La prioridad número uno

Por Juan Bolívar Díaz

En cualquier nación del mundo la prioridad número uno es la educación, seguida de los servicios de salud, la vivienda, la alimentación, el trabajo, el medio ambiente y probablemente después aparezca la energía eléctrica, fundamento de la modernidad desde los finales del siglo 19, al menos en Europa y todo el continente americano.

Transcurrirían muchos siglos desde que Tales de Mileto descubrió, 600 años antes de Cristo, que frotando una varilla de ámbar con un paño se generaba una vibración capaz de atraer objetos pequeños, para que la humanidad descubriera y perfeccionara los diversos sistemas de generación eléctrica.

Sería en el siglo 19 cuando se expande la generación industrial de electricidad en Europa, Estados Unidos y América Latina, a partir de los descubrimientos y aportes de Guillermo Gilbert y Otto Van Guericke en el siglo 17, Francis Howskebee, Carlos Dufay y Benjamín Franklin en el 18. Alexander Volta, Thomas Alva Edison y George Westinghouse dieron los pasos definitivos para que a fines del siglo 19 explotara la era de la electricidad, signo de la modernidad y el desarrollo.

En nuestro país los primeros alumbrados públicos datan de mediados del siglo 19. En 1877 Santo Domingo se alumbraba con gas, pero ya en 1896 conoció la electricidad. Las primeras generadoras eléctricas se instalarían en 1911 para al siguiente año tener en esta capital el “primer sistema de alumbrado eléctrico moderno”.

Estamos a punto de cumplir un siglo de esos hitos de la modernidad dominicana y todavía Santo Domingo, como todo el país no ha podido tener un sistema eficiente siquiera para iluminación nocturna. Es algo inconcebible en nuestro tiempo especialmente para una sociedad tan presumida, con estándares de lujo en sus clases altas y medio-altas que compiten con países desarrollados.

El daño que ocasiona esta carencia de energía es inconmensurable: a las actividades productivas, industrias de todo género y tamaño, a  micros, pequeñas y medianas empresas, al comercio y el turismo. Pero también a los servicios de acueducto y riego movidos por electricidad, a la educación, los entretenimientos y a la vida social y familiar y hasta al medio ambiente.   Nos hemos acostumbrado tanto a estas carencias, a este absurdo, que ya muchos no aciertan a dimensionar sus daños, hasta sicológicos, porque esta incapacidad nos disminuye como sociedad y como personas.

No hay manera de entender ni justificar que una ciudad que está construyendo un sistema de transporte subterráneo o que esté comprando aviones para patrullar sus espacios aéreos no pueda disponer de un sistema eléctrico adecuado y eficiente, aunque su costo sea considerado entre los más caros del mundo.

Si hay algo de lo que no quisiera escribir y hablar después de 40 años ejerciendo  el periodismo, los últimos 21 y 9 meses en la televisión diaria, es de energía eléctrica, pues me produce un estremecimiento intestinal.  Con el agravante de que dediqué buena parte de mi tiempo durante dos años al Consejo de Directores de la entonces Corporación Dominicana de Electricidad en el período 1982-84 cuando  se diseñó, aprobó y se inició un plan nacional de desarrollo energético. Bajo la administración del ingeniero Marcelo Jorge, el Consejo asumió plenamente su responsabilidad y llegamos a tener hasta tres reuniones semanales, a participar en interminables sesiones técnicas y a presidir los concursos millonarios para evitar que nos metieran gato por liebre. Todo eso honoríficamente, sin recibir un solo centavo, pues no se pagaba ni dieta.

El plan de desarrollo energético fue abandonado sólo dos años después, cuando el presidente Joaquín Balaguer volvió al poder y se autoproclamó administrador de la CDE. De ahí para acá son 22 años de desaciertos, sin haber podido garantizar el servicio energético que requiere el país. Con algunos periodos de “prendiones” gracias a un subsidio que ha alcanzado niveles insostenibles y de ahí el apagón que ahora sufrimos.

En este país la energía es en lo inmediato la prioridad número uno, aunque la educación lo sea a mediano y largo plazo. Definitivamente me doy por vencido en el tema. No entiendo nada, absolutamente nada en medio de tantas proclamas de modernidad, de sociedad de la información, y del conocimiento.