaldas a la realidad de que somos una nación pobre, que debe ahorrar cada peso y cada dólar, que está desafiada a vivir con más austeridad.