La trascendencia de Juan Bosch

Por Juan Bolívar Díaz
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No tuvo la gloria efímera del poder tradicional dominicano. Tampoco la acarició razón por la cual nunca estuvo dispuesto a ofrendar sus principios y planteamientos programáticos en el altar del pragmatismo para reinar en esta sociedad, porque su vanidad y aristocracia eran otras, la de la estirpe de los rebeldes aferrados a convicciones fruto de la inteligencia, la sensibilidad humana y la razonabilidad.

Juan Bosch Gaviño nació hace un siglo para la trascendencia del insigne sembrador, no para formar parte del abultado número de los que transitan por la infinita levedad del poder individual construido a base de concesiones a la mediocridad, al clientelismo, el rentismo, a la repartición patrimonialista y a la dominación económica, política y cultural.

Por todo eso, desde antes de su desaparición física hace ocho años, ya el profesor Bosch había inscrito su nombre en la tabla de los líderes más insignes y queridos de la historia nacional, desde Juan Pablo Duarte, a Gregorio Luperón, desde Ulises Espaillat a Francisco Caamaño, Manolo Tavárez y Francisco Peña Gómez. Todos ellos están unidos por la circunstancia de no haberse doblegado y mantener fidelidad a los valores que en sus respectivas circunstancias representaron.

Entre los múltiples orgullos de Bosch, de carácter social, estaba el haberse mantenido erguido y firme en un territorio colocado en la ruta no sólo de los huracanes sino también de imperios, de  piratas y filibusteros, y en un tiempo marcado por guerras frías y calientes generadoras de tiranos y por intervenciones políticas y militares sin límites.

Ser humano de exquisita sensibilidad, desde temprana edad mostró su vocación por las letras, dejando una amplia bibliografía de primera categoría y trascendencia internacional tanto en el relato como en la historiografía y la interpretación social.

Juan Bosch es símbolo y estandarte de las cuatro décadas que siguieron a la decapitación de la tiranía de Trujillo, contra la que luchó desde el exilio durante un cuarto de siglo. Maestro de la generación de los sesenta que recibió de él los cimientos de la libertad y la democracia, del compromiso social, de la ética y la moral, tanto en la función pública como en la vida personal.

Sembrador de sueños, llegó al poder en 1963 predicando la justicia social y auspició la Constitución más  avanzada de nuestra historia. Por su terco aferramiento a los valores éticos y morales y por ser coherente con los planteamientos programáticos que ofertó a la sociedad dominicana, fue desplazado rápidamente del gobierno.

Aunque su liderazgo fue ratificado y ampliado con la revolución constitucionalista de 1965 que quiso lavar  el golpe de Estado de 1963, nunca pudo volver a gobernar, pues se negó sistemáticamente a las concesiones y transfiguraciones que los poderes tradicionales le exigían.

Juan Bosch tuvo las capacidades y fuerzas de voluntad para ser fundador y arquitecto de dos de los partidos más trascendentes de la historia nacional, especialmente del último, que quiso esculpir a su imaginación perfeccionista, pero tropezando una y otra vez con los vicios de la pequeña burguesía, trepadora y ambiciosa que él diagnosticó en sus estudios y ensayos sociales.

Más allá de los discursos que abundan en estos días de celebración del centenario del nacimiento del profesor Bosch, la insatisfacción con la gestión de sus herederos es bastante relevante. Ninguno de sus dos criaturas políticas ha hecho honor a sus principios y proyectos programáticos y más bien se han dedicado a reproducir las prácticas de dominación política, cultural y económica que él denunció y combatió.

Esta sociedad tiene una deuda con la memoria de don Juan Bosch Gaviño. Hay que augurar el pronto advenimiento de una nueva generación de políticos que recoja su legado y la traduzca en erradicación de la corrupción, descomposición y anomia social que carcomen el alma de la sociedad dominicana.