Por Juan Bolívar Díaz
A lo largo de estos últimos años me he contado entre quienes han tenido que llamar la atención en algunos ámbitos de la llamada sociedad civil donde se pretende que todos los males de la nación se deben a los partidos políticos.
Hay quienes, como los fariseos, sólo ven la paja en el ojo ajeno, sin reparar la viga en el propio. Algunos, incluso de la mejor fe, no acaban de darse cuenta de que en gran medida los partidos son reflejo de la sociedad y que en los más diversos sectores de ésta se reproducen las prácticas autoritarias, la corrupción y la burla de los mecanismos y el ordenamiento democrático e institucional.
Si los partidos que tenemos fueran tan distantes de nuestra sociedad, ya hace tiempo que habrían sido sustituidos. Ellos nacen, se reproducen y viven de la misma cultura del chanchullo, la imposición y la trampería que predomina a nivel popular, como en las altas esferas empresariales y sociales, o en la clase profesional.
Ha habido crisis no sólo en los partidos, sino también en el Country Club, en la Asociación Médica (el gremio profesional más antiguo, que data del siglo 19), en el Colegio de Abogados, donde llevan varios años sin poder elegir limpiamente sus dirigentes, o en nuestros sindicatos, en nuestras iglesias y universidades.
En esta carrera profesional, que ya va siendo larga, he estado muy cerca de los partidos y tuve oportunidad de militar en más de uno, pero pese a mi nítida vocación política, preferí siempre el ámbito de la llamada sociedad civil, primero en organizaciones religiosas y de servicios, en el sindicato y el colegio de periodistas en el mundo académico y en la última década en el movimiento Participación Ciudadana.
He dado mucho más de lo que he recibido, porque por lo menos una cuarta parte de mi vida activa debe haberse ido en trabajar por la colectividad, sin recibir un centavo, sin pelearme por posiciones.
Y debo reconocer que he encontrado cada vez más y mejor compañía en estos quehaceres. Y hemos trabajado cerca de los partidos por el mejoramiento de la democracia y la participación, por la limpieza electoral, por el adecentamiento de la justicia y la independencia de los poderes públicos, en el combate de la corrupción.
En la campaña por una justicia sin política partidista, como en tantas otras habremos cometido errores. Yo mismo he identificado algunos. Pero no traficamos con los principios. Ni fuimos donde el presidente a que nos pusiera abogados relacionados en la Suprema Corte.
Con transparencia, la coalición de organizaciones sociales presentó por escrito diez nombres de jueces de cortes de apelación y tribunales superiores, sin privilegiar ni promover a ninguno. Buscando fortalecer la carrera judicial. Con la facultad que otorga la ley. No se la entregamos al Presidente ni se habló de ella con él. Lo aseguro yo, que también soy un hombre de palabra y estuve ahí.
De manera que si alguien propuso al presidente algún amigo o asociado profesional para juez de la Suprema Corte, no fuimos los de la coalición.
Pero independientemente de quien formulara la propuesta, no se justifica la descalificación que ha hecho el presidente Hipólito Mejía de la llamada sociedad civil, tan diversa como múltiple, donde cabe el bien y el mal, lo sublime y lo ridículo, lo límpido y lo corrompido. Como en los partidos.
En algunos partidos predomina el criterio de que los puestos públicos y la gestión estatal deben ser patrimonio de quienes se fajan en las campañas electorales.
Tal degeneración no puede llegar al monopolio del derecho a opinar, del reclamo y la participación democrática.
La exclusión y el rechazo es mucho más fuerte de los partidos hacia la llamada sociedad civil, que viceversa. Sobre todo en la medida en que desde la última se reclama menos corrupción, menos repartición del patrimonio, más coherencia con lo que se promete mientras se fajan en las campañas.
Sin caer en las descalificaciones tenemos que seguir sosteniendo que los gobernantes y representantes se deben a los electores, que estos deben organizarse no sólo en partidos, sino en todo género de instituciones, para participar, proponer, opinar y reclamar que los que se fajaron en las campañas nos escuchen y nos rindan cuenta del mandato recibido.-