Por Juan Bolívar Díaz
Lo que ha habido en Pedro Brand esta semana es una “lucha de intereses”. Lo que pasa es que esa comunidad de 70 mil habitantes, mayor que varias provincias nacionales, se había acostumbrado a recibir agua todos los días, lo que ahora es imposible por el enorme déficit que registra el acueducto de Santo Domingo.
Esas consideraciones fueron formuladas el viernes en Uno+Uno de Teleantillas por el director de la Corporación del Acueducto y Alcantarillado de Santo Domingo (CAASD), ingeniero Richard Martínez, al referirse a las protestas que durante varias horas interrumpieron el tránsito por la principal autopista del país. Y no lo hizo de mala fe. Por el contrario, el funcionario parecía sinceramente preocupado y diligente frente a la crisis del suministro de agua.
Es que nos hemos acostumbrado a tantas precariedades como incongruencias, que en plena era de la modernización nacional, de la globalización y la informática, nadie nos puede garantizar que recibiremos agua todos los días. Porque sin previo aviso podemos despertar a la dura realidad de que todavía más de la mitad de la población dominicana no disfruta de un suministro estable de agua potable dentro de sus viviendas.
De ahí que para millones de seres humanos, especialmente de mujeres y niños, el agua es todavía una batalla cotidiana por la subsistencia. Tienen que acarrearla de lugares distantes y en condiciones precarias. O pagarla tan desproporcionadamente que para muchos implica la mitad de sus ingresos. Un botellón de agua industrializada ya cuesta cerca de 50 pesos, lo que al mes puede significar 750 pesos, y un camión tanque del líquido, no potable, cuesta entre 700 y mil pesos.
Eso ocurre, desde luego, en los barrios capitalinos de clase baja, aunque a decir verdad en muchas ciudades del interior, como San Cristóbal o San Pedro de Macorís, la escasez de agua es tan crítica que ya se tragó las desigualdades sociales.
A nivel internacional se ha dicho y repetido que las guerras del futuro serán por el agua. En las dos naciones que pueblan la isla de Santo Domingo la guerra puede estar muy cerca, o por lo menos viviremos de arrebatos. La deforestación, la depredación de los cauces de los ríos, mediante la extracción de sus agregados y la anarquía de los asentamientos humanos, están agotando las fuentes de agua.
El ingeniero Martínez teme que a corto o mediano plazo la ciudad de Santo Domingo vea agravada la escasez de agua, por lo que estima urgente que la CAASD coordine con el Instituto de Recursos Hidráulicos, la Corporación de Empresas Eléctricas Estatales y la Secretaría de Medio Ambiente, para preservar y racionalizar la explotación de los recursos acuíferos.
El déficit de agua en el conglomerado de más de 3 millones de habitantes del Distrito Nacional y la provincia Santo Domingo es de 40 por ciento. Las tres cuencas que nutren el acueducto capitalino están en crisis, al igual que la de Nizao, donde se ubica la presa de Valdesia, actualmente con 9 metros cúbicos por debajo de su nivel operativo normal.
El sistema Haina-Manoguayabo ha reducido su caudal en un 27 por ciento en los últimos tres años. De sus ocho módulos, seis están virtualmente secos. El río Haina, que producía cuatro metros cúbicos por segundo, está dando ahora menos de uno. En fin que en Santo Domingo estamos en la mayor crisis de suministro de agua en 11 años.
Y es cierto que pasamos por una sequía, pero no de las peores, lo que refleja un deterioro de fondo y la necesidad de soluciones urgentes, como terminar el Acueducto de Santo Domingo Este, paralizado desde el inicio del actual gobierno que, obviamente, no lo ha considerado entre sus prioridades.
Pero el asunto es de fondo y largo plazo. Es una irresponsabilidad mayúscula que sigamos permitiendo el deterioro de las cuencas hidrográficas y los cauces de los ríos, que no podamos hacer cumplir las leyes y normas adoptadas, por ejemplo las que pautan los asentamientos humanos en las áreas de influencia de los sistemas acuíferos.
Si para muchos pobladores de los barrios de la pobreza dominicana el agua supone hoy una batalla cotidiana, en el futuro será una guerra permanente, a menos que cambiemos el curso del deterioro. Tal vez eso sería posible si a los sectores residenciales de clase media y alta les tocara, como a Pedro Brand, despertar a la realidad de que no pueden tener agua todos los días y sumarse a esta “lucha de intereses”.